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Intento 18

El aeropuerto de San Eustaquio era pequeño, pero moderno; lo habían refaccionado cerca de unos tres años atrás cuando el flujo de gente y el número de vuelos internacionales aumentó de manera notable. El NatuArenas y sus alrededores eran la razón por la que el turismo hacía de ese emplazamiento una de sus destinaciones más solicitadas. ¿Qué tenía de especial esa zona? Sus hermosas playas con arena natural. La utilización del A.T. como combustible originó la industria extractora del material referido que, al mismo tiempo, iniciaba a agotarlo. 

La compañía Mebhris era dueña, entre innumerables cosas, de una serie de hoteles vacacionales porque tuvo la visión de empresa de adquirir terrenos del litoral al norte de San Eustaquio. Esta firma ofreció al gobierno regional del lugar un precio de compra muy por encima del mercado de la época, y aquel no se rehusó, pensando haber hecho el negocio de su vida. Ese mismo año, el valor del área subió de tal modo, que si el nuevo titular hubiera querido vender la propiedad en cuestión, hubiera recibido cinco veces más de lo que pagó. Hoy en día su cotización había aumentado tanto, que habría que desembolsar cien veces de lo invertido hacía tres años. La mencionada compañía, con el mismo olfato de negocio, decidió establecer uno de sus complejos hoteleros, el NatuArenas, que no solo hizo que recuperara el gasto en pocos meses, sino que se convirtió en la mina de oro de su cadena de hospedajes. 

La Mebhris no era titular de toda la zona costanera, lo que no obtuvo fue transformado en un Parque Nacional, gracias a la presión del movimiento de conservación de la naturaleza establecido en Analucía. Dicha localidad era el centro poblado más cercano al referido territorio de playas, situada a unos veinte minutos por auto del NatuArenas. Al ser un pueblo pequeño, no disponía de aeropuerto, así que los turistas llegaban a San Eustaquio y de allí partían, por lo general, hacia el hotel vacacional; lo que significaba cuatro horas adicionales de recorrido en carretera. 

Analucía se beneficiaba de la ocasional estadía de algún viajero que tuviera permiso de pasear en el Parque Nacional que, por poseer unas de las pocas áreas con arena natural que quedaban, solo permitía un número limitado de personas al año. El otro provecho, que el pueblo obtuvo debido a ser vecino del complejo turístico, fue empleo. Muchos de sus habitantes por fin no tenían que desplazarse hasta San Eustaquio para trabajar, disminuyó la fuga de jóvenes a ciudades mayores y había labor temporal durante el verano a manos llenas.

Samir ya había avanzado un buen trecho de la cola que tenía que hacer a fin de obtener el permiso de acceso a la región. Era una fila bastante larga; Época de vacaciones, pensó. Y si la mayoría va al NatuArenas, fijo que voy a estar súper ocupado en la cocina. Toda esta gente con la ilusión de pasar un rato en una playa con arena natural. Si no es manejada en forma inteligente, pronto se acabará y el mundo terminará en el mismo problema que el de la escasez de combustible petrolero. En realidad, el A.T. solo ha cambiado el recurso base, no el principio de la industria: esta no es sostenible, todavía hay que buscar una energía alternativa que no esté basada en la extracción de un recurso no renovable. Pero, ¿qué?, ¿cuál? 

El chico del Einstein sabía que si se concentraba un buen rato en eso, alguna idea le vendría a la cabeza como solía suceder. Sin embargo, no estaba con ánimos de pensar, se sentía incómodo en extremo a causa del desorden de la línea. La gente no se ponía una detrás de la otra como debía ser; aquellas personas que viajaban juntas tendían a agruparse, rompiendo el orden de fila recta de a uno que cualquier cola organizada, según Samir, debería presentar. Para su alivio, ya le faltaba poco por llegar al mostrador, solo tenía que tratar de relajarse unos minutos más y listo.

******

Los pasajeros Jorgen Samuelsen y Rigoletto Malcini fueron los últimos en desembarcar del avión debido a la ubicación de sus asientos. Su aspecto era desolador, parecían los sobrevivientes de algún terrible naufragio. Al salir de la puerta de la aeronave, se encontraron con una pareja de ancianos que los esperaba acompañados por una de las azafatas.

"Ellos son," susurró la joven a los octogenarios.

El par se acercó a los dos hombres y, tomándoles de las manos, les dijeron,

"Muchas gracias por vuestra generosidad, este ha sido el mejor vuelo de nuestras vidas. Tan cómodo y placentero, ¡nunca lo vamos a olvidar!" Y con la sonrisa en los labios, partieron en un carrito de aeropuerto, dejando a lo otros dos con la boca abierta, preguntándose qué era lo que había pasado.

"¿A qué crees que se referían?" inquirió el de mayor estatura, pensando que de nuevo se le había escapado algo.

"No tengo la menor idea, Samuelsen. Seguro a estos viejitos ya no les funciona bien el cerebro. Apurémonos antes que tengamos que hacer una cola muy larga para lo del permiso."

Sin embargo, por mucho que se apresuraron, la fila que se les presentó fue enorme y ellos resultaron ser los últimos en llegar. Malcini se preparaba a lanzar una maldición cuando fue interrumpido por el sonido de su librel. Lo sacó del bolsillo y leyó el mensaje:

Veo que ya llegaste a San Eustaquio. ¿Cuánto tiempo más para que yo reciba mi encargo? Responde de inmediato.

Al receptor del texto se le puso la piel de gallina; en cada ocasión que tenía algún tipo de contacto con el Jefe, no podía evitar un escalofrío de temor. A veces se cuestionaba el haberse metido en aquel embrollo... Pero necesitaba el dinero y si encontraba lo que el Jefe quería, iba a poder retirarse por el resto de su vida; así que bien valía la pena amedrentarse un poquito. No se explicaba por qué le tenía tanto miedo, si ni siquiera lo había visto ni una sola vez. Sus comunicaciones habían sido sin falta a través de su librel, no obstante, algo había en la manera que le hablaba, o mejor dicho, escribía, que le escarapelaba la piel. Aparte, lo ponía muy nervioso como el Jefe estaba siempre al corriente de sus más mínimos movimientos, no dudaba ¡que hasta sabía cuando iba al inodoro! Era preferible apurarse en contestarle. Su socio se hallaba distraído sonriendo a un grupo de mujeres, estupendo, no lo iba a molestar preguntándole acerca de lo que hacía. Librel en mano, Malcini escribió:

Todo va viento en popa, pero aún no tengo el objetivo. Samuelsen me informó en el avión que ahora debemos ir a Analucía. Allí espero echarle mano al encargo y enviárselo de la forma especificada.

Pocos instantes después de mandar su mensaje, recibió un segundo:

Debiste anticipar que Samuelsen quería ir a otro lugar, ¡eso es una carencia total de eficacia de tu parte! Luego de conseguir y mandar el encargo, espera nuevas instrucciones. Gran posibilidad de tener un trabajo extra allá.

Malcini guardó su librel con aprensión, no le hacía ninguna gracia hacer un contrato adicional para el Jefe. Al mismo tiempo, temblaba ante la posibilidad de negarse, por lo que no le quedaba más que esperar que el nuevo trabajo no se concretizara.

******

Isabel no podía creer su suerte, el haber viajado en primera también le significó ubicarse al frente de la hilera de gente para obtener el permiso de admisión. Ahora, ya se encontraba con su equipaje en mano mientras se dirigía a una empresa de rentas de automóviles.

"Buenos días, señorita, ¿en qué la podemos servir?"

"Quisiera alquilar un auto por una semana."

"Tiene suerte, solo nos queda uno disponible. Es un modelo pequeño, pero económico y eficiente en lo que se refiere a combustible. Por su puesto, con SPG incorporado."

"Perfecto."

Durante el tiempo que Isabel llenaba los papeles necesarios, las dos últimas maletas fueron recogidas por Samuelsen y Malcini quienes, a paso apremiante, se acercaron al mostrador, golpeando el segundo a la científica en el codo.

"Perdón," irrumpió él. "Pero podría moverse un poquito que estoy apurado."

Ella lo miró y, no queriendo hacer lío, le dejó un espacio.

"¿Nadie atiende acá?" vociferó el recién llegado.

"Creo que andan ocupados adentro buscando la llave de mi auto," explicó en tono amistoso, Isabel.

"Ése no es mi problema. Deberían tener más gente que atienda, entonces. Yo no estoy para perder el tiempo," argumentó Malcini en tono prepotente. "Tal vez usted lo tenga para regalar, pero yo soy una persona de negocios muy ocupada, así que no se meta en lo que no le importa."

La aludida se aprestaba a contestarle cuando llegó la encargada.

"Disculpen la espera, señores, ¿en qué los puedo ayudar? Si desean alquilar uno de nuestros vehículos, lamento informarles que el último vacante lo hemos rentado a la señorita," señaló en tanto que entregaba las llaves del auto a Isabel. "Mas si desean algo para esta tarde..."

"Esta tarde, ya es tarde," gruñó Malcini que, enseguida, con un cambio de tono se acercó a quien poseía ahora las llaves. "Disculpe que la moleste, ummm..., como le dije cordialmente hace unos minutos, nosotros dos estamos en viaje de negocios y tenemos urgencia de conseguir un automóvil. A lo mejor podríamos hacer un arreglo: usted nos podría dar el suyo ¿y esperar hasta la tarde por otro?"

"Sería un placer señores, pero, como a mí me sobra el tiempo, tal como usted apuntó de manera muy encantadora hace pocos minutos atrás, tengo que negarme porque, como ustedes entenderán, si tomo el de la tarde, no voy a poder perder mi tiempo paseando toda la mañana por los alrededores de la ciudad." Y luciendo su sonrisa más angelical, Isabel se fue con las llaves en la mano.

******

Mientras Samir colectaba su equipaje, vio que su compañera de asiento de viaje se hallaba en apuros, tratando de levantar una valija que se veía muy pesada. Como se encontraba muy cerca de ella, pensó en ofrecerle ayuda, sin embargo cambió de opinión, estaba seguro que la propuesta no iba a ser apreciada. Se dirigió hacia la zona de salida, donde vio a una persona con un cartelito que decía Samir Hafar. Se trataba de un hombre alto y delgado, con cabello de color negro salpicado de algunas canas. Tenía ojos oscuros y tez color olivo, el rostro afeitado  y mostraba una sonrisa franca que hacía irremediable el no simpatizar con él. 

El joven de Lobla comenzó a caminar en dirección al portador del anuncio cuando vio que una cabellera rubia, aquella con la que acababa de compartir el vuelo, se lanzaba a los brazos del hombre con el letretro para saludarlo. El muchacho, por su parte,  ralentizó el paso y en el momento que estubo al frente de ellos habló de forma tímida,

"Hola, soy Samir Hafar..."

"¡Ah, qué tal! Yo soy Naresh Vora, el chef en jefe del NatuArenas, ¡mucho gusto en conocerte!" Anunció aún con la sonrisa en los labios a la par que extendía su mano. 

El estudiante del Einstein alargó la suya y, en tanto se daban un buen apretón, el chef continuó,

"Mi hija llegaba hoy también de Lobla en tu mismo vuelo, entonces, me pareció una buena idea aprovechar para darte la bienvenida y así llevarte allí en camino a Analucía, en cambio de que tomes el autobús del NatuArenas."

"Muchísimas gracias," respondió Samir, atisbando de reojo a la fémina del grupo, que aparentaba no estar muy contenta con la idea de tenerlo otra vez de vecino de viaje.

"De nada. Creo que es una buena oportunidad para iniciar a conocernos," y dirigiendo la mirada a la chica de su costado, agregó, "Ésta es mi hija, Mandi. Ella, como tú, pasará el verano en la cocina del hotel, justo en el mismo restaurante que se te ha asignado. Así que ahora también será una oportunidad para que ustedes dos se traten, ya que van a trabajar juntos."

"Ya nos vimos en el avión, papá."

"¿Ah, sí? Qué bien, entonces podrán continuar su conversación donde la dejaron," repuso el chef con entusiasmo y enrumbaron hacia su camioneta.

******

Malcini y Samuelsen entraron al autobús lechero que los llevaría hacia Analucía. Se lo llamaba con ese nombre porque paraba en todas las estaciones habidas y por haber, haciendo el recorrido en seis horas y media, en vez de las cuatro de un itinerario directo. Pero siendo el único que tenía todavía tres butacas libres, no les quedó opción que treparse en ese. Malcini se sentó al lado de la ventana, y cuando su compinche hizo el gesto de acomodarse a su costado, él lo atajó con un no, no, no indicado mediante su mano y seguido de un:

"Ni sueñes, Samuelsen, que te vas a poner acá. Te vas al asiento de atrás para yo tener amplio espacio para descansar."

El mencionado se encontraba de lo más agotado a causa del viaje y no tenía fuerzas para negarse. Por toda respuesta, optó obedecer y se ubicó en el otro único sitio vacío, a la espalda de su compañero. Justo en ese momento, entró una última pasajera en el autobús: una mujer desbordante en peso, proveniente del vuelo que acababa de llegar a San Eustaquio.



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