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Intento 136


Un amarillo dorado, luminoso como pocas veces visto, invadió el cuarto de paredes transparentes que tenían al frente. Los presentes miraron con ojos más que abiertos hacia esa dirección, conteniendo el aliento ante tal espectáculo. No duró demasiado, ni siquiera dio tiempo a los guardias de seguridad para apretar la combinación de botones que clausuraba la habitación de manera automática, ya que se hallaban apostados en la puerta y los comandos estaban ubicados sobre la consola donde se encontraban, lívidos como muñecos de cera, Raymundo, el Prof. Quispe y Vania. Al desvanecerse la luz, una especie de neblina se apoderó del recinto por la que, poco a poco, se pudo divisar la silueta de cinco personas. Una de ellas parecía haber colapsado y ahora intentaba levantarse del piso, mientras se percibía que otra trataba ayudarla.

"Debemos sellar el cuarto," dijo uno de los custodios.

"No, espérate," repuso el que semejaba ser su superior, "acerquémonos primero a ver quiénes son."

"Pero el reglamento dice que..."

"Ya sé lo qué dice, mas aquí mando yo," replicó ladrando el otro ante la objeción de su compañero. "Y yo digo que vayamos y se acabó," terminó ordenando. Después de tantos meses de pasarla parados vigilando un cuarto, por fin se presentaba algo de acción, él no iba a desperdiciar esa oportunidad.

******

"Mandi, ¿estás bien?" preguntó Alex al notarla tendida sobre el piso.

El viaje de retorno había sido tan rápido o tan lento como el anterior. La verdad era que Samir no tenía la menor idea de cuánto había durado. Toda memoria acerca de aquel se había borrado, incluso si cerraba los párpados para tratar de recuperarla solo le llegaba la sensación de..., nada. No iba a perder el tiempo en eso, ya había experimentado lo exacto cuando llegaron a Je-Mor; varias veces trató de recordar qué había sucedido entre el momento que ingresaron al cuarto de Vaspulia y el que despertaron semi-inconscientes en la base de Francestomia, siempre con el mismo resultado: su mente en blanco como las paredes del Einstein.

Esta vez, no sufría de la debilidad que tuvo mientras su físico se adaptaba al medio ambiente de un nuevo planeta, después de la transfusión de la sangre salvadora por parte de Esteban. En esta ocasión, sus sentidos se encontraban alertas. No, era un poco más que eso. Una sensación conocida para él inició a surgir apenas advirtió la neblina que los tenía envueltos: las ansias que cuando esa se disipara se hallaran en un lugar organizado, perfecto, con personas que actuasen en forma lógica, que pensasen de modo inteligente y sin cometer ningún error. Ahora tenía que concentrarse con gran intensidad, algo le decía que necesitaba de todas sus fuerzas para poder controlarse. Su atención se desvió al pasar la vista a su costado; su amiga de Analucía alargó la mano con el fin apoyarse en su hombro, pero no fue lo suficiente veloz, sus piernas cedieron ante el peso de su cuerpo y cayó al piso como un saco de papas.

Samir sintió que la rabia iniciaba a ganar una parte de su pensamiento. Mandi, ¿estás bien? ¿Qué tipo de pregunta absurda e imbécil era esa? Por supuesto que no estaba bien, no podía Alex notar, ¿cómo ella trataba de levantarse sin que sus músculos le respondieran? ¡La posibilidad que estuviese bien era de 0.034%! En lugar de hacer una interrogación tan estúpida, este pelirrojo bueno para poco debía tratar de ver, si se había hecho algún daño con el golpe que su cuerpo había recibido al desplomarse de modo tan abrupto; justo lo que él iniciaba a hacer, en vez de gastarse la vida en preguntas inútiles.

Esteban se acercó en esos momentos donde la sobrina de Samuelsen,

"¿Qué sucedió?" inquirió consternado.

Otro gasto de energía sin sentido, pensó el chico de Lobla entretanto observaba que el médico iniciaba a auscultarla, a fin de identificar qué podían hacer para prestarle ayuda.

Un poco más de rabia se implantó en su mente.

Samir advirtió de inmediato, que los movimientos del científico eran tentativos, no con la destreza que acostumbraba por ser un practicante de medicina. Dirigió la mirada a sus ojos y pudo percatarse que estaban fruncidos haciendo esfuerzo, y que Esteban se pasó la mano por ellos como para aclararse la vista.

¿Qué sucedió? Había preguntado. Qué cosa tan ridícula, ¿no era obvio? Ya se hallaban en su mundo; los efectos extraños que sintieron en Je-Mor, con gran probabilidad causados por las ondas magnéticas de la oscuridad, en donde la hija del chef del NatuArenas no era alérgica al maní, el camarada de las lagartijas poseía una visión perfecta y Malcini había dejado atrás su males digestivos, ya habían desaparecido; sus funciones físicas vitales regresaban a la normalidad. ¿No era claro lo que había ocurrido? Mandi no solo debería olvidarse de comer maní, otro problema había retornado: distrofia muscular. Durante el tiempo que transcurrieron fuera de su planeta, ella no había tomado ninguna pastilla para mantener el control sobre sus movimientos, ahora pagaba las consecuencias.

Y se suponía que Esteban era el Humano Único... Cualquiera hubiera dicho que Fle, que decían era un genio, ¡hubiera escogido alguien con una pizca más de inteligencia!

La rabia ganaba un poco de terreno extra.

"No te preocupes, Mandi, todo va a estar bien," escuchó Samir comentar a Isabel, mientras le sujetaba la mano.

Qué ignorante, nada iba a estar bien hasta que la llevasen a un hospital y le dieran el tratamiento adecuado por varios días. Luego, de regreso al régimen de píldoras por el resto de su vida. La mujer de ciencia y piloto de aviones, para variar, hablaba sin pensar, diciendo lo primero que se le ocurría en la cabeza. ¿Cómo Esteban podía aguantarla?

La rabia tornaba a ser furia y tomaba un poco más de control.

La neblina se disipaba y un clic hizo virar la atención de los recién llegados hacia la proveniencia de aquel sonido.

"¿Qué fue eso?" preguntó inquieto el portador del chip.

¿No era otra vez obvio? pensó el muchacho Hafar de nuevo. Cualquier tarado podría reconocer que era el sonido de una puerta abriéndose. Realmente Alex...

Y la furia avanzó un paso más.

Ya podían distinguir con casi completa claridad donde se encontraban: una habitación simétrica, limpia de modo inmaculado, sin muebles, un oasis de lógica pura. Samir inhaló de manera profunda, aliviado. Al instante, los provenientes de Je-Mor se percataron que no se hallaban solos, dos personas avanzaban hacia ellos. Nadie se movió, esperando que la neblina del cuarto terminara de esfumarse. El alumno del Prof. Quispe vio que ambos desconocidos estaban vestidos de igual modo, ¿un uniforme? Sí, eso era, un uniforme de..., aún no podía percibir con claridad los colores, mas distinguió la silueta de un aparato en forma triangular en sus manos. No sabía qué podría ser, sin embargo, según la postura que lo tenían agarrado, no era ningún juguete ni ningún instrumento de comunicación. La tensión del cuerpo de este par, así como su postura, eran una clara respuesta: estaban preparándose para atacar y defenderse; lo que sujetaban era un arma. Por fin pudo discernir los colores de sus ropas, estos individuos eran policías de seguridad.

La furia irracional arremetió de vuelta, pero con mayor fuerza.

Los guardianes se detuvieron al mismo tiempo que cada quien podia ver con precisión. Por el rabillo del ojo, Samir notó que las paredes del cuarto eran transparentes y tres personas los estaban observando.

No somos animales de zoológico, quiso gritarles, mas su atención debía centrarse en los dos gorilas que tenía posicionados al frente; uno de ellos miraba con demasiado detenimiento a Mandi.

"¡No se muevan!" ordenó uno de los custodios. "Quiénes son uste..."

"¡AAAAAAAHHHHHHH!!!!" gritó el estudiante de Lobla, lanzándose sobre el individuo que acababa de hablar, fuera de sí por completo: debía destruirlo, destruir todo.

Ambos cayeron al suelo,

rodando mientras luchaban por ganar el control.

El otro guardia apuntó hacia ellos con su trireol,

pero no se atrevió a disparar,

porque hubiera podido herir a su compañero,

en vez que a su atacante.

Entonces,

optó por apuntar al resto del grupo como forma de amenaza,

en caso que uno de ellos decidiera unirse a la lucha.

Samir tenía asida la muñeca,

de la mano que sostenía el trireol,

la torció usando la técnica,

que Esteban le había enseñado días atrás,

cuando practicaron karate en Francestomia.

Escuchó y sintió un crack entre sus dedos,

mientras que su oponente lanzaba un grito de dolor,

soltando al mismo tiempo su arma.

Samir se separó unos centímetros de él,

y logró posicionarse sobre su contrincante.

Le dio un golpe certero en el hombro,

el que emitió un segundo crack,

esta vez más fuerte.

El caído lanzó un nuevo quejido intenso, visceral.

Su asociado se encontraba en un dilema: al fin podía disparar al atacante con precisión, aunque si lo hacía, de hecho que los demás le saltarían encima sin darle ninguna posibilidad de defenderse. Y si ellos eran una máquina destructiva como este de acá, estaba seguro que no viviría para contarla.

El joven del Einstein podía escuchar la respiración agitada del guardia de atrás, raudo dedujo su vacilación, que pronto lo llevaría a tomar alguna medida; tenía que evitarlo. La acción lógica del centinela sería amenazarlo con disparar a uno de sus amigos, para que él dejara tranquilo al que tenía por los suelos. Y el susodicho, el que apuntaba al resto, se hallaba ubicado más cerca de Mandi. Al instante calculó, que sería ella a la primera que apuntaría y que había un 43.87% de posibilidad que, debido a su nerviosismo, se le fuera la mano y utilizara el arma que tenía con el objetivo de demostrar al agresor que su amenaza era en serio.

Si antes Samir había querido destruir todo, esta vez se aseguraría que del tipo ese no quedara ningún rastro de vida. Aniquilar era ahora su propósito porque lo iba despedazar con sus propias manos...

Lanzó un puñetazo,

al rostro del tipo que tenía debajo,

y lo dejó inconsciente.

Se paró de un solo golpe,

envió una patada,

(asimismo recordada de la lección de Esteban)

que aterrizó en el estómago del otro vigilante,

y lo obligó a doblarse en dos.

En ese instante,

el menor del par,

utilizó su codo,

(la parte más dura de la anatomía humana)

y lo conectó,

en la faz jadeante de su adversario,

con tal fuerza,

que mandó no solo su cabeza,

sino todo su cuerpo hacia atrás,

por lo que dio un traspié,

y al caer al piso,

también perdió el conocimiento.

El estudiante de gran inteligencia se abalanzó sobre él, su cara transformada: destruir, aniquilar, era lo único que guiaban sus actos.

"¡Qué haces, compadre!" gritó Alex y él, junto con Isabel y Esteban, se dirigieron hacia su compañero para impedir que siguiera golpeando al guardia inconsciente.

Samir, de un manotazo bien conectado, se sacó al pelirrojo de encima, el que cayó al piso.

El hijo de Mariana hubiera podido detenerlo, pero su visión era borrosa, no podía distinguir con claridad la posición en que se encontraban, tenía que aproximarse.

El adolescente enloquecido se levantó y le conectó una patada que lo tumbó al suelo, nadie iba a impedir que hiciera añicos al esperpento que estaba tendido bajo sus pies.

Isabel se desvío hacia Esteban para ayudarlo.

El agresor se acercó al hombre caído una vez más,

se sentó encima de él,

le lanzo un puñetazo,

y otro,

y otro,

y...

"¡SAMIR! Es suficiente, ¿no te das cuenta que lo vas a MATAR?"

La voz de Mandi resonó en los oídos del chico, era una mezcla de súplica y terror.

Él desvió la mirada.

El rostro de ella dibujaba una expresión de pánico total y él era la causa.

"Tranquilízate," rogó su amiga, apenas se dio cuenta que había ganado su atención.

Aquello bastó para abrir una rendija en la furia que sentía; esa voz... ¿Qué diablos estaba haciendo? Se fijó en el hombre que tenía debajo; su cara hinchada y sangrante por los puñetazos que le había infligido, no obstante, su respiración aún estaba allí. Posó de inmediato la mano sobre el pecho de aquel, el corazón latía con fuerza. Se había frenado a tiempo, el guardia se hallaba inconsciente, pero se recuperaría.

Samir se paró con rapidez y fue a ver a Esteban. Isabel se encontraba su lado.

"Perdón," pronunció, sin poder pensar en una mejor cosa que decir.

"En un segundo estoy bien," repuso el científico. "Eres buen alumno, me diste el golpe perfecto para alejarme, pero no para hacerme ningún daño."

Alex todavía se hallaba en el piso, mas al igual que Esteban, percibía que las fuerzas le retornaban. Su compadre, como lo llamaba él, se acercó con el fin de ayudarlo.

"Que te pasó, ¿te volviste loco?" le preguntó, aceptando su brazo con el propósito de terminar de levantarse.

Entretanto, Isabel y su pareja ahora se localizaban junto a los dos centinelas para asegurarse que, aparte de las magulladuras recibidas, no tuvieran otra cosa de mayor gravedad.

Samir regresó al lado de Mandolina.

"Háblame por favor," le pidió el varón.

Ella no respondió.

"Háblame, Mandi, necesito tu voz para calmarme. ¿Te acuerdas acerca de la ansiedad que me daba antes? Bueno, esto es mucho peor. Yo también he regresado a la normalidad y parece como que tengo todo acumulado y está a punto de explotar."

"¿A punto de explotar?" repitió la muchacha. "¿No crees que ya explotó?"

"Tienes razón... Pero todavía la puedo sentir, lista para saltar sobre mí y tomar control."

"Pero no la vas a dejar, Samir. Ya viste lo que puede hacer, no la vas a dejar, ¿ya?"

"No la voy a dejar," hizo eco él bajando los párpados, sintiendo que ganaba mayor dominio sobre sí mismo.

******

"¿Esteban? ¿Isabel? Pero, ¡¿cómo...???!!!"

Raymundo no podía creer lo que tenía frente a sus ojos. Él, Vania y el Prof. Quispe habían sido testigos mudos de la pelea ocurrida instantes atrás. Todo había sucedido tan rápido: primero, la increíble luminosa luz; luego, la espesa niebla que inundó el cuarto, la vaga percepción de gente dentro de este; el súbito ingreso de los vigilantes; la imagen cada vez más clara de personas, una de ellas que arremetió sobre los guardias apenas aquellos les ordenaron detenerse. Cuando por fin los tres despertaron de su asombro y los adultos decidieron entrar al cuarto, tras indicar a la pequeña que se quedara afuera esperándolos sin moverse; ya la trifulca había terminado. La pelea había durado menos de un minuto. La estampa que tenían al frente era: el par de custodios inconscientes tirados, dos de los recién llegados (¿de dónde rayos y cómo?) los atendían; más allá, una chica asimismo echada en el piso, conversando con el que atacó a los centinelas, junto con otro muchacho corpulento como de su edad. 

El profesor y Raymundo ingresaron con cautela, cerrando la puerta detrás de sí. No pensaron en sellar la habitación, ellos también querían ayudar a los heridos y, por las expresiones de los recién arribados, era obvio que ya no intentarían atacar a nadie más. El astrofísico en seguida se desvió hacia donde se situaba el joven agresor.

"La realidad siempre supera a la ficción," sentenció Saturnino Quispe. "Jamás hubiera imaginado encontrarte en estas circunstancias"

Samir lo observó con la misma sorpresa en el rostro, sin embargo, algo le indicaba que existía cierta urgencia y dejó de lado las cortesías del caso para narrarle la situación del modo más breve posible. Usando el cuaderno de Fle, le explicó al erudito el problema en tanto que le mostraba las ecuaciones del documento. El oyente siguió con cuidado y concentración cada palabra hasta que dijo,

"Suficiente, muchacho," y se dirigió de inmediato hacia donde Raymundo de hallaba.

******

Mientras el pupilo le daba explicaciones a su tutor, el ejecutivo científico del Van Leeuwenhoek fue al lado sus colegas de trabajo y los llamó. Los dos voltearon apenas escucharon sus nombres,

"¡¿Raymundo?!" pronunció la conductora de Marios igual de perpleja. "¿Qué estás haciendo acá? ¿Te sientes bien? Parece que hubieras visto a un fantasma."

"¡Qué crees Isabel! Eso es justo lo que ocurre, ¡si se supone que tú y Esteban están muertos! ¿Qué pasó? ¿De dónde vienen? ¿Y de dónde sacaron al que masacró a los guardianes?"

"Es una larga historia, Raymundo," intervino el resucitado de ojos rasgados. "No sabes cómo nos alegramos de verte. No sé qué le dio a Samir, pero no te preocupes, ya se terminó eso. ¿Dónde estamos?"

"Ese también es otro cuento largo y complicado," respondió el aludido. "Ahora no tengo tiempo, el profesor y yo tenemos que ir a la central del lanzamiento, no sé si podremos ya llegar a ve...

"Raymundo," interrumpió Saturnino Quispe. "Debemos detener el lanzamiento. ¡Comunícate con Nicola y dile que no haga nada!"

"¡¿Qué??!!" replicó él.

"Estaba equivocado," prosiguió el astrofísico, teniendo a su lado al que luchó contra los de seguridad. "¡Todos estamos equivocados! Este es Samir Hafar y esto," continuó el erudito, en tanto señalaba un cuaderno de papel que tenía en la mano, "es prueba que si no paramos el lanzamiento, todos vamos a perecer."

"Pero Delik..."

"Te digo que estamos en un error, Raymundo. Si desintegramos a Delik, vamos a destruir con él a otros mundos, ¡y al nuestro también!"

"No puedo comunicarme con Nicola," anunció su interlocutor, cambiando su tono a uno de urgencia; el profesor no podía haberse vuelto loco, si decía que debían parar el lanzamiento para sobrevivir, él le creía. "La única forma de comunicarse con él es a través del micrófono que utilizará el Jefe en la central del lanzamiento. Y el lanzamiento será dentro de...," y desvió la mirada con el propósito consultar su reloj, "¡DENTRO DE CUATRO MINUTOS!"

 "¿Desintegrar a Delik? ¿Qué es Delik? ¿De qué hablan?" interrogó Isabel.

"Delik es el agujero negro y lo que quieren detener es algo que lo destruirá," aclaró Samir.

"¡Corran!!!!" era Mandi quien les gritó. "Yo me quedo acá, no puedo moverme."

"Eso no es problema," afirmó Alex, que la levantó rápido del suelo y se la pasó por encima del hombro. "Eres más liviana que los sacos que acostumbraba a cargar en el campo de producción," señaló, aunque la verdad era que se asombró que una pequeñita como ella ¡pudiera pesar tanto!

"Denme un segundo para consultar en mi SPG cuál es el camino más corto...," pidió do Santos

"Yo los llevo."

"¿Qué haces acá, Vania? Te habíamos dicho que..."

"Ya sé, Raymundo, pero ya sabes cómo soy. Yo los llevo, yo me conozco la base mejor que nadie,"

"Es cierto," repuso él.

"Entonces, ¿qué esperamos? ¡Volemos para allá!" ordenó Isabel, y todos salieron corriendo del lugar.

******

Alexander Gregory no cesaba de contemplar a la niña que los guiaba, lo tenía hipnotizado.

"Solo dos minutos más," indicó do Santos.

"Ya no queda mucho," afirmó Vania

Correr, correr, correr.

Alex se retrasó un poco por el peso de Mandi, mientras que los demás aceleraron el paso. Ellos hubieran avanzado más rápido, pero no podían dejar atrás al profesor Quispe: de nada les servía llegar sin él porque era el único que podría convencer al mundo y a Nicola de abortar el lanzamiento. El experimentado científico sentía que su corazón iba a explotar, no obstante, siguió apresurándose.

"No falta mucho, profe," le repitió la niña para darle ánimos.

Raymundo consultó su reloj,

menos de un minuto,

no iban a llegar a tiempo...

Voltearon a la izquierda y, de pronto, se encontraron con una puerta resguardada por otros dos custodios; era la entrada a la central del lanzamiento.

Veinte segundos.

"Ya nadie puede ingresar," pronunciaron ellos, en tanto que se posicionaban al frente del grupo.

Esta vez Esteban ayudó a Samir, no tenían ni un instante para discutir. Con unos cuantos golpes certeros, pusieron fuera de combate a los vigilantes.

"Yaaaba," exclamó Vania.

El chico pelirrojo se volvió para mirarla,

"¿Yaba?" repitió.

Pero la chiquilla no lo escuchó,

Esteban acababa de abrir la puerta,

y los recibió una ola de aplausos:

Nicola venía de apretar el botón,

que mandó las coordenadas.

El opuesto acababa de ser lanzado.

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