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Intento 70


Raymundo casi no podía creer lo bien que había pasado el día junto a la Alegre. Ella seguía siendo (¿o aparentado?) ser la misma Belinda de siempre, con el tono de voz que hacía sufrir a los tímpanos de sus oyentes más el tipo de conversación frívola insoportable exclusiva de aquella mujer. Pero en el laboratorio habían trabajado en equipo y otra vez él quedó impresionado de la rapidez y eficacia con que ella realizaba su trabajo. Incluso sus ideas y deducciones se estaban convirtiendo en un aporte vital, do Santos tan solo podía calificarlas como magníficas.

Los del Galileo también habían sido muy eficientes, proporcionándoles el equipo que necesitaban además de la información requerida. Sin lugar a dudas, el hecho de tener los minutos contados para (aunque sonara melodramático no obstante siendo la verdad literal) salvar al mundo había realizado el milagro de comunicarse con prontitud, sin las restricciones de la burocracia o los secretos de celos institucionales.

Él no tuvo más remedio que almorzar acompañado de la irritante fémina, sobre todo si ahora hacían el doble juego de aparentar haber establecido una relación amorosa mientras que no querían hacerlo notar de forma muy abierta, por el hecho de ser camaradas de trabajo. Que confusión, crear una cobertura dentro de otra y al mismo tiempo no dejar ver, bajo ninguna circunstancia, que su relación en realidad no era ni de colegas ni de enamorados. ¿Cuál era, entonces? Eso ni Raymundo podía definirlo aún; el jugar a ser agente de policía, tipo espía, era algo nuevo por completo para él.

Se sentía extraño: por un lado podía casi oler, atisbar a lo lejos a la persona que se escondía por debajo de la elaborada caparazón, que daba como producto a Belinda Alegre. Por otro, tenía que utilizar una gran fuerza de voluntad para aguantar la presencia y personalidad de la susodicha. Sin embargo, el saber que era más bien una pantalla lo hacía sonreír y, hasta cierto punto, divertirse en ser parte de la mascarada.

Después del almuerzo regresaron al laboratorio con la buena noticia, que los diferentes equipos de trabajo también habían conseguido grandes progresos. Todos parecían sentirse bastante optimistas frente a las circunstancias. Raymundo estaba pasando el día buscando con ansias algún minuto para encontrarse a solas con su compañera de habitación y poder conversar sobre qué siguientes pasos deberían dar con respecto a los exys desaparecidos. Mas tal cosa era casi imposible cuando la atención de ambos se ubicaba centrada en otra prioridad. Tendría que esperar hasta la noche, en la privacidad de su recámara, para discutir con ella tal asunto. De pronto cayó en la cuenta que se hallaba atisbando su reloj de modo constante. ¿Estaba contando las horas para terminar el día e ir al hotel con Belinda?

"Querubín hermoso, esto ya está listo. Las pruebas se encuentran preparadas. Dentro de una semana tendremos los resultados, precioso tesoro. Este grupo de acá, creo que deberíamos pasarlo por la centrífuga. ¿Estás de acuerdo, corazón de alcachofa?"

"Sí, es una buena idea."

"Ay, pero mira quién se aparece por aquí, ¡si no es otro que nuestro queridísimo profesor Saturnino Quispe, ni más ni menos!" exclamó ella de pronto.

Raymundo volteó la cara y, tal cual le fue anunciado, notó que el experto en agujeros negros acababa de entrar en el laboratorio. No supo cómo reaccionar; esa misma mañana se habían visto, no obstante, el Prof. Quispe lo ignoró por completo al pasarle el mensaje de Dimos.

"¿Qué tal Dr. do Santos, todo bien?" saludó el recién arribado.

"Todo sobre ruedas," se entrometió como de costumbre a responder la Alegre. "No podía ser de otra manera si él es el encargado. Ya sabes, Saturnino querido, ¡Raymundo es un tesoro!"

Su compañero entendió lo que ella le insinuaba a hacer: actúa como si nada.

"Por suerte, hemos tenido un buen día," confirmó el aludido. "¿En qué lo podemos ayudar profesor?"

"Saturnino, por favor, Dr. do Santos. Eso de títulos no va conmigo y menos aún entre colegas."

"¿No te había dicho, precioso Raymundo, que Saturnino era una pequeña maravilla?" intervino Belinda que, como siempre, se encontraba allí lista para meter su cuchara.

"Solo venía para ver si les fue bien hoy con las primeras pruebas y si siguen dentro del cronograma de líneas de acción que les mandaron," inquirió el Prof. Quispe ignorando a la Alegre.

"Las cosas están yendo, por el momento, tal cual programadas. Justo ahora iba a mandar el reporte con los primeros resultados," respondió el interpelado antes que la otra pronunciara nada.

"Así es, Saturnino, todo va muy chic como diría mi estilista personal," confirmó la mujer del grupo.

"Excelente, porque necesito esos resultados para confirmar si continúo con la trayectoria que planeamos."

"Por el momento, sí," ratificó el científico del Van Leeuwenhoek. "Pero todavía tenemos que hacer varias pruebas con respecto a la influencia de la aproximación de rayos equis lanzados por Delik."

"Por supuesto, por supuesto. Sabemos que lleva tiempo," asintió el astrofísico.

En esos momentos, de nuevo se abrió la puerta de seguridad del laboratorio y do Santos sintió una bienvenida brisa de aire fresco al ver aparecer a Samantha Lloyd.

"¡Querida Samy! ¡Qué maravillosa sorpresa!" exclamó la Alegre mientras se acercaba a ella, plantándole dos besos babosos en ambas mejillas.

"Buenas tardes, Belinda, me alegro encontrarte trabajando en el laboratorio."

"¿Pero dónde más iba a estar, si no es prestando mi ayuda a Raymundo? No te preocupes, Samantha, que no estoy descuidando mi trabajo de enlace tampoco. Has recibido todos mis reportes, ¿verdad? ¿O es por eso que estás acá? ¡No me digas que no te han llegado, querida! Yo siempre soy de las que opinan, que no hay que fiarse tanto en la tecnología de comunicación. No hay nada como la palabra directa, ¿no crees? No cuesta nada, que aparte de mandar reportes por escrito uno los pase  de manera oral. Yo podría llamarte cada día, o más de una vez al día si quieres, para ponerte al corriente de todo por viva voz. De paso podríamos conversar un rato, querida Samy. Me muero por contarte la última moda que he descubierto por aquí en accesorios para el cabello. ¡He visto que venden unas flores tan encantadoras que te desmayas! Te las puedes poner..."

"Gracias, Belinda," interrumpió su interlocutora, "pero no te preocupes, tus reportes han llegado a tiempo. No vas a necesitar llamarme, mándamelos por escrito como siempre, por favor."

"¿Ah sí? Qué lástima... Quiero decir, que me hubiera gustado probar mi teoría de la comunicación oral. Pero en fin, si no la requieres..."

"Como te dije, Belinda, así está bien." Y aprovechando que la Alegre se hallaba tomando aliento para seguir hablando, continuó. "Hola, Raymundo, ¿al parecer las cosas anda bien?"

"Todo perfecto," contestó él con una gran sonrisa. "Justo le estaba diciendo al Prof. Quispe, acá, que todo está yendo como programado."

"Saturnino, perdón, no te he saludado. Me alegra que hayan aprobado seguir tu propuesta de manera unánime. Bajo cada punto de vista, es la única alternativa viable."

"Gracias, Samantha," repuso el científico del Einstein, también sonriendo como un chiquillo adolescente ante su preferida modelo.

"Bueno, al parecer nadie se atreve a preguntarte lo obvio, querida Samy," intervino otra vez la Alegre. "Pero tú sabes que yo soy muy clara, tal como mi hermosa voz de soprano. Dinos, por favor, ¿a qué debemos el placer de tu visita?"

"Es cierto. Disculpen que me haya aparecido así, sin previo anuncio. La verdad es de pura casualidad que terminé en el Galileo. Estaba de regreso de una conferencia en Kulusiades y, en el aeropuerto, vi que había una conexión que pasaba por acá antes de regresar a Contilae. Así que aproveché de ese vuelo que tenía unas ocho horas de escala, para mirar cómo todos iban. Lamentablemente no tengo mucho tiempo, ya debo estar regresando al aeropuerto pronto."

"Yo te puedo acompañar," ofreció do Santos. "Solo tengo que enviar mi reporte que ya está hecho," y diciendo esto apretó uno de los botones del control remoto. "Listo, ya hemos terminado por hoy. Si voy contigo, sería una buena ocasión para que me converses de cómo van los asuntos del Instituto."

"¡Qué idea tan genial, precioso Raymundo! Te acompañamos al aeropuerto, Samantha, allí podemos cenar juntos antes que tomes tu avión," se invitó la Alegre, y antes que su colega hablara para protestar diciendo que no había pensado que ella fuera, agregó, "Ay, mira que se me ocurre una idea mejor: Saturnino, ¿por qué no vienes con nosotros? Y no voy a aceptar ninguna excusa que estás ocupado ni nada por el estilo. No, no señor. Tú tienes que venir también."

"Belinda, todavía tengo trabajo que hacer...," inició a responder el Prof. Quispe.

"No te lo creo, Saturnino, si bajaste al laboratorio era porque querías saber cómo nos iba, ¿cierto? Y uno hace eso solo al final del día, ¿verdad? Vamos, no seas tímido, ¡esta noche no te me escapas!"

Raymundo estuvo a punto de decirle que dejara en paz al astrofísico, sin embargo, una mirada de la estrafalaria mujer le hizo entender: esta sería una oportunidad para encontrarse a solas con él después que Samantha se hubiera ido. Tal vez podrían conversar acerca de su conexión con la desaparición de los exys. Sonrió para sí mismo entendiendo la táctica de la agente, ella era brillante de verdad, insoportable en su rol, pero brillante.

"No pensé que fuera a regresar al aeropuerto tan acompañada," dijo directora del Van Leeuwenhoel. "En fin, yo ya me tengo que ir."

"Y todos vamos contigo, ¡qué regio!" exclamó la Alegre, tomando del brazo a Saturnino Quispe por un lado y al de Raymundo do Santos por el otro, guiándolos hacia la puerta.

******

El camino hacia su destino y la cena fueron lo que Raymundo definiría como: conversación para una sola voz, la de Belinda Alegre por supuesto. se hallaba seguro que el Prof. Quispe estaría lamentando su decisión de sucumbir ante la insistencia de la mencionada para ir con ellos. Do Santos soportaba el suplicio pensando que iba a ser, al fin y al cabo, por una buena causa, sin embargo, ¿tenía que sufrir tanto por esta? Samantha salvó la situación en más de una oportunidad con una sonrisa o un comentario interesante, pero al instante la Alegre arremetía de nuevo, acaparando la conversación con alguna historia de modas o una nueva dieta para obtener una piel sana; cosas que a nadie le interesaba escuchar. ¿De dónde sacaría su vasto repertorio? Se preguntaba él mirando a la detective, que parecía divertida en extremo haciendo padecer a sus acompañantes.

Mientras esperaban que trajeran los segundos platos, la acaparadora de la conversación se levantó para dirigirse al tocador de damas, querido, ¡tengo que empolvarme la nariz! También el astrofisico partió de la mesa: disculpen, necesito ir a la sala de baño, ya regreso.

"Raymundo, ya que te tengo solo," inició Dra. Lloyd, "me he enterado que estás envuelto con Belinda de manera..., intima. Sé que no es asunto mío y no suelo meterme en esas cuestiones, pero como me atrevo a pensar que tenemos una buena amistad, no puedo negarte que me sorprendió muchísimo la noticia. No era algo que yo me esperaba."

"Créeme que hasta yo estoy asombrado," respondió él, sin saber qué agregar.

"Bueno, sé que tú serás discreto, mas te pediría que trates que Belinda lo sea también, en especial ahora, que están trabajando juntos en el Galileo."

"No te preocupes, Samantha...," y él no pudo continuar porque en ese momento llegaba la Alegre, oliendo a su perfumito ahogador.

Raymundo le hubiera querido decir que su vínculo con su colega iba a ser temporal, lo que durase resolver el misterio de los exys, pero era imposible contarle eso. No entendía porqué le molestaba tanto que supiera acerca de su relación, por lo general nunca daba importancia al qué decir de la gente, sin embargo, la opinión de Samantha Lloyd contaba para él. ¿Qué pensaría ella de que estaba metido con la Alegre? A todo esto, se preguntó cómo era posible que se hubiera enterado del asunto tan rápido, si había sido recién ayer que pasaron la noche juntos. Sí que los chismes vuelan, pensó.

Por fin llegó el momento en que la directora del Van Leeuwenhoek debía marcharse. El jefe ejecutivo de dicho instituto dio un gran suspiro, era una lástima que no se quedara por más tiempo porque disfrutaba muchísimo de su presencia. Cuando que se fue, a la otra fémina le vino la idea de ir los tres a un café a comerse un postre porque: en el aeropuerto no vamos a encontrar nada decente para endulzarnos los labios, queridos. A pesar de su perseverancia e insistencia, no logró convencer al Prof. Quispe. Esta vez él se mantuvo firme en su negativa, sin duda espantado de solo pensar en pasar unos minutos extras con la Alegre, e indicó que se regresaba al hotel de inmediato.

"Raymundo," repuso Belinda, "no podemos dejar ir a Saturnino como un solitario triste y abandonado," y dirigiéndose al susodicho, "Mira cómo te quiero, Saturnino, que me sacrifico en no tomar un postrecito para acompañarte. Regresémonos en grupo, total estamos hospedados en el mismo lugar, ¿verdad? Tomemos un taxi entre nosotros, así podremos conversarnos un rato más. Mañana seguro ni te vamos a ver, querido, ¡con lo ocupado que estás!"

Y evitará en lo posible ir al laboratorio para no toparse otra vez con esta loca, pensó do Santos.

El invitado no tuvo otro remedio que aceptar y regresaron juntos al hotel. Una vez llegados, la mujer comenzó a empecinarse en beber una copita de algo antes de partir a descansar. El profesor rehusó de nuevo, arguyendo que se sentía agotado y que lo único que quería era ya retirarse a dormir. Mas ella no dejó que se le escapara así de fácil y siguió caminando a su lado, hablándole de quién sabe qué adefesios a los que Raymundo ya no prestaba atención, a pesar que también se encontraba con ellos. Los tres tomaron el elevador:

"Mira qué casualidad, Saturnino querido, nuestros alojamientos están en el mismo piso," comentó la agente.

Dentro del ascensor, la Alegre invitó al astrofísico a que pasara con ellos al cuarto de su tesorín para seguir charlando un rato extra.

"No, Belinda, muchas gracias, pero ya necesito irme a descansar, no doy más," contestó, tratando con todas sus fuerzas de guardar la compostura.

"Pero si estamos de lo más contentos, Saturnino. Hay que aprovechar estas ocasiones para distraerse, ¿verdad, querido Raymundo?" insistió con afán ella, cuando justo su nuevo compañero de habitación abría su alcoba al frente de ellos.

"Gracias otra vez," inició a responder el profesor, "pero como ya te he dicho, estoy muy..."

Mas no pudo terminar su frase porque de pronto sintió que la Alegre le dio un fuerte tirón en el brazo, forzándolo a entrar. El agredido perdió por un instante el equilibrio y casi se cayó, al mismo tiempo que escuchaba a Belinda cerrar la puerta del cuarto detrás de él.

"¡¿Qué es esto?!" protestó el investigador científico obligado a ingresar, indignado en extremo y perdiendo la calma, mientras que do Santos no sabía cómo reaccionar.

La detective no quiso darle tiempo para que objetara más, así que atajó al instante:

"Solo quiero mostrarte, querido Saturnino, cómo llegar a un café delicioso que es ideal para tomar el desayuno tempranito en la mañana; se llama Pan Fresco."

El profesor se quedó de una sola pieza y, captando el mensaje, miró a Raymundo. Belinda Alegre se puso al frente del secuestrado, dando la espalda a una pintura que decoraba el recinto mientras se llevaba un dedo a los labios en gesto de guardar silencio. Abrió su cartera con forma de mariposa, compuesta de brillos verdes y amarillos, y de allí sacó un pequeño aparato rectangular que apuntó hacia la puerta. Apretó un botón blanco del dispositivo por el que salió un haz de luz casi imperceptible, el cual golpeó su objetivo en un ángulo tal que se desvío, dando a parar a la esquina superior derecha del marco del cuadro que se hallaba detrás de ella.

"Listo," anunció la captora con un suspiro, y dando un golpe de tos botó el modificador de su sonido de habla. "Perdón, pero al final del día ni yo misma me aguanto mi timbre de voz."

"Esa vocecita yo la conozco...," enunció como para sí el renombrado erudito. "No eres..."

"Belinda," interrumpió la misma con prontitud. "Por favor, profesor, sígame llamando Belinda."

"¿Pero no eras tú mi alumna? ¿No eres la que siempre paraba con Dimos?"

"Sí, soy yo, pero sigamos utilizando el Belinda, ¿está bien?" replicó la cuestionada, y él entendió que su antigua estudiante no quería dar a conocer su verdadero nombre y dejó el asunto en paz.

"Sentémonos en la mesa," sugirió ella, "y tengan cuidado de no tocar el rayo de luz."

"¿Para qué es eso?" preguntó Raymundo, que había permanecido en silencio, observando el intercambio entre La Alegre y su antiguo instructor.

"Si no me equivoco," intervino Saturnino Quispe, "es un exali. Verdad, ehhh... ¿Belinda?"

"Sí," respondió la aludida con una sonrisa traviesa.

"Es algo inventado por la creatividad, que los estudiantes siempre procuran cuando quieren hacer trampa a sus maestros. Lo ideó un grupo de alumnos del Einstein para utilizarlo en las pruebas finales. Durante los exámenes muchas veces nosotros, los profesores, no tenemos el tiempo de estar vigilando a los jóvenes, por lo que utilizamos el método de poner una cámara que siga el más mínimo detalle de sus movimientos. Son las agencias de seguridad las encargadas, que sus empleados supervisen los exámenes a través de la cámara. Bueno, el grupo de estudiantes que te hablaba inventó este aparato que llamaron exali, que es la abreviación de Exámenes Libres. La maquinita proyectaba una imagen y sonido a la cámara, mientras que ellos podían copiar las respuestas."

"Pero no copiábamos, profesor," protestó su pupila de antaño, "solo conversábamos entre nosotros para no aburrirnos, pero eso tampoco es permitido en un examen."

"Por eso los dejábamos. Mejor hacerles creer que se salían con la suya, a que se las ingeniasen a crear otra cosa que no pudiésemos detectar."

"¿Ustedes sabían del exali?" preguntó ella sorprendida y decepcionada al mismo tiempo.

"Por supuesto. Recuerda que muchos de los profesores del Einstein son ex-alumnos."

Y con ello do Santos comprendió que Saturnino Quispe quería referirse que eran exys y que, por lo tanto, su nivel de inteligencia se ubicaba a la par que los jóvenes superdotados que enseñaban. De pronto cayó en la cuenta de lo que estaba pasando,

"Entonces, ¿esto significa que alguien está espiando mis movimientos? ¿Que hay una cámara en el cuarto?" preguntó muy alarmado.

"Espero que no a ti," contestó la agente. "sino a mí. Ayer pasé la noche contigo, por lo que la pusieron en tu habitación. El exali tiene un sensor que puede captar dónde se encuentra cualquier cámara, así que lo apunté hacia ella. Era algo que me esperaba podía suceder, por eso, cuando saliste en la mañana, me ocupé preparando el programa artificial de nosotros. Es magnífico, hay conversaciones y escenas diferentes para un año de las mañanas y noches que pasemos juntos aquí," y cambiando de tono, "Lo siento mucho, Raymundo, pensé que a lo mejor no iba a pasar esto, pero creo que te he envuelto en el asunto mucho más de lo que hubiera querido."

"No te preocupes, Belinda, no fue tu decisión, sino la mía. Ahora que estamos los tres reunidos, no perdamos más tiempo. Saturnino, cuéntanos cuál es tu conexión con Dimos."

Fue una pregunta tan directa que hasta a ella le sorprendió, aunque ya la habían hecho larga entre una y otra cosa; era el momento en que el Prof. Quispe también mostrase sus cartas sobre la mesa.

"¿Y cuál es tu conexión con él, Raymundo?" replicó el mencionado en tono defensivo. "Puedo entender que Dimos haya querido comunicarse con Belinda, pero tú, ¿qué papel juegas en todo esto?"

La fémina de los reunidos fue esta vez quien tomó la iniciativa y explicó a su antiguo maestro que ella era un agente de la Policía Internacional, que existía una investigación acerca de la desaparición de los exys y cómo fue que ahora su colega del Van Leeuwenhoek se había involucrado en la historia. El oyente pareció ponderar por unos segundos lo que su ex-alumna le dijo para después hablar,

"Todo suena bastante lógico, les creo. Disculpen, pero uno jamás sabe. Nunca está demás tomar precauciones."

"¿Precauciones de qué?" preguntó do Santos, un tanto ofendido por la actitud de sospecha que el astrofísico le había dirigido.

"Que nosotros fuéramos del otro bando, ¿verdad, profesor?" intervino la detective. "Que estuviéramos del lado de los causantes del problema y que quisiéramos sacarle información con la excusa de ayudar a Dimos."

"Nosotros podríamos decir lo mismo de ti, Saturnino," señaló el usuario del dormitorio, "¿quién nos dice que tú no trabajas con esos criminales y que lo has forzado a escribir ese mensaje para infiltrarte y averiguar lo que sabemos?"

"Si lo pones así, Raymundo, estamos en las mismas. Solo te queda creerme, como a mí solo me queda hacer lo mismo con ustedes."

"Yo le creo, profesor," indicó Belinda. "Raymundo, no podemos seguir adelante sin confiar en alguien. Por favor, profesor, cuéntenos qué sabe de Dimos y cómo fue que nos pasó su mensaje."

"Quisiera poder darles más información que la que tienen hasta el momento, pero la verdad es que yo no sé más que ustedes. Cuando comenzaron las desapariciones de varios alumnos del Einstein, yo junto con otros colegas iniciamos a inquietarnos del asunto y contactamos a la Policía Internacional. No como representantes del centro educativo, sino como personas particulares preocupadas al respecto. El Einstein nunca va a reconocer de forma pública que sus alumnos están perdiéndose en la nada, y mucho menos siendo exypnos, los que se suponen no existen. La policía no nos hizo caso, mas al cabo de un tiempo nos enteramos que iniciaron a investigar el asunto. Por nuestra parte, mis colegas y yo comenzamos nuestras propias indagaciones, reuniendo la mayor cantidad de información acerca de los estudiantes desaparecidos, tratando de hacer algún sentido de todo esto. No sé cómo, pero me imagino de que de alguna manera debe haber llegado a los oídos de los desvanecidos, que estábamos metidos indagando qué había pasado con ellos."

"Al decir eso, profesor," interrumpió su antigua discípula, "usted está implicando que están vivos, ¿tiene alguna prueba de ello?"

"No, Belinda, por desgracia, no. Pero por lo menos sabemos que Dimos lo está, gracias al mensaje que me pasó para ti. Esa ha sido la única ocasión que he tenido contacto con él y no fue de manera directa. Les explico: hace cinco días recibí un mensaje de Dimos, o por lo menos firmado por él, en mi librel personal. Me pedía ir al día siguiente al jardín botánico del Einstein y que buscara debajo de las rocas que bordean el árbol de sauco, sambucus nigra, entre las bancas número tres y cuatro."

"En los jardines de allí numeran las bancas para facilitar cuando alguien se quiere encontrar con otra persona. Te veo en la banca cinco del botánico, por ejemplo," aclaró la agente para beneficio de Raymundo.

"Así es," confirmó el Prof. Quispe y continuó, "Por supuesto, me extrañó muchísimo recibir tal mensaje. Mi primera reacción fue reenviarlo a la Policía Internacional que, como saben, ya estaba trabajando en las desapariciones de nuestros estudiantes y ex-alumnos. Sin embargo, decidí callármelo en caso que fuera una falsa alarma, alguna broma pesada de alguien. A veces, uno se encuentra en el Einstein con gente que tiene un sentido del humor un tanto retorcido. Me costaba creer que la nota fuera cien por ciento auténtica, ¿no se suponía que Dimos estaba muerto? Por otro lado, el mensaje decía de forma específica de ir solo y no decir nada a nadie. Y por último, lo que me pedía era tan simple que pensé hacerlo y ver qué pasaba.

"Tempranísimo en la mañana fui al jardín botánico, no solamente porque no veía la hora de ver si había algo, sino porque estaba seguro que no iba a haber nadie sentado por allá. En el camino, me crucé con dos o tres estudiantes haciendo su ejercicio matinal de correr, pero, aparte de eso, no vi nada inusual. Una vez en el lugar indicado, me cercioré que no hubiese nadie cerca que pudiera observarme y fui de frente al árbol de sauco. No me tomó nada de tiempo descubrir, debajo de una de las piedras, un pequeño sobre de plástico en el que estaba escrito mi nombre. No pude aguantar la curiosidad y lo despegué de inmediato. Adentro habían otros dos sobres: uno también con mi nombre y otro en blanco. Abrí primero el dirigido para mí y hallé un simple mensaje pidiéndome que me encontrara con una persona acá, en Grosumerla, en un café llamado Pan Fresco a las seis y media de la mañana y que le pasara el otro sobre en forma discreta. Al final del mensaje firmaba Dimos y al costado de su nombre escribió Circinus. Eso me indicó, sin lugar a dudas, que era él en realidad porque Circinus es una constelación de la que hizo un trabajo de investigación, uno del que yo me iba a acordar. El cuento es que su trabajo fue tan mal hecho, que tuvo que rehacerlo para poder aprobar el curso. En verdad era un reporte excelente para cualquier estudiante, pero no para el nivel de un alumno del Einstein; se notaba que había sido elaborado en pocas horas, por seguro la noche anterior. Después me enteré, que Dimos había pasado el tiempo ocupado en otra investigación de su curso de bacteriología, tratando conquistar otra chica del instituto educativo. Al final, la muchacha en cuestión terminó rechazándolo, diciendo que él no se hallaba en su mismo nivel intelectual, ya que tenía que rehacer el trabajo para mi curso. Pobre muchacho, estaba frustrado hasta los huesos, pero se le pasó rápido al conocer a otra joven.

"En fin, que tenía que ser Dimos quien había escrito la nota, pocas personas conocían esa historia. De nuevo rechacé la idea de informar a la Policía Internacional acerca del asunto, si él hubiera querido su ayuda se hubiera comunicado con ellos sin pasar por mí, ¿no creen? Además, seguro que también en el fondo me entusiasmaba jugar al agente secreto..."

"Esto no es un juego, profesor," atajó la detective, "es algo serio en extremo, quién sabe qué está pasando con Dimos y los demás," terminó diciendo en tono recriminatorio.

"No lo tomes mal, Belinda, por supuesto que entiendo la gravedad del asunto. Por eso mismo, no hice ningún atentado para hablar con Raymundo cuando le pasé el mensaje, a pesar de reconocer bien quién era. Y tampoco me hubiera atrevido a conversar con él después, y mucho menos contarles esta historia, si no hubiera sido por ti. Mi plan era, como les dije, esperar a ver qué pasaba y, si Dimos se comunicaba conmigo otra vez, ayudarlo en lo que fuera posible. Por lo que veo él está, hasta cierto punto, en control de la situación."

"¿Y eso es todo?" preguntó su ex-alumna. "¿No hay nada más que nos pueda ayudar en el asunto?"

"Eso es todo."

"Lo que me sorprende muchísimo," intervino do Santos, "es cómo Dimos sabía que tú, Saturnino, ibas a venir a Grosumerla y que Belinda iba a estar también acá. Y que encima, escogiera un lugar cerca de nuestro hotel para el encuentro. Nuestro trabajo en el Galileo es algo ultra secreto. Ni siquiera nuestros familiares cercanos tienen idea que estamos aquí; les hemos fabricado historias de vacaciones en algún sitio, cursos de actualización profesional, etc."

"Es cierto," reiteró la investigadora mirándolo con ojos de admiración. "No me había puesto a pensar en eso..."

"No creo que podemos encontrar una respuesta a esa pregunta con lo que sabemos ahora," señaló el Prof. Quispe. "A no ser que la comunicación que él les mandó diga algo al respecto."

La mujer de la habitación comprendió que su ex-tutor estaba solicitando de manera implícita, que le contaran qué cosa el desaparecido les había escrito. Ella pasó a explicarle y él concordó con la posición de Raymundo: no debían abandonar el asunto.

"No hay mucho por dónde tratar de localizar a Dimos, pero de alguna manera no debe estar muy lejos del Einstein si dejó el mensaje allá," sugirió el experto en agujeros negros.

"Puede ser," comentó pensativa la detective. "Pero también existe la gran posibilidad de no haber sido él quien lo pusiera, sino que fuera otra persona."

"¿Escrito por su puño y letra?" argumentó do Santos. "Eso implicaría que debería haberlo pasado a una larga cadena de ayudantes, si se encontraba lejos, porque no se los debe haber enviado por correo. Mmm, suena muy complicado."

"No para alguien del Einstein," murmuró el profesor.

"Aún así," insistió Raymundo. "Significaría involucrar a muchas personas. No creo que eso es lo que él quiere, si justo nos está pidiendo olvidarnos del asunto."

"Tal vez tienes razón," expresó Belinda, "habrá que concentrarnos en los alrededores del Einstein, sin dejar de lado la posibilidad que Dimos bien puede hallarse en otro lugar."

"De su puño y letra...," murmuró para sí el erudito. "Utilizando papel que ya no se usa, cuando bien podría haber mandado los mensajes por vía electrónica y ahorrarse todo el problema."

"Pero a mí me dijo que era peligroso comunicarse de esa manera," recordó la Alegre.

"¡Papel!" apuntó de pronto el dueño de la recámara, haciendo saltar de su asiento a sus dos acompañantes. "Como tú dices, Saturnino, ya nadie se comunica escribiendo con papel. ¿Todavía tienes el mensaje que te envió?"

"Sí, pero..."

"Estás en lo cierto, Raymundo," arremetió la agente con una gran sonrisa. "El papel nos podría ayudar, tendríamos que verificar qué tipo es, después ver dónde lo venden y quiénes lo compran. No es mucho, pero es algo para comenzar. Yo me encargo de eso, me llevará unos días...," y dirigiéndose a su otro interlocutor, "Apenas sepa algo le mando una nota para almorzar o cenar juntos, profesor. Felizmente estamos trabajando los tres en el mismo proyecto, no necesitamos inventar ninguna gran excusa para reunirnos."

"De acuerdo. Entonces yo ya me voy," anunció en tono cansado el miembro del Einstein, levantándose de la silla con cuidado de no tocar el haz de luz del exali.

Su antigua pupila se paró al mismo tiempo y le abrió la puerta.

"Yo me quedo, profesor. ¡No voy a dejar a mi precioso Raymundo durmiendo solo por un buen tiempo!" declaró ella con una sonrisa juguetona en el más puro estilo Belinda Alegre.

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