3. Visita (Sofía)
Cuando Amelia regresa, me dispongo a ayudarla a ordenar sus compras, me comenta un poco sobre los planes de la semana. Abre su agenda y me habla sobre un babyshower y un té de jubiladas que tiene reservados para la semana, me pregunta si podré venir a ayudarle para dichos eventos y yo asiento sin problema.
—¿La has visto? —inquiere entonces.
Sabía que era cuestión de tiempo para que me hiciera la pregunta. La verdad es que mi familia está al tanto de mi rechazo por el supuesto don que poseo, por lo que hacen lo posible por ignorarlo y no hablar del tema, pero yo sé que se mueren de curiosidad y sobre todo ahora, que la abuela ya no está.
—La he oído el día del entierro —comento como si me preguntara si mañana lloverá.
—¿Por qué no has dicho nada? —pregunta y sus ojos avellana se fijan en los míos con reproche.
—Pues porque no ha dicho gran cosa, solo que le dijera a mamá que está bien...
—Pero no se lo has dicho —recrimina mi hermana.
—No, pero pensaba hacerlo —bufo con cansancio—. Si se lo digo, comenzará a hacerme más preguntas y me dirá que le pida a la abuela que dé más detalles. Y las cosas no funcionan así...
Amelia pone los ojos en blanco y se cruza de brazos.
—¿Eso es todo? ¿No te ha dicho nada más? —Me mira con los párpados casi cerrados en un gesto de desconfianza, como si así pudiera medir mi reacción y confirmar que la información que le he dado es real.
—Eso es todo, Amelia, además sabes muy bien que yo no quiero...
El llamador de ángeles que Amelia tiene en la puerta suena cuando esta se abre, yo volteo a para ver y me encuentro con la mirada de un chico clavada en mí.
Es extraño y parece confundido. Se ve como de mi edad, tiene el cabello oscuro, la piel morena y los ojos de un intenso verde, aunque la esclerótica está poblada de pequeñas venitas, como si tuviera la vista cansada. Trae el ceño fruncido y viste con un jean roto, una camiseta blanca y una campera de cuero de color negro. Se ve como el chico malo de las novelas juveniles y yo sonrío de mi tonto pensamiento.
—Tú —dice y me señala.
Ahora soy yo la que frunce el ceño.
—Tienes que ayudarme —añade—. Eres la chica extravagante.
—Vaya... esa es una nueva etiqueta que me ponen... —Me cruzo de brazos y cargo el peso de mi cuerpo sobre una de mis piernas—. No sé si me molesta, no es tan malo como los anteriores... —agrego pensativa.
—Mira, no tengo ganas ni tiempo para perder en tonterías, dime cómo salgo de aquí y te dejaré en paz —responde y se lleva una mano a la frente.
—¿Estás loco? Ahí tienes la puerta, sales así mismo como entraste —digo y me echo a reír.
—No te hagas la chistosa, ¿sí? Es en serio, necesito que me saques de este sitio cuanto antes, el tiempo se me acaba...
Cuando dice eso señala un reloj que trae en la muñeca.
—Mira, si estás borracho o drogado, será mejor que te vayas si no quieres que llame a la policía.
—¡Deja de decir tonterías, rarita, y mejor me ayudas de una maldita vez por todas! —grita y se lleva ambas manos a la cabeza.
Lo miro de arriba abajo y levanto las cejas con asombro.
—Te ayudaré dándote una patada en el culo —respondo y me giro para mirar a Amelia—. ¿Por qué no llamas a la policía? —inquiero.
Amelia tiene la boca abierta y me mira como si hubiese visto un fantasma.
—¿Qué sucede? —pregunto.
—¿Con quién hablas, Sofy? —inquiere mi hermana y pasea su vista de mí hacia la puerta.
Yo frunzo el ceño, confundida, y miro al chico que sigue de pie en la entrada.
—Con el idiota que me está agrediendo verbalmente —añado y lo señalo. El tipo se sigue sujetando la cabeza como si le doliera.
—Ahí no hay nadie... La puerta se abrió y se cerró, pero no entró nadie —dice Amelia y luego se lleva una mano a la boca—. ¿Es? ¡Es...!
—¡No! —La detengo—. No lo digas, no puede ser —susurro mirándola y vuelvo la vista hacia la puerta.
—¿Cuánto más tengo que esperar para que me digas qué hacer? —pregunta el chico con la voz cansada.
Me siento confundida, vuelvo a mirar a Amelia y le susurro.
—¿No lo ves? ¿En serio?
—No... —responde.
—¿Qué no ve? —inquiere el muchacho.
—Será mejor que te vayas, no puedo ayudarte —digo y volteo para darle la espalda.
—No, el hombre me dijo que te buscara, que si no me ayudas me quedaré atrapado aquí para siempre —ruega.
—¿Aquí dónde? —pregunto confusa sin voltear, mi hermana me mira confundida.
—¡No lo sé, no sé nada! —exclama con desesperación.
Niego, me llevo la mano a la cabeza y cierro los ojos con fuerza.
—Lo siento, mejor vete... yo no puedo ayudarte —añado nerviosa.
Me tapo los oídos como si así pudiera dejar de escucharlo rogarme, pero unos minutos después oigo que la puerta se abre y se vuelve a cerrar. Volteo con temor de volver a verlo allí, pero se ha ido.
—¿Quién era? —inquiere Amelia—. Nunca te había visto hablar con un fantasma después de...
—Es que no se ve ni se siente como uno —interrumpo con la voz cargada de confusión. A mi abuela no le gustaba que les llamáramos «fantasmas», pero mi hermana y yo siempre hemos hablado así—. Pensé que era una persona normal, solo le hablé por eso... Es tan raro, no suelo verlo así... —suspiro.
—¿Ya se fue?
—Sí... —bufo y me dejo caer en una de las sillas más cercanas—. Esto ha sido extraño...
—¿Más extraño que tu capacidad de ver, oír o sentir a personas que han muerto? —Se burla mi hermana y continua con el trabajo sin dejar de verme mientras pasa un trapo por la mesada con diversión.
La miro con cara de odio y luego pongo los ojos en blanco.
—Odio este maldito don, ¿por qué no lo heredaste tú? —Me quejo.
—Yo hubiera amado tenerlo —dice y hace un puchero con la boca—. Te envidio por ello.
—Y yo te envidio a ti por no tenerlo —suspiro.
Vaya, vaya... Sofy ya lo ha visto...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro