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Capítulo 19: ¿Poliamor?

Rehab-Rihanna

Isabella

Desperté con la luz de la luna llena pegándome en la cara, estiré la mano por la cama con la extraña sensación de que algo faltaba, como si algo importante se ausentara en el lado arrugado de las sábanas. A los pies estaba Limón y me miraba molesto con los ojos entrecerrados por moverme e interrumpir su sueño. Me arranqué unas compresas frías del rostro, me senté sobre la cama y observé el plato vacío que estaba en la mesita de noche. Pobre Toña, de seguro me ha estado cuidando toda la tarde.

De forma perezosa puse los pies sobre el frío de la cerámica y caminé hasta la puerta refregándome los ojos, aun los tenía muy hinchados. Por el pasillo escuché murmullos de Toña y de una voz profunda que había escuchado en una ocasión. Apresuré el paso sosteniéndome de las paredes y una vez que llegué al final, vi claramente a Nicolás sentado en el sillón con una bata blanca puesta.

—Que mañana empiece a tomar estos medicamentos cada ocho horas —dijo anotando todo en una receta, la firmó y se la entregó a Toña—. La inyección que le puse durante la noche hará efecto y ya para mañana se sentirá mucho mejor.

¿Qué haces aquí? —dije con un hilo de voz, aún tenía la garganta seca y áspera.

Nicolás se volteó con el lápiz en la mano y con sus ojos castaños fijó la vista en mi desaliñado aspecto. Toña al verme despierta, se dio media vuelta y comenzó a guardar la loza limpia, se estaba escapando olímpicamente de la regañada que le daría por dejarlo entrar.

—Supe que estabas enferma y vine a ver como seguías, tenías mucha fiebre y necesitabas un medicamento más fuerte —contestó tomando sus cosas, era evidente que me incomodaba su presencia en mi casa—. Le dejé la receta a Toña, y si sientes que los síntomas no mejoran, llámame. Ahora me voy, entro a la guardia en media hora.

Nicolás en silencio sujetó el maletín y avanzó a la puerta.

—Lo acompaño —dijo Toña.

Ambos se acercaron a la entrada y antes de que subiera al auto, me afirmé en la madera de la puerta, aún me sentía débil.

—Nicolás... gracias por venir — hablé con voz suave. Él se detuvo a medio camino hacia la salida y me dio una mirada triste, asintió con un movimiento casi imperceptible y retomó el paso.

Me quedé parada en la entrada y lo vi meterse a su auto en silencio, encendió el motor y se fue. Estaba agradecida de que haya venido a darme atención especial sin pedir nada a cambio, pero por alguna extraña razón no me sentía cómoda en su presencia. Nicolás, no era un mal tipo, al contrario, se veía bastante serio a la hora de tratarme, pero sabía que estaba interesado y no quería que se hiciera ilusiones.

Toña regresó a su qué hacer y me senté en el sillón a mirar la casa, Limón se sentó en mis pies y me miraba esperando mimos. Le toqué las orejas y él se dejó querer como siempre, la casa se veía como todos los días, pero a pesar de que todo parecía igual, sentía que algo faltaba.

Por lo general a esta hora había una viejita loca que no paraba de gritar y hablar emocionada con la novela, pero ahora, estaba callada, y tanto silencio de su parte era extraño.

—¿Vino alguien más a la casa? —Toña dio un salto y dejó caer un vaso.

—No, solo vino el doctor guapo —contestó recogiendo los trozos y tirarlos a la basura. Trabaja en mi casa desde hace tiempo y había aprendido a conocerla lo suficiente para saber que algo me está ocultando.

—¿Cómo se enteró de que estaba enferma?

—Ah... bueno... llamó preguntando por ti y le comenté que estabas enferma. Se ofreció a venir y obviamente acepté, estabas realmente mal.

Asentí con la cabeza, estaba cansada y muy enferma, pero la memoria no me falla y sé de sobra que eso es casi imposible. Las pocas veces que he cruzado palabras con Nicolás, nunca le he dado información personal, mucho menos los números de teléfono en donde puede contactarme. Di un largo suspiro y pasé por alto la mentira de Toña, no tenía cabeza para darle tantas vueltas al mismo tema, además, sabía muy bien que jamás me dirá la verdad.

—Siento que algo falta en la casa —murmuré mirando la televisión.

—Debe ser tu energía, deberías regresar a descansar.

—Tienes razón, debo descansar porque mañana sí o sí tengo que volver a trabajar.

—No deberías ir, aún estás muy enferma.

—No puedo darme ese lujo, tengo que ir a supervisar los avances y comenzar a trabajar con los aguinaldos de los muchachos. ¿Se te olvida que viene Navidad y Año Nuevo?

—Respecto a eso, quería pedirte permiso —dijo incómoda mirando el suelo—. Quiero viajar al sur a visitar a mi madre, está un poco mal de salud, así que quería tomarme unas semanas para ir a verla.

—Ve tranquila Toña, no hay problema.

—No vas a despedirme por ausentarme más de dos semanas, ¿verdad?

—Por supuesto que no, estoy muy contenta con tu trabajo y te mereces un descanso. Ve tranquila, tu puesto te estará esperando cuando vuelvas, además confío mucho en ti, no puedo perderte... ahora sí me voy a dormir, estoy molida.

—Gracias Isabella.

Estaba devastada física y mentalmente, que un resfriado me pegara justo en mi cumpleaños es de muy mala suerte, para empezar quién demonios se enferma de un resfriado en pleno verano y con la Navidad en puerta.

Lentamente volví a mi cama y me arropé con la sábana, estaba haciendo demasiado calor para tirarme más ropa encima. A pesar de que estaba cansada, no tenía sueño, así que me quedé recostada de lado sintiendo la brisa tibia de verano acariciándome los brazos, hasta que un vago recuerdo me llegó a la cabeza y me senté de golpe sobre la cama.

Hola florecita, vine a cuidarte.

Me gustó tenerte así de cerca.

Isabella... me gustas.

Cerré los ojos, sintiendo como el corazón me latía a mil pulsaciones por minuto, reconocía esa voz y esos ojos azules bajo esa manada de pestañas claras. Era él, Hansel y su voz burlona, estuvo justo a mi lado cuidándome, acariciándome, diciendo cosas que me gustaba oír de sus labios.

No, es imposible, Toña dijo que nadie había venido a la casa, por lo tanto, debió ser algún sueño loco, uno de los tantos que había tenido con él. Con la diferencia de que esta vez, se sintió tan real que me estaba haciendo dudar de que fuera un mero producto de mi imaginación.

Mi respiración poco a poco se fue relajando y volví a echarme sobre la almohada que se hundió con mi peso. Habían pasado varios días desde que no iba a su casa, pero los obreros asistían puntualmente todos los días avanzando cada vez más en mi ausencia. Me enrollé en la cama algo decaída al pensar que no volvería a la mansión, pero era una buena forma de cortar todo tipo de ilusión que haya guardado. Hansel perfectamente podría ser un vendedor de caricias, iba por ahí repartiendo atención a cualquiera que fuera de su gusto.

La única forma de arrancar esto que comenzaba a crecer, era admitiendo que me gusta. Pensé que podría lograr ser la excepción a la regla, que dejaría de ser de todas para ser solo mío, que sería capaz de ofrecerme algo más que sexo sin compromiso.

No, no lo hará, sé que nunca lo hará.



A la mañana siguiente desperté fresca como una lechuga, como si el fuerte resfriado de hace unas horas no me hubiera afectado como para dejarme en cama varios días. Los cuidados de Toña y de Nicolás habían funcionado, permitiéndome volver a estar casi saludable. Aún tenía la voz ronca y estornudaba de vez en cuando, pero nada que no curaran unos analgésicos y unas buenas limonadas con miel y jengibre.

A las 08:00 am en punto volví al trabajo a cumplir con mis responsabilidades, estacioné el Jeep y bajé muy contenta al ver el mirador completamente armado.

—¡Mira eso! —grité emocionada corriendo hacia el mirador—. ¡Quedó perfecto!

Me alejé un poco para obtener una visión panorámica y observé una fotografía en mi teléfono del antes y después del jardín. Todo se veía verde, vivido y brillante con el sol. Enorgullecida de mi gente, me acomodé en el mirador en una de las sillas para ponerme a trabajar en el ordenador, disfrutando del aire fresco del campo y de la deliciosa vitamina D que me llegaba a la perfección.

—Hola Isabella, ¿te sientes mejor? —preguntó Carlos sentándose en frente de mí.

—Sí, todavía estoy un poco congestionada, pero nada que unos cuidados básicos no curen.

—Me alegro, espero que no te moleste que el mirador esté armado. Sé que lo querías hacer sola, pero como estuviste varios días fuera, pensé que podría echarte una mano.

—Por supuesto que no, estoy muy contenta con los avances que han tenido. ¿Armaste el mirador tú solo?

Carlos se tensó con la pregunta y miró en dirección a la mansión.

—En gran parte, pero recibí ayuda —Levanté las cejas sonriendo a la espera de que me dijera quién había ayudado a dejarlo tal cual lo imaginé—. Solo no te enojes... el señor Hansel estuvo aquí ayudándome.

—¿Qué?

—Ayer en la tarde regresé luego de que fuera a dejar a los chicos, me quedé hasta más tarde, él venía llegando y se ofreció a ayudarme. Por más que intenté echarlo no se fue, dijo que no se le iban a caer las uñas por ayudar, y debo reconocer que gracias a su ayuda logré terminarlo.

—¡Oye Carlos échanos una mano!

Carlos miró hacia los muchachos e hice un gesto con la cabeza para que fuera tranquilo.

No podía creer que Hansel haya ayudado, pensé que era de los que no podían cambiar una ampolleta sin ayuda. Lástima que no lo vi, habría dado un pulmón por verlo clavar un clavo sin camisa, con el cuerpo empapado en sudor.

Sacudí la cabeza eliminando la estúpida idea que se me cruzó por la mente, y me centré en el computador, pero la presencia de cierta... mujer, aproximándose hizo que la molestia se me cruzara entre ceja y ceja.

—¡Hola! —dijo con voz alegre.

Era ella, la mujer que casi se había devorado el patán en la entrada de su casa la semana anterior. Traía un vestido blanco ajustado que le enmarcaba la silueta a la perfección y su cabello rubio brillaba con el sol. A simple vista era una mujer realmente fascinante que dejaría enloquecido a cualquier hombre, pero las facciones de su cara eran juveniles y delataba su verdadera edad.

Hansel no tenía vergüenza, era una niña por el amor de Dios, y él era un viejo verde que perfectamente podría ser su padre.

—Tú debes ser Isabella —sin esperar una invitación tomó la silla en frente de mí y la instaló justo a mi lado con una sonrisa—. Hansel me ha hablado mucho de ti y de lo talentosa que eres.

Ahora que la veo más de cerca, me doy cuenta por qué Hansel está interesado en ella. Las facciones de su rostro son asimétricas, su cabello no tiene friz, su piel es perfecta, y cada movimiento que hace es como si estuviera hecho para encantar a los hombres.

Si está aquí es para marcar territorio, me imagino que no le gusta tener a otra mujer rondando su casa y mucho menos a su hombre. Entiendo perfectamente las razones que la trajeron aquí, pero eso no evita que el estómago se me retuerza en celos y no la odie solo un poquito.

—Sí, soy la paisajista que contrató Hansel para remodelar su espantoso jardín. Antes parecía un basural a comparación de cómo está ahora —la chica soltó una carcajada y acomodó la silla un poco más a mi lado para ver en qué trabajaba.

—Te creo, él es muy irresponsable para vivir solo, por eso estamos mi madre y yo aquí. Necesita vigilancia constante de sus mujeres para que no haga tonterías.

¿Sus mujeres? ¿Madre e hija? ¡Pero qué mierda!

Contuve la molestia apretando el borde de la mesa. Sabía que Hansel era un desvergonzado, pero el poliamor era demasiado para una mente como la mía. Ahora lo entendía todo, por eso saludó a Jaime de forma tan familiar, deben llevar tiempo juntos.

—Toman una decisión muy sabia, es muy inmaduro para su edad —molesta, escupí mi veneno olvidando por completo quién era la persona a mi lado.

—Hablas como si lo conocieras mucho, pero voy a aclararte una cosa —me mordí la lengua para no soltar el veneno—. Mi Hansel, es un hombre maravilloso y es el mejor novio del mundo. Siempre está pendiente de los detalles, a cuando me siento mal, sabe exactamente qué decir para que me sienta mejor. La forma en que me mira... es como si no hubiera nadie más, por eso estoy tan enamorada de él.

Cada palabra suya hace que el corazón me lata más de prisa, y tengo que mirar en otra dirección para que no se dé cuenta de la rabia que me quema en los ojos. Respiro hondo y me trago mi coraje, no pasé por alto el momento exacto en que cargó el tono de su voz en la palabra "novio".

—La verdad es que tienes razón, no nos conocemos mucho y tampoco me interesa conocerlo, no me agrada. Solo estoy aquí por trabajo —respondí seria con un tono agrio.

La chica me miró muy pensativa un segundo, y parecía querer responder a mi altanería cuando entró Carlos a interrumpir la guerra que se estaba por armar.

—Isabella, se me había olvidado entregarte las facturas de la semana pasada. Necesito que las firmes para que el banco las cobre, si no para la próxima semana estaremos cortos de material.

La presencia masculina provocó que la chiquilla a mi lado quedara perdida mirándolo con la baba colgando, se acomodó en la silla inflando el pecho y le sonrió descaradamente.

Carlos no era un viejo, era joven, no tenía más de treinta y tantos. Era alto, con facciones afiladas y el cabello oscuro le marcaba las facciones del rostro, mantenía una barba perfilada y el tono de su piel era dorada por pasar horas bajo el sol. Era de los hombres que no pasaba desapercibido, más con el porte varonil que siempre lo acompañaba.

Recibí los papeles, los firmé y Carlos sin mirarla ni una vez, se dio media vuelta y se fue. Si algo me gustaba de Carlos, era su seriedad, no era el típico hombre que le sonreía a lo que caminara, es un hombre serio que solo piensa en ganar dinero para darle lo mejor a su pequeña hija. La mujer que lo abandonó era una tonta, perdió a un hombre correcto, bueno y preocupado por su familia.

—¿Cómo se llama? —Preguntó la chiquilla que con la mirada, siguió sus pasos hasta que desapareció de la vista.

—No es por entrometerme, pero no crees que Hansel se molestará si te ve mirando a los obreros.

—No tiene por qué meterse en mis asuntos, yo no me meto en los suyos cuando él sale con una y con otra.

Me quedé de piedra al oír su respuesta. No esperaba que llevaran una relación abierta y transparente. Al menos había tenido el valor de decirle en su cara que no le sería fiel, no la había engañado con falsas palabras y acciones que podrían confundirla.

—Estefanía, me quieres decir qué diablos estás haciendo aquí —dijo una voz molesta proveniente detrás de nosotras.

Rápidamente, giré la cabeza y me encontré con Hansel que no resplandecía nada de esa chispa coqueta al verla aquí. Desde que lo conozco nunca lo había visto arrugando las cejas y agradecí no ser la chiquilla, la pobre se puso pálida al ver a su hombre.

Hansel con elegancia se dio la vuelta y se acercó hasta nosotras. Evité mirarlo, llevaba puesta esas camisetas ajustadas que le marcaban los pectorales y los brazos.

—Nada... solo vine a ver a Isabella —sin disimular, entorné los ojos hacia ella incrédula—. Me comentaba acerca del jardín y de todos los cambios que ha hecho desde que está aquí.

No podía creer que fuera tan mentirosa, se merecían el uno al otro, eran tal para cual. Por otra parte, Hansel no se veía feliz, y podría jurar que vi la palabra mentirosa tallada en sus ojos, pero más que nada, unos ardientes celos.

—Ve adentro, no quiero que vuelvas a poner un pie en este lugar —Estefanía se levantó, dándome una mirada se acercó a Hansel y besó su mejilla—. No creas que con un beso vas a salirte con la tuya, más tarde hablaremos tú y yo.

—No te enojes tanto, vámonos —hizo un puchero colgándose de sus hombros.

—Adelántate, tengo que hablar con Isabella.

—Está bien, pero no tardes, te estaré esperando en la piscina.

Estefanía se fue dando saltos y descaradamente la vi como buscó a Carlos y se despidió de él con la mano. Levanté las cejas y regresé mi vista al computador, ignorando por completo la figura alta que me estaba taladrando la sien con la mirada.

—Siento mucho si vino a molestarte, pero es necia y joven, no entiende lo que es un no.

De pronto, el espacio era muy pequeño para los dos, sentía que estaba en peligro al tenerlo en frente de mí. Me costaba no mirarlo cuando se veía terriblemente delicioso con la ropa deportiva, era mi debilidad, estaba a punto de babear. ¿Señor, por qué me castigas así?

—No te preocupes, no hizo nada malo —la defendí a sabiendas de que era una casquivana—. Aprovecho la oportunidad para mencionarte que no me queda mucho tiempo aquí, al paso que vamos terminaremos en unas semanas.

Pensé que al escuchar la noticia se portaría inmediatamente como el idiota de siempre, pero en lugar de eso, dejó salir una sonrisa irónica y miró el suelo. Se metió las manos a los bolsillos mordiéndose el labio y finalmente se sentó a mi lado.

—Creí que no terminarías hasta febrero, ¿por qué tanta prisa por irte? —preguntó mirándome de esa manera que me hacía sentir especial. Ignoré la emoción que crecía en mi pecho y volví a prestarle atención a los correos.

—Te dije que era rápida para trabajar. No tengo nada más que hacer aquí —seguí moviendo el mouse táctil, revisando correo por correo la mejor propuesta.

Por alguna razón, Hansel se quedó callado y su mirada era tan intensa que la piel se me erizó, al punto de provocarme un escalofrío que me endureció los pezones. La tensión que estaba entre los dos siempre era vigorosa, pero ahora estaba recibiendo más atención de la que podía soportar. ¿Acaso no podía simplemente irse detrás de Estefanía y dejarme en paz?

—Isabella, no quiero que te vayas —dijo con la voz apagada.

Moví la cabeza levemente a su dirección, sintiendo el corazón latiendo con fuerza, pero lo que me costaba entender es que dijera eso con la voz quebrada, como si le doliera que me fuera. Nunca lo había visto tan vulnerable, tan ... desilusionado, por primera vez vi algo más que la máscara de seguridad y vanidad que llevaba puesta.

—¿Qué parte fue la que no entendiste? —dije con firmeza, no iba a dejarme llevar otra vez—. Estoy a nada de terminar y tengo muchas oportunidades allá a fuera esperándome, no voy a quedarme eternamente a cuidar tu jardín.

Por fuera me mostré imperturbable, como si mis nervios fueran de acero y no me afectaran sus palabras, pero la realidad era otra. Sentía que las manos me temblaban como una jalea, y el corazón estaba a punto de salirme del pecho por las palabras suaves que había emitido.

Ignorando nuevamente mi sentir, me concentré en el asunto de un correo a nombre de una señorita llamada Florencia Herrera. Era mejor eso que seguir aumentando ilusiones y creyendo en las mentiras que salían de la boca del hombre a mi lado.

—Bueno, vas a tener que posponer tus planes, porque no me gusta la pileta que escogiste y tampoco esos árboles de ahí —dijo Hansel cerrando el computador de golpe, por suerte logré quitar las manos antes de que me las aplastara—. Ahora tienes un motivo para no irte.

—No me vas a salir con esas cosas ahora, tú mismo me dijiste que podía hacer lo que quería.

—Cambié de opinión, así que ahora que tendrás un tiempo más aquí, podrías poner mi pileta de antes, me gustaba más.

—¿Qué? Debiste decírmelo antes, no ahora que estoy por acabar tu maldito jardín —molesta, me levanté de la silla sujetándome el puente de la nariz. Estaba punto de perder los nervios y ahogarlo en la pileta.

—No preguntaste —respondió levantándose igual de molesto.

—¡Claro que lo hice! Olvidaste que te lo pregunté el día que estabas con tu nena.

—¡Es cierto! Ese día estuvimos muy cerca —blanqueé los ojos al escuchar al mismo idiota de siempre.

—Fuera de mi vista —dije echándolo casi a patadas—. Regresa a tu fortaleza, te recuerdo que te están esperando en la piscina.

La pequeña discusión poco a poco se estaba tornando en una pelea, y no en una cualquiera, sino en una pelea de amantes. No podía evitar sentirme celosa, me comía la cabeza pensando en que ambos dormían juntos, abrazados, susurrándose cosas y que él la besa de la misma forma en que lo hizo conmigo.

—No voy a irme, estamos discutiendo un tema importante. Además, por qué estás tan molesta.

—Cómo no voy a estarlo cuando vienes aquí a calentarme la oreja descaradamente, mientras tu novia está a unos metros de aquí.

—¿De qué hablas? ¿Cuál novia? —dijo cruzándose de brazos, levantando los hombros, riéndose con ironía.

—Estefanía, ella es tu novia, no lo niegues.

—¿Qué? ¿De dónde sacaste eso, florecita?

—¡Ella me lo acaba de decir, y no puedes negarlo porque yo te vi, te vi como la abrazaste y te encerraste con... esa! —exploté, no pude soportarlo más, estaba muy, muy celosa.

—Estás malinterpretando las cosas, ella no es mi novia.

—Eres un descarado, ¿de verdad vas a negar que te acuestas con ella? —dije dándome vueltas de un lado a otro, hasta que llegué nuevamente a mi silla.

Hansel miró hacia los obreros ocultando la risa, esa risa que tanto me molesta, ¿qué es lo que le parece tan gracioso?

—Sí, voy a negarlo porque eso sería incesto —aclaró apretando los labios conteniendo la burla.

Me quedé muda y tan blanca como el mirador, pero rápidamente recordé que es un mentiroso y que es capaz de defenderse como gato de espaldas. Hansel sin dejar de sonreír, se acercó lo suficiente para acorralarme contra la silla y se detuvo a una cercanía muy inapropiada.

—Las mujeres que están en mi casa son mi madre y mi hermana. Tu suegra y tu cuñada, mi amor.

—¡A quien llamas amor, patán!

—A ti, tarde o temprano vas a serlo.

—¡Ja! Sigue soñando con eso.

—No hace falta que lo sueñe, puedo ver lo celosa que estás. Te enojaste conmigo porque pensaste que traje a otra, pero para tu información no deseo a otra mujer, porque la mujer que deseo está parada justo en frente de mí.

Igual a la noche en el laberinto, me sujetó con fuerza e intentó besarme, pero esta vez no lo permití y lo único que obtuvo fue un saludo con mi mano. El sonido de mi palma y su cara rebotaron por mis oídos y Hansel volteó la cara por el golpe. Mis dedos estaban tatuados en su mejilla y con una lentitud aterradora giró el rostro con los ojos inyectados en peligro. Su mirada coqueta se ensombreció, pero no tenía miedo, al contrario, me sentía acalorada al tenerlo acorralándome contra la silla detrás de mis rodillas. Soltó una sonrisa malvada y me sujetó de la cintura obligándome a tomar asiento. Se sentó justo en frente, jaló la silla y me acercó a su cuerpo lo suficiente para compartir el mismo aire, mientras que con cada mirada me hacía sentir desnuda.

—Ese golpe te va a costar muy caro. Espero que estés dispuesta a pagar las consecuencias de tus acciones, florecita.


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