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Capítulo Seis.

Después de mucho pensarlo, decido ir. Soy una mujer adulta y libre, y no tengo nada que perder o temer; iré para satisfacer mi curiosidad y me marcharé si en algún momento me siento incómoda.

Una parte de mí, mi yo primitiva, se siente muy emocionada. Es esa parte que he intentado reprimir desde hace mucho tiempo y que permanecía dormida hasta ahora que Ares apareció en mi vida —o yo aparecí en su club una noche de lluvia—, y después hui.

Voy al servicio para lavar mis manos y aprovecho para refrescar mi rostro. Observo mi reflejo en el espejo y sacudo la cabeza, tratando de poner en orden mis pensamientos.

Está claro que iré, pero lo que no tengo claro es el motivo, sin contar la carta de Ares.

El resto del día pasa increíblemente rápido, probablemente debido a que me encuentro en todo momento perdida en mis pensamientos. Estoy agotada y necesito llegar a casa para descansar, «y revisar el correo que te ha enviado», se mofa mi subconsciente.

—Que tengas un buen fin de semana —le digo a Heidy, a modo de despedida, deteniéndome frente a su escritorio. Le sonrío.

—Gracias, Eri, igual para ti. Descansa y luego ve a divertirte. Ha sido una semana llena de trabajo. —Asiento.

—Ciao, querida, nos vemos.

Me marcho en dirección al ascensor y me meto.

Después de un pesado trayecto lleno de tráfico, al llegar a casa tomo mi bolso y la caja de pizza que compré por el camino, y subo para internarme en la comodidad de mi hogar, donde dejo las cosas sobre el sillón para devorar mi cena.

Recuerdo el correo de Ares y me dispongo a leerlo.

Al parecer, se trata de una fiesta común entre ellos, donde recuerdan que la etiqueta de vestimenta es en colores negros o blancos, y que en la entrada del club se entregarán antifaces. Eso supone un gran alivio para mí, porque nadie verá mi rostro completamente.

Mis pensamientos vuelven a estar perdidos entre el blanco y negro de la fiesta, y no tardo en quedarme dormida.

...

Mis dedos golpean ansiosos el escritorio que tengo en mi hogar, mientras intento leer el borrador de uno de mis clientes. He decidido hacer home office hoy, pero todo lo que puedo pensar es en cómo las horas han corrido desde que abrí los ojos, y en cómo, con cada minuto que pasa, mi cuerpo se pone más en alerta.

Desperté de buen ánimo, con la idea de que hoy sería un día crucial. He salido a correr —como vengo haciéndolo cada vez que estoy ansiosa—, he pasado a comprarme un café y después me dediqué a recorrer tiendas en busca de un vestido presentable para esta noche.

Miro el reloj y nuevamente me sorprendo de lo rápido que —al parecer— trabajan hoy sus manecillas. Tengo exactamente cuatro horas para vestirme y llegar puntual, como pidió Ares, así que decido ponerme en marcha de una vez y, sin perder el tiempo, voy a la ducha a refrescarme y buscar un momento de paz.

Después del inútil intento de relajarme con ese baño, me enfrento nuevamente a otro dilema: ¿es apropiado el vestido que elegí? ¿Y la ropa interior?, es decir, ¿cómo quiero lucir? ¿Impresionante?, ¿seductora?, ¿sencilla?

No puedo creer que la palabra seductora se haya colado en esa lista.

Apenas lo conozco y, por mucho que me sienta... atraída, debemos mantener la línea, al menos yo, porque él parece llevar muy bien eso de cruzarla.

Termino en un debate sobre la ropa interior. Después de todo, no creo que sea relevante, pero necesito sentirme segura de mí misma y, por sobre todo, cómoda. Al final opto por unas diminutas bragas negras, una larga falda del mismo color que cae suelta hasta mis pies, pero con una abertura en el lateral que deja al descubierto una de mis piernas, y la combino con una blusa de seda —también negra—, sin mangas, la cual alcanza mi cuello con una suave línea de escote sobre mis pechos la cual deja parte de mi vientre al descubierto.

Me invade un cosquilleo al notar que mi atuendo me da el aire seductor que yo deseaba. Solo falta un toque de color y listo. Esos zapatos rojos de tacón son los ideales. Me excita un poco la idea de "romper" el protocolo del blanco y negro.

Por último, me maquillo apenas, peino mi cabello intentando arreglarlo de alguna manera distinta, así que, después de probar varias opciones, decido hacerme una trenza desaliñada a un costado dejando algunos mechones rojos sueltos.

Cuando me siento satisfecha con el reflejo que me devuelve el espejo, noto que son las diez de la noche. Tengo varios minutos a mi favor para llegar un poco antes inclusive, pero de repente me entra un ataque de risa por los nervios.

¿Y qué si llego tarde?

Aquel pensamiento, que bordea lo travieso, se pasea por mi mente «¿quiero provocarlo?». No sé a qué se refiere con que no tolera la impuntualidad. ¿Se supone que eso debe importarme? Sin embargo, no encuentro motivos para hacerlo, no me apetece provocarlo, no vale la pena. Por ahora prefiero dar una buena impresión.

Tomo mi abrigo y echo un último vistazo al espejo cuando termino de ponerme un labial carmesí. Estoy satisfecha con lo que veo en el reflejo.

...

Llego al lugar pactado, estaciono cerca de la entrada y un valet se lleva mi coche a algún lado. Miro el reloj, son las 22:55 horas. Justo a tiempo. Trato de analizar cómo me siento, pero... nada, estoy total y absolutamente en blanco. A mi parecer, en el momento en que he puesto un pie fuera de mi departamento, mi mente entró en una especie de letargo.

Entro al club y esta vez hay un par de grandes gorilas al otro lado del portal, uno me impide el paso y me pide mi invitación.

—Soy Eridan Rossemberg —me anuncio, tal como Ares me dijo que lo hiciera.

—Por aquí, señorita Rossemberg, el Maestro la está esperando —saluda Klara, quien va llegando junto a nosotros, pareciera estarme esperando.

Me entrega un precioso antifaz adornado con diamantes y pedrería plateada. Lo observo admirada antes de ponérmelo y la sigo.

Caminamos hasta el amplio salón donde estuve la primera ocasión que vine aquí, solo que esta vez las mesas han sido retiradas en su totalidad y en su lugar se han colocado barras. Es un mar de blanco y negro.

A diferencia de nuestro primer encuentro, Klara me trata de una manera muy diferente y no dudo que sea por la intervención de Ares; me lleva hasta el ascensor, presiona el número siete y este sube con una rapidez desorbitante.

—Esta es la sala de los Maestros —me comenta—. Hasta aquí la acompaño. No tengo permitido entrar. Disfrute su estancia. —Es lo último que dice antes de marcharse.

Las paredes rojas y la tenue iluminación le dan un aire lúgubre, privado y retorcidamente encantador al lugar. Afuera es todo vibrante, pero aquí dentro es un mundo totalmente diferente.

Observo el lugar a detalle hasta que lo localizo. Su cabello es lo primero que llama mi atención... ¡perfecto! Su antifaz —completamente negro— hace que su mirada destaque aún más y la vuelve sexualmente cautivadora. Sigo bajando la mirada, deteniéndome en su barba; supongo que debe llevar ahí unos tres días. La imagino rasposa y daría lo que fuera por acariciarla.

Lleva puesto un traje absolutamente oscuro, como era de esperarse, como lo exigía el protocolo.

El negro definitivamente es su color.

Levanto la vista a medida que nos acercamos. Su mirada está sobre mí y, al sentir su intensidad, me detengo. Lo hago a unos metros, dándole oportunidad para que me observe. Noto un brillo en sus ojos al escanearme. Con ese simple gesto siento el impulso de continuar hacia él.

—Señorita Rossemberg.

Su voz y la manera de pronunciar mi apellido hacen que me suden las manos; suena calmado, sosegado, todo lo contrario a lo que él me hace sentir.

—Veo que ha decidido venir —afirma, como si le generase una real satisfacción. Sus ojos mantienen ese brillo prometedor y sugerente al pronunciar esas palabras—. No puedo negar lo mucho que me alegra tenerla nuevamente aquí.

Un esbozo de sonrisa aparece en sus labios, lo hace lucir perverso y... absolutamente seductor.

—Buenas noches, Señor. —Remarco la última palabra sutil pero sugerente. En una especie de broma privada.

Sonríe ladinamente y da un paso más cerca de mí y acaricia mi brazo, mis vellos se erizan y doy un respingo cuando siento la presión de sus dedos contra mi piel.

—El negro —pronuncia mirándome— realza el color tu piel, hace que se vea tan suave, tan blanca.

Trago el nudo de emociones que intenta pasar por mi garganta

—Así como también el rojo.

Noto que mira mis zapatos y luego se fija en ese trozo de piel donde sus dedos han hecho presión y mi piel se ve enrojecida. Siento un cosquilleo en las tripas.

Lo miro y puedo percibir el brillo perverso cerniéndose en sus ojos.

—Ven —me lleva de la mano hasta una mesa algo alejada de las demás—, toma asiento. —¿Pide u ordena? No sé, pero obedezco.

Miro alrededor y me doy cuenta de que somos el centro de atención de todos los presentes en el gran salón. Me tenso al recordar lo que Klara me dijo: todos aquí son Maestros. Y trato de entender por qué Ares ha pedido verme en este lugar, pero guardo silencio esperando a él que me diga algo.

—Eridan...

Levanto la vista de inmediato. Probablemente lo que va a decirme requiere un cara a cara, aunque mi rápida reacción se debe, más que nada, al placer de escucharle pronunciar mi nombre.

—Supongo que tienes preguntas, en especial por qué te cité aquí, ¿no es así? —Asiento en respuesta, ya que se me está haciendo costumbre el quedarme muda ante su presencia—. ¿No te haces una idea? —Me mira con esos ojos cargados de secretos—. Apenas cruzamos tres palabras y estás nuevamente en este lugar después de escapar aquel día —señala con sarcasmo, cambiando su actitud.

Espero a que termine de hablar, porque deduzco que aún tiene algo que decir.

—¿Huyes siempre? —insiste, escrutándome.

Su pregunta me indigna.

—¡No! —respondo tajante y en tono grosero. Él parece notarlo, porque enarca una ceja—. No sé por qué estoy aquí. Solo vine porque usted me invitó, pero... si ahora le molesta mi presencia, puedo marcharme —añado.

Con cada palabra, la exasperación crece en mí, aunque debo reconocer que lo último que deseo es marcharme. Estoy aquí por mi curiosidad, por la excitación que esto genera en mí, y porque espero que él confirme eso que... estoy deseando experimentar.

—Nuevamente estás tratando de huir —me reclama, acompañado de una intensa mirada—. No lo digo por molestarte, pero...

—Pero... ¿qué? —Quiero saber, porque la intriga crece con cada segundo que pasa.

—Estoy tratando de decirte que ese no es el modo correcto de actuar de una persona adulta —se explica. Asiento, sopesando sus palabras. Tiene algo de razón—. Confieso que si no hubieses venido hoy estaría completamente decepcionado de ti. —Lo observo con curiosidad—. Hasta creería que he perdido mi toque. —Se relame los labios de una manera muy sensual—. Pero aquí estás y me complace mucho, como el hecho de que llegases a tiempo.

De nuevo esa sonrisa torcida.

—Señorita Rossemberg... Eridan... —pronuncia estudiando mi reacción—. Debo escoger uno. —Sonríe con malicia—. Para que vayamos entrando en confianza, será solo Eridan. Aclaro que me gustan los formalismos. Para mí serás Eridan, pero tú te debes dirigir a mí con respeto ¿de acuerdo?

Trago grueso. Hay algo especial en la forma en que pregunta y la intensidad con la que espera una respuesta. Todo esto es nuevo e intrigante para mí.

¿Respeto?

Asiento.

—Bien —continúa—. Te he observado toda esta semana. He estudiado cada movimiento tuyo, cada paso, cada palabra. —Mi corazón late fuerte, mis manos sudan. Me ha estado siguiendo y eso me intimida. Su tono de voz es serio—. Lo que vi en ti... lo quiero — sentencia—. ¿Tienes idea de lo que quiero decir?

Enmudezco ante sus palabras.

—¿Quieres esto, Eridan?

Y ahí está la verdadera pregunta de esta noche, la que ha estado rondando mi cabeza desde que recibí esa invitación. ¿Lo quiero? Pero, sobre todo, ¿qué es exactamente eso que me está proponiendo? Estamos hablando de un tema sin siquiera haberlo expuesto a fondo. Claro que entiendo a lo que se refiere, la oscuridad implícita en sus palabras. Sé qué es este lugar y lo que aquí se hace, pero no sé qué es exactamente lo que él desea de mí o cuáles son las condiciones, porque nada ha sido dicho directamente.

—No tienes que responderme ahora. —Sus ojos brillan de nuevo, cargados de promesas—. Soy un caballero, Eridan, te trataré bien y no haré nada que tú no desees, pero te quiero para mí... sometida, entregada a mi voluntad.

Suelto todo el aire cuando él pronuncia las últimas palabras, las esperadas. Mi interior hace implosión aceptando el hecho de que quiero esto, anhelo esto desde el primer momento en que lo vi. Necesito vivir, conocer, y esto promete hacerme descubrir mis más profundos deseos.

—¿Me equivoco si digo que no tienes experiencia, pero que conoces sobre el tema? —pregunta. Por supuesto que está en lo correcto y se siente muy bien que sea tan observador.

—No se equivoca —respondo—. Por mi trabajo he leído superficialmente el tema y ocasionalmente escribo sobre ello, pero de manera muy suave —aclaro.

Sonríe satisfecho.

—Es suficiente. No me gusta entrenar putas, pero me temo que lo tendré que hacer contigo. —Me estremezco ante la expresión, aunque sé que es parte del argot, no es sencillo recibirla—. Me tomé el atrevimiento de pedir un Cosmopolitan para ti, ya que esa fue tu bebida la vez anterior —menciona, cuando una muchacha casi desnuda, con un antifaz también cubriendo su rostro, nos trae el coctel para mí y un whisky para él.

Bebo en silencio. Procuro mirar mi copa y no al hombre frente a mí, vago entre mis pensamientos, en el acierto de mis deseos. En su petición recién hecha y las implicaciones que eso tiene, lo quiero, lo necesito, pero ¿puedo hacerlo? ¿Ser... suya?

—¿Por qué yo? —Me escucho decir.

Levanto la mirada y me encuentro con la suya.

—Porque te he visto, te he analizado y tienes lo que deseo, te quiero para mí, total y absolutamente entregada a mis deseos y, por supuesto, ser digno de esa entrega. —Guarda silencio y luego pregunta—: ¿Qué estás dispuesta a entregar?

Responder eso supondría abrirme en canal, exponer parte de lo que soy. Son palabras que solo deben ser compartidas con alguien merecedor de esa confidencia, a quien vas a confiar tus deseos más íntimos.

Lo observo buscando en él pistas de lo que yo necesito. Necesito asegurarme de que puedo confiar. Algo en él me anima a hacerlo, aunque no entiendo por qué.

Lo hago.

—Me gustaría confiar en alguien hasta el punto de poder entregarlo todo, complacer y servir, para su placer y para el mío —respondo suavemente—. Prácticamente he puesto mi vida en pausa para cumplir uno de mis mayores sueños, pero ahora me veo agotada y asfixiada por todo lo que pude haber hecho y no hice. Necesito sensaciones nuevas, necesito la libertad de entregarme y complacer, necesito vivir...

Me mira de una manera muy intensa mientras sopesa mis palabras.

—Me complace tu respuesta, no esperaba menos. Eres inteligente, honesta y racional. —Esta vez sonríe llevando su bebida a sus labios—. No me interesa saber más de lo que ya sé, no para escogerte —aclara—. Sé que eres una mujer aplicada y dedicada a tu trabajo, vives sola y eres disciplinada. Sé quién eres y sé lo que quiero.

Lo miro invitándolo a continuar, aún sintiendo curiosidad de lo que él puede contarme.

—¿Quieres confianza? La confianza la construiremos juntos a base de respeto. En primer lugar, me presento: soy Ares y tengo treinta y cinco años. Mi verdadero nombre es algo que ganarás con tu rendición y entrega. Estás al tanto de mi trabajo aquí; sabes lo que me gusta y lo que quiero de ti. Por lo tanto, obviando que esta es la manera informal de decirlo, pero necesaria para empezar, ¿aceptas? ¿Aceptas ser totalmente mía?





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