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Capítulo Tres.

Caigo en la mullida alfombra, mirando al techo, temblando con la debilidad propia que me deja el éxtasis del que se ha apoderado de mi cuerpo.

Es casi absurda la manera en que mi subconsciente ha jugado con los pocos recuerdos de Ares, tomándolos de mi mente y transfigurándolos con los deseos que quedaron resonando en mi mente minutos atrás. Es como si él mismo me hubiera estado tocando, como si fueran sus manos las que asaltaron mi interior. Pero no, no es así, ¡y cuánto lo lamento!

Llevo las manos a mi rostro sintiendo que la sangre acumulada en mi entrepierna ahora se encuentra concentrada en mis mejillas. La vergüenza me embarga. Es increíble cómo un total desconocido ha provocado todo esto en mí, y es que Ares no es como cualquier otro hombre. Él, él es..., intenso.

Me levanto como puedo, cojo el móvil y camino hasta mi cama para tumbarme. Me siento exhausta y necesito descansar.

...

Me sobresalto y abro los ojos de golpe, me siento aturdida y tengo el cuerpo entumecido. Lo primero que hago es tomar mi móvil de la mesa de noche, observo la hora, las 4:30 de la madrugada, respiro profundamente, en parte aliviada de que no falte demasiado para que el sol empiece a aparecer, no tengo intenciones de volver a dormir.

Me vuelvo, estiro mis brazos y piernas agarrotadas por la posición tan poco cómoda en la que me he dormido, miro al techo y casi sin darme cuenta repaso mi labio inferior con la lengua, segura de que las marcas que me ha dejado Ares siguen ahí. Presiono nuevamente en el mismo lugar donde lo hizo él, sintiendo el dolor, aunque no tan fuerte como esperaba, ni tampoco con las sensaciones que deseaba.

Me acerco hacia el borde de la cama y hago ademán de levantarme. Me dirijo al cuarto de baño. Al entrar me apresuro a abrir el grifo del agua tibia para llenar la bañera, arrimo hacia la misma algunos botes de jabón y esencias.

Mientras me muevo, decido que quiero escuchar música para relajarme, conecto el móvil a un sistema de audio; complacida sonrío y lo dejo sonando en modo aleatorio.

Quasi una fantasía...

Los acordes se filtran en mis oídos y pareciera que acarician mi alma; es perfecta para lo que quiero.

Me sumerjo en el agua.

Dejo en blanco mi mente y me permito relajarme mientras escucho el suave y celestial sonido de aquella pieza.

...

Estoy en medio de la corrección de una historia. Es buena, pero no me atrapa. Tal vez sea la trama, tal vez sea yo o tal vez sea el simple hecho de que ese hombre no ha dejado de invadir mi mente a su antojo.

Trato de concentrarme, juro que lo hago, pero a medida que pasan los minutos —que a mí se me hacen eternos—, me exaspero al no ser dueña de mis pensamientos por culpa de aquel caballero al que solo he visto una vez.

Decido salir de mi oficina, que por tanto tiempo ha sido mi escondite del mundo, mi fuerte, mi refugio, pero que en estos momentos la siento como una cárcel. Aquí he sido feliz, he hecho cuanto estuvo en mis manos para cumplir mi sueño y sacar a flote mi propia editorial. Las letras entrelazadas siempre han sido mucho más que solo eso para mí, son un mundo ajeno a este, un mundo donde reina la magia y todo lo que uno pudiese desear; pero siento que me he perdido de mucho mientras estuve aquí, encerrada, trabajando de sol a sol para verla en lo alto de Alemania e internacionalmente.

No me arrepiento de nada, jamás lo haría, pero hoy siento que pude haber hecho mucho más que sacar la editorial a flote. Siento... siento que se me olvidó vivir.

Estoy dispuesta a recuperar al menos parte del tiempo en el que olvidé que soy joven. Tengo veintisiete años y he estado comportándome como alguien de cincuenta; hasta me han llegado rumores —por parte de Heidy, obviamente— de que uno de mis sobrenombres en la editorial es "cascarrabias". No culpo a quien me lo haya atribuido, pues hasta yo tengo ese concepto de mí misma.

Ha llegado el momento de vivir, basta ya de dejar pasar la vida frente a mis ojos como si esta fuese eterna e inagotable; la vida se me ha escapado como agua entre las manos, producto de haberme encerrado en mi propio mundo. Es momento de tomar las riendas como una mujer de mi edad, disfrutar a tope y tratar de cosechar, por lo menos, unos pocos recuerdos bellos que me acompañen en mis noches de soledad.

Apago el ordenador, me levanto del sillón y me alejo de mi escritorio para ver a través de la pared de cristal que tengo detrás; observo el tráfico, la gente caminando presurosa, cada uno en su propio mundo, tal como he vivido yo.

Decidida, doy un paso atrás, me recoloco la falda y desabrocho los tres primeros botones de mi camisa mostrando el nacimiento de mis senos. Camino al tocador privado que se encuentra en mi oficina y observo mi reflejo.

Miro a la mujer en el espejo, esa mujer merece vivir, yo lo merezco, yo lo necesito... Retiro las horquillas que sujetan mi melena rojiza en lo alto de mi cabeza, me deshago de ellos, me agacho y revuelvo mi cabello hasta dejarlo alborotado. Vuelvo a fijar la vista en el espejo y me gusta lo que veo.

El delineado negro traza mis ojos y el rojo carmesí de la sangre adorna mis labios.

Sonrío para mis adentros al notar que, mientras abandono el edificio que guarda la editorial, llegan a mis oídos murmullos, susurros, jadeos y gritos ahogados. Esa es buena señal, sé que lo he logrado.

Salgo a la calle con la intención de devorarme al mundo. Ahora soy la ama y señora de mi vida. Ha renacido una nueva Eridan.


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