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Preocupaciones

Nunca pensaba que podría ser posible, pero aquí estaba él, riendo y hablando con la familia de la joven que hacía a su corazón hundirse con melancolía por las noches. Damian sabía que una parte de él deseaba irse de allí, alejarse de ella y sus parientes antes de que su simple presencia pudiera hacerles daño. Así como sabía que Raven se sentía de la misma forma que él.

Ambos traían la muerte a cualquiera cercano a ellos.

Y por mucho que les doliera.

Ya se habían acostumbrado.

Hace mucho tiempo.

Pero ahora se había encontrado a sí mismo conversando y compartiendo con esas personas. Ellos eran una familia unida. Los tíos de la joven parecían amarse con profundidad tanto como amaban a sus hijos y su sobrina. Los primos de la chica eran alegres e infantiles, inocentes de alma y corazón. Ellos destilaban cariño y aceptación por sus poros, y estaba seguro de que Raven podía sentirlo también en su calidad de empática.

Nadie sabía cuánto los envidiaba.

Pero luego su mirada se centraba en Rachel, la notaba alegre y más ligera. Era más abierta y plena que antes, lucia como cuando se encontraba con él en las noches en la torre...

No.

Esto era diferente.

Y mucho.

La muchacha risueña a su lado no era la misma joven con la que compartía las noches de insomnio. Y la evidencia salía a relucir cada vez que sus miradas se encontraban, se comunicaban todo y a la vez nada. Antes era suficiente con el silencio, el mismo silencio que los acompañó desde el día en que la conoció hace tanto tiempo en el infierno y después de su muerte a manos del Hereje.

Solían compartir sus secretos y memorias, sus arrepentimientos más profundos y sus recuerdos más alegres, sus gustos y sus pensamientos. Todo lo comunicaban con sus ojos y el silencio que siempre los acompañaba con fidelidad. Y eso era más que suficiente para ellos.

Pero ahora algo había cambiado.

Algo mucho más ínfimo.

La Rachel de ahora parecía feliz, pero el la conocía mejor que ella misma, y Damian sabía que había algo más. Algo profundo que ella se concentraba en ocultar, una especie de melancolía o preocupación. Pero Rachel actuaba como si todo estuviera bien, y él lo sabía perfectamente pues es justamente así como él se comportaba cuando estaba en Gotham.

Cuando Colin o Maya le preguntaban si estaba bien, o cuando Alfred no precisaba hacerlo pues lo conocía perfectamente.

Él decía que estaba bien.

Pero no era así.

Desde que abandonó los Titanes Damian había cambiado radicalmente por mucho que se negara a aceptarlo. El muchacho explosivo  y agresivo había sido intercambiado por un joven tranquilo y callado, melancólico al ver el cielo nocturno de una noche estrellada en el techo de la mansión. Deseando profundamente que en lugar de esa maldita ciudad él se encontrara en la Torre, con cierta mitad demonio observando la danza de los cielos junto a él.

Extrañaba observar su figura por las noches mientras ella no se daba cuenta, acompañarla en sus sueños y jurar protegerla entre suspiros. Extrañaba hablar con ella y compartir sus memorias. Extrañaba cuando esos dedos de luna tocaban sus cicatrices, pidiéndole saber sus significados y él aceptaba sin dudar. Extrañaba perderse en sus ojos y su voz.

Extrañaba su toque frío cuando se hundían en un abrazo tan íntimo como reconfortante. Extrañaba sentir su figura delicada bajo sus sábanas, escuchar sus temblorosos suspiros cuando ella se hundía en sus sueños mientras la luz de luna la hacía lucir como una especie de visión mística . Extrañaba cómo ella le miraría a los ojos en esas ínfimas ocasiones, sonriendole sinceramente con un cariño que lo sobrepasaba.

La extrañaba a ella.

Extrañaba a Rachel.

Y ya no podía soportarlo.

Quizás fue esa la razón por la que se ofreció  a actuar como representante en ese encuentro tan pronto como tuvo la oportunidad , tomando el lugar de uno de los miembros de la junta directiva que se suponía fuera el líder de la negociación.

Quizás es por eso que decidió retrasar las reuniones dando la primera excusa que le pasó por la mente.

Quizás fue ese el motivo por el que buscó a Rachel tan pronto como llegó a San Fransico.

Y fue definitivamente eso por lo que la despidió esa noche con un tierno y tímido beso en sus mejillas, cuando el impulso lo sobrepasó.

Damian deseaba tener todo eso de vuelta, deseaba no dejarla ir nunca más y llevarla con él a Gotham aún si debía secuestrarla para lograrlo.

No se alejaría de ella.

Nunca más.

Pero ahora la observaba, riendo y hablando cómodamente con su familia. Un sentimiento vacío invadió su pecho inevitablemente. Ella parecía querida, aceptada aún si esas personas sabían quién era, por fin Rachel parecía tener lo que siempre quiso: una familia. Y él no deseaba alejarla de ella, nunca lo haría. Aún si debía abandonarla en el camino.

Nunca.

Así fue como tomó la dura decisión.

Terminaría con el contrato por la mañana y volvería a Gotham tan pronto como le fuera posible. No se despidiria de ella, estaba más que consciente de que de hacerlo no sería tan fuerte como para dejarla y olvidar su sombra. Él sufriría, estaba más que seguro de ello, pero si eso significaba la felicidad de Rachel... Damian viviría solo por el resto de su existencia con tal de que la sonrisa de la joven no abandonara su rostro jamás.

Ella valía eso... Y mucho más. Y Damian lo comprendió. Comprendió que moriría... No... Que viviría mil años si eso significaba la felicidad de la que nunca fue una niña, de la única que lo comprendía. Y el saber que Raven era feliz con esas personas era más que suficiente para él. Saber que continuaba sonriendo como lo hacía ahora era la mayor recompensa que su sacrificio podría obtener.

Y eso era suficiente.

—¿Estás bien? Pareces distraído.

Volvió su mirada hacia la joven a su lado, que lo observaba con evidente preocupación en sus sobrenaturales ojos amatistas. Él sonrió levemente ante la vista y negó con la cabeza para luego responder.

—Estoy bien. Solamente estaba pensando en el contrato, eso es todo.

Rachel asintió con la cabeza sin estar convencida del todo. Luego la joven se levantó de la mesa con la excusa de ir al baño, dejándolo solo con sus familiares y sus pensamientos. A él le dolía abandonarla, pero debía ser fuerte. ¿Ella lo perdonaría? No lo sabía. Pero lo que sí sabía es que Rachel debía entender que todo lo hacía por su bien...

Las luces parpadearon.

El suelo tembló.

La temperatura bajó drásticamente.

Sus oídos pitaron y sus ojos comenzaron a cambiar lentamente de color.

Las esmeraldas con ámbar y safiro se veían invadidas por un rojo sangre.

No.

No otra vez.

—¡¿Qué está ocurriendo?!

—¡¿Un terremoto en esta época del año?!

Su cabeza dolió de repente.

Un dolor seco y punzante.

Se arrodilló en el suelo mientras se llevaba las manos desesperadamente a la cabeza.

Sentía el vínculo quemarse.

Un dolor frío se abrió paso a través de su espalda.

La familia se juntó a su alrededor preocupada.

Le preguntaban si estaba bien, qué es lo que ocurría.

Pero él no escuchaba.

Damian había pasado por esto antes.

Y sabía perfectamente lo que significaba.

Deseaba que su deducción estuviese equivocada.

Pero el destino nunca estaba de su lado.

Un grito roto y seco resonó por toda la casa. La temperatura descendió drásticamente y los cuervos graznaban en una sinfonía tan hermosa como tétrica. La voz profunda y quebrada les atravesó el alma, dejándoles sentir como cualquier esperanza abandonaba sus cuerpos como si se encontraran en el lecho de la muerte misma . Dándoles una advertencia tan clara como difusa de lo que estaba por venir.

—¡RACHEL!

De pronto el dolor dejó de parecerle tan letal, ya no sentía su piel desgarrarse, en cambio fue su alma la que se rompía en millones de pedazos tristes y corrompidos. Subió las escaleras con una velocidad mayor a cualquiera alcanzada con anterioridad, sorprendiendose a sí mismo cuando casi cae por el camino con tal de llegar a ella.

Con cada paso que daba su corazón se reprimia aún más, dejándole paso a un sombrío y oscuro vacío en las sombras de su vínculo. Ese vínculo que los acompañaba desde aquella vez en el infierno hace tantos años. Desde el día en el que vio la figura de una niña con alas de cuervo descansar en una de las columnas del infierno.

Ahora esas alas negras volvían a aparecer, marcando el reencuentro de la joven con su parte más oscura y siniestra.

Esa que llevaba con ella desde su nacimiento.

Esa a la que todos temían en su dimensión natal.

Esa de los ojos rojos y sonrisa tétrica.

Esa con las alas prominentes cual cuervo negro.

Ese maldito pecado andante y demonio constante.

Esa a la que pensaron destruida hace meses.

Esa que fue la razón de su separación.

Esa cuya existencia ya habían olvidado.

Esa que volvía a recuperar lo que le habían arrebatado.

Esa maldita.

Esa que representa el orgullo del lado más oscuro de la moneda.

Lenore.

Golpeó desesperadamente la puerta mientras llamaba por su nombre.

Pero nadie le respondía.

Sabía que la muy maldita sombra estaría protegiendo la puerta.

Un sudor frío recorrió su rostro cuando escuchó otro grito dentro de la habitación bloqueada.

Empujó más fuerte.

Pero nada funcionaba.

Jack lo ayudó.

Y Alice y los niños comenzaron a llorar.

Titus ladraba como si supiera lo que se encontraba detrás de la puerta.

Su cabeza dio vueltas mientras una nueva punzada de agudo dolor se hacía presente.

Perdía sus fuerzas.

Pero no le importaba.

Nacesitaba saber que ella estaba bien.

Que volvería a ver esa  sonrisa que lo traía loco.

Que volvería a perderse en sus universos estrellados de noches purpúreas.

Que sus amatistas ojos no se entintarian en un rubí sangrante.

No deseaba mirar su propio reflejo en el espejo.

No deseaba observar la evidencia de lo que Lenore le hacía pasar a través de su vínculo cada vez que llegaba la hora propicia.

Damian podía sentir la piel de su espalda desgarrarse a pesar de estar completamente bien.

Sus sueños se veían interrumpidos por pesadillas realisticamente morbosas.

Sentía sus esmeraldas infectarse con un rojo sangre remplazando el verde poco a poco, agonizando.

Pero todo lo  soportaba.

Porque lo peor del caso es que él no era el único en sentirlo.

Rachel también lo hacía.

Y para ella todo era mil veces peor.

Porque su espalda sí se desgarraba para abrirle paso a las mismas alas con las que se conocieron.

Las pesadillas eran en realidad recuerdos de sus primeros e inocentes años.

Sus ojos ya no eran suyos al verse reemplazados por los de Lenore.

Y ella seguía adelante.

Pero Damian lo sabía.

Sabía que Raven pensaba cada día en rendirse.

En irse de este mundo.

Ella pensaba que ellos estarían mejor sin ella.

Que él estaría mejor sin ella.

Ilusa.

Tonta.

Él ya se lo había dicho hace tanto tiempo ya.

Cuando Lenore apareció e intentó traer el Armagedon a la tierra.

Cuando Raven casi sucumbe ante la oscuridad.

Cuando ambos se escaparon juntos al lugar más lejano que pudieron encontrar para evitar el peligro de los que los rodeaban.

Cuando ella intentaba alejarlo de ella.

Cuando él siempre la ignoraba.

Cuando ambos lucharon en las noches.

Cuando ella lloraba.

Cuando él la consolaba.

Cuando en una noche de lluvias y tormentas pensaron haber derrotado a Lenore.

Haberla encerrado en una prisión tan fuerte como la de Trigon.

Y es que la mitad oscura de la chica era más letal que su padre.

¿Pues qué sería del mundo si Raven sucumbiera a su sombría naturaleza?

Nadie lo sabía.

Y nadie quería averiguarlo.

Los Titanes intentaron encerrarla, hacerla a un lado mientras intentaban encontrar una solución a su problema.

¿Qué problema?

Lenore había estado siempre con ella.

Rachel había aprendido a controlarla.

Pero en el momento en el que el destino le dio la espalda ellos también lo hicieron.

El único que estuvo con ella fue Damian.

Él sabía que Rachel era fuerte.

Pero no podía dejarla enfrentar esto sola.

Porque él conocía a Lenore.

Sabía de lo que era capaz.

Así como sabía que para que Rachel lograra controlarla debía hacer lo que siempre le habían prohibido.

Aceptarla.

Un grito más lo sacó de sus cavilaciones internas.

Un grito con el que la tierra retumbó, los cuervos elevaron el vuelo y la casa sucumbió ante la oscuridad.

Damian pudo abrir la puerta, mas nada pudo haberlo preparado para lo que encontró dentro.

Raven estaba hecha un ovillo en el suelo del baño, acurrucada entre la pared y la tina del lugar.

Abrazaba sus rodillas y se movía lentamente, temblando visiblemente hacia delante y hacia atrás.

El cabello desordenado cubría su rostro.

Su voz rota le susurraba cosas a los espectros.

El corazón del joven se rompía.

Rachel ya no era Raven.

No era fuerte ni poderosa.

No soportaba las torturas con una sonrisa orgullosa y arrogante.

No.

La chica que tenía frente a él estaba rota.

Parecía una niña asustada de la oscuridad.

Mientras se abrazaba a sí misma y bajaba su cabeza.

Rachel ya no podía luchar.

Y finalmente había dejado esa máscara caer.

El " estoy bien" ya no era válido.

Ya no tenía sentido.

No cuando ella estaba allí, derrumbandose lentamente.

Demostrándole a todos que esa joven fuerte, que esa heroína...

Estaba rota.

Damian se acercó a ella con lentitud.

Con lentitud la observó levantar levemente el rostro.

Con lentitud se arrodilló frente a ella.

Con lentitud se percató de que esas piscinas de amatista ya no existían.

Pero en lugar de la sangre, estas se habían visto reemplazadas por dos abismos negros.

Dos abismos que ahora mismo lloraban lágrimas de sangre.

De sangre de demonios.

De sangre oscura.

De sangre negra.

Pero de sangre.

Tomó su delicado rostro entre sus manos.

Le dijo algo que ella no pudo entender y que él no deseaba reconocer.

Y la abrazó.

La abrazó de la misma forma que lo hacía en sus pesadillas.

La abrazó como aquellas noches en su habitación, siendo la luna el único testigo.

La abrazó diciendo mil cosas con el silencio.

La abrazó sintiendo como ella se desmoronaba en sus brazos.

Como ella lloraba.

Damian odiaba verla llorar.

Mucho más de lo que odiaba la regla de oro o a los bastardos que lo entrenaron.

Más de lo que odiaba a esos malditos obispos que la hicieron pasar por todo lo que había pasado.

Más de lo que odiaba sus legados.

Más de lo que odiaba ser el hijo de Batman.

Más de lo que odiaba ser el nieto de Ra's Al Ghul.

Más de lo que se odiaba a sí mismo.

Más de lo que odiaba haber sido débil.

Más de lo que odiaba no haber estado allí para ella todos estos meses.

Más de lo que odiaba haber respetado su decisión y no haberla forzado a mudarse con él a Gotham.

Mucho más.

Verla llorar era como ver a los ángeles siendo despojados de sus alas y arrojados al infierno.

¿Qué ángeles?

¿Qué cielo?

Nada de eso existía.

Y la prueba más grande la tenía entre sus brazos.

No había Dios porque Rachel estaba llorando.

Él aumentó su aguante, haciéndole saber con el contraste entre sus pieles frías que él la protegería.

Que él ya no se iría.

Que Damian no la abandonaría.

Nunca más.

—Estoy aquí, Rachel.

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