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Intento 33


 "Lagartija, ya te imaginarás que me desperté con un fuerte dolor de cabeza, estaba de lo más confundido tratando de acordarme donde me hallaba y qué estaba haciendo en ese lugar. Después de unos minutos, terminé por regresar a la realidad. Lo primero que hice fue salir corriendo al balcón, fijarme que no hubiera nadie por los alrededores, pasar al del costado, levantar los cojines de la silla mecedora y, con un alivio inmenso, ver que aún se encontraban allí las cosas que había escondido antes. Agarré lo que había dejado, repuse los cojines en la silla, regresé a mi balcón y retorné a mi habitación. Apenas entré, me di cuenta que el cuarto estaba hecho ¡un desastre! Parecía que un huracán hubiera arremetido, desparramando todo por todos lados.

"Miré mi reloj, este me indicó que habían pasado unas buenas cuatro horas desde que me había desvanecido. No quería que nadie descubriera lo que había sucedido, puesto que no hubiera podido explicar porqué alguien quería robarme; era una historia difícil de creer, incluso a mí mismo me costaba hacerlo. Decidí que no me quedaba otra cosa que ordenar todo y dejar la habitación perfecta e impecable. Me fijé que en el anuncio de la puerta, la que daba al corredor del hotel, los malhechores habían tenido la precaución de poner No molestar, por eso los del personal de limpieza se saltearon mi cuarto durante el tiempo del aseo. Me tomó un buen rato arreglar las cosas, por suerte mis visitas tuvieron la consideración de no romper nada, así que logré poner todo tal como estaba cuando llegué. El trabajo también me sirvió para terminar de aclarar mi mente y, durante ese tiempo, me pasó el dolor de cabeza. Lo que sí, cuando terminé me vino un hambre de lobos, pero no osé salir a comer nada, tenía que pensar primero sobre qué era lo que debería hacer.

"Consideré lo que había pasado: alguien me había drogado y había tratado de robar lo que mi madre me dejó. Esto confirmaba que su objetivo no era atacarme a mí como tal, sino obtener lo que había recibido. Como no lo habían encontrado, deduje que quedaban dos opciones: o me dejaban en paz, pensando que habían cometido un error y que yo no tenía lo que les interesaba; o pensaban que lo que buscaban no lo tenía conmigo y tratarían de secuestrarme para, de alguna manera, hacerme decir donde se hallaba. No tenía forma de saber cuál iba a ser su curso de acción, mi única salida era tomar las cosas con cautela y tratar de ser lo más cuidadoso posible para que no me volvieran a encontrar. Pensé en Isabel, había la posibilidad que a los delincuentes se les ocurriera ir a buscar mis cosas a nuestro departamento en Contilae, pero lo dudaba, su persecución inició cuando salí del banco de Nervisae, de alguna forma sabían que su objetivo lo obtuve allá. A no ser que se les ocurriera que tuve el tiempo de mandarlo por correo en algún momento a Contilae...

"Cuanto más lo pensaba, más se complicaba la cosa; podía haberme pasado días especulando y eso no me iba a llevar muy lejos. Cambié de estrategia, debía decidir qué debía hacer ahora porque no tenía el lujo del tiempo, necesitaba dejar el hotel lo antes posible, no fuera ser que los malhechores regresasen esta vez por mí. ¿A dónde ir? Era claro que debía salir de Mhulsita, pero no sin ver antes a Sugino Sensei, ¡después de tanta cosa no podía irme con las manos vacías! Resolví no ir a buscarlo a su casa, no quería ponerlo en evidencia en caso de que los delincuentes me siguieran hasta allí. Entonces, teníamos, que encontrarnos en otro sitio. Este debía ser un lugar público y con mucha gente así, en caso de que me hubieran seguido, los malhechores no se atreverían a atacarnos...

El aeropuerto, ¡eso era! Yo podría ir del hotel al aeropuerto  y, después de reunirme con mi antiguo instructor, podría partir de Mhulsita y regresar a casa, y de allí... Bueno, ya pensaría luego qué hacer. Tomé mi librel y busqué vuelos que salieran para Contilae, lo mejor era conseguir aquellos hacia otras ciudades y conectarme para allá al rato, con el objetivo de despistar en caso de que me estuvieran siguiendo. Suerte la mía que habían varias opciones, eso no iba a ser un problema.

"Ahora quedaba comunicarme con Sugino Sensei; ya sabía que no podía usar mi librel, tenía que buscar un teléfono público, de esos casi inexistentes porque la gente había dejado de usarlos, ya que todo el mundo prefería usar su librel en vez. Pero los había en lugares frecuentados por muchas personas para ser utilizados en caso de emergencia, como en los terminales aéreos. Fue así que hablé con Isabel el día anterior, ¿te acuerdas, lagartija? Entonces, debía partir al aeropuerto lo antes posible. Los autobuses salían para allá cada quince minutos; transporte no era algo que me inquietase, lo que me preocupaba era que hubiera alguien esperándome afuera, aunque fuera solo para seguirme. Rebusqué en mi mochila y encontré un gorro para el frío, que había usado en mi último viaje y que nunca lo puse en su sitio. A veces es bueno ser desordenado, pensé, y me lo enfundé en la cabeza. Tenía también una bufanda, que me la puse de tal manera que cubría mi boca y mentón. Me fui a ver al espejo, no era una obra de arte, pero por lo menos me tapaba gran parte de la cara. Además hacía frío en Mhulsita, así que no parecería extraño que estuviera vestido de esa forma. Me cambié de ropa, repuse todo en mi mochila y salí a pagar mi cuenta de hotel y tomar el autobús. No pasó nada durante el recorrido, si me estaban siguiendo no lo había notado y, por lo menos, nadie me había atacado.

"No podía dejar de pensar en Isabel, no veía las horas de llegar al aeropuerto para llamarla y saber cómo estaba. El viaje se me hizo larguísimo, pero por fin llegué y me dirigí rápido a un teléfono público. Marqué el número del Instituto Van Leeuwenhoek, con el cambio de hora calculaba que ella debía encontrarse trabajando. Eso también era conveniente porque, si escucharon nuestra última conversación por teléfono al librel de Isabel, debía haber sido a través del de nuestro departamento; dudaba que intervinieran las conexiones del Instituto. Por suerte ella fue quien respondió:

"Departamento de Investigación de Reproducción Viral, Isabel Simas al habla."

"Y, lagartija, no te puedes imaginar la alegría inmensa que me dio oir su voz, me dieron ganas de tirar todo por la ventana e irme corriendo a abrazarla.

"Hola, Isabel, soy yo, Esteban."

"¡Esteban!" la escuché decir y me preparé a que me acribillara con alguna de sus frases, pero me equivoqué. "¿Estás bien? Estoy muy preocupada por ti, no hago más que pensar dónde estás y cómo estás."

"Ando bien," respondí. "Soy yo el que está inquieto por ti, ¿todo bien?"

"No, no estoy bien," y por un instante se me paró el corazón. "Estoy muriéndome de la ansiedad, ¿ya regresas? ¿Te puedo ayudar en algo?"

"Espero estar allá pronto," contesté.

"No sé si creerte."

"Es verdad, justo estoy en el aeropuerto viendo qué vuelo tomar para ir a casa. Apenas sepa llamo para decirte, ¿ya?"

"Bueno," repuso Isabel con voz resignada.

"Ahora, por favor, escúchame, esto es muy importante: necesito que estés alerta y te cuides. Hay la posibilidad que alguien quiera entrar a nuestro departamento. Sería una buena idea que fueras a dormir a la casa de Dolma, por lo menos hasta que yo esté de regreso."

"¿Que alguien quiere entrar a nuestro departamento? ¿Qué me vaya donde Dolma? ¿De qué estás hablando, Esteban?"

"Isabel, es muy largo para explicar y no creo que deba hacerlo por teléfono. Me preguntaste hace un instante si me podías ayudar, ahora te pido que hagas eso por mí, por favor."

Tuve que aguardar un buen rato antes de escuchar su voz de nuevo:

"De acuerdo, Esteban, pero no sé qué le voy a decir a Dolma... Bueno, algo se me ocurrirá. Espero estés pronto por acá. Por favor, no me mientas y dime si estás bien de verdad, ya te imaginas como me quedo yo acá con esto que me estás pidiendo hacer."

"Lo siento, Isabel, créeme que sí estoy bien. Dentro de poco estaré contigo y te prometo contarte todo. Te ruego que por favor te cuides y estés alerta. No te quedes sola, ¿sí? Ya debo dejarte."

"Bueno," repuso ella con un lento susurro. "Cuídate tú. Te quiero."

"Yo también," respondí, pero no solo así por decirlo, sino porque lo sentía a gritos.

Colgué el teléfono y me entró una gran desolación, no quería que esta me ahogara, así que al instante marqué el número de mi profesir de karate.

"¿Aló?" contestó una voz de mujer que, a pesar de los años, pude reconocer pertenecía a la esposa de mi sensei. Todos la llamábamos Sugino Sama, utilizando el apelativo japonés Sama de respeto.

"¿Sugino Sama?" dije. "Soy Esteban Tochigi. No sé si se acuerda de mí, yo era uno de los estudiantes de su esposo hace algunos años ya. ¿Podría hablar con él, si se encuentra en casa?"

"¿Esteban chan? ¿El hijo de Tochigi san?" exclamó, refiriéndose a mi madre como Tochigi san, que es como decir señora Tochigi en japonés. Y me hizo gracia que a mi edad utilizara el chan para mí, porque este se usa para llamar a los niños en ese idioma también.

"Por supuesto que me acuerdo, ¿crees que porque ya me acerco a los ochenta estoy perdiendo la memoria? Para tu información, Esteban chan, todavía recuerdo los nombres de cada uno de los estudiantes de mi esposo, sobre todo de los niños que siempre causaban alboroto."

"Por lo visto, Sugino Sama no había cambiado, seguía siendo la misma mujer renegona pero con corazón de oro. A pesar de sus constantes recriminaciones para que nos portásemos bien, al final de cada clase nos ofrecía, sin falta, algún dulce que ella misma preparaba.

"Sugino Sensei está acá, Esteban chan," continuó diciendo, "pero no le quites mucho tiempo porque es una persona muy ocupada. Y ya era hora que por lo menos llamaras, Esteban chan. Tienes que venir a visitarnos, ¿qué es eso de no ver a Sugino Sensei de vez en cuando? Estar viviendo en Contilae no es una excusa para no tomar un avión en cualquier momento y venir a saludar. ¿Qué será un vuelo de siete horas? ¡Nada! Y espero estés practicando tu karate, aunque sé que por donde tú vives no hay sitios que se puedan comparar a nuestro gimnasio. Ya te paso a Sugino Sensei. ¡Ven a vernos, Esteban chan!"

Ella tenía razón, aún poseía su buena memoria, ¡para acordarse que yo estaba viviendo en Contilae!

"¡Takashi san!" oí gritar a través del teléfono. "Ven rápido que te llama Esteban chan, ¡pero no te demores en hablar que tienes que ayudarme en lo que me prometiste!"

"¡Esteban chan!" escuché decir a una voz seria y cortante, "Aquí Sugino Sensei."

"Sugino Sensei, esto le va a parecer extraño, pero estoy en el aeropuerto de Mhulsita y me gustaría verlo. ¿Sería posible que usted venga para conversar?"

"¿Ir yo al aeropuerto de Mhulsita a verte?" Preguntó él un tanto confundido. Lo lógico era que yo, el estudiante, fuera a buscarlo; lo contrario era una falta de respeto total.

"Necesito hablar urgentemente con usted, Sugino Sensei. Disculpe que le pida que venga hasta acá, pero es por seguridad, teniendo en cuenta que debo verlo en persona. Quisiera hablar sobre unos números que mi madre le dejó para mí. ¿Entiende a lo que me refiero?"

Cambiando de tono de voz me respondió:

"Comprendo, Esteban chan, no hay otro modo, eso tiene que ser  cara a cara. Estoy partiendo ahora mismo para allá, ¿dónde te encuentro?"

Yo le di el número del terminal donde me hallaba y el nombre del café donde lo iba esperar. Antes que terminara de colgar, escuché la voz de Sugino Sama decir en tono amenazante:

"Ni te pienses, Takashi san, que te vas a ir, hay muchas cosas qué hacer por acá..."

"Después de cerca de cuarenta minutos, durante los cuales me ocupé haciendo mis reservas de vuelos con destinación última a Contilae, vi aparecer a mi antiguo entrenador de karate. Todavía se notaba que contaba con un excelente estado físico y no había perdido la expresión de severidad que lo caracterizaba y con la que aterrorizaba a sus alumnos más jóvenes. Apenas lo vi, me levanté de mi asiento y me incliné, realizando el saludo típico que acostumbrábamos. Él también ejecutó la inclinación, pero de forma leve, y los dos nos sentamos. A manera de respeto, utilicé la costumbre de aguardar a que él me hablara antes de yo hacerlo, por suerte no se tardó:

"Esteban chan, veo que no has cambiado mucho, pero no te haría mal perder unos cien gramos de peso."

Con ese comentario, mi profesor de karate me estaba haciendo un gran cumplido, eso de bajar cien gramos era solo para decir algo.

"Gracias Sugino Sensei," y de nuevo guardé silencio, para esperar unos instantes a que él me preguntara:

"Entonces, Esteban chan, querías verme para que te diera un encargo de tu madre, Tochigi Sama, ¿verdad?"

"Me emocioné mucho al oírlo utilizar el apelativo sama para mi madre, era la primera vez que le escuchaba hacerlo, siempre la había llamado Tochigi san. El uso del sama significaba que le tenía un gran respeto.

"Así es, Sugino Sensei," respondí con prontitud.

"Te he estado esperando hace un buen tiempo, ¡cómo siempre aún eres lento en tus reacciones, Esteban chan!"

Yo esbocé una sonrisa, mi maestro no había cambiado. Él continuó:

"Tu madre, Tochigi Sama, después de un día de entrenamiento, me preguntó si podía conversar un rato conmigo porque quería pedirme un favor. Me pareció muy extraña su solicitud, pero no pude negarme. Tu madre, ya sabes, era magnífica, en ella el karate se trasformaba en una obra de arte, como tiene que ser. No como tú, Tochigi chan, ¡tus movimientos se parecen a los de un elefante con dolor de estómago!"

"Yo puse cara de compungido mientras por dentro me estaba matando de la risa y podía notar con claridad, que mi profesor estaba gozando burlarse de mí. Él sabía muy bien que yo entendía que no intentaba ofenderme, que él también se estaba riendo conmigo.

"Después de la clase la invité a tomar un té, aunque ella solo bebió un vaso de agua como de costumbre, nunca le gustó el té, ¿verdad? Tochigi Sama me pidió que guardara en mi memoria un par de coordenadas que apuntaban a un lugar determinado. Me dijo que necesitaba que alguien las supiera, en caso que ella no pudiera pasártelas. Me especificó que, bajo ninguna circunstancia, debía dárselas a otra persona que no fueras tú, que debía decírtelas cuando tú mismo vinieras a preguntarme por ellas, no antes, y que tenía que hacerlo en persona. Como supondrás, Esteban chan, me pareció una petición de lo más inaudita, pero no soy de los que se meten en cosas ajenas; tu madre me pidió un favor y yo no tenía por qué negarme, la razón que tuviera para hacerlo era asunto suyo, no mío" 

Mi mamá había hecho una buena elección; Sugino Sensei no solo era una persona en la que ella podía confiar a ciegas, sino también alguien que no intentaría averiguar de qué se trataba este tema tan extraño de coordenadas. Él era la persona ideal.

Como antes, yo permanecí callado esperando a que continuara:

"Tu madre me pidió que memorizara las coordenadas, no quería tener evidencia escrita de ellas. No me llevó mucho tiempo aprendérmelas y cada noche me las repito para asegurarme de no olvidármelas."

Y yo estaba seguro que así era, mi sensei era una persona metódica y perfeccionista, si se comprometía a hacer algo lo haría sin posibilidad de error.

"Pienso que no tenemos tiempo para que tú te las aprendas en este momento, Esteban chan. Además no confío que tú tengas una buena memoria. Por mucha fama y premios que hayas recibido, estoy seguro de que tu cerebro es tan capaz como el de una gallina."

"Y otra vez pude ver que a mi profesor le brillaban los ojos de la risa como un niño después de haber cometido una travesura, se estaba divirtiendo de lo lindo lanzándome sus palabras de incentivo. Se llevó una mano al bolsillo y sacó un papel. Yo me alegré que utilizara un método tan tradicional, en vez de anotarlo en su librel para pasarlo después al mío.

"Acá están, Esteban chan," me dijo entregándome la hoja escrita. Le di una mirada rápida y lo guardé, en el avión iba a tener más que tiempo suficiente para aprendérmelo. 

Mi antiguo instructor se paró de su silla; muy típico de él, ya terminado lo que había venido a hacer no había motivo para que siguiera sentado conversando.

"Esteban chan, no te olvides de tu profesor de karate que espera sigas demostrando con honor que eres el hijo de tu madre."

"No podía creer que fuese Sugino Sensei quien me decía eso, era el mejor cumplido que pude haber recibido. Me quedé sin palabras, tan solo me levanté para inclinarme de la forma más respetuosa que pudiera hacer y lo observé marcharse, perdiéndose de vista entre la gente.

"Consulté mi reloj, no veía las horas de entrar en el avión y leer con detenimiento las coordenadas del Punto de Contacto. Lo peor era que tenía que esperar estar en Contilae para consultar algún mapa y ver dónde quedaba, no quería arriesgarme hacerlo de manera electrónica a través de mi librel.

"Me sentía agotado, fue un alivio oir la voz que anunciaba que ya podía embarcarme al avión diciendo..."

"¡Alto! ¡No te muevas! ¡La vas a pisar!!!!"

Esteban escuchó con total claridad las palabras que lo interrumpieron, no obstante, era una sensación rara en extremo porque en realidad no las percibía con sonido, más bien las sentía adentro de su cerebro. Por instinto, se detuvo ante la orden de ¡Alto! y miró abajo cerca de sus pies. En ese instante, un pequeñito bulto se movió con velocidad de un lado para otro, botando por todos lados la arena que lo cubría, como cuando un perro sale del agua y se agita salpicando a diestra y siniestra. El resultado fue la aparición una lagartija que el científico creyó reconocer.

"Tú serás el Humano Único, pero veo que eso no significa que tu vista sea buena, ¿cómo no te fijaste? ¡Casi aplastaste con tu pie a mi pareja!"

El aludido sintió que le hablaban de nuevo, esta vez en un tono de suma indignación. Levantó la vista, escudriñando todo su alrededor, y se dio con la sorpresa de ver a su mano derecha un pozo natural lleno de agua. Debe ser otra fuente subterránea, pensó. ¿La lagartija conocía esto de verdad?

"No yo," oyó decir dentro de su mente por tercera ocasión, "mi pareja. Ella es la que conoce este manantial. Fue ella la que se arriesgó, caminando sola por la noche y dejando una huella clara con su cola para mostrarnos el camino."

El viajero, confundido, siguió barriendo con la mirada su entorno, sin embargo, por más que trató no vio a nadie. Esto no puede ser, se dijo. Será la sed mezclada con mi debilidad que me están haciendo escuchar voces en mi cabeza.

"No." Sintió hablar de vuelta al mismo emisor. "Soy yo, acá, en tu hombro. Soy a quien llamas lagartija."

Esteban, anonadado por completo, dirigió sus ojos a su hombro derecho y se dio con la intensa mirada del animalito que tenía perchado.

"Esto no puede ser," volvió a repetir incrédulo, pero en esta ocasión en voz alta. "Cómo es posible que..."

"¿Que yo me pueda conectar contigo? Es una de las muchas habilidades que tenemos las criaturas de nuestra especie. Mas, en vez de quedarte allí paradote con la boca abierta, mejor toma un poco de agua, siento que tu organismo está a punto de desfallecer."

El pequeño reptil tenía razón, el expedicionario se dio cuenta que sus piernas le temblaban y lo sostenían en pie con la justas. El contar su historia lo había distraído en exceso, al punto de no reconocer los síntomas que ahora sentía en plena fuerza. Lo bueno era que solo tenía que dar unos pocos pasos para acercarse al pozo de agua. Se tiró al piso y bebió hasta saciarse. Mientras lo hacía, por el rabillo del ojo notó que este había descendido de su hombro y se había parado al lado del otro, al que había llamado su pareja y que se refirió como ella, por lo que debía ser la hembra. ¡Pero qué diablos! ¿Cómo una lagartija podía comunicarse con él? No era posible, debía ser una jugarreta de su imaginación.

"Veo que aún no entiendes nada, Humano Único," sintió el científico de nuevo. "Pensé que el cerebro de los de tu especie era más avanzado que eso. Por lo visto, tendré que explicarte palabra por palabra la situación."

Esteban, por un instante, tuvo la sensación que era su sensei quien se dirigía a él. Lo que escuchó a continuación, o mejor dicho sintió, fue la historia de L-Macho y L-Hembra, incluyendo la explicación del sistema de conexión a través del cual la criatura se estaba comunicando con él.

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