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Intento 78

Sin saber bien hacia dónde dirigirse, el grupo que bajó más rápido que volando las escaleras de emergencia terminó de nuevo en la gran avenida Las Violetas. Unos metros adelante, vieron una fila de personas adentrándose a un autobús. No necesitaron que alguien les indicara qué hacer; todos caminaron veloces hacia allí, llegando a tiempo para embarcarse en dicha vía de transporte que los alejaría de ese lugar. Mientras el autobús partía, vieron salir del edificio 1845 una pareja vistiendo ternos oscuros y con cara de pocos amigos.

"¡Yaba, los perdimos!" exclamó de lo más contento Lasalo. "Es un alivio, ¿se imaginan lo horrible que hubiera sido que nos atraparan?"

"No te imaginas qué tan horrible," repuso Alex.

Al cabo de unos minutos, durante los cuales poco a poco recobraron el aliento y empezaron a despabilarse del pánico, Mandi rompió el silencio materializando la pregunta que rondaba en la mente de cada uno.

"Y ahora, ¿para dónde?"

Isabel, solo por costumbre, ya había iniciado a estudiar el mapa en la pantalla del autobús que indicaba su trayectoria.

"Si nos quedamos acá," dijo, "vamos a dar varias vueltas por esta zona de Perimelao, para luego terminar en el centro de Te-Rano. La última estación se encuentra entre la zona de oficinas de la ciudad y la entrada al área turística antigua."

"Entonces, vayamos a pasear por el centro histórico," sugirió Esteban. "Seamos unos visitantes más. ¿Estaremos muy lejos de algún sitio donde nos podamos sentar a discutir con tranquilidad qué hacer?"

"A unas cuatro calles del paradero final del autobús está la famosa Plaza de Las Magnolias de Te-Rano" intervino Samir, sin ni siquiera haber echado un vistazo a la pantalla. "Me imagino va a estar repleta de gente, pero habrá un rincón donde, turistas como nosotros, nos podamos acomodar a descansar de nuestra agitada mañana visitando museos de historia y arte."

"¡Ni hablar!" protestó el chico Octolis, "Acá está la tienda principal de mi diseñador preferido de ropa, ¡tenemos de todas formas que parar por ahí! Ustedes irán a los museos si quieren, pero yo no me voy a pasar aburriéndome el día así."

"Lasalo, es un decir," atajó Alex exasperado. "No vamos a ir a ningún museo, vamos a ir a esa plaza solo para sentarnos a conversar para ver qué podemos hacer. Necesitamos un sitio con bastante gente, así no nos podrán encontrar otra vez facilito."

"Y allí podremos enviar un mensaje a mis papás," añadió Mandi. "Contándoles que casi nos descubren y preguntándoles a dónde debemos continuar para seguir desaparecidos por un tiempo más, antes del final de la competencia."

"Yaba," aceptó el joven adinerado. "Pero ni se les ocurra meterse a ningún museo, ¡que se quedan sin capitán de equipo!"

******

Esteban se hallaba intrigado, de cómo el estudiante del Einstein había hecho para saber acerca de la localización de la plaza. Aprovechando de la distraccion del resto, ocupados tratando de explicar y convencer a Lasalo que no irían a ningún museo, le cuestionó en tono bajo,

"Samir, ya sé que eres más inteligente que cualquiera de nosotros, pero, ¿cómo estás tan seguro de dónde está la Plaza Las Magnolias?"

"El mapa de las luces," respondió él.

Al científico le llevó unos segundos para comprender, el muchacho se refería al mapa que vio en el Punto de Contacto. En ese momento, el autobús paró en la estación del gran centro comercial de Las Violetas, donde se vacaron suficientes asientos para que el grupo los ocupara, mientras Mandi persuadía a Lasalo que no era el buen tiempo de ir de compras, por más que ya se le hubiese acabado su colonia para después del baño.

"Pareja del Humano Único, saca los mapas donde trazaste la ruta indicada con la línea roja por el ocufix cuando viajábamos en el tren; el que debemos seguir para Vaspulia," sugirió L-Macho.

Isabel escogió el de Te-Rano, no necesitaba ver los demás porque ya habían transcurrido el trayecto ordenado por las voces del Punto de Contacto para llegar allí mismo. Por coincidencia (¿o sería el destino?) el sendero trazado por la línea roja desde Te-Rano hacia Vaspulia iniciaba en la calle al costado del embarcadero del autobús, aquella que deberían tomar para ir a la Plaza de las Magnolias. Era el acceso Este del centro histórico de la ciudad, el que tenía cuatro grandes arcos orientados hacia cada punto cardinal, por donde la gente ingresaba a la citada urbe en tiempos ya pasados. Un par de vías a continuación, debían voltear a la derecha y andar otras dos para alcanzar a la renombrada plaza. Ella casi da un grito al caer en la cuenta que su objetivo quedaba allí nomás, dando la cara a la zona de los Jardines de la Primavera. Con tanta cosa, ya se había olvidado de aquel detalle.

"Por eso Samir sabía la ubicación de este paseo," murmuró Esteban, "él recordó el mapa que ya conocía."

"No te olvides de algo importante, Humano Único," volvió a hablar L-Macho. "¡Estamos siguiendo la senda precisa hacia Vaspulia! Arribados al denominado enclave, solo tenemos que franquear los Jardines del Otoño, regresar a la entrada que utilizamos, recorrer los Jardines del Verano, torcer en este atajo hacia los Jardines del Invierno, dar la vuelta por la pequeña Laguna Oriental para tomar la conexión a los Jardines de la Primavera, utilizar su salida del recinto, cruzar la calle..."

"Sí, cruzar en medio de la calle," reiteró L-Hembra. "Acá se presenta muy claro. Ni se les ocurra atravesar utilizando la esquina, como hemos visto que muchos de los humanos tienden a hacer. Hemos llegado a la conclusión que lo hacen por ejercicio, ¿verdad? Porque la mayoría que se da el trabajo de marchar unos metros adicionales se advierten más activos; los que no lo hacen parecen flojos; aunque también se ve algunos de esos apurados. En fin, que no hay mucha lógica de avanzar solo para pasar por un ángulo. Tal vez es alguna otra de sus supersticiones... ¿Es que ustedes creen que si transitan por un vértice tendrán un buen día? ¡Los humanos están llenos de esas creencias ilógicas! Los de nuestra especie sabemos que es uno mismo quien se hace un buen día o no y no lo que ustedes llaman suerte."

"No es ninguna superstición," contestó Isabel en tono defensivo, "es por seguridad. Los autos no van a estar parando en mitad de la pista, es en las esquinas donde los peatones tienen que cruzar."

"¿Pero los conductores de automóviles no tienen control para detenerse dónde quieran? Entonces, vuestras máquinas de movilización terrestre están mal diseñadas. Claro, no debería sorprenderme...," repuso L-Hembra.

"¡No es eso!" refutó por segunda vez Isabel, perdiendo la calma y levantando su tono de voz, sin embargo, se cuidó de no persistir al notar que más de una persona había virado la cabeza en su dirección.

"No es el tiempo para discutir esas cosas," intervino Esteban tratando de restaurar la paz.

Él ya conocía a sus pequeñas compañeras lo suficiente para saber, que podían debatir el tema por horas y ellas encontrarían siempre un argumento extra para tener la razón.

"Es cierto, Humano Único," se dejó sentir L-Macho. "Corazón de mi vida, ¿estar tranquila podrías?"

"Tranquila estoy, héroe de mi alma, pondré mi mente en calma."

"Gracias, flor de mi amor." Y volviéndose a dirigir a los dos Homo sapiens, el inusual reptil  continuó,

"Humano Único, nos hallamos en camino a Vaspulia, no malgastemos más tiempo; debemos proseguir en la ruta señalada por las luces y abrir la puerta."

"No sin antes estar seguros que estos muchachos se encuentren fuera de peligro," afirmó con convicción él.

"Ellos no son importantes, la misión lo es," indicó L-Macho.

"Es cierto, Humano Único," apoyó L-Hembra. "¿No es por este mismo instante que generaciones nuestras y de tu especie han transmitido el mensaje, y hasta corrido riesgos, para que tú lleves a cabo la misión? Esa es tu prioridad, lo demás son detalles sin importancia."

"No," se volvió a negar Esteban en voz firme. "Ellos no son detalles, son personas." Y modificando su tono a uno más amistoso, añadió: "Miren, entiendo muy bien lo que me piden y por favor no crean que no doy prioridad a la misión. Si no fuera así, no hubiera dejado todo por ella, ¿verdad? Pero no podemos abandonar a nuestros amigos cuando todavía podemos ayudarlos de alguna forma. Les pido tengan un poco de paciencia."

"Y si al final no conseguimos asistirlos," perseveró L-Macho, "¿no sería todo esto una mal uso de tiempo precioso?"

"Tal vez, pero por lo menos no los dejamos tirados como si no nos importaran, por lo menos hicimos el intento, ¿comprenden?"

El animalito estaba a punto de replicar cuando lo capturó la mirada y el pensamiento de L-Hembra diciéndole, en esa forma especial suya que solo él podía comprender, que a pesar que la lógica del Humano Único no era perfecta, de nuevo la había convencido con el argumento del intento.

"Al parecer, es mejor intentar, a nada hacer, por temor de perder," le aseveró su cónyuge de vida, y él se quedó pensando en esa teoría sin objetar más.

******

Debido a que Esteban e Isabel se la habían pasado discutiendo con las lagartijas, no notaron que dos filas de asientos atrás, una mujer que había subido en la misma parada que ellos se hallaba observándolos sin cesar y había mandado un mensaje a través de su librel. El autobús volvió a detenerse y la susodicha se levantó; al descender, recibió un fuerte pisotón en el pie por parte de un hombre de corta talla con evidente panza, que ingresaba acompañado de otro rubicundo y gigantón.

Por fin llegaron a la estación final del transporte público; todos los ocupantes bajaron, dejando atrás a la pareja conformada por el pequeño y el alto. El primero discutía en forma malhumorada con el chófer, diciendo que ya habían pagado al entrar.

"Paga nomás, Malcini," se atrevió a sugerir su compinche, "se nos van a escapar."

El aludido lo miró con cara de pocos amigos y saldó al conductor del autobús lo que les correspondía. Apurados, se apearon del vehículo y comenzaron a seguir a su objetivo. Como Samuelsen era de pronunciada estatura, podían darse el lujo de no caminar justo detrás de ellos porque él los podía divisar por encima de las cabezas de los turistas, que invadían como hormigas las calles de Te-Rano.

"Acerquémonos más," ordenó su socio.

"No te preocupes, Malcini. Yo de acá los puedo ver con claridad"

"No me importa, Samuelsen, no pienso arriesgarme a que se nos escapen. Ya sabes que eso no le haría ninguna gracia al Jefe."

"Pero, Malcini, si nos acercamos más, de repente se van a dar cuenta que los estamos siguiendo."

"¡Tú y tus brillantes ideas, Samuelsen! ¿Por qué pensarían que los estaríamos vigilando? ¿Es que no podemos también ser turistas que vamos en la misma dirección?"

"No sé, Malcini, a lo mejor nos reconocen de Analucía, recuerda que estuvimos en La Familia y Simas y el otro chiquillo también, nos hemos podido cruzar sin darnos cuenta por a..."

"Basta, Samuelsen, no me discutas. Acelera el paso y pongámonos detrás de ellos."

******

Isabel sintió una sensación extraña, como si alguien la observara con intensidad. Sin pensarlo, por puro reflejo, giró la cabeza y atisbó hacia atrás. Al instante, volvió sus ojos al frente.

"Samir," dijo. "Hay dos tipos atrás de nosotros, ¿no son los mismos que estaban alojados en La Familia?"

Él echó un vistazo relámpago a sus espaldas, reconociendo a Samuelsen y a Malcini de inmediato.

"Sí son," confirmó.

"Qué casualidad," intervino Lasalo. "¡Se ve que Te-Rano es un sitio muy popular!"

El grupo agilizó la marcha, retornando a la plaza rumbo a los Jardines del Otoño. La hija del chef sintió el malestar en sus músculos. Hora de tomar mis pastillas, pensó, llevándose la mano al bolsillo de su casaca, donde las había puesto después de comprarlas en la farmacia. ¡No se encontraban allí! ¡Seguro se habían caído al correr bajando las escaleras de emergencia! Aguántate, se ordenó. Acá nos vamos a sentar en algún sitio a conversar, solo tengo que pedirle a Esteban que me haga otra prescripción y listo.

"Volvamos al ingreso," sugirió Samir.

"¿Para qué? ¿No se suponía que acá nos íbamos a sentar a comunicarnos con los papás de Mantsi y planear qué hacer?" objetó el capitán del equipo. "¡Ni se les ocurra ir a ningún museo!" agregó por si acaso.

"No es eso, Lasalo," repuso Mandi. "La idea es regresar a la entrada para ver si el par de atrás hacen lo mismo. No es normal entrar y salir al ratito por el mismo sitio."

"Si esos se quedan a nuestras espaldas, entonces, significa que nos están siguiendo," terminó explicando Alex.

"Ahhh," profirió el platudo tratando de entender, dando media vuelta y retornando por el mismo sendero que habían utilizado antes.

"¿Todavía están allí?" preguntó, casi arribados al acceso del parque.

Samir levantó su librel y los vio reflejados en este.

"Sí," informó.

"Regresemos," planteó Esteban. "Con la cantidad de gente que hay paseando por acá, será más fácil confundirlos que en la calle. Yo conozco una ruta muy complicada con la que podremos perderlos."

Y sin esperar ninguna respuesta, retomó el recorrido que habían hecho antes seguido por el resto, mientras que el estudiante del Einstein comprendió, que su plan era obedecer el rumbo indicado por la línea roja percibida en el Punto de Contacto. No protestó, le pareció también a él que era la mejor forma de confundir a los dos que les pisaban los talones.

******

"¿Qué haces, Samuelsen?"

"Están regresando, Malcini."

"¿Estás seguro? No tiene sentido, ¿los ves bien?"

"Malcini, si nos juntamos más, ¡los vamos a tocar con nuestras narices!" contestó su compañero levantando la voz. "Se me hace que nos han reconocido y..."

"No me hables en ese tonito, Samuelsen. Ya sé lo que pasó, solo han querido regresar al darse cuenta que hay otros sitios para visitar en este lugar. No los pierdas de vista."

Su interlocutor dejó de hablar y continuó marchando detrás del grupo que había apremiado el paso por una segunda vez. No cabía duda que sabían que estaban siendo perseguidos, sin embargo, no iba a discutir de nuevo el asunto con su colega. Se alegraba de su buen tamaño  y tener piernas largas para poder distinguirlos a la distancia y seguirles el ritmo. Él podía escuchar la respiración jadeante de su socio que tenía que caminar a saltitos para no quedarse atrás.

Casi se les extravían cuando se desviaron por un acortamiento hacia los Jardines del Invierno en el momento que atravesaban aquellos del Verano, ya que Samuelsen se había distraído por unos segundos con una fuente de agua, que tocaba una de sus melodías favoritas de Brahms. Para su suerte, pudo ver justo a tiempo la cabeza inconfundible del de cabello anaranjado y viró de golpe, casi atropellando a una mujer que empujaba su cochecito para bebés. Su acompañante no pudo evitarlo, se golpeó la canilla derecha y espetó un ¡Mira por dónde vas pequeño monstruo! al pobre bebé. La madre se aprestaba a reclamarle, no obstante, se olvidó del asunto al notar que su hijo se puso a reír de lo más feliz, viendo a Malcini brincar en una sola pierna, haciendo una danza que incluso a ella la hizo sonreír. Su compinche lo jaló del brazo para no perder más tiempo y tomaron el atajo, avanzando a la celeridad que les permitía el tumulto de las personas en frente de ellos.

"Ya no los veo," indicó el de mayor altura en tono ansioso al llegar a los Jardines del Invierno.

El otro sacó un aparatito redondo de color negro con una flecha estilo brújula, la que apuntó hacia la letra N.

"Mira en esa dirección," ordenó.

"Sí, ¡allí están!" exclamó el rubio barbudo en tono triunfal. "¿Cómo supiste, Malcini?"

"Un nuevo juguetito que me dio el Jefe," señaló él, mientras iniciaban a bordear por la laguna Oriental. "La agente disfrazada de Policía Internacional logró poner un localizador en la ropa de la chiquilla Zodevilla. Me contaron que lo hizo cuando la agente se le acercó en la farmacia, en el momento que la otra esperaba su orden. En fin, cómo lo consiguió poco importa, la cuestión es que no se nos escurrirán con esta brujulita especial."

"No entiendo, Malcini, si se los puede detectar con esto, ¿cuál es la necesidad que estemos detrás de ellos?"

"Porque lo dice el Jefe y, entonces, ¡lo digo yo!" respondió su asociado panzón, al que no se le había ocurrido pensar en eso. "No se puede confiar ciegamente en la tecnología, Samuelsen," añadió en tono paternal. "Pero el Jefe sí puede confiar en expertos como nosotros para no perderlos de vista."

******

Mandi, por más que trataba, no podía continuar andando con esa prisa. Samir lo notó y, posando su mano en el hombro de Esteban, hizo que este desacelerara. Lasalo reclamó que los iban a descubrir y quedarse sin el premio de la competencia, pero el muchacho de Lobla lo calló con la mirada. Alex agarró el librel de su amigo y lo usó para ver detrás de sí. Todavía estaban los tipejos allí, parecía increíble que no los hubieran desorientado con las vueltas que habían dado ¡y entre tanta gente! Ya se encontraban en los Jardines de la Primavera,

"Vayámonos de acá," propuso. "Afuera podemos agarrar un taxi o un autobús y así dejarlos atrás."

Era un buen plan, todos se dirigieron a la salida de la plaza de esa zona.

Vaspulia. Ni bien llegaron a la calle, Isabel y Esteban la identificaron de inmediato; esta se elevaba avante, tal cual el Dr. Czerwinski les había mostrado. No era una casa impresionante, más bien se mimetizaba con su entorno en perfecta armonía, como desapareciendo en aquel, tratando de pasar inadvertida. Si no fuera por el cartel anunciando su nombre, hubiera sido desapercibida para el público en general. L-Hembra la miró con aprobación,

"Uhmmm, yo hubiera hecho igual de fenomenal," comentó tal cual experta en camuflaje.

Samir miró sorprendido por unos segundos hacia el hombro del científico y sonrió para sí mismo.

No habían taxis a la vista, pero en la esquina delante se ubicaba un paradero de autobuses.

Alexander, en su apuro, aprovechando que no circulaba ningún auto, atravesó la pista en dicho punto y el resto lo siguieron.

"Cruzar en medio de la calle...," sintieron murmurar la pareja de adultos del grupo a L-Macho.

No habían alcanzado aún la vereda opuesta cuando sus perseguidores comenzaron también a marchar homologando sus pasos, siguiéndolos.

"Entremos a este sitio," pronunció el pelirrojo, que sin dar tiempo a nadie para objetar, ya se hallaba en el sendero empedrado del ingreso a Vaspulia.

Adentro los recibió la confusión ordenada de estudiantes caminando en grupillos, dirigiéndose por diferentes lados a sus respectivas clases. El joven fujitivo de los campos de producción solo pensaba en alejarse a como diera lugar de los acosadores que entraron pisándoles los talones. En forma apresurada y veloz, tomó el pasillo de la izquierda.

Esteban e Isabel, así como sus pequeñas compañeras, reconocieron la ruta al instante, aunque no tuvieron tiempo de decir nada porque los demás ya seguían al de adelante. Conforme avanzaban, la cantidad de alumnos disminuía mientras terminaba el corredor. El grupo se detuvo de cara a una pared...,

pero no...,

ahora parecía como si fuera...,

era eso una...,

¿puerta?

Samuelsen y Malcini se encontraban a poco menos de un par de metros de distancia, unos pasos adicionales y los podrían saludar con un apretón de mano.

"Una vez en Vaspulia, abre la puerta."

Alex abrió aquella que tenía al frente.

Lo que ocurrió luego fue percibido solo por ocho personas y dos lagartijas, los otros que rondaban un tanto más alejados no vieron nada en lo absoluto. Una especie de túnel negro se dibujó ante los primeros y fueron, de manera literal, aspirados por este. Sintieron estar volando en el vacío a gran velocidad, impotentes por completo de hacer nada contra esa gran energía que los absorbía. No podían luchar en su contra, ni siquiera gritar para rebelarse.

Fueron solo unos segundos,

después,

nada,

la oscuridad total,

y perdieron la consciencia.

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