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CAP III: Karma



"Nuestra verdadera naturaleza es la felicidad, pero hemos olvidado el ser."

Ramana Maharshi

2 MESES A.G.P

(ANTES DE LA GUERRA PRIMIGENIA)

Una amalgama de colores y luces se presentó ante ella. Los portales por lo general la transportaban en segundos, pero este trayecto, por su extensión, supuso algunas complicaciones. Finalmente, su mano se encontró con la textura rígida de la madera, incitándola a empujar y salir, cosa que hizo, proyectándose fuera.

Al salir, se encontró con el más horrible espectáculo de luces y colores, una paupérrima demostración de lo que vivían estos habitantes. Exodon 0, como planeta, nunca se destacó por ser colaborativo; sus habitantes vivían en una celebración eterna, cuyo único final era la muerte de sus participantes, ya fuera por consumir tantas sustancias o por desplazarse tan despreocupadamente.

-Dios mío... cómo detesto a los exodonianos... -Ariadna se abalanzó sobre el terreno, un bosque musgoso con miles de criaturas entregadas a orgías de colores.

Le sorprendía cómo su hermana pudo haberse encontrado en tal lugar, e incluso cómo ella, una diosa, podía estar en medio del bullicio. Las puertas las llevaban a la ubicación exacta de los otros dioses; por ende, Esperanza, de alguna manera, era partícipe o espectadora de tales horrores.

-Hola, Ariadna -Una voz algo familiar se presentó por la espalda de Ariadna.

-Te encontré. -Ariadna se dio la vuelta con rapidez, y al instante supo que era Esperanza.

Su voz cálida y familiar era indescriptible; con solo escucharla, uno podía sentir paz. Ariadna le tomó la mano e intentó abandonar ese lugar; sin embargo, su hermana se mantuvo rígida en su posición.

-Esperanza, querías hablar conmigo... -Ariadna intentó jalarla hacia ella otra vez.

-Eso es correcto, pero este es el lugar perfecto. -La diosa le sonrió, mientras su cabello castaño, que terminaba en llamas esmeraldas, se movió de un lado a otro-. ¿No son los exodonianos de lo más divertido? -dijo, mientras comenzaba a desplazarse entre los sudorosos cuerpos.

-Yo usaría la palabra "hastiosos" -Ariadna, a diferencia de su hermana, no fue tan grácil para moverse entre la multitud; los empujaba con enojo.

Las dos mujeres se desplazaron por el lugar, encontrándose con todo tipo de criaturas, desde figuras humanoides hasta féminas de roca o caballos cubiertos de una sustancia dorada. Exodon, sin duda, era el lugar de la fiesta eterna; el baile y las sinfonías modernas eran su propio lenguaje, uno que trascendía el habla.

Llegaron a una pequeña colina, rodeada de árboles y pastizales morados. Desde allí, podían observar la enorme multitud, masas brillantes que se rozaban entre sí, como una gran bacanal de diversión.

-¿Por qué elegiste vivir aquí? -preguntó Ariadna, observándola con incredulidad.

-Pues... creo que a veces no entiendes lo que significa vivir. -Zoria le devolvió la mirada-. Todos estos seres, tan repletos de alegría, sufrimiento, amor... rencor, son finitos, y ellos lo saben; eso los hace querer disfrutar cada momento con la mayor de las intensidades. Pero para degustar un buen plato, primero tienes que probar cientos de sabores que te dejan inapetente.

-Entonces, ¿cuál es la razón de vivir para sufrir? Si su vida es corta e inútil... se dañan entre sí, desperdiciando su existencia en un intento desesperado de encontrar la realización. Son un punto más, una hormiga más en el hormiguero.

-Ese es el punto: vinieron hasta aquí sin una razón, no son como nosotros... ellos fueron creados sin propósito, y solo buscan su propia satisfacción. Ser feliz proviene de la autodestrucción del ser; se mutilan constantemente para conseguir un alma... un ser compatible con el bienestar absoluto, que finalmente es la muerte. -Observa como los habitantes corren despavoridos-. Todo su proceso es con el fin de morir, y que su alma se libere de la carne, imperfecta y vil...

La montaña se destruyó por completo; con un rugido profundo, grietas implacables surgieron del suelo, extendiéndose como venas oscuras que recorrieron la tierra con una rapidez aterradora. Cada fragmento de tierra fue arrancado de su lugar, suspendido brevemente en el aire antes de caer en un caos absoluto. Los árboles coloridos, que una vez se alzaban majestuosos, se derrumbaron con un crujido, sus troncos quebrándose como ramas secas, mientras sus hojas vibrantes se dispersaban en un torbellino de colores desvanecidos.

Las diosas observaban cómo la tierra misma se rebelaba contra los seres que la pisaban, abriéndose paso entre ellos como un titán enfurecido, tragando a aquellos que no lograban escapar de su furia. Lo que una vez fue un paisaje vibrante y bullicioso, se transformó en un páramo de desolación, un vacío total donde ni la luz parecía querer permanecer.

Junto a los demás, las diosas también fueron arrastradas hacia el abismo que se abría bajo sus pies, sintiendo el vértigo del descenso, el frío de la nada, pero antes de tocar el fondo, sus cuerpos brillaron con una luz interna, y en un movimiento suave pero decidido, se elevaron por los aires, flotando sobre el caos, intactas, mientras el mundo bajo ellas se desmoronaba en fragmentos irreconocibles.

-Todavía no lo entiendo, no son como nosotros. Realmente, toda la historia humana, o la de cualquier ser vivo con razón, está condenada al desastre... este planeta está colapsando ahora mismo, por sus propias manos.

-Tienes razón, ellos asesinaron a Dios, y finalmente solo pueden intentar expiar sus almas, buscando su encuentro con la perfección... Son seres emocionales, viven en un mundo sensible, una realidad sujeta a su perspectiva, lo que los hace el opuesto de un dios. No perciben una realidad racional, no ven las esencias. Pero que sean lo contrario a nosotros no los hace menos válidos.

-No son inmortales, sus cuerpos en algún momento envejecerán, y todas esas emociones por las que fueron dichosos o insufribles no servirán de nada. -Ariadna se recogió el cabello, mientras observaba como el planeta había sucumbido ante el colapso de su endosfera.

-Precisamente, porque en algún momento desaparecerán, es que pueden sentir...

Desde las alturas del cielo, que destellaba en tonos rosas y morados, pero que pronto se teñiría con un manto de polvo, las diosas observaban la transformación de la tierra. Esa tierra, antes víctima de un festejo eterno, ahora solo era una roca ardiente, con un núcleo fragmentándose en pedazos; los seres vivos ya habían sido consumidos por las llamas, y los restos de sus cuerpos solo eran una molécula más de la niebla.

-Realmente, ellos vivieron su vida hasta el último momento -dijo Ariadna, mientras miles de almas en forma de esferas lumínicas la rodeaban-. Tienes trabajo.

Esperanza cerró los ojos mientras la comisura de sus labios formaba una sonrisa. De sus manos salió un pequeño cetro esmeralda, el cual alzó sobre su cabeza, haciendo que esas almas giraran alrededor.

-Lo entiendes... Eso significa vivir, y creo que tú necesitas una ayuda -respondió, y su enorme cetro desapareció.

Ya con todas las almas recolectadas, Zoria comenzó a levitar, haciendo que su hermana realizara la misma acción, incluso fuera de su voluntad; todo con el objetivo de salir de ese planeta, dejando atrás el olor a carne y roca chamuscada. Desde lejos, el planeta solo parecía un punto más en la galaxia, uno rojizo, con un agujero en medio de sí, y miles de restos rocosos desprendidos de él.

La galaxia, ese día, se veía como cualquier otra. La región supralunar, una analogía a la permanencia, todo colocado minuciosamente, sin cambios; las estrellas mueren, los planetas se destruyen, todo lo interno fenece... pero el universo sigue siendo el mismo.

-Creo que te concederé un favor, uno que quizás logre causar remordimiento en mí... pero lo necesitas. Debes sentir. -Esperanza se acercó a Ariadna.

-¿De qué hablas? -Ariadna rozó sus manos con las de su hermana.

La diosa de la vida, de los nacidos y de todo lo sintiente, se inclinó lentamente hacia Ariadna. En ese gesto íntimo, el tiempo parecía detenerse, como si el universo mismo estuviera conteniendo el aliento. Cuando los labios de Zoria rozaron la frente de su hermana, un brillo suave, apenas perceptible, se expandió desde el punto de contacto. No fue una luz que deslumbrara, sino más bien una energía cálida, como el resplandor de un amanecer distante. Ese brillo se filtró en la piel de Ariadna, como una caricia etérea, desvaneciéndose en su interior mientras una sensación desconocida se apoderaba de ella.

Ariadna, sin embargo, no pudo comprender lo que acababa de suceder. Sintió una súbita calidez en su entrecejo que contrastaba con el frío del vacío a su alrededor, y entonces, algo cambió. Su pecho comenzó a doler, y un gran nudo se formó en su garganta. La respiración, que siempre había sido un acto más, ahora se volvía una necesidad desesperada. Su inmortalidad, su capacidad para existir sin las limitaciones del cuerpo mortal, había desaparecido. El beso de Esperanza había roto esa barrera, y por primera vez, el miedo de no poder respirar en el vasto espacio se apoderó de ella.

-Cuando lo entiendas, tu inmortalidad volverá... mientras tanto, te deseo muy buena suerte. -Las palabras de Zoria flotaron en el aire como una sentencia inescapable, cargadas de una gravedad que Ariadna aún no alcanzaba a asimilar.

Entonces, sin previo aviso, Esperanza lanzó a su hermana con una fuerza descomunal. El impulso fue tan rápido y violento que Ariadna apenas tuvo tiempo de reaccionar. Sentía cómo su cuerpo atravesaba el espacio a una velocidad inimaginable, y a su alrededor, el tejido mismo de la realidad se desgarraba, rompiéndose en mil fragmentos. Como si cada pedazo de su entorno se fracturara en una miríada de facetas, reflejando mundos que existían más allá de su comprensión.

De pronto, se encontró sumergida en un vasto océano, rodeada de criaturas colosales cuyas escamas relucían con una luz propia, irradiando un fulgor hipnótico en la penumbra abisal. Las bestias nadaban a su alrededor, ajenas a su presencia, como si formara parte de ese misterioso ecosistema. Las corrientes marinas la envolvían, arrastrándola más y más profundo, hasta que el agua misma pareció diluirse en un nuevo entorno.

De las profundidades, emergió en medio de una ciudad bulliciosa, donde el tiempo parecía haber tomado un desvío extraño. Los habitantes, vestidos con atuendos de épocas pasadas, se movían entre carruajes gigantes de colores estridentes y edificios de mármol, sus fachadas desgastadas por el paso de los siglos, marcadas por la corrosión del tiempo.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Ariadna fue arrastrada de nuevo por el caos del espacio-tiempo. El mundo a su alrededor se deformó una vez más, hasta que fue lanzada a través de un agujero de gusano que la depositó bruscamente en su habitación. Cayó con un estruendo, rodeada por el familiar y reconfortante entorno de su hogar, pero con la mente envuelta en confusión.

-¿Qué mierda acaba de suceder? -murmuró, la incredulidad plasmada en su voz, mientras trataba de procesar la avalancha de imágenes y sensaciones que acababa de experimentar.

"¿Qué hago cuando me pierdo en el abismo de mi dolor, cuando mi propio ser deja de ser mío y la esencia de quien soy se disuelve entre las sombras de mi sufrimiento?"

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