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16. Mar (Agustín)

Caminamos por el centro de la ciudad en busca de algún sitio en el que podamos conseguir lo que busco.

—¿Me puedes explicar qué estamos haciendo?

—He descubierto lo que tengo que hacer —digo y ella me mira con sorpresa. Lleva los auriculares puestos y habla como si estuviera en una llamada. Se me hace simpático que la gente esté tan acostumbrada a ver a los demás hablar solos.

—¿Y eso qué es?

—El mar... tengo que llegar al mar —digo y ella entrecierra los ojos.

—¿El mar? Pero si no estamos lejos...

—Tengo la sensación de que eso es lo que buscaba, el mar —explico—, buscaba llegar a un sitio... Vi fotos de tu abuela en la playa... y lo supe... Yo tenía una foto, una foto del mar... Creo que... creo que me obsesioné con eso por algo que tiene que ver con mi madre o mi infancia...

—¿Cuándo recordaste todo eso? —pregunta con curiosidad.

—Anoche, cuando regresamos y me puse a mirar las fotos de tu abuela.

—Ayer estabas especialmente abierto a los recuerdos, eso es bueno —comenta y yo asiento.

—Creo que cuando era niño pensaba que si iba al mar encontraría a mi madre, luego... el mar simplemente se convirtió en mi anhelo, en mi sueño...

—¿Crees que buscas un sitio en especial o cualquier playa?

—Eso no lo sé, pero sé que iba al mar —respondo con certeza—. Es más, creo que estaba de camino al mar cuando morí —añado.

—Bueno, eso puede ser una pista, a lo mejor por eso apareciste por aquí, quizá no estabas tan lejos...

—Quiero que alquiles una moto y vayamos al mar —pido.

—¿Enloqueciste? —exclama indignada—. No voy a manejar una maldita moto, te mataste en eso. ¿Qué no aprendes?

—Ya no puedo morir —digo encogiéndome de hombros.

—Ahh, pero yo sí, y seguro moriré porque nunca en mi vida he manejado una moto y no creo que tú siendo un fantasma puedas hacerlo.

—Es fácil, te enseño y manejas...

—No, no y no —dice con seguridad y se detiene cruzándose de brazos.

—Qué mala eres...

—Si por mala entiendes que me vaya en una máquina que no sé manejar y arriesgue mi vida por alguien que ya está muerto, pues sí, soy muy mala...

—Siento que si lo hago estiraré más recuerdos... a lo mejor consigo acordarme el sitio del accidente —insisto.

—Lo siento, si quieres ir al mar prestaré el auto de mamá y nos vamos, pero no voy a alquilar una moto... olvídalo.

Suspiro y asiento, supongo que no hay de otra. Caminamos de regreso a su casa y por el camino, una muchacha se acerca a ella.

—Hola, ¿eres Sofía? —inquiere.

—Sí, ¿tú?

—Soy Clara —se presenta—. ¿No me recuerdas? Soy la hermana de María José, ella era buena amiga de tu hermana, vivimos un tiempo aquí y creo que jugamos juntas un par de veces en algún cumpleaños —dice.

—Hola... sí, sí —miente Sofy, porque la verdad es que no tiene idea.

—Estoy de regreso por el pueblo, qué bueno encontrarte. ¿Qué es de tu vida?

Sofía se queda un rato hablando con Clara a regañadientes, sé lo mucho que le molesta socializar, pero la chica parece amable y solo quiere conocer a alguien y pasar el rato.

—¿Crees que podemos ir al cine en la semana? Mi primo y yo estamos un poco aburridos, no conocemos a nadie...

Sofía no quiere decir que sí, pero no sabe decir que no, así que termina por aceptar. Un rato después, intercambian números telefónicos y se despiden.

—No te viene mal una amiga —digo y ella pone los ojos en blanco—, parece una buena persona.

—Ni siquiera la recuerdo, aunque sí recuerdo a su hermana porque estuvo un año viviendo aquí y se pasaba las tardes en casa con mi hermana, es probable que Clara haya venido un par de veces y así...

—Pues yo creo que es momento de abrirse... te hará falta alguien con quien hablar cuando ya no esté.

—Cuando por fin te vayas volveré a la paz y al silencio de la soledad y de estar conmigo misma —dice, pero miente, lo sé, lo siento.

Va a hacer dos meses que estoy por aquí y apenas se ha movido la arena en mi reloj, eso quiere decir que el tiempo donde estoy es más largo o pasa más lento... Me da tranquilidad saber que aún estaré por aquí intentando descifrar mi pasado, mi presente y mi futuro, pero también comienzo a pensar que, despedirme de Sofía será bastante complicado, me he acostumbrado a pasar los días con ella y compartir su vida o mis pensamientos, pero supongo que ella necesita su espacio.

Por eso, cuando llegamos a su casa, decido dejarla e ir a lo de su abuela.

—¿Por qué? —inquiere—. ¿Estás enfadado por lo de la moto?

—No... no es eso...

—Iremos al mar, pediré el auto y organizaremos el viaje —promete.

—Está bien... —respondo y ella sonríe.

—Iré más tarde a lo de la abuela así escuchamos música, ¿quieres?

—Perfecto. —Ahora soy yo quien sonríe, saber que desea estar conmigo por iniciativa propia me hace sentir bien y no una molestia.

Con ese pensamiento aparezco en casa de la abuela dispuesto a hacer sonar la guitarra esta misma tarde.


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