Capítulo 14: La princesa y el lacayo.
Love is slow motion - Ed Sheeran
Hansel
La remodelación de 2 habitaciones en 6 días fue un completo caos. El personal de la mansión se encargó de limpiar la casa de arriba abajo, mientras que con la ayuda de Jaime, me encargué personalmente de preparar la cama con las sábanas de seda fina que Alan había enviado. La suavidad de la seda ayuda a que la fricción del cabello sea menos invasiva, previniendo que el cabello se enrede o se dañe, manteniendo su suavidad y brillo. Con eso era más que suficiente para que el cabello lacio de mi hermanita se mantuviera perfecto.
Un día era un hombre soltero con el fetiche de mirar una melena negra todos los días, y al siguiente, era un decorador de interiores que convirtió una habitación que llevaba meses cerrada, al mundo rosa de Barbie. La habitación de mamá no fue gran trabajo, fue cosa de cambiar la ropa de cama a blanca y poner algunas plantas para que la hiciera sentir como en su casa.
Por lo general, mi madre se quedaba 1 o 2 meses, en donde hablábamos como loros los tres, pero lo que más me gustaba de nuestras juntas de cada año, era que mamá ventilaba todas las metidas de pata de Estefanía. Las adoraba a ambas y estaba encantado con la idea de verlas y pasar tiempo juntos como familia, pero su llegada repentina había cambiado mis planes de mirar por la ventana. Las conocía de sobra y sabía muy bien lo celosas que podrían llegar a ser, por esa misma razón, debía apresurar las cosas.
Hoy era el gran día y estaba más que preparado para lanzar toda la carne a la parrilla. Era mi última oportunidad para persuadir a Isabella, y sentía mucho romper nuestra promesa, pero no podía dejar pasar esta oportunidad. Si me le insinúo un par de veces podría caber la posibilidad, de que esta noche cediera a pasar una noche con el diablo.
En cuanto vi el Mercedes negro estacionarse, salí corriendo hacia la puerta a recibir mi encargo.
—Hola —dije mirando los perfectos ojos verdes que me fulminaban con la mirada.
—Hola idiota —respondió cruzando la puerta con una enorme caja de color crema en las manos—. No sé quién es la mujer que vas a llevar esta noche, pero espero que le guste, no desperdicié dos días y dos noches apasionados con mi esposa para que no le guste.
Emocionado le quité la caja de las manos y removí el listón dorado, encontrándome con la delicadeza hecha vestido. A simple vista ya podías ver la calidad fina de telas y estaba perfectamente empacado para no arrugarse, con un bordado negro que hacía destacar el rojo. Al tacto era suave y sonreí extasiado al ver la cantidad de pliegues rojos que iban por capa. Cada pliegue, cada detalle, reflejaba la dedicación que le habían puesto el señor y la señora De Villiers para crear esta belleza.
—Es perfecto —logré decir en un susurro.
—Por supuesto que lo es, mi Gabi es un genio para trabajar bajo presión. Para la próxima manda hacer tus encargos con anticipación, no dormimos por estar haciendo tu regalo.
—Lo tendré en mente para la próxima.
—Sigo esperando un "gracias" maldito cretino.
—¿De qué me sirve que mi mejor amigo y su esposa sean excelentes diseñadores de moda si no puedo aprovecharme de eso?
—No abuses de nuestra amistad.
—Prometo que no volveré a hacerlo.
—Ahora quiero saber una cosa, no puedo aguantar hasta la noche para verla con mis propios ojos —dijo sentándose en el sofá—. ¿Para quién es ese vestido?
Sin poder evitarlo sonreí, logrando que Daren captara de inmediato quién era la dueña del vestido.
—Desgraciado, siento que te amo.
—¿Por qué tanto amor?
—Gabriela apostó a que Isabella jamás te aceptaría una cita, pero yo te conozco muy bien y aunque todo esté en tu contra, eres capaz de hacerlo todo por obtener lo que quieres. Gracias a tu insistencia me hiciste ganar una rica cena.
—Me conoces muy bien querido amigo.
—También conozco a mi esposa, y por eso te advierto para que tengas cuidado. Si Gabi la ve sufrir por tu culpa, te va a despellejar vivo.
—Trataré de no hacerlo. Ahora vete, necesito ponerme bonito para la señorita.
—Que tengas suerte y reza para que no te golpeen esta noche.
❀
Estuve horas arreglándome, parecía una chica cambiándome el peinado, el traje, y decidiéndome por un perfume. Jamás me había esforzado tanto para una cita.
Por lo general mi presencia bastaba, pero Isabella tenía algo diferente. Siempre parecía ir un paso más adelante, analizando cada decisión como si fuera un acertijo, y por esa misma razón, sabía cómo darme en donde más me dolía. Era una mujer impresionante e inteligente, con estándares demasiado altos y debía cumplir al menos con el mínimo para que me diera algo de su atención. Por eso sentía la necesidad de verme perfecto.
—Por el amor de Dios, deja de mirarte al espejo y vete de una vez—dijo Jaime parado en la puerta con un delantal—. Te recuerdo que mañana llega tu madre y tengo cosas mucho más importantes que hacer que estar diciéndote si te ves bien o mal.
—No puedo irme todavía, faltan más de dos horas para que vaya a buscarla.
—¿Y de cuándo un par de horas te detiene?
—Sabes, tienes razón —dije dándome la vuelta—. Que tiene de malo que vaya a buscarla antes, ninguna ¿verdad? Además, tengo la excusa perfecta para llegar antes.
—¿El vestido? —asentí—. Espero que no te lo lance por la cabeza.
—Bueno Jaimito, me voy, y no me esperes porque de seguro esta noche no vuelvo.
Jaime se burló.
—Ay Hansel, te puedo asegurar que aquí estarás antes de las 03:00 am llorando.
—¡JA! Eso no pasará —contesté a su desafío tomando el regalo y salir.
La caja la cargaba bien asegurada en mis manos, y suspiré ansioso con la idea de verla lucir el vestido. Subí al auto ajustando el retrovisor y conduje a una velocidad prudente, para no parecer más impaciente de lo que ya estaba. Con cada kilómetro menos, las manos me sudaban sobre el volante y esperaba que ahora que estaba afuera de su casa, no me echara a patadas.
Al bajar del auto una vez más Isabella me sorprendió, pensé que al ser una mujer con una situación económica excelente, viviría en una mansión tan grande como un artista de Hollywood. Isabella era modesta, vivía en una casita ni muy grande ni muy pequeña y sin mayor riqueza a la vista. No podía decir lo mismo de su jardín, parecía sacado del mismo país de las maravillas.
Elegantemente, me puse las gafas sobre la cabeza, y abrí la puerta del copiloto para sacar el regalo. Por encima del hombro noté presencia femenina que me sonreía como un par de adolescentes hormonales. Las ignoré, no tenía tiempo para eso cuando había una belleza esperándome adentro.
Me acerqué hasta el timbre de la reja y antes de que intentara tocar, mi atención se desvió a la cabeza que se asomó detrás de una de las cortinas.
—Hansel Becker, llegas antes.
Sorprendido me giré hacia el citófono, pero lo que llamó mi atención, era que la voz coqueta que se escuchó no era la de Isabella.
—Ah, sí, eso parece —contesté presionando el botón, tratando de ver a la chismosa detrás de las cortinas—. Llegué antes porque necesito darle algo a Isabella, ¿puedo pasar?
El citófono se mantuvo en silencio por un minuto, lo que provocó que mis nervios aumentaran. ¿No pensaban dejarme afuera, o sí?
Resignado, me di la vuelta, no estaba en mis planes quedarme afuera como un perro abandonado. Pero, antes de sujetar la manilla del auto, el clic de la reja me obligó a darme la vuelta. Una mujer de una melena corta, canosa y delgada, estaba parada de brazos cruzados en la entrada con una sonrisa de oreja a oreja.
—No sabes el gusto que me da conocerte —dijo acercándose a la reja para abrir la puerta—. Pero no te quedes ahí, pasa.
Desconcertado con su actitud dudé un momento, pero finalmente lo hice. La casa era acogedora y todo olía como Isabella, su perfume estaba plasmado por todo el ambiente.
—Isabella, se está bañando —dijo la mujer ofreciéndome un vaso con jugo. Lo bebí de un solo sorbo, ¿cómo se le ocurre decirme esa información tan valiosa con lo caliente que estoy por ella?
Me senté sin esperar una invitación en el sillón en forma de L, tratando de recomponerme ante la información. Las imágenes mentales involuntariamente comenzaron a cruzarse por mi mente, causando un ligero entusiasmo en mi pantalón que me obligó a cubrirme con uno de los cojines.
Una bola peluda de color negro brincó sobre el cojín y me miraba de forma acusadora, meneando la cola de un lado a otro.
—Disculpa a Limón, está diciéndote que no hay espacio para otro macho aquí, es muy celoso con Isabella —dijo la mujer a mis espaldas.
Volví a mirar al felino con más atención, ahora entendía por qué dicen que todo se parece a su dueño. El gato era igual a ella, tenía los ojos azules y el pelaje tan negro como la alfombra en mis pies.
—Por cierto, me llamo Antonia, pero puedes decirme Toña.
—Encantado en conocerte.
Unos pasos acelerados se oyeron por el pasillo y automáticamente, giré hacia la dirección de donde venían.
—Toña en dónde está mi vest...
No tuvo oportunidad de terminar su frase, porque al verme, abrió los ojos de par en par. Su rostro sereno y tranquilo, se transformó en una mezcla de desconcierto, asombro, pero sobre todo enojo.
—¿Qué diablos haces aquí? —preguntó mirándome fijamente con las manos en la cintura. Estaba hipnotizado, no podía dejar de mirarla, no tenía maquillaje y solo traía puesta una toalla enroscada en los pechos que le llegaba hasta los muslos—. ¿Sabes que llegaste hora y media antes?
Mi miembro reaccionó casi de forma automática para jugar. Internamente me reprendí, este no era el momento para esto, recuerda las sabias palabras de Jaime. En la primera cita no es bueno el sexo, tengo que esperar, pero como tener paciencia, cuando está a tan solo unos pasos de mí, con una tela que no lograba cubrirle la piel suave y tersa de sus hombros.
—Gracias por la cálida bienvenida —descaradamente recorrí el cuerpo de Isabella con la mirada.
—Recuerda tu promesa —dijo sujetando con fuerza la toalla que le cubría el cuerpo.
—¿Sabías que no cuenta si cruzas los dedos?
Puedo ver como la rabia se le sube hasta las mejillas, provocando que lentamente se marquen dos arrugas en medio de las cejas. Estoy seguro de que si no estuviera casi desnuda, ya me habría matado.
—¡Traidor, prometiste que no harías nada! —me acusó apuntándome con el dedo, mientras que con la otra se aseguraba que la toalla se mantuviera en su lugar.
—Corrección, prometí que no haría nada que tú no quieras, todo depende de ti.
Con una sonrisa inocente me levanté del sillón avanzando hasta quedar frente a frente.
—Vete al diablo, maldito traidor —bramó casi echando espuma por la boca.
Sonreí satisfecho al ver que su piel se volvió granito al tenerme tan cerca. Ese sutil gesto en su cuerpo provocó que una chispa de esperanza se encendiera dentro de mí. Estaba nerviosa, podía verlo, y aquella tensión que se creaba cuando estábamos juntos me convencía de que no le era indiferente del todo.
—No te enojes —tomé la caja en el sillón y la ofrecí como ofrenda de paz—. No vine aquí de mala fe, te traje algo lindo.
Isabella me miró con desconfianza, pero su atención se desvió hacia Toña, como si algo en ella despertara una curiosidad más profunda. Isabella en frente de mí parpadeó con rapidez y noté un leve sonrojo. Le di un vistazo a la viejita, logrando captar el momento exacto en que formó un puño y con el dedo índice simulaba embestidas frenéticamente. Al ser descubierta dejó de hacerlo, pero ya era tarde para disimular que no le estaba haciendo señas depravadas a Isabella.
Me mordí la mejilla por dentro para no soltar la carcajada y volví a centrarme en lo que iba a decir.
—Debido al poco tiempo de mi invitación pensé que te haría falta esto, espero que te guste.
Isabella jaló el lazo y retiró la tapa, quedándose petrificada con la vista. Suavemente pasó sus dedos por la tela de satín recorriendo el bordado negro que rodeaba el escote. Sus ojos brillaban en emoción y se mantuvo en silencio, pero su ilusión se vio apagada por una profunda seriedad.
—No puedo aceptarlo —afirmó, regresando a su postura distante de siempre.
—Isabella, aunque sea una vez, deja de ser tan orgullosa y acepta el maldito vestido. Es solo eso, un vestido, no un acta de matrimonio —molesto, insistí. Ya estaba cansado de que siempre me llevara la contraria.
Isabella me observó de reojo buscando cualquier atisbo de mentira. No confiaba en mí ni siquiera un poquito, todo lo ponía en duda.
—Toña —desvió la mirada hasta ella, tomando el regalo—. Que no te engañe y vigílalo bien, es muy hábil para mentir.
—Ven conmigo hijo, ponte cómodo para que veamos una película.
A empujones me llevó hasta la sala en donde Limón me maldecía con cada mirada, odiaba que estuviera en su territorio. Me tumbé sobre el sillón como si fuera mi casa y tomé uno de los brownies que estaban en la mesa de centro. Toña entre risitas se sentó a mi lado y juntos comenzamos a ver Orgullo y Prejuicio. Había visto esta película con Estefanía y conocía el final, y siempre me daba coraje cuanto se tardó Lizzy en aceptar al señor Darcy.
—¿Cuándo cumples años? —preguntó Toña.
—¿Por qué quieres saber?
—Solo responde.
—El 7 de marzo.
—¡Eres piscis! —gritó dándome un susto—. Los piscis por lo general son gente muy enamoradiza y soñadora, mientras que los capricornios son más serios y distantes con la gente.
—¿Eso qué significa?
—Que ambos compensan lo que le falta al otro. Isabella es muy reservada y fría, y tú, eres todo lo contrario. Tienes todo lo que le falta a ella.
—¿Qué le falta? —pregunté cada vez más ansioso por saber.
—Algo por lo que esté dispuesta a dejar los límites que la amarran al suelo. Podría ser una pasión que la queme.
¿Qué la queme? Sonreí pensando en todas las posibilidades. Verla ceder ante todos los límites que pone entre los dos, enciende una chispa dentro y me saca una sonrisa traviesa. De tan solo pensar en la idea la excitación aumenta, pero me contengo mirando la película.
—Gracias, Toñita.
—De nada, querido Hansel.
Estuve tan inmerso pensando en cada palabra y en cada gesto que podría hacerla ceder, que no me di cuenta cuando los créditos aparecieron en la pantalla. La canción final me obligó a quitar los pies de la alfombra, y Limón enojado me dio un gruñido al rozarlo con el pie.
—Estoy lista.
Nunca en mi vida pensé que un simple vestido me dejaría tan desconcertado. Había dado en el clavo con las medidas, el vestido le había quedado como anillo al dedo. El rojo era su color, contrastaba el perfecto negro de su pelo, y el corsé le formaba una cintura de avispa. Su aura elegante ahora emanaba un aire de sensualidad, que cautivaba toda mi atención barriéndola con la vista incapaz de ver en otra dirección.
Me puse de pie y me sacudí las migajas de brownie, embobado ante su presencia.
—Bendita sea la cuna donde dormiste, mi lady —besé su mano haciendo una reverencia. La tenue sonrisa en Isabella fue suficiente para que mi pecho se hinchara enorgullecido por el leve avance.
—Vámonos de una vez o llegaremos tarde.
Tomó el borde de su vestido y a pasos lentos caminó hacia la salida, con sus rizos perfectamente armados hasta el auto. Detrás de ella la admiré sin decir nada por miedo a romper el encanto. Era como una princesa salida de un cuento y yo su fiel lacayo dispuesto a cumplir cada una de sus órdenes.
—¡Que les vaya bien, y usen protección! —gritó Toña despidiéndose con la mano desde la puerta.
Isabella al oír semejante burla, se puso tan roja como el vestido y por un segundo se volvieron uno.
Pensé que venir juntos rompería aquel muro que Isabella había impuesto desde que nos conocimos, pero mis suposiciones se vieron derrumbadas con tan solo 5 minutos de camino. Toda su atención estaba puesta en su teléfono y en ningún momento intentó decir algo. Esto solo me recordaba que el muro seguía intacto y que debería esforzarme mucho más si quería coronar esta noche.
El perfume dulce de Isabella emanaba por todo el auto, envolviéndome en una nota seductora que me hacía sentir como si estuviera atrapado en una nube embriagadora. Cada respiración que tomaba parecía impregnada de ese aroma, intensificándose con cada kilómetro. Mis manos sudorosas se apretaban en el volante, luchando por mantenerme enfocado, pero era difícil cuando cada pequeño movimiento suyo me desconcentraba, cada vez más cautivado por su presencia y por el perfume que me recordaba por qué seguía detrás de ella.
—¿Tienes novio Isabella? —sabía cuál era la respuesta, pero quería hacer conversación para pensar en otra cosa que no fuera el aroma de su cuello.
—Eso no es de tu incumbencia —dijo sin interés.
La llama del deseo que ardía en mi pecho poco a poco fue reemplazada por la rabia, no había día en que no me mandara al diablo. Pero estábamos hablando de Isabella, con ella todo era la excepción a la regla.
—Tampoco creo que lo tengas —mis palabras sonaron amargas, al igual que un trago de whisky quemándote por la garganta—. El hombre que tenga la valentía de casarse contigo tendrá que amarte de verdad, ese genio que cargas no lo soporta cualquiera.
—Por qué debería conformarme con un hombre que solo me quiere en los buenos momentos, la vida no es así de fácil.
Tenía razón, un hombre como yo que le gustaba lo fácil no podía entenderlo, incluso, me resultaba imposible querer a una persona por lo amarga, agria y molesta que podía ser.
No volví hablar, cada uno se mantuvo concentrado en su tarea, hasta que llegamos a una entrada cubierta de flores blancas. Un largo camino de piedras, árboles y antorchas nos recibieron, la mansión era de la época victoriana igual que la temática de la fiesta, y se podía ver a lo lejos a hombres con sombreros de copa y a las mujeres con sus pomposos vestidos.
Me detuve justo en la entrada y ambos bajamos del auto admirando el alrededor que parecía salido de una película. Le entregué las llaves del auto al valet y regresé con Isabella, que tenía una sonrisa tatuada en el rostro mirando la mansión.
—¿Lista? —pregunté extendiendo mi mano a Isabella.
—Sí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro