Intento 79
"¿Tienes familia?" la pregunta fue como un baldazo de agua fría para Belinda Alegre.
Estaban disfrutando un vuelo de lo más tranquilo y relajado; sin que ella tuviera que actuar su rol porque a su alrededor no había nadie que la conociera. Por supuesto que aún vestía su traje de Belinda, no obstante, ya en el avión se quitó el tergiversador de voz, pudiendo así conversar con Raymundo sin romperle los tímpanos. Él no era el único agradecido por no tener que soportar varias horas de viaje escuchando la charla de su encantadora colega; ella también acogía encantada la oportunidad de un reposo y poder ser ella misma. Como tal, no había hablado mucho, necesitaba tiempo para poner en orden sus pensamientos y sentimientos; jugar el rol de la Alegre gastaba sus energías en una forma mayor de lo que anticipó al inicio de su investigación. Aparte, ella no poseía una personalidad conversadora ni, mucho menos, extrovertida. Acostumbrada a ser mirada como un bicho raro en cada ocasión, que expresaba su opinión con alguien que no fuera del Einstein, decidió a muy temprana edad que mejor le valía mantener la boca cerrada para evitarse burlas o rechazos. No era que hubiera tenido un gran contacto con el mundo exterior a su escuela, siendo ella parte de los que vivían en esta desde los cinco años. Tampoco era que se encontrasen encerrados allí; muchas veces, cuando niños, les organizaban visitas a diferentes lugares para socializar con otros de su edad. Una vez entrados en la adolescencia, les daban toda la libertad para salir de manera independiente en el momento quisieran. A pesar de esa facilidad, nadie escogía hacerlo seguido, ya sea por las experiencias pasadas durante su infancia o porque les era muy difícil ajustarse y encajar con otros jóvenes de su edad que no fueran de su mismo centro educativo.
Al término de sus estudios decidió, para la gran sorpresa de todos y contra el consejo de la mayoría de sus profesores, que no se dedicaría a laborar en el Einstein, ni siquiera en alguna Universidad de prestigio u organización número uno en su especialidad. En cambio, había aplicado para convertirse en un miembro de la Policía Internacional. ¿El resultado? Incluso las amistades contadas que tenía decidieron que estaba loca por completo y dejaron de llamarla. Dimos fue el único en comprender que ella puso prioridad en escoger lo que pensaba sería su pasión y no lo que su intelecto le permitiría ser: una estrella en su campo. Ella no quería pasar el resto de su vida en algo en que alcanzaría a sobresalir con creces por encima del resto, tan solo por el hecho de poder hacerlo. Quería dedicarse a lo que le gustara y sentirse feliz haciéndolo día tras día. Era lo que se conocía por seguir su vocación; el trabajar no por el dinero que le produciría, sino porque le agradaba hacerlo. Muchos trataron de convencerla que era un desperdicio de sus capacidades intelectuales, y que también era muy egoísta de su parte porque privaría al mundo de su contribución a la sociedad, ya que siendo alguien del Einstein, seguro significaba la pérdida de algún descubrimiento importante o una invención revolucionaria.
Belinda no perdió el tiempo en discutir y tratar de convencer a los demás. Le bastaba tener la certeza que era la decisión correcta, que nada le valía lo que obtuviera o lograra, si para ello tenía que sacrificar su felicidad. No podía imaginarse una cosa peor que dedicarse a algo que no la llenara, era como encarcelarse uno mismo... Al final, la frustración la llevaría a mal desempeñar su trabajo porque lo haría solo para salir del paso, dudaba que pudiera hacer ninguna contribución en ese estado.
Dimos la entendió, a pesar de tener menos años, y la apoyó. Mantuvieron estrecho contacto cuando cursaba sus entrenamientos y estudios en la escuela especializada de la Policía Internacional. Allí aprendió a ser toda una artista del disfraz, no de su aspecto físico, sino de su personalidad; adaptándose a diversas situaciones y siendo por primera vez aceptada. Tal aceptación no era genuina del todo porque, en realidad, ella muchas veces se guardaba de hacer comentarios y/o acciones, para evitar que la tacharan como alguien fuera de la norma. En numerosas ocasiones, se equivocaba a propósito en respuestas de exámenes para que nadie sospechara quién era ella en realidad. Claro que los que aprobaron su ingreso en la institución policíaca sabían que provenía del Einstein, no obstante, respetaron su pedido de guardar esa información en forma discreta.
Al cabo de todo, ella opinaba que había valido la pena. Por fin sentía que llevaba una vida aproximada a lo habitual, aunque lo más importante era que había conseguido la que quería. A veces le hubiera gustado quitarse por completo la máscara y actuar más como ella misma, pero el precio era demasiado elevado. Sin sombra de duda, se encontraba feliz con su trabajo y convencida que a través de este también prestaba servicio a la gente. Por otro lado, siempre tenía a Dimos con quien comunicarse y esa amistad completaba todo. Ahora con Raymundo también tenía la oportunidad de ser ella, ya que él se hallaba al tanto de su pasado y quién era. Su nuevo socio representaba un alivio en muchos sentidos. Pero, ¿de dónde le salió con esa pregunta tan personal?
"¿Por qué de pronto tu interés sobre eso?" replicó Belinda.
"No sé, por pura curiosidad," respondió su compañero de viaje en forma inocente.
Ella se lo quedó mirando...
"No te creo, Raymundo."
"Es verdad, es curiosidad. Y también... Es un tanto tratar de emparejar nuestra situación."
"¿Emparejar, nuestra, situación?" repitió su interlocutora, sorprendida a lo sumo por no comprender, algo que no le ocurría a menudo.
"Sí. Tú sabes todo sobre mí, no solo a través del Van Leeuwenhoek, sino por tu investigación. Te apuesto que conoces todo acerca de mi vida, ¿verdad? Por ejemplo, estoy seguro sabes que yo no tengo familia porque mis padres ya murieron y que, siendo hijo único, no tengo hermanos ni hermanas. Mis padres también eran hijos únicos, así que tampoco tengo tíos, tías, primos, primas y demás."
"Y que llevas una existencia bastante solitaria, dedicado cien por ciento a tu trabajo, que tienes poquísimos amigos y ninguna amiga íntima... Excepto ahora por mí, ¡claro está!" añadió ella sonriendo, y de pronto, cambiando su expresión divertida, "Me olvido de Samantha, yo diría que la consideras a ella también como a una amiga..."
"Ése no es el punto," interrumpió Raymundo en forma más brusca de lo que hubiera querido hacer. "Como ves, el hecho es que tú conoces mi vida y yo poco sé de ti. Si vamos a seguir trabajando juntos, creo que es justo que me cuentes."
La agente, contra toda lógica e ignorando uno de los principios básicos de su puesto, el de evitar dar información personal, contó a su acompañante que, como él, no tenía familia, mas aún, nunca la tuvo. Antes de vivir en el Einstein, ella habitó en un hogar común de niños sin padres. No era un establecimiento de horror como los descritos en las historias donde los protagonistas luchan por escaparse de sus orfanatos, sus pocas memorias que tenía de aquel eran buenas y placenteras. También eran agradables sus recuerdos de la época como residente en su escuela a una tierna edad. Menos el estudio y demás, fue una infancia como cualquier otra: llena de travesuras y conflictos entre amigas, descubrimientos sorprendentes y llantos al caerse durante algún juego, preocupaciones por no haber hecho una tarea a tiempo, desear tener un vestido de princesa y que la magia fuera una cosa real. No se percibía rara por no haber tenido padres porque muchísimos en su centro educativo se encontraban en su misma situación, pero sí, de vez en cuando, se preguntaba qué se sentiría tener un papá y una mamá a su lado.
Do Santos la oyó sin interrumpir, de verdad escuchando lo que ella le decía. Belinda, por su lado, sintió una sensación de bienestar al poder contar a alguien todo eso y no ser juzgada.
"Esa es la historia. Ahora, como sabes, me dedico a mi trabajo y estoy feliz con él. No tengo necesidad de nada más, igual que tú... Salvo en estos momentos de algo de comida, ¡me muero de hambre!"
******
El aeroplano aterrizó en el aeropuerto de Lobla de manera puntual y sin novedad. La pareja del Van Leeuwenhoek agradeció la oportunidad de estirar por fin las piernas y caminar un rato. Ambos optaron no utilizar las fajas automáticas, era un placer andar y mover sus músculos adormilados. Después de pasar rápido por la aduana, decidieron que lo mejor sería tomar un taxi del aeropuerto hacia el Einstein en vez de alquilar un auto; los dos se sentían un tanto cansados por el largo trayecto de avión y no tenían ganas de manejar.
Se sentaron juntos en la parte trasera del vehículo y el chofer inició a conversarles con las típicas averiguaciones de: qué tal el vuelo, de dónde vienen, es la primera vez que visitan Lobla, etc. La fémina de la pareja se encargó de responder, eso fue suficiente para que el conductor dejara de indagar y evitara continuar la charla; la voz y el parloteo de su nueva pasajera eran insufribles, mejor concentrarse en la ruta y prender la radio para evitar oírla.
Belinda sonrío con satisfacción, había cumplido con su objetivo de deshacerse del taxista, no tenía ganas de hablar durante la hora y pico que pasarían en la carretera hasta llegar a su destino, que se ubicaba al otro extremo de la ciudad. Raymundo se acomodó mejor en su asiento y también sonrió, él tampoco sentía ningún deseo de conversar con un extraño. Al igual que su compañera, solo quería dedicarse a mirar el paisaje a través de la ventana mientras pensaba qué cosa encontrarían una vez que llegaran a la tienda de papel del Einstein. Lamentaba no atravesar el centro de la ciudad, tenía curiosidad de verlo a pesar de no ser un punto turístico, sabía que era un lugar diferente por completo a su ciudad de Contilae; una urbe moderna como había muchas. En cambio Lobla, había leído antes de partir, era del tipo que se caracterizada por un centro pequeño con algunos pocos edificios. Debido a disponer de gran espacio aún, no crecía en forma vertical como Contilae, sino que se expandía, prefiriendo la mayoría de sus habitantes vivir en casas separadas de uno o dos pisos como máximo. En cierta forma era ideal para su famoso hospital porque los pacientes podían gozar de tranquilidad y caminatas al aire libre, ya que también ofrecía numerosas áreas naturales. Tal vez, si terminaban temprano, podrían pasearse un rato antes de tomar su vuelo de regreso, ellos también se merecían unas vacaciones cortas.
El cientifíco mudó la mirada del verde hipnotizador de los árboles, que seguían a lo largo de la autopista, hacia Belinda para sugerirle la posibilidad de algún paseo en Lobla, pero cambió de idea al percibir en su rostro un destello de preocupación,
"¿Pasa algo?" inquirió.
Ella tomó un segundo antes de contestar, se hallaba concentrada también en la gran vía,
"Hay un auto rojo dos vehículos más atrás de nuestro taxi. Partió con nosotros al mismo tiempo del aeropuerto y hasta ahora está allí, no se ha desviado en ninguna de las salidas de ingreso a la ciudad."
"A lo mejor él también está yendo al otro extremo de Lobla."
"Tal vez...," replicó Belinda no muy convencida. "Lo que no me gusta es que ha estado haciendo todo lo posible para guardar la misma distancia: lo suficiente cerca para no perdernos de vista, pero lo suficiente lejos como para pasar desapercibido. Es tal cual lo prescrito en el manual de instrucciones de cómo seguir a alguien."
"Aún así, puede ser una casualidad...," insistió Raymundo.
"Me extrañaría. Ha tenido varias oportunidades para estar situado justo atrás de nosotros, pero, por alguna razón, no lo ha hecho. Lo que menos me gusta es que, para mí, parece casi demasiado obvio...," y dirigiéndose al conductor, agregó en voz más alta: "¿Señor, sería un querubín y podría tomar la salida número 16 que se viene en unos momentos? De allí quisiera pasar por la calle Jengibre porque yo vivía allí antes y sería di-vi-no pasar al frente de mi antigua casa. Después podríamos tomar la siguiente salida y regresar a la carretera."
"Cómo no, señora," contestó el automovilista, contento con la idea que iba hacer dinero adicional con dicho desvío.
"¡Señorita!" reclamó la aludida. "Ya sé qué es difícil de creer que una mujer hermosa e inteligente como yo todavía permanezca soltera, mas es la purita verdad. No por falta de opciones, porque ya se imaginará la cantidad de pretendientes que tengo y he tenido. Es terrible romperles sus corazoncitos, ¡pero adoro mi libertad! Además, todavía no conozco alguien que me merezca, ya sabe, soy una joya muy rara."
Por toda respuesta, el hombre sentado al volante aumentó el volumen de su radio.
Raymundo concentró su mirada en el espejo retrovisor y reparó el vehículo rojo que inquietaba a la agente. Tal cual ella le había dicho, este mantenía la distancia de dos autos más atrás. Él jamás lo hubiera notado, ¿los estarían siguiendo de veras? A los pocos minutos, el taxista tomó la salida número 16 para Lobla; el suyo fue el único carro que viró.
El brazo de la autopista los llevó a una zona residencial de la ciudad con casas de la más diversa arquitectura, que aparentaban gran opulencia sin importar su tamaño. Habían las tipo mansión, acompañadas de otras de talla pequeña cuya personalidad decía a gritos, que el dueño había escogido tal dimensión no por carencia de medios económicos, sino porque no quería algo grande.
No tardaron mucho en llegar a la calle Jengibre, que cortaba la avenida principal de la zona.
"¿Podría bajar la velocidad?" pidió Belinda casi a gritos para que el conductor la pudiera oír por encima de la radio.
"Cómo no, señora..., euh... perdón, señorita."
Raymundo continuó observando por el espejo retrovisor. Desde que tomaron el desvío había dejado de discernir el auto rojo, mas al poco tiempo, percibió otro de color negro que mantenía el mismo espacio utilizado por el primero; este volteó también en Jengibre. Ahora que habían bajado la velocidad, el vehículo negro de atrás también hizo lo mismo.
"¡Acá es!" exclamó gritando la Alegre, con un tono lleno de entusiasmo. "¡Pare aquí por favor!"
El taxista se detuvo de golpe, estacionándose al frente de una de las mansiones. Aquella era muy difícil de distinguir debido a la inmensa entrada que había hasta llegar a la edificación en si.
"¿No es preciosa?" dijo Belinda mirando con ojos de amor a su antigua residencia. "Fue construida por mi abuelo. Obvio que no fue él quien la diseñó, para eso tenía dinero, para pagar a gente que hiciera el trabajo. Mi papá era el hijo único y mi abuelo le dio la casa cuando él se mudó apenas falleció mi abuelita. Se fue a un departamento de lujo, por supuesto, en el centro de la ciudad porque decía que prefería vivir donde se encontraba la acción.
"En esta pequeña casa yo crecí, luego mis padres la vendieron cuando me fui a estudiar a la universidad, ya que sentían que estaba vacía sin mí, claro está. Mi ausencia había quitado el brillo, esplendor y vida total a nuestro modesto hogar. Por supuesto que primero me consultaron si yo la hubiera querido heredar, pero no hubiera tenido tiempo de dedicarme a ella viviendo en otra ciudad por mi trabajo, ¿verdad?
"Si les parece bella como un sol, ahora, imagínense como estaría bajo mis cuidados, ¡sería la residencia de ángeles! En la entrada le pondría..."
La voz de Belinda se vio ahogada porque el taxista aumentó por tercera vez el sonido de su radio. Raymundo estuvo a punto de agradecer al chofer su gesto de desesperación, él tampoco tenía ganas de enterarse sobre los arreglos de la opulenta mansión y, con la música opacando el bla, bla, bla de su compañera, siguió observando la calle. El automóvil negro se había detenido, estacionándose unos metros más atrás. Era muy difícil verlo en el ángulo en que se hallaba, no obstante, el director ejecutivo del Vanleeuwenhoek estaba seguro que nadie había descendido de este.
Por fin la Alegre terminó de hablar y se vio obligada a tener que golpear el asiento del conductor para que él la pudiera escuchar, diciéndole que ya podían partir y regresar a la vía rápida rumbo al Einstein. De retorno en la avenida principal, do Santos se percató que tenían otra vez al auto negro detrás de ellos, sin embargo, este no los imitó cuando tomaron la carretera. Al cabo de unos diez minutos, apareció otro vehículo de nuevo en la retaguardia, uno rojo pequeño, replicando lo mismo que los dos anteriores.
"Tienes razón, Belinda," pronunció su pareja de viaje acercándose a ella para que lo pudiera oír. "No cabe duda que nos están siguiendo."
"Entonces, ¿notaste tú también el coche negro y este otro rojo? Buena, no cualquiera lo hubiera hecho," replicó ella, lamentando en el fondo el haberlo arrastrado a la presente situación, en que tuviera que vivir guardándose las espaldas.
El aludido la miró sorprendido en extremo de que ella se hubiera percatado de los susodichos porque había parecido distraída sobremanera contando la historia de la casa. De pronto cayó en la cuenta, que esa cháchara fue a propósito para ganar tiempo y ver qué hacía el automóvil en cuestión. Así mismo comprendió, que también fue una forma de obligar al taxista a que aumentara incluso más el volumen de la radio y permitir que ellos dos pudieran hablar sin ser escuchados.
"¿Quiénes serán?" indagó Raymundo, y sin dar tiempo a que Belinda le contestara añadió, "Si están relacionados con las desapariciones no tendrían la necesidad de seguirnos, se supone que ellos ya saben que vamos a la tienda de papel del Einstein."
"Pueda que no porque es Dimos a quien queríamos llegar, estos otros tal vez sean los que han estado detrás mío desde hace algún tiempo, ya sabes, con la cámara en nuestro cuarto de hotel y demás."
"Comprendo," continuó él, "no debemos darles la menor sospecha que vamos a la tienda y tenemos que continuar aparentando con ellos que... ¿estamos en un corto viaje de vacaciones?"
"Exacto, un viaje de amor."
Belinda volvió a dar unos golpecitos al asiento del conductor y al obtener su atención le dijo:
"¿Sabe qué, querido? Hemos decidido cambiar nuestra destinación, eso de ir a visitar el Einstein no es la más brillante de las ideas. Es que estamos en unos días de paseo romántico y no, no, no, no podemos perder nuestro precioso tiempo con reuniones de trabajo, ¿no cree? ¿Conoce el parque Raurayamar? Llévenos allí por favor, ¡me muero por ver su laguna! Le contaré, querido, que allí yo una vez..."
"Está bien, señorita," interrumpió el taxista tratando de evitar a toda costa atender otra historia de su pasajera.
"¿Y eso?" musitó Raymundo, confundido por el repentino cambio de dirección.
"El parque Raurayamar tiene un camino que lleva directo al Einstein; me lo conozco en cada detalle porque lo hice muchísimas veces cuando vivía allá. No es un sendero indicado ni oficial, pero lo tomábamos todo el tiempo en vez de usar la otra única vía que es por auto. Dudo mucho que los que están detrás nuestro se arriesguen a bajarse de su vehículo para seguirnos. Solo quieren saber dónde nos encontramos, así que seguro esperarán a la salida del parque a que terminemos y ver dónde vamos después."
"Eso resuelve, entonces, el problema," afirmó do Santos, sintiendo que se le quitaba un peso de encima y alegrándose de la astucia de su compañera. Sin embargo, algo en la expresión de ella le dijo que el asunto no era tan simple, había un detalle más que no había reconocido.
"¿Qué es lo que se me ha escapado, Belinda?"
"¿A qué te refieres?"
"Hay algo que todavía te tiene inquieta..."
"No es nada, Raymundo, no te preocupes," contestó ella con una sonrisa llena de seguridad, pero que no convenció a su interlocutor.
Él había aprendido a conocerla bien, supo que su expresión facial era para su beneficio, aunque en realidad no era sincera. No obstante, optó por no insistir; no le cabía duda que, si esperaba unos instantes, su colega terminaría por contarle lo que la fastidiaba. No se equivocó:
"Es difícil de explicar, pero esto me huele mal. La forma en que nos están siguiendo es, como te dije antes, sacada de un manual de instrucción; es perfecta, demasiado para mi gusto. Te va a parecer de locos, pero casi me hace sentir que está dirigida a que yo me dé cuenta que están detrás de nosotros."
"¿Cómo es posible, si tú misma dices que están haciendo lo que deben hacer para perseguir a alguien sin que se entere? Si no hubiera sido por ti, yo no los hubiera visto."
"Justo eso es lo que no me gusta porque solo alguien como yo tiene un 99.87 por ciento de probabilidad de notarlos."
"¿No crees que, simplemente, son personas que hacen su tarea como se debe?"
"No sé... Hay algo artificial en todo esto, algo que no está bien..."
******
El taxista se detuvo en el estacionamiento, apagó su radio y les indicó la suma de dinero que le debían. La exuberante pasajera insistió en ser ella quien saldara la cuenta:
"Me encanta utilizar estas Nokras de colores, ¡son de lo más adorables!"
Mientras Belinda hacía tiempo contando los billetes, comentando los magníficos decorados de cada uno, Raymundo tuvo la oportunidad de ver que el pequeño auto rojo se había estacionado también a unos cuantos metros y que nadie bajaba a pesar de que ya eran unos buenos cinco minutos o más, que la Alegre se demoraba pagando al conductor y agradeciéndole por su fabuloso trabajo, querido, ¡es usted un chofer maravilloso de ensueño! Si me da su número, lo apunto en mi librel para asegurarme de tenerlo otra vez, precioso.
El automovilista murmuró una excusa entre dientes y se apresuró a partir más rápido que volando, para dejar atrás la presencia de la estrambótica mujer. Muy a su pesar, esta quedaría imprimida no solo en su memoria, sino en su taxi también porque el perfume utilizado por su cliente permaneció en su vehículo por una buena semana, aun cuando le dio un gran lavado interior y utilizó las pastillas contra el mal olor con mayor potencia del mercado.
******
Belinda y Raymundo tomaron el camino que llevaba a la laguna; en menos de diez minutos se encontraron al frente de ella. No tenían tiempo para admirarla, la cita con los del comercio de papel del Einstein era en poco más de media hora, debían apresurarse en llegar allá. La agente bordeó el medio acuático hacia la derecha y tomó una entrada en el bosque. Era un lugar que, visto desde afuera, nadie hubiera dicho que un camino estuviera por allí, mas una vez adentro era clara la existencia de un sendero por donde personas habían transitado.
Su nuevo colega la siguió en silencio, concentrándose en un terreno salpicado de pequeñas rocas, ramas y raíces de árboles. No se había puesto zapatos aptos para caminar en el bosque y no deseaba caerse rompiéndose algún hueso o terminar presentándose a la tienda enlodado en el trasero, por lo que toda su atención se centró en donde ponía los pies. De pronto, su acompañante paró de golpe y él casi se topó con ella:
"¿Qué pas...?"
"¡Shhh!" interrumpió su asociada, haciendo gesto con su mano para que se callara.
Él obedeció y dirigió su concentración en oír lo que sea que su guía hubiera escuchado. Nada. Silencio total, quebrado tan solo por el susurro de las hojas mecidas por la brisa.
Belinda continuaba inmóvil como una estatua, se hallaba observando con suma atención unos metros delante hacia la curva que daba el sendero, vislumbrando más allá, entre los árboles.
Raymundo aguardó unos segundos adicionales antes de hablar de nuevo, fijando la mirada en esa misma dirección, pero sin poder discernir nada que causara cualquier alarma.
"¿Algo malo?" se atrevió a preguntar en un susurro, sin moverse ni un milímetro.
"Alguien nos está esperando," contestó la interrogada, con un hilo voz.
"¿Estás segura? Yo no veo nad...," y por segunda vez, él no pudo terminar su frase.
Tres personas aparecieron en ese momento por entre la espesura: eran dos hombres y una mujer, de porte atlético y sin el mínimo indicio de ser estudiantes del Einstein dándose un paseo por el parque. Cada uno tenía en su mano un aparato de forma triangular, que apuntaron hacia los caminantes de manera amenazadora.
"No se muevan de allí," ordenó la fémina del grupo, acercándose con precisión y lentitud.
"¿Qué quieren?" inquirió Belinda en tono desafiante, sin ápice de temor.
Raymundo sentía sus piernas petrificadas de miedo, no tenía la menor idea qué era ese triángulo que llevaban sus tres atacantes en la mano, mas algo le decía que no era un juguete y no podía, ni debía, desviar la vista de él. Por el rabillo del ojo, percibió que su socia cambiaba de posición en forma sutil. Era difícil notarlo, sobre todo con su figura masiva adentro del traje de la Alegre. Sin embargo, él no pudo dejar de intuir que ella se estaba preparando para contraatacar y saltar encima a sus asaltantes. Debo hacer lo mismo y ayudarla para defendernos, pensó, aunque no se imaginaba cómo iba a proceder para que sus músculos le obedecieran, paralizados de terror como se encontraban.
"Queremos que nos acompañen," respondió la mujer, mientras ella y sus secuaces seguían acercándose en ritmo paulatino, con mucha cautela.
"Si tienen que obligarnos con armas a seguirlos, sin duda es un lugar al que no vamos a querer ir," replicó la agente de la Policía Internacional.
"Nuestros trireoles no están cargados con veneno mortal, sino anestésicos para dormirlos. Ustedes escogen si quieren venir de modo voluntario o los llevamos inconscientes como sacos de papas," continuó hablando la mujer que, con unos pasos más, ya estaría al alcance de ellos.
"No creo que nos den esa opción, ¿o es que se van arriesgar a que de alguna forma sepamos a dónde nos van a llevar?" argumentó Belinda.
Raymundo sabía que ella tenía razón,
debía hacer algo pronto,
¿pero qué?
Bajó la mirada al suelo buscando una roca o cualquier cosa que le pudiera servir de arma para atacarlos. Nada. Todo el camino se la había pasado evitando piedras y ramas gruesas como bates de béisbol y, por supuesto, no había nada de eso cuando las necesitaba. Al volver a levantar los ojos, vio que los tres ya se hallaban directo al frente, elevando los brazos unos centímetros, apuntando el extremo de color verde del triángulo hacia ellos. Si tenía que actuar, debía hacerlo... ¡ahora!
Todo pasó rápido:
Raymundo se lanzó con un grito de guerra,
que le salió desde adentro,
arremetiendo como un toro de lidia,
al hombre que tenía al frente,
pero los reflejos de este fueron perfectos, y
antes que su atacante hubiera terminado de dar su primer paso,
ya le había disparado algo,
que le atravesó el hombro derecho,
con un dolor lacerante,
causándole doblar las rodillas de inmediato,
caer al suelo,
y perder la capacidad de moverse.
Aún consciente, pudo percibir que en el segundo que él intentó atacar, la mujer también había disparado su trireol hacia su otro objetivo, mas, a diferencia de do Santos, ella se lanzó cual relámpago al suelo evitando ser herida. En ese preciso momento, se hallaba levantándose con una velocidad impresionante para correr hacia el bosque y perderse en su interior.
Sin embargo,
al notar a su compañero tendido en el sendero,
Belinda dudó por unos segundos,
los suficientes para que,
el otro hombre aprovechara en disparar su trireol,
y le diera en el estómago,
haciéndola caer a tierra en un instante.
Raymundo no pudo ver más. Todo se puso en blanco. Lo último que recordaría sería la voz de la mujer diciendo:
"Listo, llevémoslos."
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