Intento 36
Una vez más, la noche buscaba desplegar su manto negro salpicado de estrellas, mientras que la luna llena aún iluminaba con una luz etérea las montañas y sus alrededores. Esteban se hallaba sentado relajándose al frente de la entrada de su carpa, que poco a poco estaba convirtiéndose en su segundo hogar. Con una taza de chocolate caliente calentándole las manos, tomó un respiro profundo y miró a su alrededor: se encontraba de nuevo en el Punto de Contacto. Esta vez esperaba, pero sin las ansias llenas de preguntas como las noches previas, esta vez quería gozar del espectáculo de las auroras boreales que no lo eran y dejarse envolver por ellas. Había pasado por más de una experiencia las últimas dos semanas, yendo de un lado para otro casi sin parar; sentía que se merecía unos momentos de relajación pura, de la simpleza de disfrutar por disfrutar y ya.
Sus dos compañeras de viaje todavía se hallaban con él, ambas estaban bien ubicadas en su hombro derecho. La lagartija hembra aún no había establecido lo que llamaban conexión, al parecer aquella macho tenía una capacidad inusual para eso, por lo que su proceso de enlazarse con este humano fue con mucha mayor celeridad que lo habitual. Su pareja todavía se encontraba trabajando en conseguirlo y había alcanzado, lo que ellas denominaban conexión parcial, es decir, podía acceder a sus pensamientos, pero no le era posible comunicarse con él en forma directa. El reptil macho calculaba que terminaría por hacerlo después de pasada la noche. Este también indicó al científico, que para acelerar el proceso él debía hablarles. Fue por fin que Esteban entendió la razón de porqué había sentido la imperiosa necesidad de conversar a dichas criaturas.
Horas antes, después de haber saciado su sed a plenitud, gracias a la fuente natural de agua descubierta por los pequeños animales, tomó un corto desvío que comunicaba con el camino original, el cual lo llevaría hacia Punto de Contacto. Sin tratar de pensar mucho en alguna explicación lógica de la situación en que se encontraba (conversando con lagartijas, ¡quien lo hubiera dicho!), el viajero continuó hablándoles sin interrupción:
"Tengo una pregunta," dijo.
"¿No quedó clara mi explicación Humano Único?" sintió que le hablaba el reptil con el que podía comunicarse, percibiendo una pizca de lo que él definiría como reproche.
"No es eso," respondió Esteban en tono un tanto defensivo. "Si voy a tener a ustedes dos viajando conmigo encima de mi hombro por no sé cuánto tiempo más, me gustaría saber sus nombres."
"¿Nombres?" replicó el animalito un tanto confundido.
"Sí, nombres. ¿No sabes qué son?" Esta ocasión fue el turno del caminante de contraatacar y no ser el tonto de la conversación.
"Nombres ¿eh?" Volvió a repetir la pequeña criatura en tono pensativo, buscando una buena respuesta.
"Voy a tener que explicarte, lagartija. Yo pensé que seres tan inteligentes como ustedes sabían lo que es eso," repuso Esteban con ironía, disfrutando la situación con gusto.
A continuación, trató de dar una buena descripción sobre la definición de nombres propios y su uso. Una vez que terminó, su singular compañero replicó:
"Eso de antropónimos puede ser útil para ustedes, los humanos, pero para nosotros, ¿de qué nos servirían? Basta con solo mirarnos para darse cuenta lo diferentes que somos las unas de las otras. Todo el mundo puede ver con claridad, que cada individuo de nuestra especie tiene características físicas únicas, ¡es imposible confundirnos! Por lo tanto, no necesitamos tener lo que llamas nombres. Además, no somos como ustedes, que al parecer les encanta vivir amontonados. A nosotros nos gusta nuestro espacio y privacidad, si encontramos compañía, no requerimos otorgarle un término especial para diferenciarla. En cuanto a mi pareja, tampoco necesito llamarla con un apelativo particular porque sabe cuando me dirijo a ella, ¿para qué utilizar una palabra extra? Sin embargo, no creas que no lo entiendo para el caso de ustedes, los humanos: aparte de vivir juntos como en un hormiguero, les debe ser muy difícil distinguirse los unos de los otros, ¿verdad? Yo no he visto muchos seres de vuestra clase en mi vida, no obstante, los pocos que he tenido la oportunidad de observar son más parecidos que dos gotas de agua y hay que mirarlos por muuuuucho tiempo para distinguir quien es de un sexo y quien es de otro."
El viajero no supo qué contestar, no tenía ánimos de discutir con el animalito que, estaba seguro, de alguna u otra forma ganaría el debate. Le preguntó si le molestaría que él le pusiera uno. Este respondió, que solo por tratarse de ser él el Humano Único le permitiría esa libertad y aceptó la denominación de L-Macho ("L" por lagartija) y de L-Hembra para su pareja. Terminado el asunto y sintiendo aún Esteban la necesidad de conversarles, debido a que L-Hembra lo seguía induciendo a hablar para establecer su conexión, reinició a charlar, pero esta vez de algo que no creara controversia.
"Les seguiré contando la historia de cómo llegué acá," propuso a sus dos pasajeras de hombro que, al fin y al cabo, eran un público excelente; atento a cada palabra pronunciada y sin interrumpir ni con la más discreta de las toses.
"El viaje de regreso a Contilae fue bastante largo; cerca de veinte horas de vuelo por las diversas conexiones de aviones que tomé para evitar una trayectoria directa a mi ciudad. Traté de tumbarme a soñar pero, entre la sensación de malestar que siempre tengo cuando estoy a grandes alturas, junto con las mil y una preguntas que revoloteaban en mi cabeza, fue una tarea casi imposible. Solo pasé por ese estado de sentirse adormilado, donde el más mínimo disturbio hace que los ojos se abran de forma automática, para cerrarlos otra vez y caer en un estupor que no es dormir ni estar cien por ciento despierto. Cuando por fin el piloto anunció, que la nave iniciaba su descenso al aeropuerto internacional de Contilae, retomé conciencia. Miré por la ventanilla y noté que era de noche, parecía que ahora mi rutina era hallarme despierto más horas de noche que de día. No me demoré mucho pasando por los papeleos del aeropuerto. Con mi mochila en la espalda, me fui a tomar el bus que me dejaría a tan solo una cuadra del departamento mío y de Isabel. Ella siempre apreció que este quedara cerca de uno de los paraderos de autobuses que llevan al aeropuerto, así podía ir con facilidad a pilotear cuando tenía tiempo. Esto lo hacía, por lo general, cuando yo me encontraba trabajando en algo o me ocupaba en alguna otra cosa para darle la oportunidad de disfrutar sus ansias de volar. Lo que sí, yo ni hablar de acompañarla. Lo hice una o dos veces al inicio de nuestra relación, pero ella se dio cuenta de inmediato de mi poca disposición a las alturas y decidió que no había caso que me torturara de esa forma.
"En fin, la cuestión era que ya no solo estaba caminando sobre tierra firme, sino que me hallaba en mi ciudad y a poco menos de una hora de casa, de Isabel... Esos pensamientos como que me despertaron, haciéndome sentir alerta. Mas con ello regresaron las preguntas y, peor aún, la certeza que esta vez sí tendría que darle una explicación de todo lo sucedido. Tenía temor a su reacción, mi historia era tan inverosímil que hasta para ella sería muy difícil creerla. Era muy probable, o por lo menos eso era lo que yo esperaba, que no pensara que le mentía, pero que estaba equivocado; que una parte de lo sucedido me lo habría soñado y otra me lo habría imaginado. Por lo menos tenía conmigo dos pruebas tangibles: la caja conteniendo un aparato, que quién sabe para qué servía, y la carta de mi madre.
"De pronto me acordé que Isabel no estaría en nuestro departamento, que se encontraría dónde Dolma. Mas no había subido todavía al autobús, así que entré de nuevo al aeropuerto y, usando un teléfono público, marqué el número de su amiga.
"¿Aló?" me respondió una voz femenina que al instante reconocí.
"¿Dolma?" pregunté sin pensarlo.
"Sí, soy yo. ¿Esteban? ¿Eres tú?"
"Sí, acabo de llegar a Contilae, estoy en el aeropuerto. ¿Está Isabel por allí?"
"Sí, acá está. Te la paso en un segundo," y aumentando el tono de voz,"¡Isabeeel! ¡Es Esteban!"
"¿Esteban? ¿Ya llegaste a Contilae? ¿Cómo estás?" Contestó jadeante ella, que seguro había corrido hacia el teléfono.
"Estoy bien, no te preocupes. Estoy en el Aeropuerto de Contilae, mi avión llegó hace unos minutos..."
"No te muevas de allí que te voy a recoger," me interrumpió. "Espérame en la zona de cafés de la llegada de vuelos domésticos. Voy para allá."
"Isabel, no es necesario que veng..."
"Pero ella ya había colgado el auricular porque a mí solo me llegó el eco de mis palabras entremezcladas con el sonido de la línea cortada. No me quedaba otra que ir al lugar que me había dicho, sentarme en una mesa con buena ubicación para notarla apenas ingresara a la zona de cafés y aguardar. No esperé mucho, no sé cómo hizo porque al cabo de no más de quince minutos la vi llegar. Lagartijas, no sé si les he dicho antes que Isabel es muy bonita, pero tengo que decírselos otra vez. Verla entrar me quitó el aliento, y otra vez me atacó la tentación de ignorar todo lo sucedido y volver a mi vida de antes. Incluso la puedo divisar ahorita, vestía un par de jeans y esa camisa ajustada que siempre me gustó, se había amarrado el pelo en una cola y sus ojos tenían la seguridad con la que siempre me habían hipnotizado. No la llamé al segundo, quería mirarla un rato más sin romper el encantamiento. Cuando sus ojos me descubrieron, su rostro se iluminó y se acercó en un paso rápido, que delató el esfuerzo que estaba haciendo por no echarse a correr hacia mí. Yo me paré de la silla y, con una sonrisa inmensa que solo competía con la que ella tenía, la abracé y le di un corto beso en la boca. Nos sentamos y nos quedamos contemplando el uno al otro por un buen rato. De repente, la sonrisa desapareció de sus labios y su mirada se intensifico. Pensé, Acá vamos...
"Esteban, ¡no puedo creer que estés buenamente sentado allí, sonriendo como si nada, mientras yo he estado muerta de preocupación por ti estos días! ¿No tienes nada qué decirme?"
"Isabel, yo...," comencé a balbucear, pero ella fue más rápida.
"Sí, tú. Eres tú quien me tiene que explicar qué está pasando, qué es este misterio del cual todavía no me has dicho palabra y porqué yo ahora estoy en casa de Dolma," ella tomó una pausa para recobrar el aliento, a lo que yo aproveché:
"Es una historia larga que no creo te deba decir acá..."
"¿No crees que me debas decir acá? Y entonces, ¿dónde? O mejor dicho, ¿cuándo? Me has tenido tonteando con el cuento que me vas a explicar más tarde y más tarde y más tarde. Bueno, ya no hay más tarde que valga, es ahora o nunca."
Isabel estaba furiosa en serio, lo peor es que cuando yo me pongo nervioso no puedo evitar sonreír como un bobo.
"¿He dicho algo gracioso?" continuó en forma indignada. "Esteban, estoy esperando."
Por suerte gané mi compostura y, utilizando un tono que no daba lugar a ninguna réplica, le dije:
"Isabel, te juro que te entiendo, pero ahora no estoy dispuesto a decirte nada. Vamos a nuestro departamento, allí te cuento y prometo no omitir ningún detalle."
Ella transformó su mirada y dio un suspiro de abdicación.
"Está bien. Tengo mis cosas que usé donde Dolma en el auto, así que estoy lista para regresar a casa. Vámonos."
Y se levantó y me tendió la mano en gesto de paz. Ambos caminamos así, con nuestros dedos entrelazados hasta su automóvil e hicimos el trayecto a nuestro departamento sin pronunciar palabra.
"Fue un alivio entrar a casa y ver que todo estaba en orden; sin duda, nadie había ido a rebuscar entre nuestras cosas. Al instante, me invadió la sensación de eso del hogar dulce hogar; este era mi hogar construido al lado de Isabel. Ambos lanzamos nuestras cosas al piso y nos sentamos, cayendo como sacos de papas en el sofá de nuestra pequeña sala. Esta vez no esperé el asalto de preguntas, ella solo me miró sin decir nada, aguardando que yo iniciara mi relato y eso fue lo que hice.
"Nos cayó encima más allá de la media noche cuando por fin terminé de contar todo lo que había pasado. Isabel no me interrumpió en ningún momento durante mi larga narrativa, aunque pude ver que en varias ocasiones se aguantó para no emitir un comentario o lanzarme una pregunta. También fueron evidentes los cambios de expresión de su rostro: de completa sorpresa a incredulidad y, para finalizar, preocupación. Cuando acabé, ella todavía escuchaba con la mayor atención, como aguardando por algo. En ese momento me di cuenta que lo que esperaba era alguna evidencia de lo dicho; quería ver, sin pedirme en forma explicita, la carta de mi madre y el regalo que me había dejado. Me paré y saqué ambas cosas de mi mochila. Ella las observó, manipuló y leyó por largo rato sin pronunciar palabra, hasta que por fin habló:
"No sé qué decirte, Esteban. Sé que no me estás mintiendo y esto prueba que no te has imaginado lo que me has dicho... Pero tienes que reconocer que todo es tan increíble... Me va a llevar un buen tiempo procesarlo en mi mente."
"Te comprendo, Isabel, pero tiempo es un lujo que no tengo. Estoy seguro ya has hecho los cálculos en tu cabeza; sabes que este es el año mencionado en la carta, este es el mes y..."
"Y en pocos días más tendremos Luna llena, ¿verdad?" me interrumpió.
"Así es, verifiqué eso en el calendario."
"Esteban, me estás queriendo decir que estás considerando partir al..., al... ¿Cómo se llama?"
"Punto de Contacto," intervine yo. "No solo lo considero, Isabel, lo voy a hacer."
Ella abrió la boca como para protestar, pero al parecer lo pensó mejor y solo me miró a los ojos. Al cabo de unos segundos habló:
"Ambos estamos cansados, Esteban, mejor vayámonos a dormir. Mañana es día de trabajo."
"Entendí de inmediato que en realidad me estaba diciendo, que después de una buena noche de sueño yo iba a pensar bien las cosas y podríamos discutir el tema con mayor tranquilidad. De seguro tenía razón, ambos necesitábamos descansar a gritos. Ella fue a nuestro cuarto, mientras yo me quedé atrás para acercarme a mirar por las ventanas que daban afuera. No sé bien qué era lo que esperaba ver, pero me tranquilizó solo encontrar mi calle de siempre; vacía, con algunos autos estacionados, al parecer no había nadie al acecho de mi llegada. Calmado con ese descubrimiento, entré también a nuestro cuarto y dormí toda la noche como un lirón.
La alarma del despertador cumplió su cometido y nos despertó. Tomamos un rápido desayuno. No hablamos mucho evitando tocar el asunto, pero Isabel no se pudo aguantar.
"Esteban, de regreso del trabajo nos sentamos a conversar con tranquilidad de todo esto. ¿Sí?"
"Ya," respondí, y fui a agarrar las llaves del auto que tenemos colgadas en la cocina.
"Cómo," dijo ella en tono sorprendido, "¿no vienes conmigo en el metro?"
"Es que antes quiero ir a la biblioteca, y si uso el metro voy a llegar demasiado tarde al Instituto. No te preocupes, esta vez voy a ser yo quien los va a llamar, explicar que ya estoy acá y también que hoy día voy a llegar un poco más tarde de lo usual."
"No sé cómo te aguantan, Esteban," inició ella en tono de reproche. "Estás buscando que su paciencia se agote. Tienes suerte que Raymundo haya tomado todo esto con buen humor. ¿Y para qué necesitas ir a la biblioteca?"
"Tengo que buscar dónde queda el Punto de Contacto," respondí, preparándome a recibir una bofetada de palabras por parte de Isabel.
"Ah," repuso ella con calma. "Y no quieres usar el librel por lo que piensas que nos están espiando," dijo como hablándose a sí misma. "Está bien, Esteban," añadió en tono exasperado. "No voy a perder mi tiempo tratando de convencerte de no hacerlo. Como dije, de regreso hablamos," y salió de casa apurada para no perder el metro.
******
La biblioteca central de Contilae es un edificio estupendo e impresionante. Fue diseñado por Carina, la artista que mi madre admiraba y que, como les dije antes, lagartijas, a mí no me gustan mucho que digamos sus obras. Pero no puedo negar que ella fue de lo más versátil por lo que, probando hacer diferentes cosas, por un tiempo se dedicó a la arquitectura. Para mí, se debió quedar en eso. No fueron muchos los edificios que le encargaron diseñar porque, rumor corre, lo que cobraba era muchísimo y llegó un punto en que nadie podía pagar lo que exigía. La biblioteca fue uno de sus primeros proyectos de ese tipo y pienso en esa construcción se revela su genio.
"A todo esto, L-Hembra y L-Macho, ¿saben qué es una biblioteca?" preguntó el científico en forma directa. No tuvo que esperar para sentir la respuesta inmediata proveniente del primer interpelado.
"No sabemos, mas estoy seguro es otra de esas cosas creadas por los de tu especie que no es tan simple de entender, sobre todo a partir de las cortas ilustraciones que tú nos ofreces, Humano Único. No es por criticar, pero las explicaciones anteriores sobre vuestras invenciones, como museos o trenes, dejaron mucho que desear. No nos quedaron claras, a pesar que nosotras poseemos una gran capacidad para interiorizar y comprender nuevos conceptos."
"Entonces, ¿no entendieron lo que les expliqué antes? ¿Quieren que lo haga otra vez?"
"Mejor no te esfuerces en eso, Humano Único. Cuando establecí conexión contigo, busqué las explanaciones adecuadas en tu memoria. Va a ser simple, eficaz y con mayor claridad para comprender, que haga lo mismo en esta ocasión. Sin embargo, no dejes de relatar tu historia, que aún mi pareja necesita tu conversación para que ella erija su conexión. Al parecer, contar historias resulta más fácil para ustedes, los humanos, que la acción de definir."
Otra vez, Esteban percibió el tono de condescendencia con que L-Macho le hablaba. En otras circunstancias se hubiera defendido, pero ahora no venía al caso hacerlo. Inhaló una buena bocanada de aire y lo expiró con lentitud, tomó su botella de agua y bebió un buen trago, después continuó.
"Como siempre, la entrada de la biblioteca estaba atiborrada de turistas, que tuve que esquivar para poder pasar a la sección de cartografía. Debido a que el acceso de mapas es tan simple hoy en día gracias a la Supernet, solo las bibliotecas centrales guardan un banco de datos de ellos, las bibliotecas chicas no lo necesitan. Podría haber utilizado cualquiera de las computadoras del Van Leeuwenhoek para buscar la ubicación del Punto de Contacto, pero las del Instituto deben usarse en lo concerniente al trabajo, utilizarlas para cualquier cosa personal es prohibido. No es que fuera que todas las personas obedecieran con gusto esa regla, es que no tienen otra opción. El Van Leeuwenhoek posee un programa poderoso, que es capaz de detectar si algún empleado está utilizando la computadora en algo no relacionado con el trabajo. Este no solo bloquea la computadora al momento, sino que manda un mensaje al departamento de Recursos Humanos, dando la identidad del que infringió la norma a partir del nombre del usuario de la misma. Ante eso, ninguna persona osa utilizar las computadoras para otra cosa que no sea trabajar. Con el tiempo, la práctica se ha hecho costumbre, a nadie se le cruza por la cabeza la posibilidad de transgredirla.
"Me acerqué a una de las bibliotecarias en la sección de mapas, ella me adjudicó una computadora y me dio acceso a sus programas. Localizar el Punto de Contacto tomó menos de un minuto, solo tuve que escribir el par de coordenadas que me dio Sugino Sensei y de inmediato apareció en mi monitor el nombre y carta de la zona. Pero lo que se hallaba ante mis ojos no tenía sentido, el lugar determinado indicaba que era dentro de una montaña. Volví a tipear los números y letras, mas obtuve el mismo resultado. Entonces, tomé un mapa de papel que estaba encima de una mesa y entré un par de coordenadas del mismo. La computadora dio resultados exactos y precisos de los lugares que utilicé, todo indicaba que el programa no era el problema, sino más bien mis datos. ¡No podía creerlo! ¿Cómo era posible que después de tanto trabajo para obtenerlos estos tuvieran un error?
"Yo me encontraba en un módulo al lado a una de las ventanas que daban a un jardín interior. Levanté la vista y miré a través de ella para relajarme mientras trataba de buscar una solución a mi problema. En ese momento, me distraje al ver un pajarito de pico largo jalando un gusano del pasto. El ave pudo extraer la criatura y la retuvo en su pico por un corto momento antes de engullirla. A mí me pareció advertir que, por unos décimos de segundos, el pajarillo esbozaba una sonrisa de satisfacción por haber ganado la batalla con su presa. Claro que suena ridículo porque, ¿cómo puede sonreír un pájaro? Pero ese no era el asunto, yo estaba convencido que el animal se sentía orgulloso como nadie de su logro. ¿Y el pobre gusano? Este seguro no había sonreído, ni siquiera en mi imaginación, habría sentido pánico y desesperación; un pánico y desesperación que se podía comparar, en cierta forma, a lo que yo me hallaba sintiendo en esos momentos. En un simple acto diario, habían diferentes interpretaciones y emociones en juego, todo dependía del punto de vista. Fue en ese momento que comprendí: todo depende del punto de vista... El mapa que me mostraba donde quedaba el Punto de Contacto estaba hecho por humanos, mas las coordenadas que yo tenía no habían sido dadas por humanos comunes, o al menos esa era la conclusión que yo había llegado. ¿No cabía, entonces, la posibilidad que el punto de vista humano fuera diferente al del que los que mandaron el mensaje? Que lo que nosotros percibimos como adentro de una montaña de roca sólida, ¿no era tal para ellos? Que me estaban pidiendo que utilizara su punto de vista, ¿y dejara de lado el mío?
"Como ustedes saben, lagartijas, yo soy un científico, lógica es mi credo. Pruebas y evidencias tangibles son lo que determinan la veracidad de una teoría o la eliminan. Pero, al mismo tiempo, soy consciente que los descubrimientos han sido generados por pensamientos creativos, por mirar más allá de las pruebas tangibles aceptadas o aceptables e imaginarse la existencia de una posibilidad, que en ese tiempo, era inverosímil, increíble, improbable, contradictoria a los conocimientos de la época. Esa alternativa y oportunidad era lo que yo tenía al frente: una evidencia palpable junto a una lógica diciéndome que había un error en alguna parte. A lo mejor mi error era mi punto de vista.
"Apagué la computadora, tomé mi mochila que aún cargaba la herencia de mi madre, no pensaba apartarme de ella ni por un instante, y salí de la biblioteca. Ya estaba decidido, partiría al Punto de Contacto en dos días. Ese era el tiempo que calculé necesitaría para hacer todas las pruebas imaginables al aparato dejado por mi mamá y tratar de descubrir de qué se trataba."
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