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Capítulo 30: La Entrada Al Paraíso

Luminary - Joel Sunny

Hansel

Cada minuto que pasa, mi molestia crece inmensurablemente, es como si cada paso que diera, me hiciera retroceder dos, quedándome en completa desventaja.

Por desgracia, Nicolás no obtuvo más información de las cámaras de seguridad, ya que para nuestra mala suerte, no estaban funcionando. Nadie sabía por qué razón o circunstancia las cámaras presentaron una falla técnica y no grabaron nada, absolutamente nada, pero solo provocó que el misterio aumentara. Es una de las clínicas más importantes y con buen nombre y habían presentado una falla técnica de la cual nadie se dio cuenta, y me resultaba increíble la buena suerte del acosador.

Intentamos obtener información valiosa del guardia de seguridad que estaba a cargo esa mañana, pero su única respuesta fue que no vio nada fuera de lo común. Para Nicolás esa vaga respuesta no fue ninguna sorpresa, ya que sabía que ese guardia tenía la mala costumbre de dormirse en los turnos.

Todos los posibles avances se desvanecieron frente a mis ojos, y era terriblemente frustrante volver a la meta inicial sin ninguna pista que me dijera quien era el responsable.

Mi única esperanza estaba puesta en el hombre que debía estar aquí hace horas, pero no había dado señales de vida en todo el día. Se supone que debía estar aquí a primera hora de la mañana, me ayudaría a encontrar un rastro de sangre, pisadas, huellas dactilares, o lo que sea, pero aquí estoy, esperando como un tonto a un irresponsable.

La ansiedad y la molestia me consumen, y me he dado tantas vueltas que por poco creo un nuevo sendero en el jardín de Isabella.

De la nada, oí el sonido de un motor que poco a poco se detuvo por completo. Ante mis ojos apareció una camioneta negra con vidrios completamente polarizados, y pude ver el momento exacto en que Fabian cerró la puerta y me sonrió.

—Ya era hora —dije cruzándome de brazos.

Fabian se mostró imperturbable con mi cara de molestia y mis brazos apretados en el pecho.

—No te enojes tanto —dijo dándome una palmada en el brazo y pasó por mi lado—. Solo me tardé una hora.

—¿Una hora? ¿Sabes qué hora es? —levantó los hombros despreocupado echando una mirada de rayos x al jardín—. Van a dar las 11:00 am.

—Bueno, quizás fueron unas cuantas horas, pero no iba a dejar de lado a mi pastelito por ti —dijo revisando la entrada principal, las ventanas y todo lugar que sirviera como acceso a la casa.

—¿Por qué piensas que no revisé todas las entradas en la casa?

—Siempre hay algo que se puede pasar por alto —dijo poniéndose unos guantes azules de látex iguales a los míos.

Deslizó la mano por la ventana que daba directo a la habitación de Isabella, y la observó a detalle, al igual que yo cuando recogí las pertenencias de ellas el día anterior.

—No entró por ahí.

—Ya me di cuenta.

Si el acosador hubiera forzado la ventana para entrar las señales estarían a la vista. El marco de la ventana estaría claramente dañado, con abolladuras o astillas por la fuerza de una palanca, y la pintura de la casa estaría descascarada en algunos puntos, dejando evidencias visuales de un allanamiento de morada. Sin embargo, al observar cuidadosamente las terminaciones de los marcos de puertas y ventanas, estaban intactos, como si nunca se hubiera intentado violar la seguridad de la casa, lo que dejaba una duda persistente; ¿Cómo entró en la casa?

—No quiero asustarte, pero todo se ve normal y la única respuesta que tengo, es que le abrieron la puerta para entrar.

—No te preocupes, también pensé lo mismo y seguía con eso en mente hasta que vi esto —con el pie moví uno de los arbustos, dejando a la vista una ventana al nivel del suelo, no demasiado grande, pero lo suficiente para que cayera una persona por ahí.

El borde de la ventana estaba forzado, con profundas marcas y desgarraduras a lo largo del marco, como si una herramienta con filo hubiera sido utilizada en la madera. Las astillas resaltaban en el verde del pasto y la pintura estaba rallada y con marcas delgadas, como si fueran las de un cuchillo.

El criminal no había tenido cuidado a la hora de maniobrar el arma, pero había llegado directamente aquí, no había intentado abrir otras ventanas o puertas, como si supiera que esta era la manera perfecta de entrar sin ser detectado.

Había algo más que resonaba en mi cabeza y era precisamente al cuarto que conducía esa ventana. No era un acceso común y corriente, estaba alejado de la casa y oculto, como si no debiera ser visto. La pregunta que me rondaba en la mente era obvia; ¿dónde estaba la entrada principal de ese cuarto?

Isabella o Toña nunca habían mencionado nada sobre un sótano, lo que hacía que la situación fuera aún más extraña, ya que había pasado mucho tiempo en esa casa y nunca había visto un piso inferior. Hasta donde conocía, la casa con suerte tenía dos habitaciones, dos baños, la sala y la cocina, no había más.

Ver aquella ventana en medio del jardín, fue como darle una sobredosis de azúcar a Fabian, porque corrió dentro de la casa buscando la misteriosa entrada.

Era obvio que no estaba en la sala o en la cocina, ya que si eso hubiera pasado, Toña se hubiera dado cuenta de la presencia del extraño, porque ese día estaba en la sala viendo su novela de las seis. Así que empezamos en el punto en donde había aparecido la figura de negro; la habitación de Isabella.

Los tonos duraznos de su habitación seguían siendo igual, los muebles blancos seguían en la misma posición y el aroma a lavanda seguía en el aire, pero aquel ambiente que antes me parecía romántico, ahora se había transformado en un lugar luctuoso que me llenaba de dudas.

—Una pregunta, ¿para qué querría tu novia una habitación secreta? —dijo Fabian recorriendo los extremos de la cama.

—No lo sé —respondí sin saber qué decir.

Llevaba mucho tiempo con Isabella, al punto que ya la consideraba mi novia, aunque todavía no le hacía la pregunta como tal. No tengo idea de qué está tratando de proteger o por qué siente que tiene que ocultarme partes de su vida, pero lo que sea que esconda, necesito saber.

—Bueno, si yo fuera ella, ocultaría mis más oscuros secretos ahí —con los pies apartó la alfombra del suelo, miró bajo la cama y se rascó la cabeza algo frustrado—. ¿Y si es una asesina a sangre fría, que oculta cadáveres en lo profundo de su casa y después se los come?

—Cállate, ella no tiene oscuros secretos y no sería capaz de algo así.

—No deberías ser tan confiado, uno nunca aprende a conocer a la persona que está a tu lado, y créeme, todo el mundo tiene algo que ocultar.

—Isabella solo hace paisajes bonitos y le gusta leer —dije tomando un libro al azar que en lugar de salir, se quedó aferrado en su lugar.

Miré con más atención el libro, mientras que Fabian se recostó en la cama con los brazos abiertos. A simple vista parecía un libro normal, pero con una textura dura con letras doradas que decían; La Entrada Al Paraíso.

El instinto no me fallaba, y lentamente acerqué mi mano hasta el libro una vez más, y con un solo dedo empujé el libro hacia adelante hasta que un clic se escuchó en el fondo moviendo una de las repisas de libros hacia adentro. Con el ruido, Fabian levantó la cabeza y al ver la repisa retroceder, se levantó de golpe de la cama para mirar el largo camino de peldaños que llevaba a una eterna oscuridad.

—Primero las damas —dijo extendiendo su mano para hacerme pasar y tomé su mano como una damisela avergonzada.

—¡Oh mi querido caballero! —gemí con una voz melosa—. Si hay algo allá abajo, le diré que te coma primero.

Antes de bajar, tomé mi teléfono y encendí la linterna para que iluminara el camino. Los peldaños estaban gastados por el tiempo y estaban cubiertos de una capa gris de suciedad, y las arañas habían hecho sus nidos con la falta de vida en las paredes.

Con cada paso que daba sobre los escalones, crujían, como si estuvieran tratando de advertirme de no ir más abajo. El polvo flotaba en la luz de la linterna, haciendo remolinos con las pequeñas partículas de tierra. El olor a humedad y a madera vieja me llegaba de lleno a la nariz con cada respiración, y la oscuridad del camino parecía tragarse toda la luz que conseguía escapar de la linterna.

Mis pasos eran los únicos sonidos que rompían el silencio, y la mirada de Fabian me taladraba la espalda, lo que me ponía más nervioso.

Cuando sentí suelo firme lo primero que hice fue buscar por las paredes algún interruptor, necesitaba una mejor iluminación para calmar mis nervios. Giré el teléfono en otra dirección, buscando el interruptor de la luz, pero me encontré con una larga melena oscura que vestía una blusa blanca y un pantalón del mismo color.

—¿Estás bien? —preguntó Fabian un tanto preocupado al verme paralizado.

—Quédate arriba —dije despacio, sin perder de vista a la mujer.

Eso fue suficiente para que Fabian se diera cuenta de que algo no iba bien, y se quedó en el primer escalón atento a cualquier señal.

Lentamente, me acerqué hasta aquella mujer que en silencio, estaba sentada sobre una caja. Cuando logré acercarme lo suficiente, noté la palidez de sus manos que se mantenían cosiendo delicadamente, un vestido amarillo que le había visto a Isabella hace un tiempo.

¿Te llamas Hansel, no es así? —al oír su voz, un escalofrío me corrió por la espalda—. Isabella siempre dice tu nombre.

¡Mierda! ¡No-no-no-no! No me digas que se me está repitiendo la historia. Isabella no tenía la pinta de estar chiflada, pero que tenga un cuarto secreto con una mujer aquí abajo me decía todo lo contrario.

—¿Estás bien? —pregunté acercándome un poco más—. ¿Qué haces aquí?

Estoy bien... quiero que hagas una cosa por mí —dijo despacio, con una voz llena de tristeza, como si tuviera un nudo grueso en la garganta que no le permitía hablar más alto.

Estaba lo suficientemente cerca para verla de perfil, y por un momento analicé cada facción de su rostro. Piel clara, tan clara como una hoja de papel, y algunas pecas esparcidas por su nariz y mejillas. Sus largas pestañas oscuras se curvaban ligeramente hacia arriba, enmarcando las ojeras oscuras bajo sus ojos. La forma en que la luz se reflejaba en su rostro creando sombras sutiles, me hizo sentir que estaba mirando algo fugaz, casi irreal.

—Tranquila, puedes confiar en mí —me acerqué despacio, sin asustarla, hasta que logré sentarme frente a ella—. Te sacaré de aquí, no te preocupes.

Aquella mujer tenía un semblante tranquilo, pero pálido, como si hubiera perdido todo rastro de vitalidad. No respondía y su única preocupación parecía ser en las puntadas de aguja e hilo que le daba al vestido.

De pronto, levantó la vista y dejó de coser, y sus ojos dejaron de ver la prenda para prestarme atención. Ante la vista, me quedé paralizado en mi lugar con los ojos abiertos como platos. El sudor frío me corrió por la nuca y pude sentir como la gota se deslizó por mi espalda, al ver la horrible marca roja adherida en la piel alrededor de su cuello.

No te asustes —dijo posando su mano sobre la mía, y una lágrima solitaria descendió por su mejilla—. Solo quiero pedirte que por favor, protejas a mi niña.

No la conocía, pero había visto su cara un montón de veces, solo que ella no poseía esos encantadores ojos azules que me hacían rogar una caricia. Era su madre, su madre muerta, que estaba tres metros bajo tierra, y ahora estaba en frente a mí pidiendo que protegiera a su hija, como su último deseo antes de entrar al reino del más allá.

Estaba teniendo una valentía de toro lomo plateado al seguir sentado, o más bien el pánico no me dejaba correr. Sentía que si me ponía de pie, caería al suelo preso del pánico que me recorría cada nervio del cuerpo.

Confía en tus instintos y pronto verás la verdad, pero ve con cuidado, está más cerca de lo que piensas.

Sus breves palabras me hicieron salir del trance al instante, más ahora que me estaba dando una pista del desgraciado que seguía a mi Isabella.

—¿En dónde? —pregunté tenso, tratando de no perder la calma y ahuyentarla.

—Cerca, muy cerca.

—¿Dónde es cerca?

—En los detalles, en lo que has pasado por alto. Todo lo que necesitas está frente a ti —responde con una voz suave y pausada.

—Necesito algo más que eso, por favor dime un nombre.

Ella sabía muy bien quién era el culpable de las notas y del atentado contra Toña, porque de seguro desde aquel mundo paralelo, podía verlo todo. En cuanto vi la seriedad reflejada en su semblante, supe que me lo diría, pero aquella esperanza fue interrumpida por la luz que se encendió de repente.

—¡No me jodas! —gritó Fabian.

Giré la cabeza en dirección a él que estaba con los ojos abiertos de par en par, con el rostro tan pálido como la nieve, pero lo que más me desconcertaba, era la ausencia de aquella presencia que hace medio segundo estaba sentada frente a mí sujetando mi mano, y ahora, no había ni un rastro de ella. Se había evaporado en el aire, dejándome más que claro que aquella presencia, no provenía de este mundo terrenal.

Me quedé quieto al igual que Fabian que sostenía el interruptor como si su vida dependiera de ello.

—¡Do-do-donde está! ¡Yo la vi! —gritó con la voz entrecortada por el terror.

Que él la haya visto me hacía entender que no había sido una mera ilusión y que su madre estuvo aquí dándome una advertencia. Me levanté con las piernas temblorosas observando el alrededor en busca de la mujer, pero ya no estaba y se había esfumado, al igual que mis esperanzas de recuperar la tranquilidad de todos.

—No sé si puedes escucharme, pero te lo prometo —le respondí a la nada, ganándome la mirada preocupada de Fabian.

—¡No la llames de nuevo! ¡Mierda, qué puto susto! —se dobló sobre sí mismo tratando de recuperar el aliento.

—¿Te measte encima, cierto? —esbocé una sonrisa que ocultaba el enorme susto de hace un momento.

—¿Mearme? Hombre, casi me cago hasta las rodillas del susto —respondió con la voz exaltada, pero poco a poco se fue tranquilizando—. Al menos sabemos que a tu novia no solo la siguen personas de carne y hueso, los espíritus también.

Solo que ese espíritu que la seguía tenía sus motivos para hacerlo. A pesar de que ya no estaba en este mundo pude sentir su arrepentimiento, su dolor, y su pena al haber dejado sola a su única hija por una mala decisión.

—Hansel, esa mujer ¿te dijo algo? —volteé los ojos en su dirección. Él la vio, pero en ningún momento dijo que la había oído. Las pocas palabras que pronunció solo las había hecho para mí y le guardaría el secreto, si no San Pedro se enojará con ella por haber escapado del cielo. Bueno, si es que se encontraba ahí luego de lo que había hecho para terminar con su dolor.

—Si dijo algo, pero no es nada que debas saber.

Con el corazón por fin en tranquilidad presté atención a mi alrededor. Paredes blancas como la nieve, repisas con fotografías de Isabella cuando era una adolescente y en un marco dorado y más grande que el resto, había una fotografía de mi Isabella sonriendo con su madre abrazada a ella. Ambas se parecían mucho, era como si fuera la copia de su madre, y lo que más me sorprendía es que a pesar de los años, Isa no había cambiado nada.

Sonreí mirando las fotografías, en especial en la que aparecía con dos trenzas detrás de las orejas sentada en un columpio sujetando con fuerza las cuerdas.

El loco de Fabian tenía razón al decir que todos escondían algo. Aquí mi Isabella tenía un pequeño altar de su madre con todas sus pertenencias. Puedo apostar a que cuando la extraña baja a aquí a recordarla, la silla mecedora con una almohada y una manta me lo decía.

En un rincón había una máquina de coser antigua y un montón de hilos de diferentes colores. No era muy difícil adivinar que era de su madre, ella se ganaba la vida cosiendo.

—¡Guau! Si así era de adolescente no me imagino como está ahora, es muy guapa —dijo Fabian admirando las fotografías. De solo escuchar su comentario, la espinita de los celos se me clavó en las costillas—. Ahora entiendo por qué estás tan embobado por ella.

Querido karma, ya déjame en paz, ya no me meto con mujeres de otro, así que deja de enviar hombres a la mía. Ya senté cabeza y tengo más que aceptado que no volveré a mirar en otra dirección, te lo juro.

—Cuidado como la miras, no vaya a ser que no salgas vivo de aquí —advertí, mientras que Fabian me dio una miradita divertida.

—Tranquilo, sabes que jamás le tocaría un solo cabello a tu novia, además, sabes muy bien que me gustan más las rubias de ojos claros.

Puede ser que lo que diga es verdad, pero eso no quita que la mire y eso no me gusta. Intento no ser un idiota celoso, pero es jodidamente difícil, sobre todo cuando son hombres que conozco porque sé cómo son, y conozco las actitudes que tienen cuando una mujer les interesa.

—Deja de hablar y busca —respondí molesto.

Fabian no era mujeriego, pero era hombre y tenía ojos de sobra para ver cuando se le cruzaba alguien de su tipo, y por como miró las fotos, me dejó claro como el agua que no le pareció indiferente. Las ganas de darle un puñetazo me picaban en la mano y me estaba conteniendo para no rascarme con su cara.

Fabian solo se limitó a buscar, pero no sin reírse de mí, cada vez que me miraba la cara de perro rabioso.

Dejando de lado mi rabieta de celos, recreé la escena del crimen en mi cabeza. La ventana era pequeña y angosta, pero tenía las medidas perfectas para que una persona pequeña y delgada cayera por ahí. La altura era considerable, lo que indicaba que, para evitar una entrada bulliciosa, debió poner ambas manos sobre el marco para no hacer más ruido del necesario.

—¿Oye, viniste con tu linterna ultravioleta? —Fabian sin responder, sacó el instrumento de su bolsillo.

Tomé el objeto de sus manos y desplacé la resplandeciente luz violeta a milímetros del cristal de la ventana. Fabian como todo investigador curioso, se quedó casi encima de mi hombro observando atentamente.

—¡Espera-espera-espera! ¡Regresa un poco! —gritó casi reventándome el oído.

Obedecí y entrecerré los ojos. Entre el cristal y el borde de la ventana había una media huella, era tan imperceptible que apenas se veía.

—Creo que tenemos a tu acosador.

—Que se prepare, porque no lo dejaré escapar.

Viendo como Fabian con un trozo de cinta memorizaba la huella para analizarla, sonreí con maldad. El culpable al fin había errado sus movimientos y me había dejado una jugosa evidencia que me diría su identidad casi inmediato. Pero la sensación de que algo no andaba bien seguía en mi pecho, tenía un mal presentimiento y espero que sea una mala jugarreta de mis instintos.


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