Espectros
Sus ojos lloraban.
Pero no eran lágrimas normales, transparentes y salinas.
No.
Estas eran lágrimas de sangre.
De sangre de demonios.
Sangre negra y con calidad de azufre.
Su sangre.
Se esparcían por sus ojos, invadiendo la ya demasiado pálida piel, buscando de su herencia el sacrilegio.
Su cuerpo dolía, como si su carne se separara de sus huesos y su alma fuese arrancada sin piedad alguna de su figura, que sentía más ligera. Pero nada ocurría. No era nada más que una ilusión vana y vacía. Acusaciones de su huésped ante el deseo indomable de ser humana. De ser normal. Pero esas palabras no estaban en su vocabulario. No se suponían que lo estuvieran.
Lenore le hablaba...
¿ Era correcto describirlas como dos entes diferentes?
¿ Acaso no eran ellas dos partes de una misma alma, una misma persona, un mismo demonio?
Y es que pareciera que no es así.
Que Lenore es apenas una sombra que la acecha y atormenta.
Y ambas lógicas funcionan: tan diferentes y a la vez tan iguales.
Maldito Shakespeare.
Maldito destino incierto.
Pero la sombra de su espectro le susurraba palabras al oído, incesantes e indescriptibles palabras en el lenguaje prohibido y olvidado de los demonios. De la casta superior de descendientes del Primer Caído. De su abuelo. Y pareciera que su tío la acompañara en ese momento, pues podía sentir el suave y frío susurro de la Parca a su lado. Casi indicando en el silencio que su condena sería la merecida, que se convertiría en aquello que llevaba tanto tiempo, tantas vidas evitando.
El Cuervo y Ángel del Infierno.
Y Lenore festejaba su desdicha.
El frío prometedor la rodeaba, y con el frío podía sentir lo cálido de las llamas oscuras del infierno. Su hogar la llamaba, proclamando su cuerpo vacío pues su alma no podían tocarla por el simple hecho de poseerla. Porque los demonios no podían tener alma. Y eso es lo que ella era...: un demonio.
La sangre cubría sus ojos, y su cuerpo perecia inerte en el suelo. Ella veía en sombras de negro, no podía controlar su cuerpo. No era capaz de moverse ni de hablar. Lo único que procesaba era la risa siniestra de su reflejo en el espejo y la silueta incierta de la muerte. ¿Muerte? Si ella no podía morir, y si se diera la ocasión entonces su alma continuaría vagando por estos parajes eternamente... Así que... ¿ Eso significaba que no podía morir verdaderamente ?... Quizás... Pero eso no significaba que no lo deseara.
Y es que en estos momentos el aceptar la muerte parece su mejor opción, el rendirse ante las garras del futuro y caer hacia su tierra prometida.
¿El infierno?
¿ O el vacío inexistente de... nada?
No lo sabía, y honestamente no le importaba.
Lo único que deseaba era abandonar este mundo y así poder hacer algún bien en él. ¿Que bien podría hacer una demonio?... Desaparecer.
Que su cuerpo se volviese polvo oscuro como su presencia. Que su "alma" no encontrara nunca otro huésped al cual traspasar su dolor. Que todo su sufrimiento se convirtiera en nada más que los susurro del olvido. Que cerrara sus ojos para nunca volverlos a abrir.
Eso sería perfecto.
Pero el maldito destino no lo quería, y parecía tener otros planes.
Maldito destino que nunca pensaba en lo que deseaba...
¿ Por qué no podía ver que ella quería irse?
¿ Acaso la ignoraría y la haría sufrir más?
¿ Por qué no era capaz de darse cuenta de que lo hacía por el bien de todos?
¡¿Por qué, demonios, por qué?!
Maldito destino...
Maldito...
Y es que en este caso el destino tenía un par de ojos cuales esmeraldas...
Malditas gemas...
Maldito portador...
Maldito "Zamarad"...
Maldito destino...
Maldito Damian...
Maldito mundo...
Maldito...
°
°
°
Eli, Eli, lama sabachthani?
°
°
°
De pronto todo el frío desapareció.
De una manera tan repentina que la asustó.
Y es que él no debía estar allí.
Nadie debía acercarse.
No ahora.
No cuando Lenore parecía querer regresar.
No después de lo que ocurrió la última vez que lo intentó...
Unos fuertes brazos color canela la rodearon...
No...
No, por favor no...
Él debía alejarse.
Huir de ella...
De esa forma corría peligro...
Cerca de ella su suerte empeoraba...
La Parca dirigió los ojos inexistentes y huecos al interruptor de su silencioso discurso...
No...
No...
Que se aleje, ¡que se aleje!
Pero él no parecía querer moverse.
¿Por qué no se movía?
¿Por qué lo único que hizo cuando ella golpeó incesantemente su pecho con puños cerrados fue abrazarla más fuerte?
El fantasma de una mano canela rozó su cabello y el espectro de una voz profunda y suave le atravesó el alma...
Por favor que se alejara...
Sus golpes se detuvieron a medida que la sangre, que había tomado el lugar del llanto, impregnara la camisa de aquel al cual su tío le había asentido con la cabeza. Y Damian, como si fuese capaz de ver a la Parca, asintió de vuelta. Ella en cambio se aferró más fuertemente a él, como si de ello dependiera su vida.. Y quizás si era así... Damian aumentó su agarre al sentir las uñas de la hija de la oscuridad abrir caminos a través de la tela, perforando su carne levemente.
No le importaba.
Y a Rachel tampoco.
Lo único que le importaba eran las amenazas ocultas que su reflejo le mostraba. Aquellas en las que Lenore estipulaba, casi a modo de profecía, que el final verdadero del heredero de las Sombras sería la Heredera de las tierras de Dante y Luzbel.
Y no pudo controlarse.
Las luces fallaron otra vez.
Y el susurro de la muerte envolvió a los presentes a la medida en la que sus gritos, desgarradores y escalofriantes, invadían el ambiente y hacían a los cuervos y buitres elevar el vuelo. Sus gritos de llanto negro eran incomprensibles, palabras en un idioma que solamente ella y el demonio esmeralda a su lado conocían. Ruegos a cualquier Dios en pos de desahogar lo desahogable, de rezar por una limpieza para su alma cuando su alma misma era la oscuridad pura.
Sin salvación.
Y Damian lo comprendía.
Entendía cada una de las palabras sin sentido que abandonaban los labios secos de Rachel, labios que habían perdido su encantador color rosado pálido para convertirse en un gris tan blanco como su piel. A él no le gustaba. No le gustaba verla de esa forma, y no le importaba las quejas de la joven, los golpes contra su persona en los intentos de Raven de hacer que él se alejara.
Pero él no lo haría.
Porque ya lo hizo una vez...
La dejó irse.
Y ahora ocurría esto...
No.
Nunca más.
Nunca volvería a irse.
No la abandonaría en lo que le quedaba de vida.
Y ante esa promesa compartida como un fantasma a través de su vínculo Damian la abrazó más fuertemente. Calmó sus ansias suicidas que él conocía en carne propia... Pues más de una vez él también había sido víctima de las mismas. Por eso él le hizo saber a ella que nunca volvería a irse, que permanecería a su lado y que estaría allí sin importar lo que ocurriese.
Sin importar.
Y Rachel lo supo.
A través de su llanto lo supo.
Que su sangre maldita y venenosa hacían marcas en la piel del joven, que quemaban su estampa y formaban leves cicatrices.
Ella sintió culpa.
Irremediable culpa ante las circunstancias.
Y Damian se dio cuanta también.
De que su piel quemaba al contacto con la sangre negra.
Y le importaba tanto como le importaba que ella fuese mitad demonio: absolutamente nada.
El llanto no cesaba, pero las luces se restauraron y la temperatura se estabilizó.
La Parca murmuró palabras en un idioma inexistente, y se alejó a modo de polvo y humo invisible.
Rachel sucumbió ante la calma, Lenore no se movió.
Aunque la risa siniestra se detuvo lentamente, resonando en la mente del ángel con alas de cuervo de forma amenazante.
Y las aves...
Continuaron sumidos en un abrazo tan triste como recorfontante.
Un asesino calmando a una demonio.
Un ángel caído llorando entre los brazos de una sombra.
Continuaron la unión.
Y la respiración de Rachel se calmó lentamente a medida que las palabras suaves de Damian inundaban sus sentidos, disfrazando así el desastre .
La puerta se abrió una vez más, y su " familia" ya no pudo soportarlo más .
Alice fue la primera.
Se abalanzó sobre los jóvenes en un intento de comprobar que su sobrina se encontraba bien.
Las aves se separaron.
Sin ignorar el hecho de que sus almas continuaron fundidas en un abrazo mucho más íntimo y profuso, en una fusión reconfortante y melancólica.
—Oh... Por dios...
El susurro desamparado de Alice rompió de alguna forma el silencio.
Quizás por haber visto a su sobrina llorando lágrimas negras.
Quizás por el espejo roto.
Quizás por no tener idea de qué hacer para ayudarla.
Quizás por todo.
Y Rachel volvió a él.
Se inclinó sin darse cuenta, buscando su calor.
Damian la rodeó con sus brazos una vez más, susurrando que todo estaría bien, que él no la dejaría jamás.
Alice estaba desconcertada, tenía miedo. Pero si de algo estaba segura era de que ese chico conocía a Rachel de una forma mucho más íntima y cercana que ellos. Pensó entonces en su secreto, en el que Rachel le había pedido guardar silencio absoluto.. Pero entonces el joven la miró, y le dijo en un susurro que él ya lo sabía, que él era el único que podía ayudarla, y que no tuvieran miedo.
Pero la verdad es que el mismo Damian estaba aterrado.
Aterrado de la posibilidad de perder a la única persona en la que confiaba con su vida... A la que protegería con su vida.
—Salgamos de aquí.
La sintió asentir, y junto a su tía la ayudó a levantarse.
—¿Dónde está su habitación?
—E-en el segundo piso... Es... es la... la segunda a la de-derecha...
Se acercaron a la puerta, dejando el espejo roto detrás...
Jack acudió a ellos de inmediato, ayudando a Damian a llevar a su sobrina a la alcoba.
Nunca la había visto tan pálida como ahora...
Alice se quedó atrás, llorando y tratando de consolar a sus hijos. Aterrados niños que no comprendían lo que ocurría con su prima, que no eran capaces de comprender lo que no debían. Y tenían miedo. Pero fueron valientes, y supieron que cualquier pregunta quedaría para después. Porque su madre dependía de ellos en este momento.
Les siguieron los pasos lentamente, caminando a través del pasillo oscuro.
Abrieron la puerta, y cuando se dispusieron a entrar Damian tomó la palabra...
—Dejadnos solos... Por favor.
No dio tiempo a una respuesta, y cerró la puerta.
Junto a Rachel caminó, ignorando los sollozos al otro lado de la puerta. Se sentaron en la cama sin separarse, y Rachel lo abrazó más fuertemente. Él la comprendía, así que no dijo nada y simplemente estuvo allí. Con ella.
Ella lloró más fuertemente, y Damian sintió la respiración de la joven junto a su cuello, y una canción resonó en su cabeza al mismo tiempo en el que recitaba esa letra en modo de susurro, sabiendo a ciencia cierta que Raven comprendería sus intenciones...
—" Friend please, remove your hands from over your eyes for me..."
El llanto aminoró un poco, y Damian supo que ella había entendido... Que Rachel comprendió sus súplicas.
Así que continuó.
— " I know you want to leave but, friend please, don't take your life away from me. "
Sus respiraciones se acompañaron mutuamente al compás, rompiendo tiernamente el silencio que los rodeaba, disfrazado los ecos de las amenazas de Lenore.
—No hablaremos si no lo deseas... Pero ten conciencia de que te escucharé cuando estés lista... Siempre lo haré.
Continuaron en silencio.
Reconfortante.
Agridulce.
Doloroso.
Íntimo.
Un calor dulce repartido en un abrazo compartido, entre la cercanía de dos cuerpos malditos.
Entre el rostro de una demonio descansando sobre sus propias lágrimas, ocultándose entre el hombro y el cuello de otro ente maldecido. Sintiendo los latidos de su corazón perforado tantas veces ya por una hoja color plata carmesí.
Manos manchadas eternamente de sangre ajena Posadas sobre la espalda de un ángel negro, trazando entrañables caminos en el bosque de cabellos negros y amatistas. Buscando las mejillas mojadas de un rostro esculpido por los dioses y demonios.
Escuchando una voz suave y rota destrozar el silencio al que ya estaban acostumbrados.
Una voz que le parecía una alucinación, un espectro con voz de ángel. Un susurro que rompió y calentó su corazón de una forma que no se vio capaz de distinguir. De la misma forma que siempre lo hacía.
—Damian... No me dejes... Por favor.
Él suspiró.
—Nunca.
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