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Intento 108


Isabel se la había pasado piloteando el movilizador el día entero. Tenía que estar atenta de verdad porque sus instrumentos le indicaron sin cesar, que había bastante tráfico a su alrededor. Tsi ya le había advertido que eso iba a suceder a razón que la gente andaba de un lado para otro por lo de las celebraciones. Para su fortuna, los dispositivos eran sencillos para leer; tal hecho reflejaba lo avanzados que se hallaban con respecto a la tecnología terrestre.

Hicieron un par de paradas en el camino; la nieta de Fle les había señalado la presencia de lugares especiales para que los movilizadores hicieran una pausa. Sintieron una gran curiosidad de bajar del transporte y dar una vuelta, pero decidieron no tomar el riesgo. Por más que aparentaran ser visitantes crompelis, era mejor evitar ser vistos. Tsi también les dijo que tal comportamiento, el de quedarse dentro, no sería extraño porque varias personas hacían eso en los estacionamientos públicos. Muchos llevaban su propia comida y no salían para no perder el tiempo, prefiriendo descansar dentro del aparato. Esteban e Isabel comprendieron porqué: los asientos eran de lo más cómodos y si necesitaban estirar las piernas bastaba con pararse y marchar, ya que de nuevo el vehículo parecía agrandarse y darles espacio para que pudieran moverse sin sentirse encerrados. El aire que respiraban en su interior también era una delicia de refrescante. Por la ventanilla pudieron percibir, que donde se ubicaron la primera vez hacía un calor húmedo agotador, mientras que en el segundo poblado caía una lluvia torrencial. Buena suerte, pensaron, el clima está de nuestro lado para que no se vea raro que no salgamos.

Durante el trayecto, discutieron cien mil y una posibilidades de lo que la clave les llevaría a descubrir y cuáles serían las instrucciones a seguir. Después de un buen rato, cuando pensaron en la hipótesis que les pedirían convertir a todos los seres humanos en lagartijas, ambos llegaron a la conclusión que mejor era dejar de lado el tema. Salvo por su compañera reptil, a la que le pareció que era la mejor idea del mundo y que si a Fle no se le había ocurrido, ellos deberían trabajar para ver la forma de hacerlo en un futuro no muy lejano. Isabel y Esteban se miraron sonriendo, con esa complicidad íntima que solo las parejas que se conocen bien adquieren. L-Hembra sintió que su corazón se le rompía en mil pedazos al percibirlo, evocando en ese instante a la suya. También se acordó lo importante que era estar solos y cayó en la cuenta que tal cosa había sucedido poco entre estos dos homo sapiens en los últimos tiempos, ya que tanto ella como L-Macho no se habían desprendido del Humano Único. Sin comunicar palabra alguna, la pequeña criatura descendió del hombro del científico, dirigiéndose la zona de los pasajeros.

"L-Hembra, ¿estás bien?" preguntó Esteban, sorprendido.

"Bien estoy," respondió ella, "a solas, un plazo necesito, para llenarme de versos bonitos; pensar en mi amado quiero, no con llanto, ni quebranto; sino con calma alegría, porque con él llené mi vida."

Y la vieron acomodarse en el lugar más alejado de ellos, contemplando hacia afuera con una actitud serena.

La piloto consultó el aparato tipo SPG que les indicaba dónde se localizaban,

"Ya no falta mucho para llegar," informó.

"Qué bueno," repuso el hijo de Mariana sin mucha atención, en su mente aún resonaban las últimas palabras de L-Hembra: con él llené mi vida.

Él también había llenado su vida con Isabel, aunque ¿por cuánto más? El futuro era ahora tan incierto, quién sabe qué les sucedería y qué otros riesgos deberían tomar. Él hubiera querido separarse de Isabel y de los demás para proseguir solo su misión, que cada vez parecía convertirse en una situación de mayor peligro. No creía ser capaz de ni siquiera pensar, que algo malo pudiera ocurrir a ella. No obstante, sabía que pedirle que desistiera en acompañarlo era una pérdida total de tiempo, estaba seguro de eso porque él hubiera reaccionado de la misma manera. Tal vez, más adelante podría encontrar la oportunidad para escaparse y continuar esto en solitario.

Esteban se hallaba examinado a su pareja; a pesar que ella se veía como un ser extraño por completo, seguía siendo la misma, la persona que él...

"¿Pasa algo?" inquirió ella. "Ya sé que estoy espantosa, pero tú tampoco te ves muy bonito que digamos."

"Imposible que te veas espantosa."

La aludida se volteó por completo y, fijándolo con intensidad, interrogó de nuevo,

"¿Qué pasa?"

"Te amo, Isabel," contestó él con simpleza, si bien hubiera querido decir más, decirle que haría todo lo que pudiera para transcurrir el resto de su vida con ella; que si no se podía, haría todo lo posible para que ella tuviera un resto de vida de cien años extras, por lo menos; que haría todo para que la sonrisa que le daba brillo a su existencia siempre estuviera en su rostro, pese a que él no fuera capaz de verla; que si su vida tenía momentos de felicidad, eran gracias a ella.

"Yo también te amo, Esteban."

Y él supo que ella había entendido lo que quería expresar. Ambos sonrieron y, sin saber de dónde ni porqué, comenzaron a reír.

******

El estacionamiento público se hallaba bastante lleno, no obstante, dieron con un buen espacio distanciado de la salida a la calle; justo lo que les convenía porque la mayoría de movilizadores tendían a acumularse cerca de allí. El hecho de estar un poco apartados, les daba cierto sentido de seguridad. Tsi les había explicado, que siempre había quienes dejaban sus vehículos lejos de la puerta de egreso para caminar un poco más, así que no se interpretaría tampoco como sospechoso si ellos lo hacían. La otra ventaja que tenían era que el domicilio donde debían ir quedaba bastante cerca del estacionamiento: bordeando los diez minutos a pie.

Esteban verificó la hora, recién pasada la la media noche de ese planeta; el buen tiempo para salir del movilizador, andar hacia la casa y conseguir la clave que necesitaban. Recogió la mochila que llevaba el aparato que utilizarían para desenterrar la caja en donde, esperaban, se encontraría la información que buscaban. En el segundo que se la acomodó en la espalda, esta desapareció bajo el efecto del ilusionador.

Miraron por las ventanas, todo afuera parecía tranquilo y silencioso. La noche los saludaba oscura, mas sabían que apenas dieran el primer paso, la calle se iluminaría con cada avance que hicieran. Era un alumbrado tenue, con el propósito de no molestar a las demás personas. La nieta del Inventor les sugirió, que si se topaban con alguien durante el recorrido, solo sonrieran con amabilidad y ya.

El problema era cuando tuvieran que ingresar a la morada. Ella les había advertido que lo hicieran sin tratar de ocultarse, para no levantar sospechas. No tenían que ingresar al edificio en sí, tan solo cruzar la entrada y al costado derecho verían su objetivo. Nadie debería preguntarles qué estaban haciendo porque la gente ya se hallaría durmiendo a esas horas. Pero si alguien lo hacía, que le dijeran que eran amigos de Dsu, que querían examinar las raíces del árbol, algo desconocido en su planeta, y que la mejor forma de hacerlo era en la noche porque su visión se adaptaba mejor a la oscuridad (lo que era cierto para los crompelis). La otra instrucción que les dio Tsi fue en relación con reconocer al susodicho árbol. Tal palabra fue utilizada por no haber una mejor que pudiera describir lo que en realidad era. Je-Mor no contaba con tal tipo de vegetación, sin embargo, poseía especies de plantas en forma tubular y altas. No presentaban hojas y su color y consistencia era más bien de tipo arenoso. Se veían como postes de una forma ondulada, con partes delgadas y gruesas. No eran algo común por lo que, durante la construcción de un inmueble, no se los tocaba y se los incorporaba a ella. La chica de Crunjick les anotó que no tendrían problemas en reconocerlo porque iba a ser evidente su presencia, ya que su altura era por encima de los 2,740 blux o 20 metros.

Ya listos para partir, Isabel y Esteban se dieron un corto beso de buena suerte y descendieron del aparato volador. No encontraron a nadie en el rumbo hacia la salida del estacionamiento; asumieron que la mayoría estaría en alguna casa de visita o durmiendo en su propio transporte. Una vez en la calle en sí voltearon hacia la derecha, tal como lo indicaba el SPG que tenían. Los recibió una avenida amplia, en el medio de la cual se alzaba la estructura de un cercado en forma oval alargada, que terminaba (¿o comenzaba?) donde ellos habían virado para tomar esa dirección. No presentaba ningún ingreso obvio y parecía continuar a lo largo de la vía. El cerco era de poco menos de dos metros de altura, hecho con tubos horizontales espaciados de unos cuantos centímetros. Los foráneos ya habían visto ese tipo de construcción desde el aire, en varios de los pueblos que atravesaron con el movilizador familiar de Tsi.

La avenida se mostraba privada de gente, como al salir del aparcamiento. Unos metros más allá, oyeron voces y pudieron vislumbrar a unas cuatro criaturas conversando de manera animada. El par de humanos no tenía otra opción que seguir adelante. Harían tal como la joven je-morina les había recomendado, pasarían con una sonrisa calmada y continuarían su camino. Al acercarse, pudieron distinguir que las personas se veían como ellos: eran crompelis. Al llegar, la camarilla grupo dejó de hablar y se abrió para darles espacio.

"Pfiu..., preciosa, ¿qué haces con ese mequetrefe a tu lado? Mejor te vienes con nosotros," llamó uno de ellos.

Esteban estuvo a punto de increparles algo, sin embargo, sintió un apretón de manos por parte de Isabel junto con uno de garras en su hombro proveniente de L-Hembra; ambas recordándole el significado de la palabra prudencia. Cuando ya los habían dejado atrás, lograron escuchar a otro de ellos riéndose,

"Mucho caso que te hizo el bombón ese, ¿no que a ti nadie se te resistía?"

"Solo está jugando a hacerse la difícil," replicó su compañero. "Espérate y aprende," y diciendo eso partió acelerado, dándo el alcance a la pareja que acababa de pasar.

"No te escapes tan rápido, preciosa, ven a divertirte con nosotros," propuso una vez estuvo al costado de la forastera disfrazada.

"No gracias," refutó ella en tono frío, pero sosegado.

"¿Cómo que no gracias? No te me hagas la interesante y vente conmigo," insistió él, esta vez tomando el brazo de la fémina, haciendo que ella frenara.

Esteban dio media vuelta encarando al intruso,

"Ya escuchaste, regresa con tus amigos y déjanos en paz," pronunció en tono amenazador.

"No te pongas así, aquí todos somos crompelis y podemos compartir. ¿No es verdad, preciosa?" Y sin esperar respuesta, atrapó a Isabel en sus brazos e intentó besar su voluminoso cuello.

Respondiendo a su instinto,

ella le lanzó un rodillazo entre las piernas,

pero ese no es un lugar sensible en los crompelis varones,

como lo es en los humanos,

y aquel ni pareció sentirlo.

Al la par,

su pareja le tiró una patada en la zona de las costillas,

que conectó con gran fuerza,

haciendo que el donjuán perdiera su balance,

y soltara a Isabel.

"Vámonos, Esteban" urgió ella, mas no iba a ser.

Los tres compañeros que habían sido testigos del altercado poco más atrás, ya andaban con ellos encerrándolos como una argolla. Sus ojos lechosos habían cambiado de color a un anaranjado fosforescente, haciendo juego con los tentáculos de sus lenguas que salían de sus bocas de modo amenazador. Unos gritos agudos intensos los envolvieron y, de pronto, Isabel y Esteban se encontraron haciendo los mismos gestos en respuesta. Los cuatro crompelis iniciaron una especie de danza a su alrededor, moviendo la cabeza y levantando y bajando los brazos al unísono, aproximándose, estrechando el círculo.

Atrás, una de las casas se iluminó por dentro.

De un momento a otro, los bailarines se detuvieron, sus cuellos principiaron a vibrar y una especie de gas comenzó a salir de aquellos.

El olor que llegó a la dupla de humanos era hipnotizador; solo querían aspirarlo y llenarse de él, pero, al mismo tiempo, sintieron que el aire dejaba de ingresar a sus pulmones.

Dándose cuenta que aquello significaba asfixiarse,

Esteban disparó un puñetazo al cuello de uno de sus agresores,

y una patada al estómago del siguiente.

Los dos restantes pararon su emisión de gas al instante, contemplando perplejos por unos segundos a sus camaradas: uno tumbado en el piso y el otro doblado en dos, abrazándo a sí mismo.

Antes que volvieran al ataque, Isabel inhaló una buena bocanada de aire puro y lanzó una trompada directa a la cara del que se ubicaba más cerca, haciéndole una leve hendidura en su mejilla. Ella empezó a esbozar una sonrisa de satisfacción por haber dado un golpe certero a uno de sus adversarios, cuando un padecimiento terrible la invadió: su mano aparecía envuelta en un líquido espeso de color anaranjado y quemaba como si la estuvieran cocinando en puro fuego. Tuvo que cerrar los labios con fuerza (pese a que siendo un crompelis no parecía tenerlos) para evitar gritar, mientras el científico del Van Leeuwenhoek conectaba una combinación de dos golpes de puño y una patada al último de los bravucones. Habiéndolos dejado fuera de combate, volteó a enfrentar al que su compañera había encarado, pero no necesitaba defenderse de él: este se hallaba ocupado quejándose de dolor, aunque guardándose de tocar su mejilla derecha (o lo que quedaba de ella) por la que supuraba un líquido viscoso color óxido. Entonces, su atención se dirigió a ir a abrazar a Isabel, mas paró de golpe su gesto al notar que ella estaba tratando con desesperación, de limpiar su mano de la misma sustancia que había visto antes en la cara de su rival.

"¡Qué pasa acá!" se dejó oír una voz en tono firme.

Dos seres provenientes de ese mundo, con piel de color pálido luminoso, vestidos de enterizo del mismo tono, de porte fuerte y expresión de gente que está acostumbrada a ser autoridad, se encontraban al lado del grupo. Nadie respondió; los crompelis porque aún andaban ocupados lamentándose del dolor de las lesiones producidas por la pareja de compatriotas, y Esteban e Isabel por la sorpresa, ya que durante el alboroto de la pelea no habían percibido acercarse a nadie más.

"Fuimos llamados por uno de los vecinos que despertaron con vuestro escándalo. ¿Cómo se atreven a disturbar la paz de este lugar?"

"rompelis...," pronunció su colega con evidente disgusto. "Cada vez que vienen a visitar, no falta quien de entre ustedes busque lío en la noche y nos den trabajo extra. Deberían saber comportarse mejor, en especial así de visita, no estando en su propio planeta."

"Disculpe señor..., ehhh...," habló Esteban, tratando de entender de quién se trataban estas dos personas, que evidenciaban ser encargadas de hacer respetar la paz y tranquilidad de los alrededores. "No fuimos nosotros quienes empezamos todo esto, lo que pasó fue que..."

"No tenemos tiempo para escuchar sus historias. Con las celebraciones, debemos estar en más de un sitio a la vez. No nos interesa saber cuál fue la razón de este alboroto, lo que salta a la vista es quiénes fueron los causantes...," y lanzó una mirada acusadora a la pajera disfrazada gracias al ilusionador, que eran los únicos que no parecían haber sufrido ningún golpe severo. "Sígannos todos y entren al movilizador. Y ni se les ocurra protestar, que no estamos de humor para eso."

Los crompelis, mal que bien, iniciaron a moverse, siguiendo al supervisor que caminaba delante de ellos. Isabel y Esteban proseguían detrás, con el segundo oficial a sus espaldas asegurándose de no perder a ninguno. Aquel observó la mano de la fémina y comunicó a su compañero de esperar un corto rato en el transporte junto con el resto, que ya estaban acomodados dentro.

"¿A quién se le ocurre golpear a un crompelis en la mejilla derecha sin protección? Debe usted haber perdido la cabeza para hacer eso, ya se sabe que allí es el lugar más suave de su cuerpo, pero por ello tienen la defensa de su líquido de fuego. Crompelis...," volvió a repetir, sacando de uno de sus bolsillos una botella plana pequeña. "Permítame," añadió, asiendo con suavidad la muñeca de la herida.

Guardándose de no tocar el líquido de fuego, vertió una gota del contenido de su frasco. De inmediato sucedieron dos cosas: la sustancia anaranjada que envolvía la mano de la herida se desvaneció, restaurándola a la normalidad; y el dolor intenso desapareció, aunque de manera tan radical, que su dueña perdió la sensación de poseer tal parte del cuerpo.

"En unas treinta horas podrá recobrar el uso de su miembro," aclaró el supervisor. "Ahora entren al movilizador."

******

El viaje en el vehículo no duró más de cinco minutos. Aquel se detuvo al frente de una edificación, que a los humanos les pareció como cualquier otra, mas notaron que su color era el mismo que el de la piel y uniforme de los dos sujetos que habían tomado cargo. Todos bajaron del transporte muy obedientes y siguieron a sus captores sin objetar. Adentro los recibió una pequeña sala, donde uno de los supervisores escribió algo rápido en la pantalla incrustada en una mesita de la entrada. Eligieron el pasillo de la esquina derecha y una puerta se abrió cuando uno de los dos encargados introdujo un tubo en un orificio de la misma. Esteban reconoció que susodicho era del mismo tipo, que el que le había servido de llave al abrir la caja que contenía el otofix.

"Aquí pasarán juntos los próximos tres días," empezó a anunciar uno de los supervisores, "así tendrán tiempo de arreglar su problema entre ustedes mismos. Si desean pasársela discutiendo, o incluso peleándose a golpes, es cuestión de ustedes. Les traeremos comida cada día y pueden usar el sanitario, que está ubicado detrás de la puerta que ven a su izquierda, allí también hay un lugar para lavarse. En esta mesa hay juegos por si quieren distraerse, pero son de grupo, no se puede usar estilo solitario. Si tienen a alguien que deseen le comuniquemos acerca de su paradero, me pueden informar ahora y nosotros veremos de localizarlos y decirles donde están."

El locutor esperó un momento. Los crompelis andaban de visita y no les apetecía contar a sus amigos y familia dónde habían terminado; ellos supondrían que estaban celebrando a más no poder..., tanto, que ni siquiera se dieron el trabajo de transcurrir la noche con ellos. Tres días sin dejar rastro era normal para ellos cuando se trataba de hacer fiesta. Esteban e Isabel tampoco dijeron nada, no les pareció prudente que los conectaran con las familia de Tsi y poner a los demás en algún problema o, peor aún, en algún peligro.

El supervisor, al no obtener respuesta, continuó:

"¿Nadie? Bueno. Al final de su estancia, los llevaremos directo al movilizador interplanetario que los regresará a su mundo."

"¡Pero eso significa que perderemos las celebraciones!" protestó uno de los crompelis.

"Me parecen que ya han tenido más que suficientes celebraciones, crompelis," declaró uno de los supervisores. Y atisbando a Isabel añadió, "Usted no se preocupe, es cierto que les damos libertad de hacer lo que quieran, pero tenemos un detector por el que puede pedir socorro si algo va mal," y señaló una semiesfera colocada al lado de la puerta. "Solo tiene que hablar desde cualquier distancia del cuarto, incluso dentro del sanitario, apuntando hacia el detector. ¡Mas ni se les ocurra utilizarlo si no es en caso de real necesidad! ¡No les gustaría vernos molestos de verdad y obligarnos a encerrarlos por más tiempo!"

Ninguno de los crompelis volvió a protestar, la realidad era que no tenían fuerzas para hacerlo, todavía estaban bastante magullados debido a los golpes impartidos por el pupilo de Sugino Sensei. Dándoles una última mirada, el otro supervisor aclaró antes de salir:

"Al cruzar por la puerta los hemos escaneado y nada indica que sus lesiones sean de gravedad. Si se quedan quietos durante estos tres días, se van a recuperar sin ningún problema. Pero si prefieren seguirse aporreando entre ustedes, será por su propio gusto," y terminando de hablar, cerró la puerta detrás de sí.

Al minuto, Esteban sintió un cosquilleo familiar por la pierna, que avanzaba veloz y se acomodaba dentro de su bolsillo. Pensó en ojear dentro de este para asegurarse que L-Hembra se hallaba bien, sin embargo, optó por observar directo a los crompelis, que estaban mirádolos con ojos amenazadores y de pocos amigos. Ellos se habían acomodado en la esquina del fondo, donde había una mesa con sillas, mientras que Isabel y él se retiraron donde estaban emplazadas las camas, sentándose al borde de una de estas.

"Tres días," murmuró la piloto de Marios, "eso significa pasar el Día del Inicio acá encerrados, ¡cuándo se supone debemos impedir que este ocurra! Necesitamos encontrar una forma de escaparnos de acá lo antes posible."

"En eso justo estoy pensando, pero no veo cómo. El cuarto parece sellado: no hay ventanas, el único acceso es la puerta por donde pasamos y no se me ocurre cómo la podemos abrir."

"Problema no es," intervino la diminuta saura, conectándose con ellos, aún escondida dentro del bolsillo. "¿No te fijaste cómo la puerta abrieron? Con un tubo pequeño pudieron."

"Si me fijé, L-Hembra," respondió Esteban en susurros. "Si no soy tan tonto, ya sé que esa puerta se abre con una llave."

"Entonces, el problema no existe, usa la llave y saliste," repuso la lagartija.

"Sí, claro, el detalle está en que no la tengo," contestó él en tono malhumorado.

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