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Myles (más que fragmento, cuento)

⚠️ Advertencia ⚠️
Contenido delicado


Bajo las cobijas no se siente tan mal, es para él como su pequeño sitio seguro. Un espacio que el monstruo no suelen invadir, uno de los pocos en los que Myles aún puede respirar con tranquilidad.

Su hermano Zaúl le ha enseñado a resguardarse en ese pequeño lugar, en caso de que él no esté allí para protegerlo.

Es estrecho, tanto que solo el cuerpecito de un bebé de cinco años abarca más de la mitad. Está en el huequito de entre la cama de dos colchones y el ropero.

Ahí mismo se encuentran sus apreciadas cobijitas mugrientas, con las que el infante trata de cubrirse, en un intento de salvaguardar su piel del crudo frío tan característico de Albanta.

Del frío y de las sombras que día y noche lo acechan.

No es que Myles sea un niño listo, pero tampoco es el más estúpido del planeta, pues hasta él es capaz de deducir que, en algún momento, ese escondite ya no servirá de refugio y no podrá mantenerlo a salvo.

¿Qué ocurrirá entonces cuando cumpla los seis? Tendrá que crecer y su cuerpo se hará más grande. Y luego siete, y luego ocho, y si bien le va diez.

Entonces solo quedará refugiarse en el callejón donde, según su madre, su tez esclava se confunde con la oscuridad. Ahí o en los brazos de su hermano.

Pero hasta un niño tonto como Myles sabe que los brazos de Zaúl Giraida no serán fuertes por siempre.

Si bien es lo suficiente listo para entender aquello, sigue sin comprender muchas cosas de su alrededor. No entiende, por ejemplo, la manera en la que funciona la cabeza de su madre.

Alguna vez él mismo escuchó como era devorada por el monstruo, y no una, sino cientos de veces. Pero ella parece feliz, muy a su manera, con eso.

(Tal vez el monstruo ya le ha comido el corazón, y por lo su hermano dice, las personas sin corazón son como cascarones vacíos).

Pronto el invierno acaba y da paso a la primavera. En los pastizales secos solo quedan restos de las nieves de enero.

Al pequeño le encanta la primavera, porqué es la época del año en la que puede salir a las calles con libertad, ya que el viento helado no azota, ni el condenado sol quema.

En esa bendita estación, le gusta pasar tiempo con los amigos de Zaúl, que también son sus amigos: un chico algo idiota llamado Jacke y su hermanito Dylan, de un año de edad, que parece más su hijo.

Ambos comparten la misma cabellera rubia, que por parte del nene siempre está tan brillante como alborotada; y el mayor la luce en una alta cola de caballo "digna de un verdadero maricón" (que no sabe que significa, pero le causa risa).

Ellos tienen un montón de cosas en común, muchas más de las que quisieran.

Los cuatro suelen reunirse cada que tienen oportunidad en la azotea. El pequeño consideraría ese sitio como otro refugio, si no fuese por las mariposas negras que en las tardes lluviosas se llegan a esconder.

Myles escucha a Jacke platicar con su hermano, pero no presta suficiente atención a sus palabras, pues está entretenido jugando con el bebé.

Ambos descansan sobre dos mantas rojas sobrepuestas en un colchón más viejo que la creación misma, repleto de alambres en las orillas.

Dylan toma entre sus manitas algo que parece ser una lata vacía de caramelos Dun Candhi, y la lleva a su boca. Pues a Dylan le gusta mucho llevar cosas a su babienta boca de bebé. Al ver esto, el moreno se la quita sin pensarlo dos veces.

Jacke le dijo que el pequeño ya ha tenido bichitos en el estómago, y no quiere que esos estúpidos parásitos vuelvan de nuevo.

(Myles Giraida ha tenido lombrices, y Myles Giraida sabe que no es bonito tener lombrices).

El bebé rubio lanza un puchero seguido de una seria amenaza de llanto. Pero el niño mayor ha comenzado a aplaudir mientras canta "la marcha de las hormigas", mirando en todo momento a Dylan. El nene remplaza su rabieta por una fuerte risa y aplaude al ritmo de Myles, o por lo menos lo intenta.

Por alguna razón, hacer feliz a ese bebé lo hace feliz a él también.

A pesar de lo feliz que se siente en esos ratos serenos, Myles sabe que antes de la media noche tienen que volver a casa. Y así lo hacen.

El mayor de los hermanos toma la mano del más pequeño y, después de quedarse un rato de pie en el marco de la puerta, ambos avanzan con tanto sigilo cómo pueden.

En ese momento, ambos juran ser capaces de anular la respiración durante más de diez minutos.

Después de pasar el campo minado, llegan a su cuarto y ambos se sienten un poquito más a salvo.

Como cada noche, Zaúl abraza a su hermanito, y dice alguna babosada que los hace reír.

Al chiquillo le fascina reír, pero hay que tener cuidado, pues la risa es un arma de doble filo.

Myles sabe que mientras su hermano esté al lado todo estará bien. No hay monstruo que Zaúl Giraida no sea capaz de derrotar. Le encanta pasar el tiempo a su lado, le encanta jugar con él y saber que siempre estarán juntos es algo que lo llena de algo muy parecido a la felicidad.

Con aquel pensamiento, el pequeño cae rendido ante Morfeo, casi al mismo tiempo que el mayor.

Así, dos ángeles que se saben abandonados por Dios, duermen tranquilos en el infierno.

Así será, porque así siempre fue. No hay luz al final del túnel.

*

*

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La historia de Myles es original de mi hermano JouuyaSuede. Compartimos universo literario, entonces me animé a hacer esta especie de "spin off", basado en la infancia de los Giraida. Al final me gustó bastante.

La historia en si es Marcado con M de Myles, parte de la trilogía Solitarios. A mi consideración, de los mejores trabajos de mi hermano.

Según mi hermano, el título de esto debió ser: "Pvta mdre, si me pase de brga" pero por motivos personales decidí omitir su opinión.

:(((

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