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Intento 43


Tal como predijo el técnico de aviación que preparó el Mario 240 para Isabel, ella pudo despegar de inmediato. Se separó de la pista en forma vertical perfecta, como el mejor de los pilotos. Hacía como dos meses que no volaba, por lo que se alegró de llenarse otra vez de esa sensación de libertad plena que solo le otorgaba el navegar en el aire. El panorama bajo ella se hizo pequeño e inmenso al mismo tiempo. Nunca fallaba que le pareciera curioso y se colmara de asombro, al ver como las construcciones humanas parecían piezas de algún juguete, mientras que los elementos de la naturaleza cobraban una armonía especial. Su ubicación era la que debía ser: si un río, un lago o una montaña estuviera un milímetro más allá, la composición perdería todo su equilibrio. Estos no parecían pequeños juguetes desparramados por doquier porque incluso a una gran altura emitían su grandeza e importancia. Eso sí, unos con mayor humildad que otros; tenías aquel tímido torrente que desembocaba en el mar, mientras que el océano desafiaba a que trataran de igualar su grandeza y fuerza.

Volvió a verificar los controles, todos se encontraban en perfecto orden; sin lugar a dudas, el NatuArenas cumplía lo que anunciaba en su publicidad: su flota de Marios estaba al día con la última tecnología y mantenida a la perfección. Solo le había sorprendido, durante el despegue, sentir la nave un tanto más pesada de lo esperado. Seguro era porque poseía una mayor capacidad para almacenar combustible que las que ella acostumbraba a volar, aunque se suponía que el diseño del avión hacía que el peso extra no se sintiese. Tendrán que mejorar ese detalle, pensó.

Isabel se encontraba optimista, todo estaba marchando como reloj: en la noche había podido hallar lo necesario para el viaje, bueno, más de lo necesario porque ella siempre seguía la regla del dicho mejor tener algo y no necesitarlo, a necesitar algo y no tenerlo. La experiencia con su amiga Sonja le enseñó a SIEMPRE estar preparada. Fue así que decidió alquilar dos bolsas de dormir, en vez de una, junto con una carpa para dos. Ella sabía, por lo que le contó la Sra. Suon, que Esteban había llevado consigo esas cosas, pero no le costaba nada cargarlas también por si acaso. Además, compró una mayor cantidad de comida que la que calculaba utilizaría, solo en caso de, y bastante agua. Con todo eso se sentía más segura y tranquila, no tendría que distraerse pensando en cubrir sus necesidades básicas de alimento y un techo sobre la cabeza. Por último, consiguió lo usual, y no tan usual, para primeros auxilios, así como para cualquier otra emergencia inesperada. Lo que le fue un tanto difícil de obtener fue sangre O Negativo (el grupo de aquella de Esteban) por si que lo descubriera en un estado tal, que necesitara una transfusión. Era una situación extrema, no obstante, igual quería estar preparada para eso. El centro clínico de Analucía aceptó su pedido al ver su licencia de médico y al darse cuenta que la dosis solicitada no era una gran cantidad, sino aquella deshidratada para casos de emergencia. Isabel con gusto hubiera dado a Esteban su propia sangre, pero  la suya no era del mismo tipo; mientras que la de O Negativo podía ser donada a cualquier persona, él solo podía recibir una de su idéntico grupo.

El clima también le sonreía, la predicción meteorológica para ese día era de gran visibilidad, carencia total de precipitación y una suave brisa que, si la tomaba en el buen ángulo, la llevaría con alegría en la dirección deseada. Sí, todo andaba bien; eso no le daba más alternativa que la de sentirse positiva en extremo. Estaba segura que no solo iba a encontrar a Esteban, sino que lo hallaría bien y con alguna explicación perfecta de lo que fuese que le había ocurrido para retrasarlo. A lo mejor, no había regresado a Analucía a tiempo a propósito, con la intención obligarla a que ella se le reuniera. Dicha idea no la enfureció, por el contrario, la hizo sonreír y hasta desear que fuera así.

Volvió a consultar el recorrido que tenía marcado en su plan de vuelo, uno diferente al que dejó en el NatuArenas. Era claro que no podía decirles que se iba de frente al pleno centro de una muralla de montañas, así que les dio el típico camino que cualquier turista hubiera hecho en un paseo de un día y listo. Por supuesto que la miraron con ojos inquisitivos cuando vieron el cargamento de cosas que quería llevar en el aeroplano, mas ella, con toda frescura, les dijo que a lo mejor se le ocurría acampar a último minuto en algún lugar del parque nacional, mostrándoles el permiso que había comprado esa mañana. No obstante  de ser el pico de la época turística de la zona, eran pocas las personas que les gustaba acampar. Al parecer, la gente tendía a preferir la comodidad del NatuArenas, a pesar de la diferencia de costo. Isabel no tuvo problemas en reservar un lugar y les advirtió a los del centro vacacional, que se comunicaría con ellos si decidía utilizar el transporte un día extra. Le contestaron que, en tal caso, debía pagar alquiler por una jornada adicional, aun cuando solo utilizara uno. Los Marios, a diferencia de los espacios de camping en el parque, sí estaban en demanda y si había la posibilidad de que lo usase más de un día, tenía que remunerarlo por anticipado sin esperanzas de devolución de dinero en caso de no usarlo. Aquello tuvo gusto de robo para la científica, sin embargo y contra su costumbre, no reclamó: necesitaba la nave a como diera lugar. También la miraron con sospecha al ver todas las cosas de emergencia que llevaba, sobre todo porque sus vehículos se encontraban ya equipados con eso. Cuando le preguntaron, les respondió con la mejor de sus sonrisas, que más vale prevenir que lamentar, y como ella ya había pagado por el alquiler decidieron no proseguir con el tema.

Por enésima vez en esta travesía, la científica se alegró de tener una cuenta de banco que le permitiera esos lujos. Durante los últimos años, tanto ella como Esteban, habían ahorrado bastante dinero por no ser de los que despilfarran la plata interesándose en comprar cosas consideradas de lujo y que en realidad no necesitan. A eso se aunaba el hecho, que su sueldo en el Van Leeuwenhoek era más que bueno. Su idea era economizar lo suficiente para tomarse un año de viaje y trabajo voluntario alrededor del mundo, pero las demandas y responsabilidades del Instituto les habían hecho posponer ese proyecto. Sería una buena idea por fin hacerlo luego de todo este asunto, se dijo.

Poniendo la nave en piloto automático, Isabel consideró la posibilidad de irse a sentar en uno de los asientos de atrás, puesto que eran más cómodos, y descansar por un rato. Las últimas dos noches casi no había pegado el ojo y, a lo mejor, iba a necesitar de sus energías después. Aparte que le gustaba estar con todos sus sentidos alertas mientras piloteaba. Claro que, entonces, eso se convertía en una contradicción porque tendría que dormir para estar alerta, mas ¿cómo estarlo en el mundo de los sueños? Si bien el aeroplano la despertaría con un ruido infernal si encontraba algún objeto inesperado en su curso, ella siempre seguía el consejo de su profesor:

"No te duermas durante el vuelo si tú eres el único piloto."

Para él, la seguridad era prioridad. Siempre decía que, a pesar que los Marios poseían una tecnología en extremo fiable en lo relacionado a navegación autónoma, no había como los ojos de la persona para evitar cualquier accidente. Las noticias de más de un percance con consecuencias desastrosas, debido a confiar en el conductor automático de manera ciega, solo confirmaban el axioma de su profesor.

Por unos instantes, estuvo tentada de aterrizar para dormir, pero ni hablar del asunto, tenía que encontrar a Esteban lo antes posible. En conclusión, mejor se olvidaba de la siestecita y escuchaba en vez un poco de música para relajarse. Sin temor a molestar a nadie, Isabel puso su grupo preferido a todo volumen y se acomodó a disfrutar la vista del paisaje.

******

Aprovechando la intensidad del sonido de la melodía, por fin Yurik se animó a formular, en susurros, la pregunta que estaba revoloteando en la cabeza de los tres:

"Y ahora, ¡¿qué rayos hacemos?!"

"Por el momento, nada," contestó Mandi. "Sigamos acá escondidos y a la primera oportunidad que tengamos salgamos sin que lo noten."

"¿Salir sin que lo noten? No creo que sea tan fácil," objetó el pelirrojo.

"¿Tienes una mejor propuesta? No sé tú, pero yo no he tomado ningún curso de paracaidismo, así que no pienso saltar en estos momentos del Mario," replicó ella.

"Digamos que podemos salir sin que se den cuenta," siguió especulando Yurik, "¿en dónde diablos vamos a salir?"

"¿Y cómo quieres que yo sepa?" respondió la joven Vora, alzando su tono de voz en forma exasperada.

"Shhhhh," intervino Samir. "Cálmense, por favor, nada vamos a resolver discutiendo entre nosotros. Mandi tiene razón, Yurik. Por ahora mejor nos quedamos aquí y después veremos qué pasa. Por lo menos, estamos seguros que no nos están llevando a ningún centro de la Policía Internacional."

"Pero si nos descubren, a lo mejor nos llevan directo a cualquier estación de policía por polizones," añadió el chico fortachón.

"No seas tan negativo," volvió a intervenir la fémina del grupo. "Al final, nos hemos podido escapar, ¿verdad?"

"Es verdad. Muchas gracias por su ayuda, no sé qué pasaría si me atraparan...," dijo el de cabellos anaranjados, en un tono tan sincero que conmovió a sus dos compañeros.

El estudiante del Einstein miró a sus nuevos amigos que, en realidad, si se ponía a pensarlo bien, eran los únicos que tenía. Le hubiera gustado preguntarles cuál era el problema en que se había metido, sin embargo, decidió dejar las interrogantes para otro momento. Además, confiaba en ellos; se le hacía inverosímil que alguien estuviera buscando a Yurik por algún crimen o algo parecido. No era que Samir fuera una de esas personas, que cuando ven a alguien por la primera vez ya pueden tasarlo como gente en que uno se puede fiar o no. Mas él era un observador innato, eso nadie lo podía negar, y en todo este tiempo no había tenido ningún indicio que el muchacho de la sonrisa franca no fuera lo que decía ser. Tal vez no tanto en lo relacionado a su pasado, de eso tenía grandes dudas, las que cada vez se confirmaban con un detalle aquí y allá... Pero en lo referente a su personalidad se hallaba seguro: Yurik Strogonovich tenía un gran corazón, un alto sentido de la lealtad y era incapaz de matar a una mosca. Las piezas del rompecabezas de lo que estaba ocurriendo encajarían por completo dentro de poco, de eso tenía total certeza. Al final era como una especie de desafío para él; si hacía preguntas directas, echaría a perder el reto de descubrir las respuestas por sí mismo.

******

Lasalo sentía todos sus músculos entumecidos por la posición en la que había estado durmiendo. Cuando se dio cuenta que alguien iba a ingresar al Mario, tomó con rapidez una de las mantas que el NatuArenas proveía y se escondió entre dos filas de asientos cubriéndose con esta bajo la esperanza de no ser notado. Al parecer su truco funcionó porque la persona que subió pasó sin disturbarlo. Ahora lo llenaba una gran satisfacción; el hecho que la nave partiera les daba una ventaja considerable sobre los otros equipos participantes, ¿cómo los iban a encontrar, si no estaban allí? Por otro lado, técnicamente no hacían trampa porque se hallaban escondidos en algo que formaba parte del hotel. El avión volaría por un buen rato, después aterrizaría en alguna playa bonita y, para el atardecer, estaría de regreso al NatuArenas justo a tiempo para que él, como capitán del equipo, pudiera reclamar el premio sorpresa. En el caso de que el individuo que había alquilado el Mario tuviera como plan utilizarlo por más de un día, entonces, todo lo que tenía qué hacer era simple: salir del escondite y contarle la situación. Sería fácil convencerla de regresarlos al hotel, ya que la voz que había escuchado era de una mujer y eso era para su beneficio; siempre había tenido influencia sobre las el género femenino. Incluso la hija del Chef Vora, que tenía fama de tener todo un carácter, ¿cuál era su nombre otra vez? Ah sí, Madi o algo parecido... Bueno, con él se derretía como si fuera mantequilla. Con esos pensamientos Lasalo se había puesto a dormir, pero ahora que se hallaba despierto, necesitaba cambiar un poco su posición y algo para apoyar su cabeza. Sacó la mano de la manta y tanteó debajo de un asiento. Sí, allí sintió la almohada que esperaba encontrar. La jaló hacia él, se acomodó de nuevo en silencio, puso el objeto recién obtenido debajo de su cabeza y se partió a soñar.

******

Isabel no tuvo necesidad de comprobar en su mapa que se estaba acercando a las coordenadas dejadas por Esteban. Al frente suyo tenía una muralla masiva de montañas desnudas de vegetación que se presentaban cada vez más imponentes con cada minuto que transcurría. Algo le llamó la atención abajo; por un instante, con el rabillo del ojo, le pareció ver un brillo metálico. Paró el Mario en medio del aire, fijó su vista en ese punto y pudo ver que, en efecto, había un objeto y no era ni por un ápice una roca o algo natural. Apagó la música y tomó los binoculares. Ella tuvo que reprimir un grito cuando se dio cuenta que el objeto era una motocicleta. Descendió el aeroplano unos metros... Sí, era una motocicleta, no cabían dudas. Sin embargo, no habían señales de nada a su alrededor, y más importante aún, de nadie tampoco. Dio un giro buscando por otro indicio pero, aparte de la moto, no encontró nada. Terminada la segunda vuelta decidió aterrizar para ver qué podía hallar.

La máquina aérea tocó tierra firme de manera tan sutil y suave, que Lasalo ni lo notó. Detrás de la cortina, los otros tres pasajeros solo tuvieron que mirarse para acordar permanecer en silencio total, sin mover ni un pelo. Su conductora descendió del avión con el corazón en la boca. Miró a su alrededor esperanzada de ver algo que le indicara dónde podría ubicar a Esteban, mas solo la abrazó el paisaje desértico y vacío. Caminó en línea recta a la motocicleta; era una de todo terreno, del tipo que le dijeron él había alquilado. Verificó su contenido, había un botellón de agua y algo de comida deshidratada. Como para dos o tres días, calculó. En definitiva, si alguien había dejado esas provisiones de comida era porque esperaba regresar y utilizarlas después. O alguien había sufrido un accidente y no pudo retornar a utilizar tales víveres... Ella trató de no pensar en eso.

La piloto abrió el pequeño bolsillo de la derecha, donde es usual guardar un librel tarjetero que muestra documentos relacionados con el vehículo. Allí se leía en forma rotativa: el nombre de la compañía de alquiler, el tipo de transporte junto a su permiso de circulación, el nombre de la persona que lo había alquilado con su firma. Aguantando la respiración, dirigió su mirada a esto último reconociéndola al instante.

"Esteban, ¡¿dónde estás?!" pronunció en voz alta al borde de la desesperación.

Pasó la mirada a su alrededor de nuevo. La envolvía un desierto rocoso, que ya había visto antes en las fotos del área, y al frente, casi tocándole la punta de la nariz, se localizaba la pared conformada por las montañas; roca sobre roca cementadas con tierra y arena y... De pronto Isabel notó, que en la parte al frente suyo la estructura no parecía igual, era menos sólida, como si se hubiera derrumbado no hacía mucho tiempo cubriendo lo que estuviera allí antes. Se acercó y miró con cuidado, escogió una piedra y la sacó con la mano, causando una lluvia de arena y que otros guijarros se deslizaran.

Esto es nuevo, se dijo, debe ser un derrumbe reciente. Otra vez tomó un pedrusco y una correría de cascajos y tierra fue a dar al suelo, pero en esta ocasión dejó ver un minúsculo orificio por detrás. Ella acercó su cara y pudo percibir un sutil soplido de aire saliendo. Corrió al Mario en búsqueda del equipo de detección que había alquilado; lo había guardado dentro de su mochila, que se hallaba en la cabina del piloto. Regresó con una bolsa, de la que sacó un instrumento cuadrado negro y lo pasó por la zona del derrumbe. La pantalla del artefacto no mostró ningún tipo de materia orgánica. Isabel hizo el escaneo tres veces más, las tres con el mismo resultado. Aliviada se sentó en el piso y bebió un trago de su botella de agua.

Donde sea que estés, Esteban, pensó para sí misma, por lo menos sé que no estás enterrado debajo de esta pila de arena y piedras. 

La investigadora del Van Leeuwenhoek tomó otra herramienta, esta vez tenía la forma de una linterna y la apuntó a la zona del derrumbe. El aparato le señaló lo que ella iniciaba a sospechar: el derrumbe era de un espesor de poco menos de dos metros y detrás había roca sólida, sin embargo, en un cierto punto presentaba una abertura... ¿un túnel? Su detector no pudo establecer cuan profundo.

Entonces eso es, se dijo. Te fuiste por ahí hacia las coordenadas que me has dado, ¿verdad Esteban? ¿Cómo voy a llegar si es un lugar subterráneo? A no ser que el túnel tenga una salida. Pero eso no puede ser posible porque el mapa indica que las coordenadas son adentro de la cordillera misma. La única forma de estar segura es subir y ver qué hay más allá.

Isabel levantó la mirada, eran picos muy altos, iba a ser difícil sobrevolarlas con su Mario. La verdad, no creía que fuera posible hacerlo, mas no por eso iba a dejar de intentarlo.

******

Mientras la conductora del avión se encontraba inspeccionando afuera, Yurik, Samir y Mandi aprovecharon salir de su escondite para mirar por las ventanillas.

"¿Dónde estaremos?" preguntó el primero.

"Esta parece ser la región desértica de la cordillera que queda al Norte de Analucía," respondió la hija del chef. "Es rarísimo que alguien venga por acá, no hay nada qué ver para los turistas."

"De repente esta mujer planea quedarse a pasar la noche aquí, no creo que vaya a continuar más adelante. Por lo que he leído, estas montañas son un bloque macizo de varios kilómetros y su altura es tal, que este Mario no podría pasarlas por encima," intervino Samir.

"Será lo que será," dijo Yurik, "pero, por lo que veo, no creo que este sea un buen lugar para terminar nuestro paseíto."

"Sí, me parece que por el momento tendremos que ver qué pasa," concluyó Mandi. Y notando que la piloto corría de regreso, los tres salieron disparados a acomodarse de nuevo atrás de las cortinas.

******

Isabel miró con curiosidad, el bulto tapado con una manta que estaba entre dos filas de asientos. Se había percatado de este cuando subió a la aeronave por primera vez, no obstante pensó que era parte de sus cosas que no pudieron ser dispuestas en la cabina trasera de equipaje. Ahora que lo volvía a ver, le parecía muy extraño que hubiesen dejado eso así, sin amarrar, allí tirado... Mas no tenía tiempo para perder, debía intentar atravesar las montañas sin tardanza. En caso que no pudiera o no encontrara nada salvo más picos elevados, tendría que regresar a pedir ayuda y, con un buen equipo, apartar el derrumbe, ver de entrar por el túnel y... Pero mejor dejo de planear y me pongo a la acción, se dijo, mientras iba a sentarse en el asiento del piloto.

Verificó en los instrumentos el peso de la embarcación, cuando lo vio casi no lo podía creer, ¡era mucho mayor de lo que suponía! ¡Por lo menos unos docientos kilos adicionales de lo que ella hubiera calculado! Es cierto que llevaba una buena cantidad de cosas, pero jamás hubiera pensado que fuera tanto. Con razón el vehículo se sintió pesado al despegar. Eso no era una buena noticia, no veía cómo iba a poder subir más arriba de la cordillera con esa carga, teniendo en cuenta la potencia del avión. Sin embargo, aún debía intentarlo. Isabel prendió la máquina e inició el ascenso.

Al inicio, la subida vertical fue fluida, mas llegando a una cierta altura el motor inició a protestar y el Mario comenzó a vibrar. Su conductora revisó el altímetro y lo comparó con la elevación estimada de la cresta que tenía adelante, todavía tendría que elevarse mucho más. La máquina aérea comenzó a trepidar con mayor fuerza, ella no veía cómo iba a poder ascender las decenas de metros que todavía tenía que recorrer. De pronto, un destello de luz la hizo cerrar los ojos por unos instantes. Cuando los volvió a abrir, seguía viendo las lucecitas producidas por el fuerte resplandor. Tuvo que refregarse los glóbulos oculares y parpadear un par de veces para enfocar su mirada. Cuando lo hizo, no pudo creer lo que sus pupilas le estaban transmitiendo: al frente suyo ya no se encontraba la pared rocosa, ¡las cimas de la cordillera se hallaban muy por debajo de su transporte! Isabel verificó sus instrumentos de nuevo, el altímetro no había cambiado sus cifras y la altura estimada de la cumbre que ahora se localizaba abajo..., ¡¿aún era la misma?!

Maniobró con sumo cuidado el Mario para que fuera hacia adelante, la nave avanzó. Enseguida, descendió un tanto para que este no siguiera esforzándose sin necesidad, ya que no requería volar tan alto. Al cabo de pocos minutos, había atravesado las piramides de la naturaleza y frente a ella se presentaba una planicie desértica muy parecida a la que había dejado atrás. Todavía sin comprender mucho lo que había pasado, la piloto consultó sus instrumentos, las coordenadas proporcionadas por Esteban apuntaban continuar hacia el Noreste. Ella calculaba que le llevaría alrededor media hora o poco más el llegar a dicho lugar.

¿Cómo es posible que esto exista? pensó. ¿Cómo es posible que el mapa, basado en datos de fotos satélites, esté equivocado? Isabel no lo podía creer, tenía que haber un error cartográfico en alguna parte o ella estaba soñando. Si esto es una alucinación después de haberme estrellado en la montaña, se dijo, mejor la continúo y le sigo la corriente, no tengo ganas de despertarme medio muerta entre las rocas.

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