Capítulo 13: ¡Alarma número tres!
Money - Lisa
Hansel
Las luces del ascensor se veían más interesantes que llegar a mi cita, no tenía ganas de estar aquí y escuchar la misma cantaleta de siempre. "Es tu deber", "Eres el mayor", "Acepta tus responsabilidades", eran unas de las pocas frases que escuchaba cada vez que venía a la empresa, y hoy, no estaba de humor para escuchar quejas. Veía a mi padre muy pocas veces y casi siempre era para lo mismo, una charla motivacional de por qué debo heredar la empresa familiar.
Eso no es lo mío, odio estar encerrado, mucho más en un edificio con una docena de empleados a mi alrededor preguntando hasta como tienen que respirar. Me gusta la paz y tranquilidad de mi casa, dormir hasta la hora que quiera y tomar descansos cada vez que se me pegue la gana. Al ser mi propio jefe no había quién me diera órdenes, y adquiero mucho más dinero del que podría ganar sentado en el escritorio de mi padre.
Las investigaciones que acepto no son nada fáciles, y en algún punto se enredan, pero de alguna manera termino dando en el clavo, encontrando los trapos sucios. Mis casos favoritos son los de infidelidad, son divertidos, y nunca me sorprende con quién se cometió el adulterio. El infiel siempre cometía el acto con alguien cercano a la familia, o con un "Amigo", y era muy divertido ver la forma tan descarada de operar del acusado. Ni yo me atrevía a tanto.
En conclusión, amo mi trabajo. Hay algo en la constante búsqueda de pistas, algo que me empuja hacia adelante y me llena de curiosidad. No pretendo ser un héroe, salvador, o un líder de la justicia, solo soy un hombre en busca de saciar la sed de curiosidad siguiendo mis instintos. Cada caso es importante y en cada uno adquiero la necesidad de saber más, hasta llegar al punto en donde encuentro esa sensación de satisfacción al encajar todas las piezas. Tampoco voy por ahí jugando al detective, no, solo soy un chismoso que le gusta recibir una buena recompensa por las primicias.
El ascensor se abrió y lo primero que vi fue a la secretaria de mi padre a punto de llorar. Llevaba más de 15 años trabajando con mi padre y hasta ahora, jamás ha tenido felicitaciones de parte de él. Emilia siempre parece estar a punto de explotar de estrés, y mi padre es un maldito que no le daba ni un solo día para descansar.
—Hansel, tu padre te está esperando —dijo Emilia masajeándose la cien, derrotada en el escritorio.
—¿Está de buen humor?
—Sabes mejor que nadie que eso nunca es así.
—Lo sé —dije entregándole una barra de chocolate—. Come un poco de azúcar, necesitas un poco de alegría.
—Muchas gracias.
—De nada, nos conocemos desde que tengo seis años, es lo mínimo que puedo hacer por ti luego de soportar a ese hombre.
—Ojalá tu padre fuera un poquito como tú.
—El día que pase eso, se acabará el mundo. Nació amargado, creció amargado, envejeció amargado y morirá así.
—No por favor, no mates mis esperanzas. Ahora entra, hace un rato salió tu padre preguntando si ya habías llegado.
Sin decir nada avancé hasta la oficina de mi padre entrando sin tocar. Él estaba sentado, con las manos cruzadas sobre el escritorio mirándome con el ceño fruncido. Me había citado a las 11:00 am y había llegado con una hora y media de retraso.
—Llegas tarde —dijo enderezándose en la silla, metiéndose un puro en la boca y encenderlo.
Podría haberme defendido de su acusación, me había llamado esta mañana exigiendo verme, obligándome a cancelar mis planes de mirar a Isabella toda la mañana por darle preferencia. Debía sentirse agradecido de que haya venido, pero ahí estaba, con el ceño fruncido fumándose un puro, esperando a que dijera cualquier cosa para aplastarme.
—¿Cuándo vas a madurar? —preguntó mirando el puro, como si el humo emanando de él le diera las respuestas a todo.
—Lo siento —dos palabras para dar zanjado el asunto de la regañada y hablara de una vez, quería regresar lo antes posible.
Ya no gastaba energía en discutir con él, de todos modos, jamás entendía razones que no fueran las suyas. Además, la relación padre e hijo había sido distante y fría desde que tengo memoria. Nunca comprendí por qué era de esa manera conmigo, cada vez que me miraba, no había ni una pisca de cariño y solo se limitaba a regañarme. No tengo ni un solo recuerdo de pequeño en donde levantara un auto para jugar, patear la pelota en un parque o que me diera una caricia. No cumplió un rol de padre, sino el de un hombre déspota que no estaba presente en los momentos importantes, y que me obligaba a cumplir con sus exigencias estuviera o no de acuerdo.
Con el paso de los años la única compañía que tenía Alan era la empresa y la gente que trabaja ahí. El desdén con el que trataba al resto lo llevó a quedarse solo, alejando hasta a su familia. Mi madre soportó todo mientras yo vivía ahí, pero una vez tuve la solvencia económica para irme por mi cuenta, lo dejó. Fue lo mejor, ya no se soportaban, no podían respirar el mismo aire sin pelear. Seguían en contacto por Estefanía, era la menor y su niña adorada, y solo hacía falta que papá la llamara diciendo "Hijita, te extraño", y ella tomaba el primer avión para venir.
—Supongo que ya sabes que tu madre llegará la próxima semana.
—¡Qué! —un sudor frío me corrió la espalda con la noticia—. ¡Por qué diablos no me avisa, la esperaba dentro de dos meses, no ahora!
Esto cambiaba totalmente los planes, la casa no estaba preparada para recibirlas y mucho menos el personal. El jardín se veía bastante bien para ir a mitad de trabajo, pero la idea inicial era que llegaran cuando el jardín no fuera un desfile de hombres rudos cargando sacos de tierra. Eso era demasiada masculinidad para mi hermanita de veintidós años, que de seguro estará desde temprano pegada en los ventanales de la sala, viendo como sudan bajo el sol.
—Ya sabes cómo es Anastasia, cambia de idea cada cinco minutos y no hay quien la entienda —dijo moviendo la mano en el aire, como si no le importara en lo absoluto la llegada de mi madre—. Ahora escúchame, sabes que no te llamé para hablar de tu madre.
Tomé aliento profundo y blanqueé los ojos. Aquí vamos de nuevo, estoy cansado de discutir cada vez que nos vemos. Siempre es lo mismo, la respuesta la conoce desde hace años, no va a cambiar ahora, y lo peor es que está tratando de obligarme a hacer algo que no quiero. Lo que él no sabe, es que ya no soy el mismo que vivía con él, no puede moldearme a su antojo e imponer sus exigencias.
—Ya es hora de que madures y pongas los pies sobre la tierra, vas a cumplir treinta y cinco años y aún tienes actitudes de un veinteañero —aclaró apagando el puro en el cenicero—. Voy a jubilarme al final de este año y debes tomar las riendas de la empresa, eres el hijo mayor, tienes la responsabilidad de seguir el legado familiar y hacerlo prosperar.
—Ya sabes la respuesta, no insistas —me levanté de la silla giratoria y sin decir una palabra más caminé hacia la salida.
—¡A donde crees que vas muchachito insolente! —gritó al verme tan decidido a irme—. ¡Juro que si cruzas esa puerta te desheredaré y se lo dejaré todo a tu hermana!
Al escuchar lo último me detuve para que creyera que con eso había logrado convencerme, y me mantuve inmóvil en mi lugar.
—Alan, por mí, puedes dejárselo todo, no me interesa ni un solo peso de tu dinero —dije sonriendo de oreja a oreja, retomando el paso hacia la salida.
—¡Hansel, espera! —gritó persiguiéndome furioso.
—Adiós Emilia, nos vemos —dije pasando como un rayo por el lado de su escritorio.
Me subí al ascensor apretando el botón del nivel menos 2 para llegar hasta los estacionamientos, mientras que papá seguía detrás de mí, fulminándome con la mirada. No tuvo oportunidad de seguir sermoneándome, porque antes de que lograra alcanzar el ascensor, la puerta se cerró en su cara.
❀
Antes de irme a casa pasé por un centro comercial a comprar una docena de velas aromáticas de vainilla con canela, bombas de burbujas, sales de baño con olor a vainilla y todas las tonterías con olor a vainilla que le gustan a Estefanía. Era mi hermanita, la luz de mis ojos y la única mujer con la capacidad de manipularme a su antojo con dos miraditas. La tenía demasiado consentida y ese fue uno de mis grandes errores como hermano mayor, y mi madre no se quedaba atrás, esa mujer me daba escalofríos, tenía una capacidad de manipulación casi a mi nivel.
Sin perder tiempo en ninguna tienda más, regresé a la casa cargado de bolsas y estacioné al lado del auto de Isabella. No tuve tiempo para buscarla con la mirada o ir a fastidiarla, tenía muchas cosas que hacer y poco tiempo. Ellas llegaban la próxima semana y debía poner a todos en alerta máxima.
—¡Jaime! ¡Esto es grave! ¡Jaime! —grité desde la puerta de la casa, corriendo hacia el sofá para dejar algunas bolsas.
El mencionado se asomó con un delantal de cocina y un bol de vidrio en las manos, despreocupado. Me acerqué eufórico, no podía calmarme al saber que todo estaba patas arriba y no había nada preparado para la llegada de mamá y Estefanía.
—¡Da el aviso de emergencia!
Sin darle importancia a mis gritos urgentes, Jaime se mantuvo estoico batiendo la mezcla, sin siquiera rechistar.
—Sé más específico —dijo con aburrimiento sin dejar de batir el bol—. ¿Cuál de todas?
Al estar siempre metido en algún drama de faldas, Jaime había preparado al personal para dar avisos de emergencia de última hora. La alarma 1, significa: una nena encontró la guarida y necesito que me escondan. Alarma 2: algún marido furioso me busca en la entrada. Y la última y la más importante de todas, alarma 3: el diablo y su secuaz vienen en camino y necesitamos comenzar con el desfile de color rosa y olor a vainilla por la casa, ¡pero ya!
—¡3 con un demonio, 3! ¡Llegan la próxima semana!
—¡Mierda! ¡No qué llegaban en febrero! —dijo Jaime entendiendo mi euforia. Con la noticia se le desfiguró el rostro.
Teníamos 4 días para convertir toda la casa en una mansión de lujo, y hacer que pareciera como si fuéramos a recibir a la mismísima realeza. Jaime de seguro pondrá a todo el servicio en alerta, deben estar preparadas para atender a mi berrinchuda hermana y todos los caprichos que de seguro querrá.
Mientras sacaba el resto de las bolsas del maletero de reojo vi a Isabella. Ahora que lo pensaba, mi madre nunca en su vida había visto una mujer en mi casa. Si la veía aquí pensaría que me acuesto con ella, cosa que quería, pero aún no corría con esa suerte, o quizás crea que es mi novia. La palabra me recorrió el cuerpo en un escalofrío, hace mucho tiempo que no entablaba algo serio con alguien. La idea de tener a una compañera con la cual compartir era algo a lo que le temía, de seguro en algún punto todo se vuelve monótono y terminaría aburriéndome. No, no quería terminar como mis padres que con suerte toleran verse una o dos veces al año. Sin contar que mi miedo al compromiso sigue latente, no quería confiar en alguien y luego equivocarme.
Cerré el maletero con fuerza alejando la idea de una relación seria de mi mente. Lo último que necesito es a una mujer mandona, gruñona y que siempre me lleve la contra, es estresante, pero cada vez que veo a Isabella sonreír termino mirándola con ojos de bobo enamora...
¡No! Basta, concéntrate, solo quieres acostarte con ella y nada más.
Con una ola de escalofríos, entré en la casa de regreso para ayudar a Jaime a preparar las habitaciones de mi madre y mi hermana. A Estefanía le gusta el rosa, por esa misma razón, todo debe ser de ese color y el ambiente debe oler a vainilla. Mi madre es menos complicada y le dan igual los detalles, se adapta con facilidad, pero sé muy bien que le gusta la ropa de cama blanca y que la luz del sol la despierte cada mañana.
—Invitaste a la paisajista a la fiesta de compromiso o ¿te faltaron huevos? —pregunta Jaime mirándome con burla.
—Si lo hice.
—¿Y aceptó tan fácil?
—Por supuesto que no, ya la conoces y sabes que no disfruta pasar tanto tiempo a mi lado. Al principio se negó, pero finalmente aceptó luego de que prometiera que no haría nada que ella no quisiera.
Jaime soltó una carcajada contagiosa, no podía parar e inevitablemente comencé a reírme con él. Sabía muy bien que no cumpliría mi promesa, y estaría esperando el momento perfecto para llevarla a algún rincón de la fiesta.
—Deberías darle algo que de verdad le guste, quizás así no se enoje tanto cuando te la lleves a darle cariñito.
—Me gusta la idea.
—¿Y qué planeas darle?
—Algo que sé que le gustará.
La invitación era el próximo miércoles en la tarde, no tendría tiempo para conseguir lo necesario para sus generosas proporciones. Un gesto tan atento no era malo, al contrario, era considerado de mi parte pensar en algo tan importante para ella.
Decidido.
Le daría un regalo tan maravilloso que estoy seguro de que no podrá rechazarlo, pero para eso necesito unas manos hábiles y una vista aguda que logre confeccionar lo que tengo pensado. Conozco a dos personas capaces y talentosas que sin problema armarían la vestimenta perfecta para la ocasión.
Con el teléfono en la mano, miré la pantalla buscando el nombre de contacto "Muñequita". El tono suena un par de veces y nervioso camino de un lado a otro, a la espera de que atienda la llamada. Con cada segundo que tarda en responder, me desilusiono un poco, tal vez está ocupado o no está con el teléfono a la mano. Pero justo en el momento en que pienso que no tomará la llamada, escucho su voz.
—Hola, cosita más linda —dije con tono meloso, logrando que una risita coqueta se escuchara del otro lado del teléfono—. Necesito tus manos y las de tu querida esposa, solo ustedes pueden ayudarme.
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