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Intento 62


El viento no dejaba de soplar, pero variaba en intensidad; venía en oleadas, como preparándose para tomar fuerza y arremeter. Cuando lo hacía, se debilitaba, calmándose un tanto para otra vez iniciar el ciclo. Esteban fue lanzado hacia la montaña de nuevo, sin embargo, en esta oportunidad no lo tomó desprevenido; logró justo a tiempo estirar ambas piernas de tal manera que la planta de sus pies fuera lo primero en tocar las rocas, impulsándose hacia la dirección opuesta. Dicha maniobra le sirvió para amortiguar el golpe. Sus miembros cumplieron su misión por esta vez, no obstante, él pudo sentir que la vibración del choque le llegaba como una descarga eléctrica a sus rodillas, no estaba seguro de resistir con el mismo vigor al siguiente embiste.

Los intervalos de descanso del viento tendían a acortarse poco a poco, el chico del Einstein se preguntaba qué esperaba su compañero para decidirse a lanzar el juego de mosquetón y cinta. Al mismo tiempo, cada vez le era más difícil guardar una posición estable para atraparlo.

"¡Esteban!" llamó. "¡Estoy listo!"

"No, Samir, no te lo voy a lanzar. Tengo un mensajero que te lo está llevando, ¡prepárate a recibirlo!"

¿Mensajero? se preguntó el muchacho, ¿de qué rayos hablaba Esteban? Entonces, fijó su mirada en la figura cual péndulo debajo y, de repente, distinguió a una pequeña forma avanzando hacia él. Al frente de aquella podía ver el mosquetón con la cinta estribo, que también se encaminaba hacia su dirección. ¡Es una de sus lagartijas! se dijo. Espero tenga la habilidad para llegar hasta acá.

L-Hembra sentía que la corriente la empujaba, invitándola a elevarse de la cuerda, pero ella no pertenecía a una especie aérea, ella era terrestre; eso de volar no estaba dentro de sus tantas habilidades. Sus patas se aferraban con toda la fuerza que podían generar para no ser desgarradas de la soga, aunque tenía que levantarlas una por una para avanzar. Esto era un reto que esperaba no probara ser por encima de sus habilidades. Los instrumentos que llevaba en la boca no era de gran ayuda, ella ya había cargado ese tipo de peso antes, sin embargo, siempre tenía la libertad de parar y botarlo a su costado para descansar, ahora no podía darse ese lujo, tendría que aguantarlo a toda costa. Acá venía otro golpetazo de viento, lo podía oler...

Se agarró con toda su energía a la amarra con firmeza, unos segundos antes que este la golpeara.

Tan concentrada se hallaba en aferrarse al cordón que, por unos instantes, bajó la guardia en apretar con su mandíbula su precioso lastre.

Cuando la descarga de aire llegó, el mosquetón con la cinta amenazó con deslizársele de su boca.

L-Hembra inclinó su cabeza para evitar perderlos, mas aquello hizo que cambiara su centro de gravedad, desbalanceando su cuerpo.

Por instinto, la pequeña lagartija sacó una patita de la cuerda, buscando otro apoyo para afirmarse; solo encontró el vacío...

Sus reflejos no la traicionaron, a pesar de ya no estar en la flor de su juventud, guardaba todavía una considerable rapidez en la respuesta de sus movimientos, y pudo asirse de nuevo a la soga con sus cuatro miembros.

Vaya, pensó, aunque joven no sea, no solo aún hermosa sigo, rápida soy para quien vea, ¡esto yo lo consigo!

Y con gran satisfacción y renovada confianza, continuó su recorrido. Tal seguridad no era de hierro para quienes la estaban observando con el corazón en la boca: L-Hembra ahora se hallaba avanzando por la amarra patas arriba - cabeza abajo. Mas ella, animada con la pirueta que había realizado, se llenó de una revitalizada y mayor determinación, de súbito se encontró avanzando con mayor rapidez y decisión.

El mencionado golpe de viento lanzó otra vez a Esteban contra la pared: sus piernas se doblaron ante el impacto y terminó magullándose el cuerpo de nuevo. Él no sabía cuanto tiempo aún podría seguir con este ritmo, percatándose de pronto que, aparte de todo lo demás, le dolía la parte superior de su hombro derecho. Se preguntó cómo era posible que no recordaba haberse golpeado de lleno ese lugar, hasta que se dio cuenta que la aflicción que sentía era causada por la presión de unas patitas, las que temía le estaban lacerando la piel.

L-Macho se hallaba tan ansioso por la situación en que se encontraba su pareja, que tenía sus garras incrustadas en el hombro del científico. Este último pensó en decirle que le estaba causando daño, pero después reflexionó mejor: en su situación, si fuera Isabel quien estuviera corriendo un peligro de vida o muerte, él estaría haciendo lo mismo. En vez de quejarse, optó por tratar de calmarlo,

"L-Macho, no te preocupes, L-Hembra ya está por llegar."

La lagartija no respondió, absorbida por completo  a vililar a su consorte y rogando a la energía vital, que el latigazo de aire se demorara unos minutos más en azotar.

"Mira, ¡ya llegó!" exclamó Esteban con una gran sonrisa de alivio.

"No necesitas decírmelo, Humano Único, yo también tengo ojos para ver," replicó el reptil desde su hombro, si bien, en el fondo, se alegraba que alguien le confirmara que su amada hubiera arribado y que no era una ilusión óptica lo que había visto.

"¡Lo tengo!" gritó Samir. "Estas mascotas tuyas se merecen una medalla, ¡son súper yaba!"

L-Hembra miró al jovenzuelo con cara de disgusto, ¿cómo se le ocurría pensar que ella perteneciera a alguien y mucho menos a un humano? Estuvo tentada en darle un mordisco, pero la verdad era que se sentía tan cansada con el esfuerzo que había hecho, que pensó no valía la pena gastar sus energías, y menos aún en un humano ignorante. Optó por acomodarse en su hombro, que sea él quien la llevara esta vez.

Samir colocó con destreza el camalote, cuidándose muy bien de darle el giro de seguridad de 180 grados. Luego le puso el mosquetón con la cinta de estribo. Listo, se dijo, y se apresuró a pasar por fin a la terraza. Allí no perdió tiempo, aseguró una parte de su cuerda e inició a jalar por la otra. 

Esteban sintió el tirón que lo comenzó a subir con lentitud. El viento atacó con intensidad de nuevo, sin embargo, en esta ocasión él se ubicaba más alejado de la pared de roca y no pudo estamparlo sobre ella.

Por su parte, Samir sentía que la soga le estaba cortando las manos, a pesar de haberse puesto los guantes para ascender a su compañero. Los músculos de sus piernas se encontraban tensos para servirle de ancla y sus brazos parecían haber crecido en grosor por el esfuerzo.

De pronto una mano apareció por el filo de la terraza.

Luego otra.

Ambas se apoyaron y, con un último tirón de la cuerda, el torso de Esteban se vio recostado en la saliente de roca.

Él levantó una pierna que posicionó en el suelo y, empujándose con sus brazos, trajo la otra que se hallaba todavía en el aire.

Avanzó a gatas unos centímetros y quedo allí tendido, jadeando.

Samir se acercó de inmediato. Esteban levantó la cabeza:

"Gracias," dijo dirigiéndose tanto a su al chico de Lobla como a L-Hembra.

El más joven de los dos se quitó su arnés, ayudó a su pareja de escalada con el suyo y ambos se dispusieron a beber de sus botellas de agua con sus espaldas reclinadas en la montaña.

"¿Mejor?" preguntó el primero, mirando al segundo con cara de preocupación.

"Ahhh...," exclamó el interrogado, bebiendo otro buen trago. "Mucho mejor. En unos minutos estaré listo para continuar."

"Lo que viene no es muy difícil, en un ratito lo subimos y llegamos a la cima. ¿Cómo está tu mano? Noté que te la chancaste fuerte. Tu dedo medio no parece nada bien, no te veo moverlo."

El científico, asombrado al notar cómo a Samir no se le escapaba ningún detalle, optó por decir la verdad.

"Creo que está roto, espero no sea un problema para lo que nos queda de subida."

"Uhmmm... Ya no vamos a tener que trepar agarrándonos de las piedras, pero todavía la pendiente es algo fuerte y de vez en cuando vas a necesitar tus manos para ayudarte a subir. Mejor lo entablillamos o lo inmovilizamos de alguna forma, ¿ya?"

Esteban sonrío, se suponía que el médico era él.

"Ya pues. Tú llevas el botiquín de primeros auxilios, ¿no? Allí seguro tendremos algo que nos sirva."

Samir lo sacó de su bolsa y, ayudado por las indicaciones de su camarada de ascenso, lograron inmovilizar su dedo.

Llegó el momento de seguir adelante, habían perdido tiempo entre una y otra cosa, lo último que hubieran querido era que les alcanzara la noche en el trayecto. Se cambiaron de calzado, acomodaron en sus mochilas las cuerdas y el arnés de escalada de roca y, estirándose la espalda, brazos y piernas, se hallaron listos para continuar. Lo que les quedaba de subida fue tal cual predijo el joven montañero: nada complicado, mas con la mano derecha de Esteban no trabajando en su cien por ciento, tuvieron que tomarlo con calma en algunos tramos.

El viento seguía bufando con intensidad, pero el chico de Lobla había planificado muy bien el recorrido, de tal manera que este no se convirtió en un obstáculo. La cima los recibió con unas cuantas rocas planas, perfectas para servirles de asiento. Allí se acomodaron para comer algo antes de iniciar el descenso.

"Esteban, ¿eres tú el Prof. Esteban Tochigi que descubrió la cura del SIDA?"

"Sí," contestó él, al que nunca le gustaba conversar sobre tal asunto, lo hacía sentir como que quisiera vanagloriarse de algo que tan solo consideraba como un trabajo bien hecho.

"¡Yaaaaba!" repuso Samir.

Él había conocido científicos e investigadores de primera, muchos de los profesores del Einstein eran expertos reconocidos a nivel mundial en sus respectivas ramas, pero nunca había tenido la oportunidad de encontrarse con alguien así, en una situación que no fuera profesor-estudiante.

"Cuéntame qué se siente haber sido tan famoso y ser visto como un genio en tu especialidad," pidió de lo más entusiasmado.

"Al principio es halagador y extraño tener esa atención. No deja de sorprenderte que te llamen para entrevistas, o que los vecinos que jamás te hablaron de pronto te saluden como si fueran tus mejores amigos. Pero al final, sigues con tu vida sin hacer mucho caso a eso. Tanta atención no fue algo que yo buscara, aunque para mí fue momentánea, ahora nadie se acuerda que yo existo. Al mismo tiempo te fastidia, porque la gente tiene una imagen de ti como alguien superior, no como una persona común y corriente, y menos como tú mismo. No sé si me entiendes..."

Samir por supuesto que lo hacía.

"Yo soy un estudiante del Einstein," le anunció de la nada.

Esteban lo miró y comprendió de inmediato las particularidades que le había visto y que le debía ser difícil balancear, por un lado, una inteligencia tan fuera de lo ordinario; por el otro, tratar de ser alguien más de su edad.

"Por favor no le digas eso a nadie," prosiguió, casi arrepintiéndose mientras se le escapaban las palabras, pero no las pudo contener y continuó. "Por primera vez en mi vida, aparte de mis padres, nadie me trata como un bicho raro. Por primera vez, sé lo que es ser normal. Es yaba ser uno más."

"No te preocupes, seré una tumba."

Y el muchacho leyó que podía confiar en él con certeza.

Ambos se quedaron callados y tomaron la oportunidad para relajarse con el paisaje. En realidad no había mucho que ver; un poco más abajo, se habían acumulado nubes que tapaban lo que se encontraba detrás de ellas. Para el científico eso era mucho mejor, puesto que cubrían la altitud en la que se hallaban. Al chico Hafar en vez le molestaba porque no podía planificar el camino, tendrían que buscarlo mientras lo hacían. No era que esperaba perderse, puesto solo debían asegurarse estar descendiendo. Además, cargaban con un SPG que podían consultar, si se alejaban mucho del lugar donde el resto los estarían aguardando. Lo que le incomodaba era no tener todo organizado a la perfección y estar obligado, en cierta manera, a improvisar. ¿Mas no era eso lo que había practicado en los últimos días? Sí, aunque en esas ocasiones no había tenido tiempo para pensar: había actuado en forma instintiva. Tal conclusión no evitó que iniciara a invadirlo un malestar agobiante, seguro es así como Esteban se siente con las alturas, pensó. Pero se equivocaba, lo que experimentaba Samir era mucho peor y de mayor intensidad. Él lo podía manejar hasta cierto punto; el problema era que el estrés tendía a aumentar y, en estos tiempos recientes, se había dado cuenta que era más agudo y  difícil de controlar. Lo mejor que podía hacer era tratar de virar su atención y concentrarse en otra cosa.

"Esteban, ¿hace mucho tiempo que tienes a tus lagartijas?"

"No mucho..."

"¿Verdad? Porque pareciera que fueran como tus hijas, no te dejan ni un instante. Cualquiera diría que siguen cada palabra que dices."

"¿Ah sí?" dijo él, no queriendo dar grandes explicaciones al respecto.

"Sí. Vas a pensar que estoy loco, pero cuando estabas colgando de la cuerda, por un segundo parecía que no eras tú quien les estaba dando instrucciones, sino que fueran ellas quienes tomaban la iniciativa."

"¿Te parece?" continuó el científico en tono vago.

"Es increíble que te hayan comprendido, que yo sepa no existen lagartijas de esta especie amaestradas. Además, no te escuché usar palabras para mandarlas hacia mí. ¿Cómo hiciste a que una de ellas me trajera el mosquetón con la cinta?"

"Son unos animalitos muy inteligentes," respondió, y no se le ocurrió qué más agregar.

El joven de ojos verdes quería seguir discutiendo el asunto, no obstante, de un momento a otro sintió como que se le olvidaba la siguiente pregunta, a pesar de tener la mirada fija en los reptiles que se encontraban observándolo de manera directa y penetrante. Su interlocutor, al notar su confusión, aprovechó para apuntar que seguro ya era la hora de comenzar a bajar. Ambos se pararon y decidieron juntos cuál sería la mejor ruta para iniciar el descenso. Contra todo pronóstico, Esteban pidió esta vez ir a la cabeza. Su argumento tenía lógica: decía que si se perdía o caía, Samir lo podría notar; mientras que si andaba detrás, tal vez pasaría un buen rato antes que se diera cuenta que ya no estaba siguiéndolo a su espalda. Iniciaron, entonces, el descenso y, para la gran sorpresa del guardaespaldas, fue este el que tuvo que esforzarse para seguir el paso; su compañero con temor a las alturas se hallaba bajando a gran velocidad.

El investigador del Van Leeuwenhoek no veía la hora de ya dejar esta bendita montaña y acercarse lo más rápido posible al nivel del suelo. Por otro lado, la misma pendiente ayudaba a que sus piernas se movieran con rapidez sin gran esfuerzo; solo tenía que dejarlas caer una después de la otra. El truco era guardar el equilibrio para que la misma energía de inercia que aceleraba su paso no le hiciera perder el control. Sentía que era un trabajo entretenido, el que lo hacía concentrarse en cada pisada y olvidarse que estaba muy por encima de la tierra firme.

En poco tiempo atravesaron la nubosidad y Samir pudo ver con mayor claridad su alrededor. Quiso indicar a su acompañante cuál sería el mejor camino a seguir, pero no tuvo necesidad de hacerlo al ver que ese era por el que él se dirigía. De pronto, Esteban levantó la mirada del suelo y percibió una mancha amarilla que, con cada paso que daba, iba creciendo: el Mario. Cerca del avión, también divisó unos pequeños puntos que se movieron hacia su dirección.

"¡Allá están, Samir!" indicó con una voz llena de gozo.

Sin pensarlo aceleró el paso y en tiempo récord alcanzaron la falda de la montaña. Aún les quedaban unos cuantos metros cuando los demás que los esperaban se acercaron hacia ellos. Isabel, sin darse cuenta, se separó del grupo e inició a subir para alcanzarlos. No tuvo necesidad de ascender mucho, al poco rato ya se encontró a su lado.

"Estábamos preocupados... Se estaban demorando en aparecer más de lo que pensábamos. Esteban, ¿estás bien? ¿Qué te pasó en la mano?"

"Estoy bien, Isabel, ya te contaremos todo. Ahora, déjanos terminar de bajar, por favor" contestó él con una sonrisa de oreja a oreja por ya estar reunidos y a punto de dejar atrás la cordillera, había sido una larga jornada.

******

Todos juntos fueron adentro del Mario donde podían sentarse con mayor comodidad a descansar. Los esperaba otra ronda de comida deshidratada, sin embargo, con el hambre que llevaban les pareció divina tanto a Samir como a Esteban. Mientras cenaban les contaron lo que había pasado. Nadie dejó de comentar lo yaba que eran las lagartijas del cientfíco porque bien fueron ellas las que evitaron una tragedia. Isabel fijó sus ojos en los animalitos y les envío en su mente un: Gracias, lleno de respeto. Estas le devolvieron la mirada con expresión de satisfacción.

"Fue un placer, Pareja del Humano Único," sintió decir a L-Hembra.

"Bueno, como bien se dice: Barriga llena corazón contento," pronunció Lasalo. "No sé ustedes, pero después de este día yo necesito descansar," y se acomodó en su fila de asientos donde, para variar, se quedó dormido de inmediato.

"Y de nuevo el capitán del equipo se libra de lavar y ordenar las cosas de la cena," apuntó Alexander.

"No seas así, Alex," protestó Mandi. "¿No ves que realmente está que no da más y necesita dormir?"

"¿Pero de qué?" repuso su amigo. "¡Ah sí! Será porque fue capaz de recordar un dicho en rima, para él debe haber sido un esfuerzo de muerte."

"¡Alex!" reprendió la hija del chef.

"Mandi, no es por nada, pero Lasalo fijo que se pierde en Analucía," añadió Samir.

Él sí se sentía exhausto de verdad y ella ni lo había notado. El pelirrojo y el resto se rieron, la verdad que no le caía mal eso de perderse por allá.

"Y ustedes seguro se creen genios estudiantes del Einstein, ¿no?" se dirigió la chica Vora a los dos amigos en tono de lo más ofendido.

A Samir se le fue la sonrisa de la boca al instante y se puso pálido. Al notarlo, Esteban intervino,

"Ya se está haciendo tarde, mejor pongámonos a acomodar las cosas para irnos todos a descansar. Mañana partimos temprano a Camfulhe."

******

La piloto del Mario ya había armado la carpa y acomodado sus bolsas de dormir en ella. Una vez adentro, L-Hembra y L-Macho partieron afuera con discreción deseándoles las buenas noches. Por su parte, ellos les agradecieron otra vez por su coraje y esfuerzo.

"¿Esteban?" llamó Isabel, una vez que estuvieron acurrucados en sus bolsas de dormir. "Sé que debes estar agotado, pero veo que algo te preocupa, ¿qué pasa?"

"Es mi libreta de apuntes."

"¿Tu libreta de papel?"

"Sí. La he perdido."

"¿La perdiste? ¡Allí estaban los mapas que dibujé con el ocufix, los del trayecto que debemos tomar para Vaspulia! ¿Cómo fue? ¿Qué pasó?"

"Fue cuando estaba suspendido de la cuerda en la montaña: con el viento que soplaba, mi libreta se deslizó de mi bolsillo cuando me encontraba así, tal cual la famosa escultura colgante de Carina."

Ni bien terminó Esteban de pronunciar el nombre de la artista preferida de su madre, sus ojos se agrandaron, su boca se entreabrió y se frotó los dientes con la lengua antes de exclamar,

"¡Carina! ¡Claro! ¿Cómo no me acordé antes?"

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