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CAP IV: Shunyata (El Abismo Del Vacio)


"Quien lucha con monstruos debe tener cuidado de no convertirse en uno mismo...

Friedrich Nietzsche en Más allá del bien y del mal

1 SEMANA A.G.P

(ANTES DE LA GUERRA PRIMIGENIA)

En las profundidades del universo, las fuerzas del mal coexistían en una amalgama de sombras y desolación, todas unidas en las fosas más oscuras de la galaxia. Allí, en un entorno donde la luz apenas se atrevería a entrar, las criaturas más grotescas jamás concebidas por la mente de los dioses y demonios se arrastraban y deambulaban, atrapadas en una guerra interminable que se extendía como una cicatriz a través del cosmos. Bestias con formas retorcidas y miradas feroces luchaban constantemente por el dominio del territorio, desatando una violencia primordial que resonaba en los confines del espacio.

—No entiendo, ¿por qué me envían a mí? —preguntó un joven.

Baldo fue interrumpido con una cuchara de madera que le llenó la boca en medio de su almuerzo. Los soldados celestiales, uniformados con trajes blancos y cinturones de plata, habían aparecido en la pequeña choza de aquel semidiós terrenal, portando una orden directa de los dioses.

—Los dioses necesitan un mensajero que viaje a las fosas... tú tienes grandes aptitudes físicas —comentó la líder de la tropa, con firmeza.

—Oh, claro. Necesitan un semidiós terrenal para sacrificar y, de paso, enviar un mensaje. —Baldo soltó una risa seca.

—Morir para lo que fuiste creado sería una gran honra para alguien como tú. —Valtheria, la líder, habló con un tono cargado de repugnancia, y su expresión reflejaba la misma superioridad que los semidioses celestiales parecían tener siempre sobre los terrenales. Cada palabra, modulada con desprecio.

—Lo único que podría darte honra a ti sería que murieras de la misma forma que el hermano que traicionaste... sucia bruja. —El hombre dejó caer la cuchara con desdén, sin apartar la mirada de Valtheria. Sus ojos ardían de resentimiento, una llama que no se apagaría fácilmente. Finalmente, alzó las manos, fingiendo una rendición irónica—. Bueno, gente, fue un gusto conocerlos. —Con un movimiento decidido, se plantó frente a ellos.

—Ni siquiera pienses hacer eso —advirtió Valtheria, mientras levantaba los puños, lista para atacar. Con un movimiento rápido y decidido, pateó el suelo, levantando una pared de tierra que atrapó la mitad del cuerpo de Baldo, limitando su libertad de movimiento.

Sin dudar, el semidiós concentró su energía y liberó una ráfaga de luz brillante que descendió como una ola arrolladora sobre la tropa. La fuerza del ataque los empujó hacia atrás, arrojándolos fuera de la choza y dejando a su paso un aire candente que comenzaba a quemarles la piel, con un calor insoportable que se extendía rápidamente.

Valtheria, demostrando su agilidad y destreza, rodó por el suelo justo a tiempo para evitar la incineración inminente. En un instante, se recuperó y se puso de pie, mostrando por qué era la guerrera más formidable entre los presentes. Dando una palmada en el suelo, invocó otra pared de tierra, esta vez logrando inmovilizar al semidiós de manera efectiva.

—Dioses, qué maldita perra eres, Val —dijo Baldo, colgando entre las columnas de tierra, sintiendo la presión de su captura. Se sintió derrotado ante la élite celestial que había sido enviada a someterlo.

—No me llames Val; para ti, soy la gran comandante —respondió ella, saliendo de la casucha, mientras el sonido de la carne aplastada y de los cadáveres ardientes se hacía presente.

—¿No recuerdas nuestras noches de juego, cuando no eras más que una pobre bastarda... una sucia mendiga? —Baldo intentó liberarse, gritando mientras emitía rayos de luz, pero solo fue arrastrado en la marcha de Valtheria.

El suelo bajo ambos comenzó a resquebrajarse mientras ella movía los brazos con precisión, como si ejecutara un ritual antiguo. La tierra respondía a su voluntad, ondulando y transformándose al compás de sus gestos. Con un movimiento magistral, la semidiosa invocó las fuerzas del suelo para que absorbieran los cuerpos de sus soldados caídos, honrando su sacrificio de una manera casi sagrada. La tierra, en su incesante transformación, se entrelazó con la esencia de los muertos, restaurándose de inmediato. A medida que el terreno se regeneraba, sus nombres comenzaron a emerger, tallados en la superficie, como si cada letra fuera un tributo eterno a quienes habían luchado con valentía. Así, la batalla dejó no solo un campo de destrucción, sino también un memorial imborrable que permanecería, testimonio del honor y la lealtad de aquellos que habían caído en la lucha.

—Bien, es hora de irnos. Sin duda le serás útil al Imperio. —La gran comandante lo observó con un aire de superioridad, sus ojos fijos en Baldo como si evaluara cada aspecto de su ser. Su voz resonó con autoridad, transmitiendo que llevarlo con ellos era más un favor que una necesidad.



Desde la nave, la vista era siempre borrosa; las pequeñas ventanas en aquellos aparatos modernos eran mínimas y escasas. Los constructores insistían en que eso mejoraba la aerodinámica... aunque Baldo pensaba que, en realidad, era por simple pereza, una apreciación personal.

Le habían despojado de sus ropas, los harapos típicos de los terrenales. Ahora vestía mallas blancas y una armadura clásica del Imperio, hecha de metal estelar que simulaba la plata, con los emblemas de los ocho dioses cincelados en el pecho.

—¿Cuál es el mensaje que debo llevar? —preguntó a una pantalla holográfica.

—Simplemente infórmale al rey de las bestias que ya no necesitaremos sus servicios, y que nuestro acuerdo ha terminado —contestó Valtheria desde la pantalla.

—Eso suena fatal... sin duda me van a matar.

—Tú mantente tranquilo; lo importante no es el mensaje, sino lo que llevas en la nave.

—¿De qué hablas? ¿Me estás diciendo que haga un saludo de sumisión al rey de las bestias?

—Las bestias del norte invadieron a los Arcanos Menores y tomaron el control. El rey Toth está a punto de caer... y creemos que está aliado con un rebelde. Así que, simplemente, tomaremos partido por el más fuerte, antes de que derriben el muro de las fosas arcanas. —La comunicación comenzó a fallar, y el rostro de Valtheria desapareció.

—Bueno, parece que estamos solos, chicos —dijo Baldo a los soldados que lo acompañaban—. Cierto... olvidaba que a ustedes no les permiten hablar.

Finalmente, descendió de la nave, observando con resignación la sofisticada maquinaria desde afuera. Recordaba que, cuando era niño, las naves eran grandes y pesadas, liberaban vapor tóxico; ahora eran vehículos elegantes que trazaban líneas en el cielo iluminado por el sol carmesí de las fosas.

Percibió el aire cálido del lugar y un olor a putrefacción que le provocó una arcada que logró contener. Le sorprendía cómo incluso el lugar de mayor estima para las bestias era tan lúgubre; sin embargo, el abismo era bello en su propia forma, todo podía ser bello si se miraba desde el ángulo adecuado.

—Bueno... ¿dónde está el bello rey? —se puso en cuclillas, pasando un dedo sobre el suelo rocoso y notando cómo su dedo se pintaba de negro—. Está lloviendo carbón.

El castillo del rey Toth se erguía en las fosas arcanas, un coloso imponente que dominaba el paisaje desolado. Más que una fortaleza, se asemejaba a una vasta montaña que desafiaba el horizonte, sus picos afilados perforando la anomalía arquetípica del cielo. Una tormenta perpetua rodeaba la estructura, arrojando lluvias torrenciales que tiñeron la atmósfera de un intenso color magenta. Relámpagos zigzagueaban entre las nubes oscuras, iluminando brevemente las sombras de la montaña, mientras los vientos aullaban con la voz de antiguos espíritus. El ambiente se cargaba de una energía palpable, como si la propia tierra respirara en armonía con el poder del rey, un recordatorio constante de la fuerza y la desesperación que habitaban en este reino oscuro.

—La señorita Valtheria dijo que debería estar aquí mismo —comentó uno de los soldados, sin perder el semblante rígido.

—Pues aquí no hay nada, solo una cueva vacía en la cima de la tormenta... algo huele extraño en este lugar, no me refiero literalmente; espero que todos hayan entendido la metáfora, fue muy graciosa —comentó Baldo, cruzando los brazos mientras echaba una mirada escéptica a su alrededor.

Uno de los soldados, visiblemente tenso, miró a su líder antes de responder. —La señora Valtheria ordenó que localicemos al rey antes de que la nave explote.

—¿Que la nave qué? —Baldo retrocedió hacia la cueva, pero los soldados lo sujetaron firmemente de los brazos, impidiéndole escapar—. ¡Suéltenme, no quiero morir!

—La señorita V...

—Perdón por la interrupción, pero ese no es su nombre completo —bromeó, hasta que se dio cuenta de que aquel soldado ya no tenía la mitad de la cabeza—. Oh, santa madre de los dioses. —Los brazos que lo retenían se desvanecieron en una explosión de sangre, dejando tras de sí un espeso manto de horror.

El caos se desató en un instante. Baldo se lanzó hacia adelante, pero un tentáculo carmesí emergió detrás de la nave, destrozándola con un crujido ensordecedor y arrastrando consigo los explosivos que había en su interior. La detonación resonó con fuerza, lanzando al semidiós varios metros, y la vorágine de escombros voló por los aires, iluminando la oscuridad con destellos de fuego.

La explosión sacudió su mente; la confusión reinó en su interior mientras su visión se volvía borrosa, apenas capaz de captar destellos de luz entre las llamas que devoraban la nave. Los soldados a su alrededor gritaban, tratando de buscar refugio en medio del caos, pero el horror no se detuvo. Un tentáculo lo atrapó por la cintura con una fuerza brutal. La sensación viscosa y fría era repulsiva, como si algo antinatural se aferrara a su ser. Quiso luchar, pero el estruendo en sus tímpanos, las costillas fracturadas y los pulmones al borde de la perforación le dificultaban el movimiento.

—No estoy listo para... ¡morir! —gritó, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo mientras intentaba liberar su poder. Con un esfuerzo sobrehumano, expelió un rayo de luz desde su boca, un destello brillante que atravesó el aire como un proyectil, destrozando el tentáculo que lo aprisionaba. La liberación fue momentánea, pero aún sentía el ardor de la lucha.

Eso siempre me deja los labios secos... pensó con ironía, mientras se preparaba para el siguiente ataque. Sin embargo, antes de que pudiera tomar un respiro, cientos de tentáculos surgieron de las montañas, moviéndose con una precisión casi sobrenatural, como si una mente maligna dirigiera cada uno de ellos. Se abalanzaban sobre él, intentando apresarlo con cautela, como si jugaran a una caza grotesca. Baldo se defendió disparando rayos y proyectiles de energía erráticos, sus manos emitiendo destellos luminosos que cortaban la oscuridad, pero nada parecía funcionar. Cada golpe que asestaba era contrarrestado por la fuerza del monstruo, que parecía alimentarse de su desesperación.

—Hoy me han humillado dos veces... —murmuró, la desesperanza asomándose en su voz mientras luchaba por mantenerse en pie. Sin embargo, un tentáculo más largo y robusto lo atrapó por las piernas, levantándolo del suelo y llevándolo hacia el abismo. La oscuridad que lo rodeaba parecía más intensa, como si intentara devorarlo por completo.

A medida que el pánico lo envolvía, una voz interna le gritaba que luchara, que no se rindiera. Con un último esfuerzo, se concentró, reuniendo toda su energía para liberar una explosión de luz que iluminara el entorno. La energía lo rodeó, pero la presión de los tentáculos era abrumadora. La sombra del monstruo se alzó sobre él, oscureciendo el cielo, y Baldo supo que no podía ceder.

Entonces, la oscuridad se cerró a su alrededor, y la realidad se desvaneció, siendo tragado por las profundidades de las fosas.





...Y si miras durante mucho tiempo al abismo,

el abismo también te mira a ti."

—Despierta, pequeño; te vas a contracturar en el suelo —una voz femenina y cálida sonó a su lado, suave como miel deslizándose por la garganta.

—Que despiertes, te dicen —otra voz, áspera como una lija, resonó, provocadora de heridas internas.

Baldo despertó con aquellas dos voces en su mente, como un ángel y un demonio, aunque quizás solo fueran ilusiones causadas por su estado.

—¿Qué? ¿Qué sucedió? —abrió los ojos, parpadeando para enfocar la vista. La confusión nubló su mente mientras trataba de orientarse—. ¿Quiénes son ustedes? —logró incorporarse, aunque le tomó varios segundos, y durante ese tiempo escuchó risas burlonas resonando a su alrededor.

Al sentarse, sus ojos se adaptaron a la penumbra y logró discernir dos figuras en la oscuridad. A su izquierda, un hombre de pelo blanco como la nieve se encontraba semiinclinado, cubierto por túnicas desgastadas que parecían arrastrar la esencia del polvo. Su cabeza reposaba sobre su mano izquierda, creando una imagen de despreocupación casi arrogante. A la derecha, una mujer se perfilaba como una sombra etérea, su figura se recortaba en la penumbra, pero su presencia era innegablemente imponente. Baldo sintió una mezcla de inquietud y curiosidad ante el aire de misterio que emanaban ambos.

—Pues, tú querías verme, ¿verdad? O bueno, Valtheria quiere. Si acaso puede ver a través de tus ojos o escuchar mediante tus oídos... Que sepa que el rey de las bestias no cayó en sus encrucijadas —dijo el rey Toth, tomando al semidiós del cuello con una fuerza que le oprimió la tráquea—. Tengo aliados fuertes... ¿Verdad, Juana?

La mujer asintió, su silueta se desvaneció en la oscuridad como un susurro de humo, dejando tras de sí un aire de misterio que envolvía la sala. Mientras Baldo notaba cómo Juana se alejaba, su visión se tornó borrosa; una sensación de asfixia le embargó, y en un último intento de gritar, cayó inconsciente.

"A veces, hay que dejarse arrastrar por el sufrimiento, permitir que la marea suba y consumirnos en ella, porque tal vez la tormenta nunca pase."

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