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Intento 28


 "Así como lo oyen, mis compañeras de viaje," continuó hablando Esteban a las lagartijas, "la clave de las coordenadas del Punto de Contacto residía en el karate. Otra cosa desconocida para ustedes, ¿no? El karate es una técnica de lucha creada por los humanos, requiere de muchos años de aprendizaje y adiestramiento para poder dominarla de manera total. Mi madre fue la que me inició en eso. Ella era una experta: cinturón negro tercer dan, que es una categoría muy alta en dicha disciplina. Mi mamá entrenaba tres veces a la semana con Sugino Sensei, y lo hubiera hecho más si hubiera tenido el tiempo. Sugino Sensei la adoraba por su gran dedicación, él solía decir que pocas veces había tenido un estudiante tan aplicado y con tanto talento. En muchas ocasiones quiso que entrara a competencias, ella siempre rehusó porque era de la opinión que no necesitaba demostrar a nadie lo buena o mala que era, solo quería aprender y mejorar para sí misma, no para vencer a otros.

"Mi mamá me llevó a mi primera lección de karate cuando yo tenía dos años. Sugino Sensei no tenía paciencia para enseñarme, ya que era poco mayor que un bebé, pero mi madre dedicó tiempo en hacerme practicar en casa y se encargaba de mí durante las lecciones. Cuando crecí, él todavía no me tenía mucho aguante; siempre se quejaba de mi técnica, muchas veces me decía que no era posible que yo fuera hijo de su alumna estrella porque, por más que entrenaba, aún me faltaba más y más.

"Con lo que les cuento pareciera ser que mis clases de karate eran una tortura total, pero no, a mí me encantaban. Eran todo un reto y trabajaba sin descanso, no solo para mejorar, sino para poder sacar de mi Sensei una frase de aprobación o, por lo menos, de aliento. Intenté eso durante años y fue así que también obtuve mi cinturón negro. Cuando Sugino Sensei me dio la noticia, pensé que por fin mi tarea estaba cumplida, que me iba a felicitar, pero él solo me dijo:

"El que calificó tu examen debe haberse equivocado, Tochigi chan."

"Yo, para ese entonces, conocía muy bien a mi profesor; lo que me había dicho no era lo que pensaba, yo podía ver en sus ojos que se estaba orgulloso y contento de mí. Era como un acuerdo implícito entre nosotros: él no me iba a dar un cumplido, yo tenía que trabajar todavía más para merecerlo. De esa forma fue como pude aprender, a pesar de no tener el talento innato de mi madre: dándole muy fuerte y esforzándome al máximo. Yo le estaba muy agradecido y le tomé un cariño especial.

"Como creo que les conté antes, frecuento el gimnasio, que es un lugar donde los humanos hacemos movimientos con el propósito  quemar grasas y poner fuertes nuestros músculos. Allí siempre tomo veinte minutos para practicar karate por mí mismo. No es mucho en realidad, por eso me asombró tanto que respondiera tan bien a mis atacantes. Creo que, de alguna forma, mi cuerpo todavía recuerda las reacciones de ataque-defensa que tantas veces he practicado.

"Bueno, les continúo con la historia. Un día, después de la escuela, llegué a casa con una tarea de matemáticas que tenía un problema difícil para mí. Mi madre trató de ayudarme, pero no pudo. Mi padre ese día andaba ocupado y no se le ocurrió mejor cosa que sugerirme que le preguntara a Sugino Sensei acerca del problema. En realidad era una broma, mas yo tenía ocho años y pensé que me lo había dicho en serio, sobre todo porque estábamos saliendo en ese momento a nuestra lección de karate. Durante toda la clase estuve muy torpe; no podía concentrarme bien, pensando cuál sería la mejor manera de pedirle ayuda a mi profesor. Debido a mi total inhabilidad de ese día, Sugino Sensei se hallaba de peor humor conmigo que de costumbre. Al final de la clase, no sé cómo me armé de valor para acercármele, mientras mi mamá se cambiaba en el vestuario de damas. Cuando le pregunté si me podía ayudar con uno de mis problemas de la tarea de matemáticas, yo pensé que en ese instante me iba a comer vivo, pero no fue así; él se echó a reír como nunca lo había visto ni he vuelto a ver en mi vida. Tanto se carcajeaba, que no podía hablar y se le salían la lágrimas. El alboroto era tal, que los estudiantes que ya se iban se acercaron, incluyendo a mi madre, para ver qué era lo que pasaba. A alguien se le ocurrió traer un vaso con agua, con el que por fin nuestro Sensei se calmó y me respondió:

"No."

Y dando media vuelta se fue.

"Nunca entendí bien porqué le causó tanta risa mi pedido, pero creo que descubrimos ese día, que nuestro profesor de karate también era una persona normal, capaz de carcajear como cualquier otra. Todos regresamos a nuestras casas con la sonrisa en los labios y las ganas de reír también. "

Esteban detuvo su relato, se encontraba al frente de una pared de colinas escarpadas no muy altas, no obstante, a fin de cruzarlas tendría que escalarlas usando las manos y los pies. No había ningún sendero para bordearlas caminando, eran una muralla rocosa.

"Por suerte aún hay luz," señaló, acercándose más y más, hasta tener la nariz frente a esa fortaleza natural.

Caminó unos metros a lo largo del paredón rocoso hasta localizar lo que buscaba: una hendidura. En realidad era una rajadura en la pared, por la cual una persona podía pasar si abría los brazos, se ponía de perfil y se estrechaba en ella forzando su ingreso. Justo eso fue lo que hizo, sacándose antes la mochila de la espalda y dejándola en la entrada. Una vez que cruzó la rendija en la roca, Esteban no podía ver nada, solo un hilo de luz le indicaba que allí estaba la abertura por la que había accedido. Dirigió una mano hacia él y, a tientas, ubicó la mochila que jaló, obligándola a adentrarse. De uno de sus bolsillos, sacó su linterna y la prendió. Lo acogió un lugar muchísimo más amplio y cómodo; contaba con espacio suficiente para un par de adultos y el techo se ubicaba a unos buenos cincuenta centímetros de altura sobre su cabeza. Se podía respirar la humedad y se sentía una disminucion significativa de la temperatura, las paredes eran negras y brillaban al ser golpeadas con el haz luminoso de su reflector porque estaban mojadas. El piso también era de roca pura y, al igual que las paredes, se hallaba empapado. No era un laberinto de túneles, había solo una vía para proseguir adelante.

Esteban abrió por segunda vez su mochila y sacó una casaca, sabía que todavía le quedaba una buena media hora de ruta en el interior de aquel recinto, así que mejor se abrigaba. Al momento de ponérsela, se acordó que uno de sus hombros servía de asiento de sus nuevas amigas, mirándoselo notó que aún estaban allí, bien perchadas y sin haberse movido ni un milímetro. Pensó en bajarlas al suelo, mas rechazó esa idea, este sitio seguro que no era el conviente para abandonarlas. Con mucho cuidado extrajo una y después otra, poniéndolas adentro del bolsillo de su casaca. En el instante que terminó, le pareció escuchar en el gran silencio un casi imperceptible siseo y, en seguida, las dos lagartijas salieron del bolsillo y retomaron su posición en su hombro derecho.

Luego de caminar un buen rato, el científico pudo divisar otro rayo de luz; ya estaba cerca de la salida, en unos minutos cruzaría una grieta muy parecida a la anterior y se toparía con su motocicleta. Montaría su carpa para la noche, se prepararía un sobre de comida y podría terminarse lo que le quedaba de agua. Al pensar en esta, se dio cuenta de lo sediento que se encontraba, pero no paró a beber un poco, sino que apuró el paso con el propósito de salir de una vez y gozar del espacio abierto.

Algo no andaba bien, él calculaba que debía hallarse cerca del egreso, no obstante, el brillo luminiscente todavía era muy tenue y no había crecido en tamaño, seguía siendo un hilo diminuto.

"De repente es porque ya se hizo de noche," pronunció en voz alta con la idea de convencerse a sí mismo que lo que sospechaba no era cierto. Muy a su pesar, él tenía razón, su linterna le indicó que el término del sendero era tal: el final. No había salida. La fisura que esperaba ver estaba tapada, era una pared de rocas con un orificio pequeño por donde entraba aire y el limitado resplandor: un derrumbe.

¡Esteban no podía, no quería, creer lo que veía! En una zona geológica tan estable donde, se supone, durante milenios aquel túnel prístino no había sufrido ninguna transformación. Pero los cambios en la naturaleza hechos por el hombre eran de tamaña magnitud que no debiera sorprenderse; hasta esta región perdida para el mundo había sido afectada de un modo u otro. Trató de mover las piedras, sin embargo, era un esfuerzo vano. Con un gran suspiro, dio media vuelta; rehízo el camino y salió a través la abertura que había pasado hacía como una hora. Desanimado por completo, cayó sentado tal cual un saco de papas en el suelo, apoyándose en la pared natural que lo separaba de la motocicleta, su único medio de regreso hacia Analucía.

"Y ahora, lagartijas, ¿qué hago? No me miren así, como diciéndome que no me preocupe. Claro, para ustedes es muy simple; solo van por aquí y por allá, comiendo lo que cacen y bebiendo el agua que encuentren acumulada gracias al rocío de la noche en una hendidura de alguna piedra. Además, no dudo de que ustedes podrían escalar esta muralla como si nada."

Él se volteó a estudiar el muro de su espalda. No, no era capaz de treparlo, ni siquiera con el equipo apropiado podría hacerlo. La escalada de roca no era una de sus habilidades, intentarlo era una cosa absurda sobremanera, a no ser que su objetivo fuese romperse el cuello.

"No estoy con ánimos para suicidarme," declaró. "Lo único que me queda hacer, por el momento, es armar mi carpa para pasar la noche."

Dicho y hecho: el explorador montó su tienda en un santiamén y se abrigó en su bolsa de dormir, sentándose dentro de la misma. Decidió no comer ni tomar, debía ahorrar sus víveres y lo poco que le quedaba de agua, que no era mucho: la mitad de un vaso como máximo. Durante el camino había bebido cada vez que tenía sed, pensando que en la noche, cuando llegara a su motocicleta, tendría más que suficiente con lo que había recolectado antes y dejado al lado del vehículo. Lo único que le quedaba era regresar al Punto de Contacto, donde se localizaba otra fuente del líquido elemento y esperar allí a Isabel; ahora no había forma de retornar a Analucía sin su ayuda. Estaba seguro de que ella no le fallaría, por eso había tomado las precauciones del caso. Pero no había planeado para la eventualidad de que se le agotara el vital H2O. Qué tonto, ¡¿cómo no pensé en eso???!!! Se recriminó.

El camino de regreso al Punto de Contacto iba a ser difícil en extremo bajo el calor de aquella época del año, con tan solo la medida de medio vaso de agua disponible. En la primera ocasión, a la ida, lo había hecho en dos días y se había organizado a modo de que el fluido le alcanzara. Esta vez, de regreso, le había tomado una jornada, mas fue a paso rápido y descansó lo mínimo. La consecuencia fue beber tanto porque, a causa del ritmo con el que caminó, había sido indispensable hacerlo. No tenía otra opción que la de retornar de un solo golpe, puesto que debía llegar lo antes posible para abastecerse del preciado líquido.

"Cómo voy a hacer," pronunció en voz alta, preocupado.

Esteban notó que las pequeñas lagartijas aún seguían en su hombro derecho. "Están de lo más contentas allí, por lo que veo," les dijo. "No sé cómo voy a poder regresar al Punto de Contacto, pero no tengo otra salida. Mejor descanso ahora mismo para levantarme mañana muy temprano antes del amanecer. Así, al menos, el sol no me fastidiará por unas horas. Pero algo tengo que dormir, si no las piernas no me van a dar. Bueno, si hay gente que atraviesa el desierto por el puro placer de demostrar que se puede hacer, entonces, no veo por qué yo no puedo hacer un paseíto largo mañana." Y diciendo eso, tomó con delicadeza a los animalitos y los depositó al lado de su mochila; ajustó la alarma a las dos y cuarenta y cinco de la madrugada, a razón de iniciar a caminar como a las tres; cerró los ojos y quedó dormido sin demora.

******

"El Humano Único por el túnel se metió, y con una pared se encontró, entonces ¿por qué entró?" empezó a conversar L-Hembra.

"Idea de eso no tengo, es algo que no entiendo," respondió L-Macho, que no sentía las menores ganas a debatir con su pareja, se hallaba cansado con el esfuerzo hecho durante todo el día por motivo de iniciar la conexión.

"Crucial es una comprensión total, ¿cómo ayudar podremos, sin nada discernir, ni saber a dónde ir?" insistió ella.

L-Macho pensaba, que especular a dónde se dirigirían o qué cosa el Humano Único haría era una pérdida de tiempo, si no establecían la conexión primero. Para evitarse una discusión interminable con su cónyuge, decidió contestar utilizando su frase preferida:

"Sí, tienes la razón mi cora..."

Una sensación de apertura en su cerebro causó que no terminara lo que decía. Cambiando de un tono de voz aburrido, a otro de completo entusiasmo anunció:

"¡Ya está comenzando, ya está funcionando!"

"¿Realmente? ¿Lo percibes en tu mente?" preguntó L-Hembra.

"Por supuesto, ¿no te sientes diferente?"

"Mi respuesta es honesta, aunque decirlo me cuesta: No. Pero tú bien sabes, experto en conexión eres, menos tiempo te lleva que a muchos seres."

"Estar en su hombro derecho debemos, unos momentos extras y lo lograremos," sentenció su compañero de vida.

Sin palabras adicionales, los pequeños reptiles iniciaron a caminar al unísono y se acomodaron de vuelta en el hombro del viajero. Ambos guardaron silencio, los dos concentrados en las vibraciones cerebrales emitidas por el humano. Él soñaba y esto hacía que sus ondas de conexión estuvieran activas, mas con menor fuerza e intensidad que cuando les hablaba. El enlace que buscaban establecer las lagartijas era una habilidad única de su especie que utilizaban en raras ocasiones, debido al hecho que preferían vivir en forma solitaria. Ellas poseían el talento de de instaurar nexos telepáticos con otros seres vivientes: si estaban expuestas un largo lapso a las ondas cerebrales emitidas durante algún tipo de transmisión de pensamiento, su mente era capaz de decodificarlas e interpretarlas. No solo eso, después podían mandar el mismo tipo de señal al sujeto del que las habían recibido y enviarle un mensaje. En resumen, lograban de comunicarse. Cada ser tenía un código de conexión único y diferente, lo que significaba que, si alguien resolvía aquel de una criatura, esta no podía conectarse con otra de la misma especie de manera automática, sino que tenía que pasar por el proceso de nuevo. El decodificar era un esfuerzo arduo y llevaba tiempo. Quien quisiera hacerlo tenía que situarse cerca del individuo durante un período considerable. Para acelerar el procedimiento debían tocar al ser en cuestión, puesto que se percibirían con mayor fuerza las ondas emitidas por él. En el caso de Esteban, L-Hembra y L-Macho notaron que el lugar donde se las detectaría con superior claridad e intensidad era en su hombro derecho. Con el objetivo de hacer todo esto incluso más rápido, necesitaban que el ente se comunicara, y mejor aún, si era en modo directo. En virtud de esa razón, las lagartijas habían perfeccionado una técnica de influencia, mediante la cual el sujeto exprimentaba de pronto la necesidad de transmitir sus pensamientos y lo hacía. Este humano había sido un buen receptor del método empleado por sus camaradas de viaje; él no había parado de hablarles, si bien por momentos tanto parloteo había causado dolores de cabeza a L-Hembra.

Transcurrida una media hora, en la cual los singulares animalitos se concentraron con todas sus fuerzas en conseguir la conexión, la fémina notó que a su pareja se le agrandaron las pupilas, se puso más rígido que de costumbre, elevó la cabeza y cayó como desmayado.

Lo ha logrado, es increíble mi amado, pensó L-Hembra. Ella se sentía muy orgullosa de la notable habilidad que tenía su consorte en establecer conexiones, siempre conseguía hacerlo en tiempo récord. Aunque no solían conectarse con frecuencia, tal destreza caía muy a la mano cuando iban a buscar comida, ya que él influenciaba a la presa para que se les acercara sin temor. No obstante, la sagaz reptil se guardaba de decirle la admiración que aquello le provocaba, no vaya a ser que se le subiera a la cabeza.

A L-Macho solo le tomó unos instantes en recuperarse, pero no dijo nada a su compañera. Ella, por su parte, no se hallaba preocupada o sorprendida de su silencio, sabía bien lo que él estaba haciendo y no era el momento para distraerlo. Él se encontraba ocupado en recordar, palabra por palabra, todo lo que Esteban les había dicho, con el fin de decodificarlo y entender cuál era la situación. A pesar de la magnífica memoria que posee su especie, aún así esa tarea requería de un gran talento, uno que esta inusitada lagarija poseía.

"Entiendo..., ¡comprendo!" exclamó el másculo gozoso. "Equivocado no estaba, este el Humano Único es, como pensaba. Su historia lógica es, el porqué vino acá es, lo que nos contaba."

L-Hembra acortó la distancia con su pareja, no había tiempo para que él le contara la historia que el científico les había relatado, mucho más rápido era que L-Macho le pasara lo que sabía a través de la conexión que tenían. Después de unos cuantos minutos, ella también estaba al tanto,

"Al presente, agua es su problema, es más importante, que cualquier gema," apuntó la fémina y continuó, "él está equivocado, hay líquido por otro lado; ese lugar yo conocí, cuando para dejar mis huevos partí, es un camino un poco hosco, pero allí varios días viví, y no es muy lejos de aquí. Guiarlos, yo puedo, de allí al Punto de Contacto; llevarlos, yo puedo, en un día lograrlo," terminó diciendo satisfecha en extremo, porque ella sería capaz de contribuir en algo.

"Partir ahora, no debemos; el Humano Único necesita descansar, sus fuerzas renovar, y así suceso lograremos," indicó L-Macho.

"Razón tienes, mas yo dejarlos requiero, asegurarme que todavía hay agua requiero. Mañana tú vienes sin falta, el Humano Único traes al alba. Solo sigue mi camino, lo puede hacer hasta un niño."

"Pero peligroso es, tú solitaria caminar, alguien te puede molestar, o peor aún, matar."

"Preocuparte por mí no debes, experta en mimetizarme soy, sin correr peligro me voy, confiar en mí debes."

"¿Por qué no esperar, el alborear llegar, y juntos salir a caminar?" Insistió L-Macho que, si bien sabía que su cónyuge era muchísimo más hábil que él en mimetizarse, no le gustaba nada de nada la idea que saliera sola bajo los peligros de la noche.

"La razón simple es, si agua no encuentro, tiempo para retornar tengo. Buena idea no es, caminar extra si después, no hay de qué beber. Si de regreso no estoy al amanecer, lo que buscamos hallé, y pronto me volverás a ver."

"Entonces, en cambio yo voy, capaz de eso yo soy." sugirió él, no obstante de saber que su contraparte ya había tomado una decisión y que era imposible hacérsela alterar.

"El lugar no conoces, y yo aún conexión no he establecido, tú convencerlo debes, que me siga por donde yo me he ido," y con una dulce mirada, L-Hembra se despidió de L-Macho, el que se admiraba que, a pesar de los años, su pareja siempre lograba que se enamorara de ella una y otra vez.

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