Capítulo 31: Espejo
Lights - Ellie Goulding
Isabella
Dos semanas después
Mi rostro se veía agotado, las bolsas bajo mis ojos me hacían parecer mayor y el dolor de espalda me estaba matando. Llevaba dos semanas durmiendo en una incómoda silla, tapada con una manta que amablemente me había prestado una enfermera.
Cada noche en la clínica, se formaba una disputa contra Hansel, que se negaba a irse a su casa a pesar de que insistía en que no era necesario que se quedara. Nunca se fue, y prefería acomodar una silla a mi lado y dejarme dormir en su hombro, que tomar sus cosas e irse a su casa a descansar.
Aunque no se lo dije, me gustaba tenerlo cada noche acariciando mi cabello cuando estaba a punto de dormir. Me hacía sentir segura, protegida, como si él fuera mi lugar seguro, pero más que nada, me hacía sentir que al menos en ese instante, no estaba completamente sola.
Todas las mañanas traía un par de mocaccino y croissant rellenos con jamón y queso, y siempre traía uno extra para Toña a pesar de que no podía comer cosas tan pesadas. La tenían con dieta blanda, nada de café o golosinas, toda su alimentación era a base de jaleas, pollo sin mucha sazón, algunas verduras que no le ocasionaran inflamación intestinal y mucha agua, y eso la estaba matando.
Hansel y Toña se llevaban muy bien, y en más de una ocasión tuve que regañarlos por reírse demasiado fuerte. Era una clínica con un montón de enfermos que necesitaban tranquilidad, no un circo al que fueran a pasarla bien. Pero detrás de mi ceño fruncido había una enorme gratitud, hacía sentir mejor a Toña y la hacía olvidar por un momento el traumático evento que había vivido.
Hace dos semanas, Hansel había ido a buscar ropa y todo lo necesario para que pasáramos una temporada en su casa, y por primera vez no protesté. Toña había tomado la decisión por mí, y dadas las circunstancias, no estaba en posición de negarme, menos ahora con las amenazas de aquel sujeto que me persigue.
Había algo más que me tenía preocupada y era el extraño comportamiento de Hansel en estos últimos días. Le llegaban llamadas constantes de un teléfono fijo, y cada vez que llamaba salía corriendo al pasillo a responder. En alguna ocasión pregunté quién le llamaba, pero él solo respondía que era de la empresa y me besaba, logrando que dejara el tema por la paz y no insistiera con eso.
Hoy a Toña le daban el alta, solo teníamos que esperar a Nicolás para que le diera algunas recomendaciones y podía ser libre, pero yo estaba nerviosa por llegar a mi nuevo hogar.
Luego de lo que ocurrió en Año Nuevo, dudaba que fuera bien recibida en esa casa, mejor dicho, por su hermana. Estefanía es una niña, caprichosa, teatrera y dramática, no toleraba respirar el mismo aire que yo, cuando nunca había hecho nada en su contra. Además, estaba preocupada por mi integridad física, ella está loca, y si había sido capaz de empujarme de un yate andando, no me imagino de lo que será capaz compartiendo el mismo techo por un par de semanas.
—Es oficial, eres libre de tu estadía en la clínica —dijo Nicolás con la ficha de alta en sus manos, sacándome de mis pensamientos—. Pero debes seguir reposando en casa y hacer las cosas con cuidado. Nada de trabajar ni de hacer esfuerzos.
—¿Y de qué quieres que viva bombón? —preguntó Toña, ensanchando la sonrisa—. He trabajado toda mi vida de empleada doméstica, no puedo estar todo el día acostada, por eso no me pagan.
—No digas tonterías Toña, yo no soy una opresora —dije ofendida—. Tómalo como unas vacaciones con todo pagado.
Toña llevaba trabajando en mi casa desde hace tiempo, y antes de venir conmigo trabajaba en casa de una de las amigas de la madre de Daren. Llegó a mí con una excelente recomendación, mencionando que era muy trabajadora, y sí que lo era. Recuerdo que la primera vez que llegó, comenzó a limpiar partes de la casa que tenías siglos de polvo acumulado, como si desempolvar cada rincón fuera una tarea vital. Pensé que su comportamiento tan hacendoso se debía a que quería convencerme de pasarla a contrato indefinido, porque le ofrecía techo, comida, bonos en festividades, flexibilidad de horario y tiempo para descansar, pero con el tiempo noté que siempre era así, preocupada por los detalles y de que la casa oliera bien, y hasta que no tenía todo brillando como un diamante, no se sentaba.
Al venir de personas cercanas no dudé en contratarla, jamás me sentí incómoda con ella en casa y poco a poco nos fuimos haciendo confidentes, al punto de que la viera como una madre. No era solo la empleada de la casa, sino una compañera con la que compartía mi vida, la quería muchísimo y era mi turno de velar por ella.
—Jamás viviré como una sinvergüenza, y les advierto de una vez que cuando llegue a la casa del churro, ya me buscaré algo que hacer —dijo Toña levantándose de la cama, para luego sentarse en la silla de ruedas que la llevaría hasta la salida.
Hansel tomó el bolso con las cosas de Toña listo para irnos, pero Nicolás le dio una miradita extraña que él entendió a la perfección.
—Isabella adelántate con Toña, las alcanzo en un minuto —se acercó y me entregó las llaves de su auto.
Tratando de no sobre pensar demasiado, avancé con Toña parloteando sin parar, pero mi concentración no estaba en ella, sino en las dudas que se me habían clavado en la cabeza con la actitud tan rara de Hansel.
No había vuelto a tener noticias de mi acosador y su silencio me asustaba mucho más que las notas, y no quería ni pensar en lo loco que se volvería en cuanto se dé cuenta de que, en lugar de alejarme de Hansel, me acerco cada vez más a él.
Debía ser honesta y admitir que irme a su casa no me parecía del todo correcto, apenas nos estábamos conociendo de una manera más íntima y ahora que lo pensaba bien, no sabía prácticamente nada de él. Hansel sabía a lo que me dedico, que mis flores favoritas son los tulipanes, y que la lectura romántica me emociona al punto de hacerme llorar. Eran detalles simples, pero importantes, y él sabía todas esas cosas, mientras que yo, no sabía ni cuál es su color favorito.
A este ritmo, solo voy a conseguir que piense que no me interesa saber más allá de lo necesario, cuando es todo lo contrario. Quiero saber todo lo que le guste, qué planes tiene para el futuro, si quiere tener hijos o si quiere viajar, pero todas las cosas que quiero hacer con él, están siendo opacadas. Mi tiempo ha sido completamente absorbido por preocupaciones, y mi mente está ocupada con algo mucho más serio y él lo sabe.
—¿Estás bien? —preguntó Toña, al verme tan ida—. Vas muy callada.
Tenía razón, desde que salimos de la habitación no dije una sola palabra y me perdí en las dudas de mi relación con Hansel y el próximo movimiento de mi acosador.
—Tranquila no es nada —dije aparentando estar bien.
Seguí avanzando con el ruido de los pacientes en la clínica, rodeada de los murmullos de la gente, avisos por los altavoces y médicos corriendo de un lado a otro. Todo se veía tranquilo, casi normal, pero había algo en la inquietud en mi pecho que no me dejaba en paz, ocasionándome escalofríos por el cuerpo.
Llegando a la recepción, mi teléfono vibró en el bolsillo de mi pantalón, y sin pensarlo lo saqué, pensando que era algún mensaje de Hansel pidiendo que lo esperáramos. Al ver la pantalla la sensación de estar siendo observada se me clavó en el cuerpo en un millón de agujas, y me congelé mirando aquel mensaje que decía: Cuídala bien, la próxima vez no se salvará.
La mayoría de las veces, el acosador me enviaba mensajes cortos, pero siempre ocasionaba que los bellos de los brazos se me erizaran y el estómago se me contrajera, como si tuviera ganas de vomitar.
Una vez logré reaccionar, comencé a mirar en todas direcciones, dándome vueltas de un lado a otro, hasta que me encontré en el fondo de un pasillo a una persona vestida de negro. Era de estatura pequeña y no tenía un físico muy corpulento, pero vestía un traje deportivo oscuro. La tela era ancha y holgada, y la capucha caía casi por completo sobre su cabeza, lo que me impedía ver cualquier tipo de rasgo facial.
Aquel sujeto se mantuvo inmóvil en su lugar, pero sin soltar los globos rojos que cubrían parte de su cuerpo, mientras que levantaba la mano lentamente para saludarme. No era difícil adivinar quién era aquella sombra parada al final del pasillo, vestía igual a lo que había descrito Toña.
Sin pensarlo, solté la silla de ruedas y mis pies en modo automático comenzaron a avanzar hacia el sujeto. Quería saber qué es lo que quería conmigo, y que parara de una vez este juego absurdo.
Quizás estaba cometiendo un error al caer en su juego y seguirlo, pero ya era suficiente, tenía que detenerlo de una vez por todas. Él no se movió y permaneció quieto con la cabeza fija en el suelo, evitando que la capucha se levantara para ver su rostro.
—¡Isabella, adónde vas! —gritó Toña a mis espaldas sin poder moverse con libertad de la silla.
Evité a pacientes y enfermeras que se cruzaron en mi camino con un paso apresurado, uno que no le permitiera escapar, pero justo en cuanto iba a llegar hasta él, se me cruzó un sujeto obstaculizando mi visión.
—Isabella, ¿qué estás haciendo aquí?
Al reconocer la voz me concentré en la persona que tenía delante, y lo maldije por cruzarse justo en el momento menos indicado. Sin responder lo aparté de mi visión, pero aquel sujeto sospechoso, que había estado parado a tan solo unos metros, ya no estaba.
—Mierda —susurré fastidiada, pero a la vez aliviada.
Esto había sido una equivocación, no debí seguirlo, fue una completa estupidez. Gracias a Matías me detuve de hacer una locura, de lo contrario, para esta hora ya no estaría en la clínica, sino en un maletero de auto amordazada, con las manos atadas a mis espaldas, completamente inmovilizada para llevarme a quién sabe dónde.
Hansel alejándome lo humanamente posible del peligro, y yo en cuanto tenía la oportunidad corría directo a las manos del acosador. Soy una gran estúpida.
—¿Te encuentras bien? —insistió Matías.
—Aléjate —respondí sin tacto, ganándome un gesto molesto de Matías.
Giré sobre mí misma y volví con Toña que preocupada le contaba mi rara actitud al rubio de casi dos metros a su lado.
—¿Adónde fuiste de repente? —preguntó Toña con preocupación.
—Disculpa, creí... nada, solo olvídalo.
No quería preocupar a Toña, no ahora que acaba de recuperarse.
Hansel podía ver a través de mí, ver la enorme mentira que había dicho con una sonrisa, pero permaneció tranquilo sujetando con fuerza la silla de Toña y no dijo nada. No tenía que decirlo, el fuego en su mirada decía mucho más, estaba celoso y hervía en rabia al haberme visto con el idiota de Matías. Hansel aflojó sus manos de la silla, sus cejas se fruncieron ligeramente, su mandíbula se tensó y sus labios que antes estaban relajados, se torcieron en una sonrisa apenas perceptible, y avanzó con Toña hacia la salida.
El camino hacia su casa fue una tortura, no me dirigió la palabra en todo el camino y a pesar de que Toña lo molestó todo el trayecto, no mostró ni una pequeña sonrisa. Podía ver cada una de las venas de sus manos, y la presión que ejercía en el pobre volante que no tenía la culpa de mis decisiones.
La envidia que sentía por ese volante no era normal, mi cabeza lujuriosa, lo único que podía pensar era en la forma en que sus manos aprietan mi cuerpo en busca de placer. Hansel me había vuelto adicta a él, y no solo a sus caricias sobre mi cuerpo, sino a toda la atención que ponía en mí.
Una vez llegamos a la casa de Hansel la preocupación me comprimió el pecho. Estaba tan distraída con mis pensamientos, que no tuve oportunidad para prepararme mentalmente para la pelea que habría en la casa en cuestión de minutos.
Con elegancia se quitó el cinturón de seguridad del pecho y volvió a darme esa mirada con unos profundos celos. Cerré los ojos y levanté las cejas asumida, sabía cuál era mi destino; una acalorada pelea en su habitación para luego dormir espalda contra espalda. Estaba siendo demasiado dramático, se había molestado por algo tan mínimo y ni siquiera había hablado con Matías, o más bien, no le di la oportunidad.
—Bienvenidas a su humilde hogar —respondió camuflando su molestia bajo una falsa sonrisa.
—¿Y pretendes que suba caminando? —preguntó Toña con sarcasmo—. Te recuerdo que tengo un bordado en el estómago.
—No te preocupes Toñita, yo mismo te subiré como una princesa.
—¡Sí, sí, sí, eso me gusta!
Tal y como lo prometió, Hansel subió a Toña en brazos por la pequeña escalera hasta la entrada de la mansión, mientras que algunas chicas del servicio subieron la silla de ruedas.
La casa estaba igual que siempre, llena de ese olor a vainilla, que me recordaba que en algún momento el diablo se aparecería a mirarme con odio.
Hansel dejó a Toña en la silla de ruedas, y despacio se acercó hasta a mí y sostuvo mi mano. Al sentir su calor me puse muy nerviosa, más cuando me miraba esperando a que dijera cualquier cosa.
—¿No vas a decirme nada? —preguntó sin quitarme los ojos de encima.
—No —sonreí—. No tengo nada que decir.
—Nada —dijo con una sonrisa que no transmitía felicidad—. Nada pasa entonces.
Al ver que se acercaba su madre, apreté de su mano tratando de que no ardiera Troya en la sala. Era mi primer día aquí y no quería llegar desordenando el gallinero, ya tendría oportunidad más tarde para explicarle lo que vio, mientras tanto que se comporte.
—Bienvenidas, es un gusto tenerlas aquí —dijo sonriendo—. Quiero decirles que esta es su casa, así que siéntanse cómodas de hacer lo que quieran.
—Gracias por la cálida bienvenida —dijo Toña mirando a las chicas del servicio formando una hilera perfecta, e hicieron una reverencia, como si fuéramos la realeza—. Es un gusto conocer a chicas tan encantadoras como ustedes.
Toña era de confianza y no le gustaba la formalidad, así que lento como una tortuga, rodó la silla de ruedas hasta las chicas y le dio la mano con energía a todas.
—¿Y tú quién eres? —preguntó al hombrecillo con la cabeza oculta entre las chicas.
Hansel se volteó conteniendo la risa, pero fue totalmente inútil porque su risa a los pocos segundos salió volando por toda la sala. Jaime estaba algo extraño, como si quisiera ocultarse de Toña, pero no le quedó más remedio cuando una de sus chicas le dio un codazo arrastrándolo a la vista de todos.
—¡Ja-Ja-Jaime, eres tú! —dijo atascándose con las palabras—. Dios, qué viejo estás.
La cara de indignación de Jaime no tenía precio.
—Mira quién lo dice —arrugó las cejas—. Tú estás peor y eso que eres dos años más joven que yo.
Toña ofendida hizo una perfecta O con la boca, le parecía una ofensa que le dijera vieja cuando las odiosas de nuestras vecinas, se la pasaban diciendo que se hacía cirugía plástica, por eso se veía tan bien a su edad.
Por las escaleras venía bajando la oveja negra de la casa con unos enormes audífonos, cruzó por en medio de todos, pasando hacia la cocina sin siquiera saludar. El hombre a mi costado apretaba la mandíbula con fuerza y observó la mala educación de su hermana hasta que desapareció.
—Solo ignórala —susurró sujetando mi mano.
Había aceptado de buena manera venir aquí solo por Toña y por él, pero si mis días iban a ser todos los días llenos de tensión y teniendo que soportar malas caras de una cría malcriada, prefería pagarme un costoso hotel de máxima seguridad y ya está. No necesitaba añadir más estrés a mi vida, me bastaba con el que ya tenía.
—Hansel, no puedo quedarme —dije, mientras que Toña y Jaime seguían discutiendo sobre quién tenía más arrugas.
—Isabella, no le des importancia a Estefanía, eso es lo que busca —me miró con súplica tratando de disuadir mi decisión.
—No puedo, y creo que no me merezco tener que aguantar esos desplantes —respondí avanzando hasta las escaleras, subiendo lento hasta la habitación de Hansel.
De verdad que no quería quedarme y tenía planeado tomar mis cosas e irme, pero al cruzar la puerta de su habitación, me quedé clavada en la entrada admirando todo lo que había cambiado desde la última vez que estuve aquí.
Ya no había nada de ese azul en las paredes, ni la ropa de cama negra, ya no quedaba nada de una habitación de hombre, ahora era la habitación de una pareja.
Hansel había cambiado toda la decoración de su habitación de soltero para hacerla más cómoda para mí. Ahora las paredes estaban pintadas de color beige, que reflejaba la justa cantidad de luz natural. Los muebles eran de un suave color marfil y la cama tenía montones de cojines peludos del mismo color, y también una manta de lana a los pies para cubrirme si sentía frío. En la cabecera de la cama había tres espejos redondos como decoración, y a su alrededor enredaderas que le daban un toque fresco y acogedor, pero lo que derritió mi corazón fue el hermoso tocador junto a la ventana.
Avancé con cautela hasta el tocador y extendí mi mano para sentir la fina madera del mueble. El espejo era enorme, rodeado de luces que me permitirían una buena iluminación, y también tenía un banco acolchado en donde podría sentarme a mirarme todas las mañanas. Todo mi maquillaje, perfumes y cremas ya estaban organizados en secciones, incluyendo la montaña de labiales rojos que había comprado en búsqueda del rojo perfecto.
Por el reflejo del espejo lo vi parado en el marco de la puerta con la mirada cargada en tristeza. Aquel hombre celoso del auto había desaparecido para transformarse a uno deprimido con la idea de que me marchara.
—¿Tú hiciste todo esto para mí? —Hansel sin hablar, asintió con la cabeza cerrando la puerta detrás de él—. ¿Por qué? No debiste molestarte.
—No es molestia, no cuando se trata de ti.
Un paso tras otro comenzó a avanzar de forma peligrosa, como si el fuera un león y yo un simple conejo al que devorar. Y lo haría, devoraría cada parte de mi cuerpo, si no tomaba mis cosas para largarme de una vez, Hansel tenía esa mirada que solo él y yo podíamos entender.
Incapaz de voltearme, me quedé clavada observando su reflejo por el espejo cada vez más cerca, mi cuerpo se preparaba para recibirlo, podía sentir el deseo entre mis piernas al ver como sus manos abrían su camisa dejando a la vista las ondas de sus abdominales.
—Antes de que te vayas, me vas a explicar qué hacías cerca de Matías —dijo deslizando sus dedos por la extensión de mis brazos desnudos. Blanqueé los ojos, pensé que ya había olvidado ese tema.
—No hay nada que explicar, solo se cruzó en mi camino —la voz apenas me salía con sus labios pegados en mi cuello. Su sola respiración cerca de mí me erizaba la piel pidiendo a gritos más contacto.
—Te creo... pero no por eso vas a salir bien librada —dijo con una melodía dulce que escondía una de sus travesuras.
Me sentía pequeña delante de él, su espalda y hombros amplios lo hacían ver grande como un oso, y yo parecía una muñeca de trapo a la que podía manejar a su antojo.
Hansel, se sentó en el pequeño banco arrinconándome entre sus piernas y el tocador. Deslizó sus manos por mis piernas hasta llegar a mi entrepierna, y retuve un gemido cuando apretó el interior de mi muslo.
—¿Quieres que siga? —preguntó con maldad, él sabía la respuesta.
—Por favor.
—Tienes que enseñarme cómo te gusta.
—Sabes cómo hacerlo —dije levantando las cejas de forma coqueta. Era divertido ver su cara descarada por el reflejo.
—No voy a tocarte, ese será tu castigo —jaló de mi cabello obligándome a sentarme encima de él.
Con la cabeza hacia atrás, besó y lamió mi cuello, hasta que llegó a mi boca en un beso demandante, pero en ningún momento tocó mi cuerpo como tanto lo deseaba.
—Quiero que hagas una cosa para mí.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté a escasos centímetros de su boca.
—Quiero que te toques para mí, Isabella.
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