Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝘛𝘩𝘪𝘳𝘥 𝘦𝘹𝘵𝘳𝘢 - Día cinco

La primera vez que realmente se dio cuenta de lo cruel que era fue en abril del año 2014. Era primavera, la más hermosa que había visto jamás. Vio tantas flores como estrellas hay en el cielo, sintió el sol en su rostro como una manta abrigada que lo protegía del frío, y apreció el sufrimiento humano en el joven más precioso que pudo conocer.

Aún recuerda su cabello oscuro deslizándose hacia atrás por la ventisca que los acompañaba, y esos ojos que hasta antes de ese momento habían sido como una tormenta repleta de relámpagos, pero ahora no eran más que un cielo sucio carente de resplandor. Sabe que es responsable de esa mirada y también sabe que cada vez que la recuerde una daga más se clavará en su pecho. Ha acumulado tantas dagas como veces ha visto a ese chico mirándolo en su cabeza.

Estaba en el centro de un campo de flores silvestres, tan rebeldes y grotescas como él pretendía ser. Mafuyu solo lo miró de lejos un buen rato, prestando atención a cómo caminaba, las plantas que lo atraían y sus ojos, que lo acribillaron en cuanto se volteó.

Hiiragi lo sacó de su trance de conmemoración.

—Si te invito a tomar un café es para que, al mismo tiempo que disfrutas de la bebida gratis, te tomes la molestia de dirigirme la palabra un rato e intercambiemos información —razonaba su amigo, como si le estuviera explicando algo a un niño pequeño.

Luego de dirigirle una mirada seria, Mafuyu contestó:— Me distraje, lo siento, ¿de qué hablabas?

—Iremos a Europa el próximo mes —al ver su cara de impresión, agregó por lo bajo—: Eres un desastre, Mafuyu.

—¿Para un tour?

—Sí, un tour.

Le sorprendía un poco, pero no le perturbaba. En cierto modo, aquello significaba que no iban a tener que ir a ese horroroso café por un buen tiempo para hablar de trivialidades como un cotorreo de ancianas molestas. Además, era algo fantástico para la banda de sus dos mejores amigos. Todos salían ganando esta vez, magnífico.

No odiaba convivir con ellos, pero no estaban juntándose en condiciones muy agradables. Al menos una vez cada dos semanas, Hiiragi se pasa por su vida y lo arrastra al mundo en contra de su voluntad, llevándolo al mismo local penoso de siempre donde los empleados están amargados, las bebidas no tienen nada de especial y las sirenas de las patrullas de policía molestan a cada rato, porque oportunamente la comisaría se encuentra a una manzana. En su defensa, no es cómodo escuchar a su amigo gritar sobre el canto horrendo de ese aparato. Aun así, acude sin falta a esos cuarenta y cinco minutos para ponerse al día, los únicos que su amigo debe tener libres en su ajetreada agenda, y trata de estar presente allí, porque él se tomó el tiempo de saber de su existencia cuando no tiene por qué hacerlo. Hiiragi podría olvidarse de Mafuyu e irse a vivir su vida de lujos lejos de un malagradecido que no le suma nada a su vida; sin embargo, vuelve a su colega y le hace un espacio en su día a día, a cambio de lo mismo, un espacio en la vida de su mejor amigo.

Hiiragi, aunque no lo crea, sigue siendo el mejor amigo de Mafuyu. Igual que Yagi, solo que nunca se acostumbró a la lejanía inevitable que hay entre el guitarrista y el mundo. Yagi teme por el día que su compañero se entere de que jamás podrá alcanzar a aquel niño silencioso que conoció en su infancia, que no dejará de correr y crecer en otra dirección.

Luego de cincuenta y dos minutos, Hiiragi tuvo que irse. Mafuyu ni se molestó en terminar su té, así que se fue apenas perdió de vista al bajista. No sabía realmente qué hacer ahora, si ir a casa o perderse un rato más por la ciudad. Su madre le envió un mensaje, así que no tuvo que decidir. Quería que la acompañara a comprar flores.

-❦-

Hace tres años iban en dirección a Miyagi, al pueblo de Haruki, para presentarse en unos cuantos lugares de allí y de paso tomar un poco de aire para pensar mejor que en la colapsada Tokio.

Si asomaba su cabeza por la ventanilla, el sol del mediodía impactaba contra su rostro suavemente; era cálido y muy limpio. Lo hacía sentir alegre. Al integrarse en el ambiente del auto, todo se tornaba menos agradable. Era poco interesante cuando en el exterior había campos floridos y pastos brillantes, con montañas y animales.

Cuando se aburrió de mirar el paisaje, se dedicó a analizar a los pasajeros. Akihiko dormía discretamente en el asiento del copiloto, Haruki conducía pensando en sus asuntos y Ritsuka miraba por su ventanilla todos los escenarios que se mostraban del lado izquierdo, como las tiendas rurales y los cultivos. Sus miradas se encontraron un segundo, pero el muchacho de ojos azules volteó su rostro con indiferencia, para volver a concentrarse en el recorrido.

Mafuyu notó como un amplio campo de girasoles, acomodados como un gran ejército luminoso y celestial, llamó la atención del chico, que frunció un poco el ceño y ensanchó sus ojos con la inocente curiosidad que lo caracterizaba. Por muy dulce que fuera, una tristeza revoltosa comenzó a rondar por su cabeza. Tal vez sería la última vez que lo vería mirar algo así.

-❦-

—Gracias por acompañarme, hijo —decía apenada su madre—. De verdad necesitaba tu ayuda para comprar las flores de Saeko-chan, ¡necesitamos rodear casi toda la casa!

Sabía que en realidad no lo necesitaban. Lo querían así y punto.

No es el tipo de persona que sabe cargar cosas, si es que se supone que se debe tener alguna clase de conocimiento para realizar ese tipo de tarea.

Estacionaron el auto lo más cerca que pudieron, lo cual quería decir que en cuanto las calles se convirtieron en angostos caminos de piedra, dejaron el vehículo en el primer espacio que encontraron, y a partir de allí comenzaron su caminata en esa laberíntica zona para llegar a la florería.

Para ser sincero, a Mafuyu no le interesaba nada del entorno. Aunque se esforzara en tratar de ver la situación como algo pintoresco, no sentía nada. Algunas tiendas, algunas casas y algunos sentimientos que rebotaban y no llegaban hasta su corazón. Es algo que suele pasar. Tampoco sintió un torbellino de emociones al ver todas las plantas del lugar. Solo logró sentirse abrumado, extrañado y confuso. Si lo pensaba bien, en realidad, era su estado de ánimo la mayoría del tiempo.

—¡Bienvenidos! —saludó la mujer detrás del mostrador.

—¡Hola! —saludó su madre—. Siéntate por allí si quieres, voy a preguntarle unas cosas —le ofreció a él, que se retiró sin decir mucho más.

Se acomodó en un pequeño banco que le recordaba a una casa de muñecas, y se dispuso a ver el catálogo de la mesa al lado suyo, fingiendo estar plenamente concentrado en todas esas plantas de nombres románticos y colores resplandecientes, que le transportaban al dolor del muchacho de cabello oscuro en las primaveras añejas.

-❦-

—¡Llegamos! —exclamó Akihiko al atravesar la puerta de la casa de los padres de Haruki, que no tardaron en acercarse a él con emoción, al igual que algunas de sus hermanas y uno que otro de sus sobrinos. Luego notaron la presencia de su hijo, y solo después de eso acudieron a saludar a los dos más jóvenes de la manera más acogedora posible.

Ese día, cuando almorzaron todos juntos, a Mafuyu se le hizo extraño que los trataron como adultos a él y a Ritsuka. No fueron un par de adolescentes, solo fueron los amigos de la banda de Haruki. Le agradó tanto como le incomodó.

Ritsuka fue el entretenimiento de los niños y por primera vez en el día se vio de buen humor, a pesar de que estaba escondiendo toda su tristeza con represas de frágil madera. Por alguna razón, la juventud de capital que irradiaba el joven hacía que los pequeños se sintieran muy curiosos. Asimismo, tenía cara de buena gente detrás de ese flequillo de rebelde y rostro de rockero, y los niños perciben mejor esas cosas. También fue de ayuda la humillación que Haruki y Akihiko hacen que pase siempre. Terminaba por verse más humano y cercano por consiguiente.

Ese día los dejaron a su suerte. Podían pasear, descansar o hacer lo que quisiesen. Como no había conciertos hasta el otro día, poco importaba lo que fueran a hacer, y la familia no tenía nada preparado para su visita.

Akihiko se quedó con la familia de Haruki. Era muy bien acogido ahí, por lo que probablemente estaría todo el día con ellos. En cambio, Haruki, por la tarde, decidió ir a visitar a algunos de sus amigos a un bar cercano. Y Ritsuka se esfumó sigilosamente, para ir a quién sabe dónde, por lo que Mafuyu, fingiendo preocupación, fue en su búsqueda. Sabía muy bien que Ritsuka era el tipo de persona que con solo un paseo aprende un camino de memoria, pero quería buscarlo y hablar con él.

-❦-

Siempre sintió cierta fascinación por el sonido de las campanillas de las tiendas. Era como el sonido de las hadas de los cuentos que contaba Saeko. Ella decía que era el sonido de la magia. Por esas historias es que siempre que oía ese revoloteo del badajo contra el metal, volteaba. Claramente, no creía que fuera a aparecer un hada allí. Puede ser un poco ingenuo, pero no es idiota. Solo que, en ocasiones, sentía que alguien importante llegaría. De pequeño pensaba que sería su padre, cuando creció un poco su ocupada madre, en otras etapas a Yuki, a Ritsuka... y este último tiempo, a cualquier persona.

Su mirada discreta hacia atrás, sobre el respaldo del asiento, lo hizo ver qué sorpresas le deparaban las endemoniadas diablillas voladoras de las campanas de los comercios.

La verdad era que sabía cosas. No sabía una barbaridad de cosas, pero se había enterado de ciertos asuntos, vagamente y sin mucha exactitud, que podrían ser o no ciertos, pero que seguían siendo serios, si se tratara de hechos verídicos, cabe recalcar.

Ese tipo parecía no dejar de crecer nunca. ¿Cuánto mediría ahora? ¿Un metro con ochenta y cinco centímetros? ¿Un metro con noventa, tal vez? Y, ¿cómo demonios Ritsuka estaba saliendo con él? Sabe que no le gusta salir con tipos más altos que él, solo debe recordar lo deprimido que estaba cuando comenzaron a medir lo mismo.

Estaba sacando conclusiones precipitadas otra vez. Eso era culpa de Ritsuka, que le pegó esa manía de pensar rápido y suponer para llenar vacíos. Igualmente, vaya vacíos. Más bien, hay huequitos diminutos que podrían hacer que toda la teoría se desmoronase, sí, pero huequitos diminutos, que se acababan de cerrar con cemento de calidad, instantáneo y contundente.

«¿Qué... demonios?» pensó volviendo su cabeza por segunda vez, al ver al segundo personaje.

La vida le ha dado unas cuantas patadas, una en cada rodilla y otro par en el estómago, además de una majestuosa en el centro de su rostro. A la larga, se acostumbró a ser un saco de boxeo. Aun así, esta bofetada fue sublime. Una declaración de guerra que dejó un picor chistoso en su mejilla y más de una interrogante dando vueltas por su mente.

Bendita sea la planta que tapaba su cabeza.

—Dudo que siga habiendo espacio en tu balcón para más —escuchó la voz de la señora a sus espaldas refiriéndose al personaje número dos.

—Aún hay —respondió el chico, como si estuviese sonriendo—. Tengo algunos vacíos en el suelo, y pensé en algo que crezca bastante alto, ya que hay espacio...

Esa voz... si se tratara de quien creía que se trataba, no había cambiado. Pero se notaba un poco más abierta, quizás por la confianza entre ellos.

—¿Cuándo me presentarás al chico? —preguntó la anciana.

Se hizo el silencio. En su imaginación lo llenó con una mirada irónica del muchacho rubio, que suspiró.

—Uenoyama, la señora Shunsen, Shunsen-san, Uenoyama —le obedeció.

—En realidad ya nos conocíamos —habló Ritsuka por primera vez.

Era la primera vez que lo escuchaba hablar en persona en bastantes años. Ni siquiera se dio cuenta de la incisión que hicieron sus muelas contra su mejilla.

—Eso es cierto... —casi susurró aguantando la risa la señora Shunsen— ¿Conoces las espuelas de caballero? —cambió de tema con rapidez.

—¿Las altas moradas?

—O azules, así es, ¿te interesan? El tipo que plantamos aquí es el de las Delphimium grandiflorum... Espuelas de caballero de toda la vida, pero pequeñas... No querrán un monstruo azul de dos metros —rió—. Miden unos cincuenta centímetros, por lo que necesitarás un tutor y son muy, pero muy azules —contaba como si fuera una enciclopedia humana.

—Entonces ya sé cuáles son, ¿tiene alguna que pueda ver? —le preguntó aquel tipo.

—Al fondo, tómate tu tiempo —le permitió, obligándolo con la mirada a que se retirara solo, y en cuanto se fue, le preguntó a Ritsuka—: ¿De verdad le queda espacio en el balcón?

—Lo está intentando.

-❦-

El sol ya estaba bajando y bañaba con su luz dorada y dolorosa todos los campos de los alrededores. Lo hacía sentir deprimido e incómodo, y sabía muy bien que por mucho que las estelas luminosas la escondieran, la desesperación seguía allí, en el aire, atravesándole el pecho.

Después de caminar casi una hora, sumergiéndose en la incertidumbre rural de la naturaleza que juzga y esconde, logró divisarlo.

Su camiseta blanca de algodón batía con las corrientes de aire, al mismo tiempo que la hierba alta se inclinaba hacia un costado. Sus jeans apenas se veían, y parecía nunca perder de vista el horizonte lejano, dándole la espalda a su admirador sigiloso.

Estaba rodeado de jacintos púrpuras, anémonas, crisantemos naranjas y milenramas, entre otros brotes marchitos. Caminaba entre ellos sin tocarlos, pretendiendo hacer el menor daño posible a su paso, apreciando todo lo que nacía en el terreno blando sobre el que yacía. Buscaba algo que no existía.

La casa más cercana se divisaba como un punto microscópico al final de amplios sectores de cultivo desiertos, y por la carretera despedazada no se vio ni un vehículo en horas. Ritsuka estaba solo, o eso creía, y quería acostumbrarse a esa sensación. Quería asumir el único consuelo de las hojas acariciando sus brazos y sus manos, los empujones del flujo del viento ayudándolo a caminar y el sol aún guiando su camino.

Inspiró y le dieron ganas de llorar. Quería recostarse en el suelo y formar parte del campo, hundiéndose en la tierra con el pasto cosquilleando su rostro. ¿No podía quedarse allí para siempre, oyendo a los grillos, somnoliento bajo el aroma de las flores?

Bajo ninguna clase de instinto, por mero impulso, sin la ayuda de ninguna de sus energías, mientras contenía todo su dolor en el núcleo de su pecho, se volteó.

-❦-

Su madre estaba en la azotea viendo las plantas que se resguardaban allí arriba, al alcance de un cómico trayecto por una escalera de caracol, y él seguía abajo, sin saber si correr como un bastardo miedoso o si congelarse en su asiento por la eternidad, rezando en contra de su escepticismo por no ser encontrado en los próximos cien años.

Lo que más le aterraba era que podía ver la gabardina marrón claro perteneciente al muchacho que observaba las espuelas de caballero al fondo del local. Si lo podía ver desde allí, él también lo podría ver. Parecía estar en su mundo, así que debía plantearse el voltear y buscar similitudes entre aquel hombre encapuchado y personas aleatorias de su pasado. No lo haría, o eso seguía suplicando en silencio leyendo una y otra vez la historia de los tulipanes que contaba un folleto.

—¿Tú no quieres nada? —oyó que preguntó la señora Shunsen.

—No, solo vine a hacer de mula de carga —bromeó Ritsuka.

¿Por qué demonios se había vuelto tan simpático? Si Mafuyu no hubiera sido dotado con una gran fuerza de autocontrol, se habría derretido allí mismo.

—Que no te haga cargar mucho, ¿está bien? Ese muchacho se entusiasma y sale con diez bolsas de aquí —dijo la señora con seriedad.

—No se preocupe, es mi deber de todas formas.

—Que tu devoción no se vuelva en idiotez —canturreó ella.

—De aquí escucho bien —dijo el hombre del fondo sin elevar mucho su voz.

—No estamos contando nada que no queramos que sepas. No vayas a hacer que el pobre cargue todos tus caprichos hasta tu casa y lastime sus manos —regañaba—. Mi madre decía que había que cuidar de quienes llevaban el pan a casa.

Hay ocasiones en la vida en las que no sabes si comenzar a reírte a carcajadas hasta morir, o llorar hasta morir. Mafuyu podría hacer ambas ahora mismo.

Esos dos eran como una jodida pareja de recién casados y él era un tipo con el trasero marcado gracias a las tablitas del banco, medio mareado por el choque de aromas, que esperaba a su madre sin entender ninguno de los tecnicismos de botánica que relataban los catálogos, aunque sonaran completamente básicos.

—Fuera de broma, ¿no te gustaría tener plantas?

—Es una gran responsabilidad, ¿sabe? Como últimamente no estoy mucho en casa...

—¡Ni te cuento! —coincidió ella—. Pero en cualquier caso se la puedes dejar a él para que la cuide en tu lugar cuando no estés.

Parecía una gran vendedora y ellos un par de estúpidos.

—Sería un regalo de mi parte —luego agregó, dulce y amable—. Mira, aquí tengo todo lo que tenemos, mirémoslo juntos —ofreció, enseñándole el mismo catálogo que Mafuyu llevaba en sus manos.

—No hace falta que se tome esta molestia...

—¿Qué piensas de las rosas, Uenoyama-kun? —le ignoró.

Rápidamente, Mafuyu movió página tras página hasta llegar a la sección en la que se hablaba de todos los tipos de rosas que había.

—¿Existen las rosas azules? —preguntó completamente consternado Ritsuka.

Mafuyu dirigió su vista hacia el pequeño recuadro con las famosas rosas de un fuerte azul oscuro.

—Las amarillas, las naranjas, las blancas... No te recomiendo las amarillas, son muy... negativas, suelen adoptar el significado de la deshonestidad, los amores imposibles... Las blancas significan pureza... ¡Ah! Y las azules transmiten tranquilidad, es como tener un pequeño cielo en tus manos.

Fue leyendo las características de cada una de las rosas que describió la mujer. Avanzó cada página al mismo tiempo que la señora Shunsen y seguía constantemente la conversación.

Ni él sabe por qué hacía eso. Quizás quería sentirse más cercano a ese entorno a sus espaldas, o trataba de participar en un proceso social bajo la necesidad de recompensar los meses aislado que vivió del mundo.

Si era honesto, el hecho de que Ritsuka estaba leyendo y viendo lo mismo que él era una razón suficiente para mantenerlo al margen. Si era la última vez que vería al guitarrista por el resto de su vida, quería sentir que se estaba despidiendo de él en persona y no solo de la imagen que resguardaba en su memoria.

-❦-

Como si tuviera la puntería tan afinada como la de un arquero, el dolor en su rostro viajó en una perfecta línea recta hasta Mafuyu, pasando a través de su cuerpo como un millón de agujas finísimas empapadas en veneno ardiente. Hasta llegó a tambalearse un poco gracias a ese inexistente impacto.

Ritsuka le volvió a dar la espalda. Tenía que respirar bien si quería aguantar las ganas de llorar. Solo volvió a verlo cuando las lágrimas desaparecieron de sus ojos y su garganta dejó de arder. Comenzó a caminar hacia Mafuyu con precaución, hasta que se dio cuenta de que él sí había podido rendirse ante el llanto y que hilos brillantes finísimos corrían por su rostro.

El vocalista rodeó su torso con todas sus fuerzas y escondió su cabeza en su hombro. El guitarrista lo ayudó a esconderse en él.

—¿Por qué lloras?

Lloraba porque era débil. Había perdido la capacidad de contener sus sentimientos frente a Ritsuka y siempre que lo veía necesario se desahogaba. Tomó demasiada confianza.

Terminaron sentados frente a la carretera a unos cuantos centímetros de distancia sin decir nada sobre los minutos previos. La hierba muerta que crujía y el canto de las aves eran los únicos que hacían ruido.

—Lo siento, Mafuyu —Ritsuka lo miró. Fue la primera vez que no pudo leer su expresión.

¿Por qué siempre era el primero en disculparse?

—No has hecho nada.

Ritsuka le dijo que sí había hecho cosas a lo largo de los últimos días que desencadenaron en el momento actual. Mafuyu considera que esas cosas son culpa suya, no del guitarrista, pero de todos modos lo dejó hablar y no lo corrigió.

El vocalista se acercó a él y lo tomó de la mano. Ritsuka observó el agarre por unos segundos. Eso significaba que se estaba replanteando si estaba feliz por ello o si debía ahorrar su euforia. Y ya no pudo aguantar sus lágrimas.

Soltó la mano de Mafuyu y agachó su cabeza, escondiéndola con sus manos.

-❦-

Ya llevaban unos cuantos minutos hablando y no lograban decidirse por nada.

—¡Qué indecisos somos! —exclamó la señora Shunsen— ¿Sabes qué haremos? Nos daremos un paseo por todo este lugar y buscaremos la planta más bonita de todas, aunque nos lleve días.

—Está bien —aceptó Ritsuka sin más remedio.

—¡Manos a la obra muchachos! ¿Quieren ir fuera o arriba primero?

El corazón de Mafuyu comenzó a latir con fuerza.

El tipo alto se acercó con su planta, su tierra y otros productos sin entender qué tramaron en su ausencia, y se notó en el silencio acusador entre los golpecitos de la compra contra el mostrador.

Ya estaba seguro de quién era. Al principio dudó, porque ya no era un jovencito de preparatoria, pero no podía haber otra opción. Ahora la pregunta que atravesaba su mente era: ¿cómo llegaron a esto?

—Vamos a buscar una planta —le contó Ritsuka.

—Bien —respondió. Parecía estar acostumbrado a esa clase de situaciones. Siempre lo había estado, desde joven.

—Aunque, ¿hay parte de arriba? —reaccionó tarde el guitarrista.

—¿Nunca viste las escaleras? —le preguntó el rubio.

Ritsuka pareció asomarse.

—Vaya...

Si subían iban a ver a su madre, que reconocería a Ritsuka y al final Mafuyu terminaría completamente expuesto.

Comenzó a sudar frío y sus ojos comenzaron a secarse. Cerró el catálogo y escondió su cara entre sus manos. Se estaba poniendo más nervioso de lo que debía y soportaba con normalidad, y se sentía asqueroso.

De todas formas, ¿qué más daba? ¿Acaso algo iba a cambiar?

-❦-

Estuvo más segundos de los necesarios estando atónito ante lo que pasaba con Ritsuka. No había de qué sorprenderse. ¿Cómo no iba a llorar con todo lo que estaba soportando?

Y no hacía nada. No lo pudo abrazar, no le pudo hablar y ni siquiera se le pasó por la mente forma alguna de acudir en su ayuda. Lo miró perturbado, tan solo eso, y esperó.

En un momento dejó de prestarle atención a los sollozos bruscos que salían a la fuerza. A cualquiera le sonarían preocupantes. La mayoría de las personas reaccionarían ante esas faltas de aire que sonaban tan dolorosas y buscarían tranquilizar a la persona que las sufre.

Un humano, si siente que otro está muriendo, intenta que viva, porque un humano ve en otros humanos un reflejo de su propio valor y sus propios anhelos de vivir. Pero en la Tierra no todos los seres son humanos.

En un momento, la lástima se convirtió en frustración y los sollozos se sustituyeron con maldiciones desesperadas. Esos insultos al aire se volvieron gestos brutos mal disimulados con los que desquitarse. Así, llegó el momento en el que solo brotaban y brotaban gotas traslúcidas por sus ojos dibujando caminos en sus mejillas rojas.

La luz del sol solo parecía dedicarse a impactar a Ritsuka, que ignoraba aquello por completo. Mafuyu se dio cuenta de que estaba muy lejos de esa luz.

—No quiero que te vayas, o que estés enojado conmigo —decía el guitarrista con la voz temblorosa, secando con su muñeca los últimos rastros de su tristeza—. Perdóname, por favor, estaba enojado y nervioso... y aterrado, porque soy un cobarde, y hago cosas estúpidas cuando tengo miedo... Y...

Ante el temblor repentino que resurgió en su voz, que advertía que volvería a romper en llanto, Mafuyu trató de silenciarlo, se arrodilló y lo escondió en su pecho para que siguiera con su pena sin ponerse tan ansioso. Cada vez que piensa que hizo eso no solo para apoyarlo, sino para tampoco ver su rostro o escuchar sus quejas, siente asco de sí mismo. Se merecía verlo sufrir y hacer todo lo que estuviera en sus manos para evitarlo.

Hay cosas de ese día que no olvidará en años, como las manos temblorosas de Ritsuka sujetadas a su camiseta con fuerza, la humedad de sus lágrimas cerca de su corazón y la culpa, que le perseguirá a dondequiera que vaya.

Al cabo de un buen rato, el chico logró recuperarse, quedando derrotado, apoyándose en el torso de Mafuyu y desprendiendo de a poco el agarre de su camiseta a medida que recuperaba la movilidad de sus dedos.

—No tienes que tener miedo porque no me iré. Eres la persona más valiente que conozco, y cuando creas que no lo estás siendo actúa como si lo fueras, enójate y destruye todo, pero no dejes de ser valiente y no cedas ante nada, ¿está bien?

Porque si Ritsuka dejaba de ser valiente, eso significaba que Mafuyu debía dejar de ser un cobarde.

—Estos días te está gustando demasiado decirme qué hacer —le contestó Ritsuka enderezándose y secando su rostro, con una sonrisa casi imperceptible.

—Tratemos de no pelear, ¿está bien?

—¿Sabes lo que fue viajar cuatro horas contigo odiándome desde Tokio a las ocho de la mañana?

—Tú eras el que me estaba odiando.

—Pero si tú... —Ritsuka se quedó en silencio. No crearía otra discusión.

Ambos desviaron sus miradas. Daba vergüenza su incapacidad de mantener la calma. Luego volvieron a verse, y cuando Mafuyu lo consideró oportuno, se abalanzó sobre él para abrazarlo de verdad.

—Solo prométeme que no volverás a beber cuando estés mal —susurró, aferrándose con fuerza al pobre chico, que se encontraba sorprendido por completo.

—Lo prometo.

Mafuyu se alejó un poco del guitarrista.

—Kaji-san se enojará contigo cuando sepa que la primera vez que bebiste no fue con él.

—No tiene que saberlo.

—Me aseguraré de que lo sepa, quiero ver eso.

Ritsuka frunció el ceño, y cuando estaba preparado para refutar, Mafuyu lo besó.

—¿Volvemos?

-❦-

Gracias a quien sea que controle el curso de la existencia humana, Ritsuka, la señora Shunsen y el causante de sus pequeñas envidias se encontraban afuera de la florería viendo las plantas que había allí. La señora Shunsen dijo que era mejor comenzar por esa parte debido a que allí se encontraban las mejores flores, y que si allí podía estar la elegida, era una pérdida de tiempo empezar por cualquier otra zona. Además, su madre iba a ser atendida por un hombre de tercera edad que llegó a cumplir con su turno y que ahora la aconsejaba en una esquina alejada llena de estanterías.

Las cosas iban a su favor y era un alivio. No obstante, tenía una vista perfecta del exterior y le intimidaba lo que veía.

La música grunge que sonaba en la radio antigua posicionada en el mostrador le transportaba a la dolorosa ida y vuelta de Miyagi. El sonido que emitía hacía que sus oídos sufrieran y que su cabeza diera vueltas.

Ritsuka se veía cómodo, con las manos en los bolsillos de sus jeans rotos y su camiseta holgada, y se arriesgaba a asegurar que toda su vestimenta era acompañada por sus Converse, que dudaba que haya cambiado en todos estos años. Su acompañante era todo lo opuesto. Estaba cruzado de brazos, con su elegante gabardina y su camiseta negra al igual que su pantalón. Además, su cabello lucía meticulosamente peinado, mientras que el músico no se había tomado la molestia de imitarlo. Pero esa elegancia casual que irradiaba se desvanecía cuando el guitarrista le llamaba la atención con un codazo discreto para recalcar las cosas, y él no podía evitar mirarlo con suma atención, contestarle con calma o sonreír aunque fuera un poco. Lo que más le intrigaba era que ni siquiera estaban hablando demasiado, pero aun así sentía que estaban intercambiando demasiada información.

Supo que su corazón estaba jodido cuando vio cómo Ritsuka miró a ese segundo personaje mientras se detenía a observar unas dalias rojas con cuidado, acercando sus dedos a sus pétalos y tocándolos con suma delicadeza. Tuvo la sensación de que el guitarrista jamás lo había visto así cuando salían, con esa mirada tan sensata y perdida al mismo tiempo, concentrada, tonta, débil, tierna, atenta... Ese imbécil se había enamorado.

-❦-

—¿Qué tal Miyagi, chicos? —decidió preguntar Haruki en el viaje de vuelta a Tokio, ante el mejor humor de los pasajeros.

—Extraño el aroma a contaminación de Tokio. Ya sabes, el combustible entrando a mis pulmones, el humo industrial —le contestó Akihiko a Haruki, sabiendo que obviamente la pregunta no iba dirigida hacia él.

—Estuvimos en la ciudad la mitad del tiempo —decía Ritsuka, levantando la vista de su teléfono con confusión.

—Pero la naturaleza purifica la ciudad, Ue, piensa.

—Si tanto te gustó la naturaleza despídete ahora, Aki, ya nos estamos yendo —interrumpió Haruki, observando los últimos campos vivos de Miyagi.

Mafuyu pensó que Ritsuka lo miraba a él en un momento, pero en realidad le estaba echando un último vistazo a lo que fue el campo de girasoles que lo sacó de su realidad cuando llegaron. Fue una mirada rápida, poco concentrada, para muchos inexistente e irrelevante, pero el vocalista siempre supo que marcaría un antes y un después meramente simbólico en algo referente a su vida. ¿Qué significaba? En verdad, nunca creyó poder saberlo. Para su desgracia, su intuición no era lo suficientemente poderosa como para leer mentes. Aunque quisiera descifrar el enigma del inconsciente del guitarrista, no era más asunto suyo. El músico debía buscar esos girasoles de nuevo solo. Eran su señal, y Mafuyu nunca dudó de que sería lo suficientemente osado para descubrir a dónde lo guiaría.

-❦-

Si en ese momento no hubiera estado tan roto, habría reído como un psicópata y hubiera arruinado toda la confidencialidad y buenas vibras con alguna estupidez desinteresada.

Ya era la segunda vez que el actual novio de Ritsuka tenía esa clase de encuentro fugaz con Mafuyu, y no podía evitar que la incomodidad y el pánico recorrieran sus venas, paralizándolo y poniéndolo alerta.

Mafuyu solo fingió hojear el catálogo un poco más y abrió la boca.

—Los girasoles iluminan la vida de muchas personas, ¿no crees?

Mafuyu, a pesar de la altura que el hombre le aventajaba en ese instante, no fue intimidado. El otro tampoco aparentaba estar mortificado. Solo se observaron un instante, largo. Mafuyu volvió su vista a las páginas y el chico volvió sobre sus pasos, subiendo a la parte de arriba con la señora Shunsen y Ritsuka.

Finalmente, la madre de Mafuyu logró hacer su compra, muy satisfecha, y sin extrañarse por el peso incómodo de las bolsas, se retiró sola, olvidándose de su hijo. La verdad es que se lo esperaba. Ella solía excusarse con que era un niño demasiado silencioso como para estar pendiente todo el tiempo de su presencia.

En cuanto los otros chicos se retiraran, él se iría. Ahora que habían vuelto a bajar junto a un girasol no tan grande como se suele idealizar, no tenía la valentía de pararse e irse sin más, sin ninguna nueva adquisición que justificara su extensa estancia en el lugar.

-❦-

Para el atardecer, la llegada a Tokio ya era inminente, y se apresuraron a cambiar las radios locales tan absurdas por alguna de la capital que fuera más agradable.

Akihiko traqueteaba el ritmo de una canción que ya casi terminaba y Ritsuka hablaba de ella con cansancio, pero con extremo cuidado y experiencia, siendo escuchado por Haruki y Mafuyu que le daban la razón.

Estaban adentrándose en una de las primeras avenidas que se aventuraban en Tokio cuando una melodía conocida comenzó a sonar. Al principio, todos se miraron entre todos para corroborar si la especulación común era común, y se sorprendieron al saber que así era. Estaba sonando una canción suya en la radio.

Haruki reaccionó rápido y subió el volumen, mientras Akihiko, aún incrédulo, comenzaba a grabar lo que sucedía torpemente con su teléfono. Ritsuka se estaba percatando de a poco de lo que sucedía y trataba sin éxito de reprimirse en su esquina, y Mafuyu se alegraba como si fuese una muy bonita sorpresa.

—¡Es... es... es nuestra canción! —exclamaba tembloroso Ritsuka como si estuviera horrorizado.

—¡No me digas, Uenoyama! —le gritó en respuesta Akihiko, que a pesar de suplicar sensatez, era el primero en perder la calma.

—Es nuestra canción —repetía Haruki para sí mismo, entre risas, comenzando a aceptar la alegría.

—Esto es increíble, ¿no? —decidió hablar Mafuyu.

Todos coincidieron con él y comenzaron a descontrolarse de la felicidad. Cantaron la canción a todo pulmón comentando las partes en las que destacaban, sacudieron el auto sin piedad, y Akihiko y Ritsuka se encargaron de avisar a través de sus ventanillas a los otros autos de que estaban en la radio.

Estuvieron como locos todo lo que restó del viaje por ello. Era tan esperanzador que no podían evitar dejar de hablar sobre lo ocurrido

-❦-

El tipo rubio no planeaba seguir hablando con tanta soltura, solo quería irse rápido. Su plan se vio interrumpido por algo que logró reconocer en la radio.

—Shunsen-san, ¿puede subir el volumen?

—Claro, pero... —decía confusa.

—¿Qué? —preguntó Ritsuka.

—Es tuya —le avisó el chico, por lo que el guitarrista agudizó su oído.

—¿Cómo va a ser... ? Mierda, es mi canción —se terminó por dar cuenta.

—¡¿Tu canción?! ¡Oh, qué orgullo! Subiré más el volumen —felicitó la señora Shunsen.

El ayudante de la mujer y ambos jóvenes se quedaron en silencio escuchando el reciente single, comentando cosas breves en voz muy baja.

Mafuyu no pudo contener la sonrisa y se quedó como un tonto viendo a la pared por cuatro minutos pensando en las ganas que tenía de sacudir a Ritsuka por los hombros alardeando que siempre tuvo la razón y que siempre supo que llegaría lejos.

Memorizó la letra y cada acorde dando golpecitos con sus dedos. Era una canción de amor, no había dudas. Se había vuelto romántico, más abierto, y le encantaba. Pero tampoco era blando, lo hacía a su estilo, entre riffs violentos y chistes irónicos.

Probablemente nadie le atribuiría el mérito de tal obra cuando esta era el retrato de un enamoramiento excesivamente brusco, y él tan solo se encontraba parado con ligereza portando una expresión imperturbable.

En cuanto Ritsuka y su novio se fueron, el primero cargando la mayoría de las bolsas evitando compartir la carga, Mafuyu pudo levantarse. Agarró un ramo de rosas malvas, lo compró con agilidad y se fue bajo los últimos rayos de sol que habría.

Él no tuvo tiempo de pensar en las disculpas que le ofreció su madre, así que sin inmutarse mucho, y al no saber qué hacer con su ramo, se lo regaló. Luego subió las compras al auto y se preparó mentalmente para conducir a la casa de Saeko y ayudarlas en la decoración de su jardín.

Dejando a un lado todo lo negativo que sintió, había algo que le consolaba: Ritsuka llegó a su campo de girasoles.


Autor: kajido_0072

Temáticas: Hacer algo al ritmo de la música, radio, punk/funk/grunge.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro