52. Italia (Sofía)
Llevo dos días paseando por las calles de Florencia, fue idea de Jorge que me tomara estas vacaciones, aunque no por los motivos que él cree, lo que no hace que me sienta mejor.
Luego de que me despedí de Agustín aquella noche, decidí que tenía que dejar de lado todo aquello, me tomé unos días para llorar y deshacerme de lo último de él que me quedaba mientras mi novio creía que estaba muy enferma y luchaba conmigo para venir a cuidarme, aunque yo se lo impedía.
Me siento mal, nunca pensé llegar a ser alguien que miente o engaña y siento que lo estoy haciendo. No es necesario tener una aventura para engañar a una pareja, lo hago porque no soy sincera con él, no he podido contarle que Agustín está vivo y mucho menos que nos hemos visto cuando él me creía convaleciente.
Me preguntó qué me sucedía al notarme ausente y perdida, le dije que estaba en una crisis personal, que no sabía bien qué es lo que quería para mí y para mi futuro. Me preguntó si tenía que ver con nosotros y le dije que no, que estábamos bien, entonces me dijo que hiciera un viaje, que fuera a algún lugar y me desconectara un poco del mundo.
La idea no me pareció una locura porque en realidad deseaba un tiempo para mí, un tiempo fuera de mis pensamientos, sin embargo, decidí venir a Italia, en específico a la ciudad donde creció Agus.
Siempre pensé que cuando visitara este sitio honraría su memoria y su vida, que lo vería en las esquinas o en las calles, pero no ha sido así. Lo único que puedo hacer mientras recorro esta bella ciudad es preguntarme por qué las cosas salieron de este modo y cómo habría sido si él hubiese despertado antes de que su familia viniera.
¿Me hubiese recordado? ¿Se hubiera enamorado de mí una vez más?
Me pregunto si ya se habrá casado con Malena y si serán felices. Pienso si a él le habrá afectado tanto como a mí nuestro reencuentro. Me pregunto cómo volveré a ser feliz después de esto y me siento perdida.
Cuando Agus se marchó a mí no me quedó otra que seguir mi camino. Elegí a Jorge porque lo quiero y porque me entiende, a su lado me siento acompañada... pero esa no hubiese sido mi elección si las cosas hubieran sido distintas.
No hay duda alguna de que me habría quedado al lado de Agus hasta el último día de su vida si hubiese tenido esa oportunidad.
Tampoco tengo dudas de que nunca volveré a sentir algo como lo que sentí con él con nadie más. Pero lo adjudiqué a que fue mi primer amor y a que lo nuestro fue tan mágico como etéreo. Acepté que podía volver a enamorarme, aunque ese amor ya no fuera tan intenso.
Pero ahora todo está en dudas.
¿Acaso debería conformarme con menos? ¿Acaso debería condenar a Jorge a conformarse con lo poco que le puedo dar en comparación a todo lo que le daba a Agus?
Es todo tan injusto, todo tan incierto.
Doy vuelta en una esquina y me encuentro frente a una cafetería, es un buen momento para sentarme a descansar y pedir algo rico para comer. Lo hago, busco un sitio libre entre los muchos lugares ocupados. Hay parejas, amigas, personas en solitario y un grupo de hombres vestidos elegantemente que parecen discutir algo referente a negocios.
Los italianos hablan fuerte, pero me encanta como suena el idioma. Entiendo poco o casi nada, pero todo esto me recuerda a él cantándome en italiano.
Pierdo la vista en la ventana en donde veo pasar a las personas, cada uno inmiscuido en su vida y en sus problemas, cada uno con miles de pensamientos desorganizados surfeando en sus mentes. También veo a los espíritus, algunos siguen a las personas mientras los tocan, otros parecen desorientados, algunos caminan como si estuvieran vivos y fueran al trabajo o a su casa.
Por un instante me veo a mí misma unos años atrás, sentada en el Cafetario con la vista perdida en la ventana y en las realidades de los demás, viendo la vida desde todas las dimensiones como si fuera lo más natural, ocultándome, escondiendo mi don.
Hoy ya no lo hago, me he aceptado como soy y valoro mi talento. He ayudado a muchas personas a cruzar, pero más que nada, he ayudado a muchas personas que aún están con vida a comprender que la muerte no es nada más que un paso a otra dimensión, que sus seres queridos no se han ido ni los han olvidado, que siguen a su lado.
Es lo que hago cuando pinto cuadros de familias completas.
Pero entonces caigo en cuenta de que eso lo he hecho en parte para ayudarme a mí misma a creer que él seguía ahí, feliz en algún punto del otro lado de la vida. Aceptar eso fue difícil, pero necesario. Pude reconciliarme con la vida y comprender que mi tiempo aún no había llegado y que debía ayudar a los demás.
Sin embargo, ahora todo parece borroso.
Él no estaba en el otro lado, no era un imposible, no era irreal ni intangible. Él estaba vivo, era todo piel y huesos despertando en una cama a miles de kilómetros de distancia, era una mirada, una sensación, una piel cálida que acariciaba a otra mujer.
Me siento tonta, me siento como alguien que ha bebido una medicina que no era más que un placebo. Me he engañado a mí misma para sobrevivir y la verdad parece burlarse de mí. Él está vivo.
«Y mientras haya vida hay posibilidades».
La voz de mi abuela se cuela en mi mente otra vez.
—¿Posibilidades de qué? —inquiero como si ella pudiera escucharme. A lo mejor está aquí y no se deja ver, estoy harta de que jueguen así conmigo—. ¿De herir a personas inocentes? ¿De un amor que no fue real?
—Señorita, ¿está usted bien? —pregunta el mozo cuando se acerca con mi pedido.
—Sí... —respondo algo avergonzada de que me hayan oído hablar sola.
Él asiente y se marcha.
Yo bebo el café mientras intento vaciar mi cabeza, me pongo en pie para marcharme y cuando estoy de salida lo veo. Está sentado en la mesa donde los hombres hablan de negocios, no lo había visto antes porque donde estaba sentada quedábamos de espaldas.
Él no me ve, su compañero parece notarme y entonces le hace una señal. Agustín me mira.
—Sofía —dice y yo sonrío. Le saludo con la mano y salgo casi corriendo de la cafetería.
Nada de eso importa, porque él corre más rápido y me llama, aunque no le hago caso.
Sin embargo, en la esquina, debo frenar porque el semáforo cambia a verde y él aprovecha para alcanzarme.
—Sofía, ¿qué haces aquí? —pregunta.
—No lo sé —respondo.
Y él sonríe.
Y yo sonrío.
Y él me abraza.
Y yo lo abrazo.
Y el mundo deja de tener sentido cuando su calor me envuelve por completo.
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