Algún 24 de agosto
24 de febrero, casa de mis padres.
JACQUELYN:
Te conocí hace, aproximadamente, seis años, y nada me impresionó más que tu carácter e ímpetud a la hora de hacer las cosas. La primera vez que te vi fue en aquel instituto para riquillos, y eras la mejor alumna del año, mi mejor alumna.
Me enseñaste que no se trata de cúanto tiempo tenemos, sino del uso que le damos a él y las personas a quienes se lo dedicamos. Tu juventud llenó mi vida de aguaceros y días soleados; pero cuando te perdí te llevaste todo, dejándome un vacío enorme que no podré llenar jamás, porque eras esa rubia de ojos azules que consideraba maravilloso cada uno de los defectos de este pleneta.
Debías haberme permitido partir contigo, estar solo hoy, duele...
Me enamoré de ti como de nadie más, me hiciste amar cada segundo de mi existencia a tu lado, me hiciste entender que es posible lograr nuestros sueños a pesar de que el mundo esté en contra; y no lo diré porque sabes que te extraño demasiado, pero añoro todas tus buenas noches y buenos días, los cafés en plena madrugada y tus vestidos cortos en invierno.
Lo nuestro era el típico amor imposible, ¿quién ha visto a un maestro enamorarse de su alumna?. Pero pasó, pasó tan rápido que hoy me arrepiento de haber estado dos años alejado de ti, me arrepiento de no haberte dicho lo suficiente que te quería, aunque estuvieras seguro de ello.
Adios Jacquelyn, pero no para siempre, de aquí a algunos años el destino cruzará nuevamente nuestras vidas, y si antes temía a la muerte se puede decir que ahora la amo y deseo que me absolva cuanto antes para volver a ver tu rostro.
Ahora te pido permiso para cumplir lo que juntos no pudimos, para realizar ese viaje a Alaska, para ir a Londres y tomar el té de las cinco. Para querer a otra persona y tener hijos, para seguir viviendo Señorita Gibson (detestabas que te llamara así, ¿recuerdas?). Permiteme volver a ser feliz, por tí, por nosotros.
Te amo, ahora y siempre...
Siempre tuyo,
Max.
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