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Intento 55


Samir había pasado una mala noche dentro del Mario, conciliar el sueño le fue casi imposible. Cuando sus dos amigos entraron al avión junto con él, se acomodaron con rapidez en los asientos que reclinaron para descansar a gusto. Lasalo ya había puesto el aire climatizado a una temperatura agradable así que, aparte de quitarse los zapatos y ponerse una manta encima, no había nada más por hacer. Ninguno inició a conversar porque los tres se encontraban exhaustos y ya tendrían oportunidad al día siguiente de charlar; mejor aprovechar el tiempo en recargar sus energías.

El estudiante del Eisntein estaba igual de agotado que sus otros compañeros, no obstante, su primer instinto al entrar y ver el desorden del Mario fue empezar a acomodar los objetos que se hallaban fuera de su lugar. Mandi y Alex no abrieron boca, sin embargo, sus miradas no necesitaban palabras para comunicarle que ya era tarde, que a ellos les urgía dormir y que era una idea disparatada ponerse a limpiar y acomodar cosas a esas horas. Él tuvo que desistir y tratar de disimular el gran malestar que le causaba pasar la noche en un lugar, que no fuera organizado y ordenado de manera inmaculada.

Había espacio para que cada de uno tomara una fila de dos asientos sin tener que compartirlos con otra persona; eso era un cierto alivio ya que les daba a todos un poco de privacidad. Samir, entonces, no dudó en dejar abierta la portezuela de su ventanilla: poder atisbar las estrellas le ayudaría a calmar su ansiedad. Ahora, de mañana, el sol entraba por esta; no tenía que depender de su alarma para que le anunciara que ya se acercaba la hora de levantarse y prepararse a partir. Irguió el respaldar de su asiento y fijó su mirada afuera, para evitar la terrible sensación que le daba ver el interior del Mario.

Lo saludaba un día despejado; el cielo azul por completo aún tenía de invitada a la luna, que esta noche ya perdería parte de su redondez. Por unos instantes lamentó que tuvieran que irse, le hubiera gustado de sobremanera poder quedarse a disfrutar de las luces danzantes y estudiarlas. Su mente pasó a observar las montañas, vistas de este lado todavía eran imponentes y majestuosas, a pesar de que su altura era un disfraz; por donde ellos cruzaron eran mucho más bajas. Eso es, se dijo, esa es la única solución. Un tanto arriesgada..., pero no, se puede hacer.

Samir sintió una mayor traquilidad y no pudo evitar una sonrisa; el día se presentaba mejor de lo que había pensado. La desolación del paisaje árido, carente de colores que anunciaran vida en ebullición, era una brisa suave de sosiego. La uniformidad del medio emitía serenidad total, sin lugar a dudas era un lugar hermoso. De pronto, notó que alguien abría la entrada de la solitaria carpa verde. Ya están alistándose, pensó, incorporándose de su asiento, tratando de hacer el mínimo ruido para no molestar al resto.

******

Isabel y Esteban se encontraban guardando sus cosas e iniciando a deshacer su tienda. El estudiante del Einstein vio otra vez a las dos pequeñas lagartijas perchadas en el hombro del segundo y les envió una sonrisa en forma de saludo. Hubiera dicho que aquellas, a su vez, se la devolvieron.

"Buenos días, Samir," saludó la piloto del aeroplano, "¿dormiste bien?"

"Sí," mintió él, "el Mario es muy cómodo."

"Qué bueno," intervino Esteban. "Te levantaste antes de lo que esperaba, ¿los otros también están despiertos?"

"No, pero lo harán dentro de como unos veinte y tres minutos con la alarma que programamos anoche. ¿Les ayudo en algo?"

"Gracias," contestó el científico y lo tomó de asistente para disponer de la carpa, mientras Isabel terminaba de empaquetar el resto.

"Pensamos levantarnos un poco más temprano para guardar todo esto," comentó ella. "Tomaremos desayuno en el Mario mientras yo estudio los mapas, así no perderemos tiempo."

Al poco rato ya tenían todo listo. Samir se alejó unos cuantos metros para llenar las botellas con agua y cuando estaba acercándose de regreso les escuchó discutir:

"Es cuestión de peso, Esteban. Si nos podemos ahorrar unos cuantos kilos es mejor."

"Entiendo eso, pero es un riesgo el dejar alguna evidencia de que hemos estado acá. La gente que estuvo detrás mío son realmente peligrosos, Isabel, y tampoco sería de ayuda para nuestros pasajeros si la Policía Internacional descubriera que estuvimos aquí."

"Ya lo sé, Esteban, pero, ¿de qué nos servirán esas precauciones si no podemos partir?"

"Pienso que tengo la solución."

La pareja dio un sobresalto al escuchar la voz de Samir, no se habían percatado que él ya se hallaba de nuevo con ellos.

"Están hablando de cómo el Mario va a poder cruzar las montañas, ¿verdad?"

"Sí," afirmó Isabel, "¿Pero cóm...?"

"Creo que sé qué podemos hacer," interrumpió otra vez el muchacho, para evitarse dar explicaciones de cómo notó el problema y que pensaran que su sentido de la percepción era fuera de lo normal. "¿Les parece si lo conversamos durante el desayuno? Creo que es justo que los demás sepan sobre esto."

"Está bien," repuso Esteban. "Vamos."

Los tres tomaron un bulto cada uno y se dirigieron al avión. Allí Samir observó con alivio que Mandi y Alex, ya despiertos, se habían dedicado a ordenar el interior de la nave. Lasalo aún dormía como muerto en su asiento. El explorador y los jóvenes se ocuparon a preparar algo para comer, mientras que su pareja se sentó en la cabina del piloto a ver sus preciados mapas y compararlos con el que había dibujado la noche anterior. Todo parecía concordar bastante bien, salvo Vaspulia. Las coordenadas mostraban que se encontraba en un lugar llamado Te-Rano, un pequeño pueblo histórico, sin embargo, nada indicaba alguna relación con el apelativo de Vaspulia. Eso le causó un poco de alarma porque el resto era exacto a las cartas que ella tenía, le hubiera dado mucho más confianza leer el dichoso nombrecito en alguna parte.

"Ya está listo el desayuno. Isabel, ¿vienes a comer con nosotros?"

Ella volteó y vio a Esteban a su costado.

"Gracias. Ahí voy."

"¿Cómo te fue con el mapa de anoche?" preguntó el científico mientras se sentaba a su lado en la cabina.

"Buenas noticias, todo concuerda con los míos. ¡Es increíble que los datos que recibimos sean tan perfectos! Por eso mismo, lo que me inquieta es Vaspulia, no he podido hallar nada relacionado con ese nombre en el lugar indicado por sus coordenadas."

"¿Nada?" repuso él algo asombrado. "Qué raro, porque a mí esa palabra se me hace de lo más conocida, pero no llego a recordar de dónde. A lo mejor es cuestión de escala, recuerda que el ocufix con las luces nos mostraron una segunda vista con una aproximación de su locación."

"Es probable que tengas razón porque, aunque no lo creas, yo también tengo acá un mapa del pueblo donde se supone que está; es Te-Rano. Las calles y el parque se superponen exactamente con lo que dibujé anoche, pero nada más."

"¿Cómo es posible que tengas la carta de Te-Rano, Isabel?"

"No tuve tiempo de buscar mis mapas uno por uno en casa, ya sabes que mi colección no está organizada a la perfección."

"Si llamas organizada, a una cajota repleta de papeles unos encima de otros...," anotó Esteban con una sonrisa.

"Tal cual. Así que terminé trayendo a todos. No sé si te acuerdas, pero Te-Rano está en la lista de lugares que pensábamos visitar cuando tuviésemos el tiempo."

"Es verdad... Entonces, ¿qué cosa ves en las coordenadas de Vaspulia?"

"Solo es un punto en una de las muchísimas calles históricas del pueblo antiguo. Tendría que extrapolar con alguna guía turística y ver más."

"Haremos eso una vez llegados allá."

"Sí. Ten tu libreta, Esteban, más tarde me la pasas para marcar la ruta en los mapas. Ahora mejor vamos a desayunar, tengo ganas de oír qué propuesta nos tiene Samir para sobrevolar las montañas."

Cuando llegaron a reunirse con los demás, vieron que Lasalo también se hallaba con ellos,

"El olor de la comida me despertó," dijo con una gran sonrisa, e Isabel advirtió de nuevo que Mandi lo miraba con ojos de adoración. "Siempre funciona mejor para mí que cualquier alarma."

En realidad su sentido del olfato debía ser increíble, pensó el chico del Einstein, porque ni él mismo podía olisquear las barras de cereal más algunas frutas secas que habían dispuesto para comer. El agua caliente que usarían para té o chocolate, hasta lo que él entendía, era también inodora. De pronto escuchó que Alex le comentaba en voz baja:

"¡Seguro que lo poco que tenía de cerebro se le fue todo en la nariz!" y no pudo aguantarse la carcajada.

"¿Cuál es el chiste?" curiosió Mandi.

Por suerte Isabel interrumpió en ese momento, salvando a los dos amigos sin darse cuenta,

"Bueno, Samir, ya estamos todos aquí, ahora sí cuéntanos cuál es tu idea."

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