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❆ XXVIII: Oscuridad ❆

~ OSCURIDAD ~

Alexa

De nuevo me encuentro recorriendo el bosque con las ruinas como destino, sin embargo, el camino que tomé es una ruta que siento es la correcta, pero a la vez, con cada paso que doy noto que estoy yendo a un lugar muy diferente. Uno que no conozco.

Huele a muerte, a maldad. A encierro.

—Alexa.

Escucho el llamado de alguien. Escucho la voz con claridad pero no distingo si se trata de una mujer o de un hombre y tampoco me es familiar.

—Alexa.

Empiezo a mirar hacia todos lados en su búsqueda. Las ramas se mueven, el viento me susurra mientras las obliga a moverse. Busco en medio de la oscuridad y no encuentro nada, pero aquella voz sigue llamándome entre alaridos, pidiéndome auxilio.

Siento una leve sacudida en mi cuerpo y abro los ojos, alerta y con la sensación de ser observada. Justo como en el sueño. Miro a mi alrededor, despierto por completo y noto la presencia del hombre a mi lado. Me restrego los ojos girando mi rostro para mirarlo.

—Ya vamos a aterrizar —su voz se escucha como un susurro y termina de tranquilizarme por completo.

Su verde mirada, con esas manchitas ámbar escudriña mi rostro con interés. Su respiración es tranquila y la paz que me brinda su presencia junto a las sensaciones que me provoca, además de su belleza única, me roban un suspiro.

No soy de dormir demasiado, pero descansar aunque no me canse con facilidad es algo que me resulta placentero estando a su lado. Y durante las primeras horas de vuelo solo nos dedicamos a saborearnos, a mirarnos y a hablar de cosas triviales.

El jet aterriza y ambos nos movemos para bajar. Alek se encargó de elegir el piloto, al igual que a la otra persona que nos acompañó durante las horas de vuelo, pero la verdad es que son contadas las personas en las que confío y suelo estar más alerta una vez me encuentro lejos de algún lugar que considero seguro. Pero de algún modo logré estar tranquila con la desconfianza calando en mi interior.

La puerta metálica es abierta y ambos bajamos. En cuanto el aire helado acaricia mi rostro sé que acabamos de aterrizar en un lugar tan fresco como Alemania. Diría que solo viajamos a otra parte de la nación, pero no recorrimos 7054 kilómetros para seguir en el mismo lugar, y a pesar de que en Alemania aún es otoño, aquí la nieve ya se hace notar.

—Hace frío, me gusta —digo cuando empezamos a caminar lejos del avión cargando nuestro equipaje.

—Estamos en uno de los lugares más fríos del mundo.

—¿Dónde?

—En donde nació el amor de mi vida.

El asombro se apodera de mi rostro, él sonríe al verlo aparecer.

—¿Me trajiste a...?

—Sí —susurra deteniéndose y tomando mi cintura.

—Alek...

Siento la emoción recorrerme y sé que no pudo haber hecho una mejor elección. No conozco mucho de Alaska, pero nada como volver con mi esposo al lugar en el que nací.

—¿Dónde pasaremos los próximos días?

—La casa está el bosque, a unas horas de aquí. Pero descuida, estaremos cómodos. Encargué a alguien de prepararla y organizarla para nuestra estadía.

Observo a nuestro alrededor. Hemos aterrizado en un espacio desierto, sin indicios de que haya habitantes en kilómetros. El clima es idéntico al de Alemania, y alrededor del claro se alzan ileras e ileras de pinos y otros árboles que soportan el peso de la nieve que les ha caído recientemente.

—Esto promete —murmuro.

—Lo sé.

Sonrío y él cubre mi sonrisa con sus labios. Son cálidos y mientras el aire helado nos golpea, su calidez me sabe a cielo.

—Está helado y a la vez estoy ardiendo. Cierta persona altera la temperatura —dice al romper el beso.

Me carcajeo y me acerco más viéndolo reír levemente. Miro hacia el jet. Por un segundo me arrepiento de no dejarnos fluir, pero quiero que la noche sea inolvidable para los dos y si esperamos tanto podemos esperar un poco más.

—Esperaremos aquí, nos traerán un auto.

—Está bien.

—Estoy desesperado por llegar y también por que anochezca ¿sabes?

—Yo también, verzweifelt.

—No me ofendes. He esperado toda la vida por ti y...

—Y te has olvidado de la espera con algunas personas —lo interrumpo elevando las cejas.

—Y no me arrepiento, de esperarte. Aunque me haya salido de control varias veces.

Entrecierro los ojos en su dirección.

—Quiero que esta noche te salgas de control, conmigo.

Está por responderme, pero se empieza a escuchar el motor de un auto venir a toda velocidad hacia nosotros. Apenas unos segundos después lo tenemos enfrente. La puerta del conductor es abierta dejándome ver a un hombre alto de piel clara. Se quita los lentes oscuros y al ver sus ojos distingo que son azules. Tiene el pelo castaño, por los hombros y lo lleva suelto. Viste completamente de gris, excepto el gabán que llega hasta más abajo de sus rodillas, que es de color negro al igual que la todoterreno y el avión.

—Mira a quien tenemos aquí, al perro que solo se digna a dar señales de vida cuando necesita algo —se acerca a nosotros, confiado. Por su olor distingo que es de la misma especie de Alek.

—Y tú siempre quejándote, Raven.

—Mira quien lo dice. He traído el vehículo que necesitabas, te envié el jet, me encargué de todo lo que me pediste. Eres tú quien se está quejando de mí —ambos se saludan con hermandad y Alek palmea su hombro con la mirada cargada de agradecimiento.

—Nada gratis, y no voy a discutir contigo. Él es Raven Callum —me dice—, Callum, la señorita es Alexa, mi esposa.

—Mucho gusto —le digo y él da un paso hacia mí tendiendome su mano.

—El gusto es mío. Noté su imponente presencia pero aún no sé qué tan bestia puede llegar a ser el animal aquí presente cuando se trata de usted, y preferí esperar a que me presentara.

—Callum —Alek lo nombra en advertencia.

El hombre llamado Raven y con porte de empresario se acerca a mí, estrecha mi mano y besa mis nudillos.

—Callum, suéltala ya —suspira con los ojos cerrados tomando el tabique de su nariz. Se me escapa una risa al notar su molestia y él frunce el ceño mirándome a los ojos.

—Te dije que ibas a ser celoso y poco más al encontrar a tu compañera. ¿A que lo es? —me pregunta.

—Solo un poco.

Alek me mira fijamente, indignado. Raven suelta una risita al notar que ha logrado molestarlo.

—Fue un placer servirles —le pasa un llavero a Alek y palmea su hombro—. Será hasta luego, debo irme, los deberes me llaman. Les deseo una placentera luna de miel —guiña un ojo en nuestra dirección y luego se transforma, alejándose con rapidez de nosotros.

—¿No es peligroso que ande así? —pregunto.

—Como notarás. Este lugar está un poco... despoblado. Y, si apareciera una persona por ahí, lograría camuflarse. Para las personas que viven en este Estado no les resulta extraño ver lobos merodeando por ahí.

—Comprendo. ¿Raven es solitario?

—Algo así. Es un empresario importante aquí en Fairbanks. Solo algunas personas saben quién es en realidad y no está en una manada porque sus padres se fueron de Wachsend cuando cumplió los diecisiete años, hubiera podido asentarse en la manada que predomina en este territorio pero no ha querido.

—¿Cuál es esa manada? ¿Debo estar alerta?

—Siempre. Pero dicha manada no es una amenaza para nosotros, el Líder es Stefan Iannelli.

—Ah, el tipo del contrato.

Él asiente.

—¿Por qué alguien querría irse de Wachsend? —pregunto con la frente arrugada, no encuentro una explicación coherente a eso.

—No sabría decirte con exactitud. Pero supongo que al igual que otros cambiaformas prefirieron vivir como humanos, lejos de los conflictos territoriales, de razas y demás.

—Entiendo. Aunque considero que estarían mucho más seguros en una manada.

—Lo sé. Y se los he dicho, casi los convenzo de volver cuando me convertí en Líder, pero la verdad es que ya se establecieron aquí —dice, abriendo la puerta del copiloto para mí.

—Por lo que veo son buenos amigos —me subo.

Él rodea el auto y se sienta al volante cerrando su puerta con más fuerza de la necesaria.

—Así es. Solo nos convertimos en enemigos a veces, de adolescentes solíamos luchar, me retaba constantemente, así como pudiste ver. Lo aprecio y la verdad es un rival digno.

Sonrío entrecerrando los ojos mientras vuelvo a posar mi mirada en sus orbes.

—Aquí tienes una más, para cuando quieras.

—Quiero esta noche, en la cama que vamos a estrenar como esposos.

Suelto una risa leve negando ante su irritación.

—Será un placer, señor Wolf.

❆ ❆ ❆

Todo lo que nos rodea es bosque y nieve.

Llevamos varias horas de camino, varias horas en las que él ha conducido sin ningún descanso y por más sobrenatural que sea a mí me gustaría ayudarle. Pero no sé hacerlo.

—¿Te gustaría que maneje yo?

Niega y coloca una mano en mi rodilla, dedicándome una mirada rápida para luego volver su vista al frente.

—No te preocupes por eso, fiera.

—Me preocupa estar empezando a vivir a mis veintiún años.

—Alexa...

—Llevaba toda mi vida encerrada por esas jodidas condenas y decretos. Todo lo que conozco lo he aprendido de los libros, de historias que me contaban mis padres y mi nana. Pero siento que me privaron de muchas cosas por querer protegerme.

—No quieras cambiar nada, eres perfecta tal y como eres: siendo imperfecta, no conociéndolo absolutamente todo; porque créeme, no quieres conocer todo lo que nos rodea.

—Sí quiero. Siempre he querido descubrir cosas por mi propia cuenta sin que alguien más tenga que revelarlas ante mí.

—¿Amor?

Dirijo mi mirada hacia él intentando tragarme la preocupación que me provocó aquel sueño.

—¿Sí?

—Por favor dime que no te has puesto a pensar en lo mucho o poco que sabes del sexo.

Me quedo en silencio.

Eso también lo he hecho.

—Lo hice. Viéndote conducir durante dos horas te he hecho el amor de mil maneras diferentes buscando la correcta.

Se ríe.

—No te rías de mí.

—No me estoy riendo de ti, fiera.

—Ya hemos estado juntos, pero no dejo de ser inexperta.

—¿Quieres saber lo que causaste en mí solo con mirarme mientras hacíamos el amor? —Inquiere con uns sonrisa suave.

Asiento.

Carraspea y mira el enfrente, pero su mente está lejos.

—Me pusiste a arder el alma, amor. No necesitas haber experimentado demasiado para hacer que pierda la cabeza.

—Lo hice.

Frunce el ceño.

—Experimentar —aclaro—, leo mucho y no era virgen.

—Lo sé.

—Ya... lo había hecho con alguien más.

—Con Fabián —concluye.

—Solo una vez, inconclusa.

Él suelta una carcajada.

—Yo siempre voy a terminar mi trabajo, no te dejaría a medias.

—No sabes cómo me reconforta saberlo.

Alek me observa durante unos segundos y luego vuelve la vista hacia el camino con una amplia sonrisa plasmada en su rostro.

—Tal vez no fui el primero, pero sí seré el último y eso es ser un jodido afortunado.

Me quedo en silencio, procesando sus palabras y dejando fluir mi imaginación.

—Tienes razón. Creo que voy a enloquecerte incluso con ropa.

Se carcajea.

—Me enloquecerías incluso si te vistieras con bolsas de plástico, fiera. Me tienes encantado.

—Cuando vuelva a verte llegar al punto máximo de placer mirándome a los ojos recordaré este momento.

Me quedo mirándolo en silencio con una amplia sonrisa iluminando mi rostro. Los músculos de sus brazos se contraen cuando gira el volante en una curva y yo no me abstengo de mirar a mi apuesto esposo al tiempo que muerdo mi labio inferior.

«Santos cielos».

Bajo la ventana del vehículo, algo acalorada y él ríe al notarlo. Un minuto después nos detenemos enfrente de una casa de dos pisos con grandes ventanales y forrada en madera barnizada. Ambos nos quedamos mirándola. Mi boca forma una pequeña "o" al tiempo que siento sus ojos sobre mí.

Me bajo del auto y miro a mi alrededor anhelando enfocar cada detalle al mismo tiempo. Detrás de la casa sobresalen algunas montañas que al igual que los árboles se encuentran cubiertas por grandes cantidades de nieve. La noche llega rápido y  oscurece todo con cada segundo que pasa, siento el viento frío acariciarme mientras me sumerjo en el silencio que me ofrece el lugar. Empiezo a caminar hacia la casa, rodeándola, y cuando creo que no puede ser más perfecta para la ocasión, comienzo a visualizar el lago detrás de ella.

—Alguien planeó este lugar en busca de algo muy evidente: privacidad, además de libertad, comodidad y silencio —sus pasos se detienen cuando su pecho se pega a mi espalda. Las yemas de sus dedos rozan mi cuello cuando aparta mi cabello para dejarlo a su merced—. Además, en unas horas podremos ver la aurora boreal. Veré esas luces danzantes reflejarse en tus ojos grises, fiera. Si tengo todo esto aquí, el tiempo se me hará escaso porque…

—Porque es perfecto y estaré a tu lado —lo interrumpo—, contigo este paraíso está completo. No hace falta nada más.

Deposita un beso en mi piel y sonríe.

—Eso. Y ya no debemos contenernos.

—Sí, solo un poco más… ¿A qué hora podremos ver la aurora boreal? —Inquiero aún dándole la espalda.

—Son las 18:57 horas. Mientras más oscuro, mejor. Tendremos tiempo demás para ver el espectáculo, la noche será larga.

—Bien —me giro rápidamente y deposito un casto beso en sus labios. Miro hacia la casa y observo el amplio balcón de la habitación que supongo es la principal—. Estaré allí —señalo hacia el balcón con un asentimiento de cabeza y vuelvo a fijarme en sus ojos, él los entrecierra mirándome con cautela—. No me busques hasta las 20:00 horas.

—Que te busque a las ¿Qué…?

Me alejo de él, abro el maletero de la todoterreno y saco equipaje. Está bastante pesada pero logro cargarla con facilidad. Le quito las llaves y me adentro a la casa. Por un momento me quedo ensimismada en el aroma a madera barnizada pero avanzo hacia las escaleras cuando lo escucho moverse.

—Afuera, Aleksandre.

—¡Esto es injusto!

—Vete y no regreses hasta que haya pasado una hora.

—¿Me estás echando? —Pregunta desde el porche fingiendo indignación.

Me acerco a la puerta y la cierro en su cara.

—Te voy a castigar.

—Con fuertes embestidas, por favor.

Maldice en un susurro.

—Alexa, ábreme.

—No.

—Sí.

—He dicho que no.

—Y yo he dicho que sí.

—Terco, hazme caso. Imagina que no te quiero en este momento y vete a andar por ahí o…

—¿Que no me quieres? —Me interrumpe fingiendo estar dolido.

Suelto una carcajada.

—Te amo, pero vete.

—Ya verás, fiera, ya verás.

Escucho sus pasos alejarse y suelto un suspiro.

Subo las escaleras trotando, entro al pasillo de las habitaciones y cierro la puerta al llegar a la principal. Escaneo el lugar y debo cerrar la boca para que no se desencaje mi mandíbula. El lugar es un paraíso desde fuera, y una vez dentro siento la necesidad de pellizcarme para despertar del sueño. El techo de esta habitación es de vidrio, el aroma a madera inunda todo y el balcón es mucho más amplio de lo que creí.

Enciendo las luces y las graduo para que sean más tenues. Al parecer yo arruiné su sorpresa para mí. Hay pétalos frescos de rosas rojas en todo el piso y en la cama, además de velas aromáticas de color verde esperando ser encendidas.

Abro el ventanal del balcón, me acerco a los barandales, observo hacia abajo buscándolo con la mirada y suelto un quejido involuntario al ver un lobo blanco corriendo encima del lago congelado con dirección hacia el bosque.

Parpadeo varias veces procurando confirmar que es real.

—Hermoso.

Y enorme.

Aquella imagen del cuadro colgado en su despacho llega a mi mente y niego al confirmar con mis propios ojos que no le hace justicia. Su pelaje es abundante, delicado y de un blanco impoluto. Se mueve por el viento, por la velocidad a la que corre mientras yo no dejo de admirar su belleza.

De repente se detiene y suelta un gruñido para luego mirar en mi dirección desde la lejanía.

«Deja de mirarme así». Vuelve a rugir. Mis ojos se abren más de lo necesario y siento mi corazón volverse loco al entenderlo.

Vuelvo a la habitación con el órgano vital golpeándome el pecho con tanta fuerza que casi llega a doler.

«Si sigues haciéndolo no me haré responsable de mis actos». Vuelve a gruñir.

—Santos cielos —lloriqueo soltando una risa nerviosa.

El destino me está gritando en la cara que desde un principio él era para mí. Es… es una locura pero mi corazón se vuelve aún más loco por él. Por todo lo que él es, por su corazón, por su voz, su alma, su belleza…

Siento mis ojos arder y dejo escapar las lágrimas de regocijo.

Abro la maleta en el piso, guardo todo en el armario con puertas-espejo que se encuentra a un lado de la cama, a excepción del camisón de encaje, este lo dejo encima de la misma. A un extremo de la habitación hay otra puerta que supongo es la del baño, pero esta sí es normal. Me adentro en el espacio, dándome cuenta de que en lugar de un baño parece otra habitación. Guardo mis productos de aseo y abro otra puerta encontrándome con un cuarto de vapor. A diferencia de la habitación y el cuarto de vapor, el baño sí tiene un techo normal, pero también un amplio ventanal de vidrios polarizados enfrente de la tina como todos los de la casa.

Es un paraíso fuera y dentro no dejas de estar en él.

Me quedaría en esta casa para siempre.

Busco un reloj, al encontrarlo noto que me queda media hora. Me preparo un baño en la tina, me desnudo, me recojo el cabello y procedo a relajarme dentro del agua tibia. Unos minutos después vuelvo a la habitación envuelta en una toalla, seco mi cuerpo y me pongo el conjunto de una sola pieza. Vuelvo a soltar mi pelo ondulado y sonrío a mi reflejo frente al espejo.

Siento que el tiempo lo necesitaba para asimilar lo que pasará dentro de esta habitación. No es que vaya a perder mi virginidad o que vaya a estar con el hombre que amo con toda mi alma por primera vez, no, es muy distinto. Va más allá. Seremos uno, sin restricciones, sin hacer nada mal porque nuestras vidas están unidas.

Seremos uno con la aprobación de Lo divino y sin que vayan a surgir consecuencias. Seré la mujer felizmente casada que gustosa accede a entregarse en cuerpo y alma a su amado, mientras mi amado piensa que es el afortunado por tenerme.

Apago las luces de la habitación, enciendo las velas y miro hacia arriba.

Y ahí está el baile de las luces.

Miro hacia la cama y suelto un suspiro.

20:10

Salgo al balcón, rodeada de oscuridad, luces verdes y violetas que danzan a mi alrededor, inspecciono todo lo que mis ojos alcanzan a ver en su búsqueda, pero no lo encuentro por ningún lado. Empiezo a contar los segundos intentando respirar con normalidad.

20:23

«¿Y si le pasó... algo?»

Empiezo a dar vueltas sintiéndome impaciente ante la espera. Acaricio mi cuello con una mano y poso la otra en mi cintura. Los minutos pasan mientras yo los cuento sin saber si seguir esperando o ir a registrar el bosque por si…

«Es un jodido líder gigante e inteligente, ¿qué le va a pasar?»

Suelto un bufido y me cruzo de brazos.

20:57

—Aparece o me transformo y salgo a buscarte.

—Dije que te castigaría.

Me quedo estática al escuchar su voz a mis espaldas.

—Debiste castigarme de otra forma —susurro.

—De esa forma también te castigaré.

Me giro, quedando sin aliento en cuanto observo la figura enfrente de mí. Se encuentra recién duchado y completamente desnudo.

—¿En qué momento…? —Empiezo a hacer la pregunta pero no la termino, ya que él se acerca a mí y coloca sus brazos a cada lado de mí aprisionando mi cuerpo contra la baranda de madera.

Siento que invade mi espacio, que me roba el jodido oxígeno y cuando acaricia mi rostro con sus nudillos me veo obligada a cerrar los ojos debido a la satisfacción que me causa el roce de su piel.

—Puedo ser muy silencioso si me lo propongo, hasta el punto de que ni siquiera logres notar mi olor.

Dejo de escanear su cuerpo con mi mirada y la fijo en sus irises. Nos alumbra la luz de la aurora que nos ofrece tal espectáculo digno de admiración, y las velas aromáticas. Pero al ver sus pupilas dilatadas escondiendo ante mí el color de sus ojos, noto como su autocontrol se queda en la oscuridad.

21:00

En mi mente calculo la hora que es y suelto un suspiro.

Siento desaparecer el efecto del antídoto que oculta mi olor. Presto atención a la contracción de sus facciones y casi me río cuando maldice en un susurro. Su mandíbula se tensa y temo por mi vida cuando sus ojos se encienden poniéndose de un amarillo brillante.

—Sorpresa.

Suelta un gruñido, me toma de la cintura y me alza causando que enrede mis piernas en su cintura.

—Calma, lobito.

Me deja sobre la cama y se arrima sobre mí haciendo que sienta su dureza en mi vientre. Suelto un jadeo cuando empieza a lamer mi cuello con lentitud. La calidez de sus labios es un exquisito deleite que estoy dispuesta a sentir por el resto de mis días.

Para de besarme por un momento y conecta sus ojos con los míos. El color sigue ahogado entre sus pupilas pero el amarillo brillante aparece durante unos segundos. Cierra los párpados y respira profundamente. Entro una mano entre nuestros cuerpos y sin dejar de mirar su rostro empiezo a acariciar la dureza de su pecho hasta descender por su abdomen y sentir bajo mi palma sus músculos.

Abre los ojos.

—Hueles a cielo —se acerca hambriento en busca de mi labios y yo lo recibo con ansias.

Separo más las piernas haciendo que quede entre ellas, coloco mi mano en su pecho y lo empujo ligeramente mientras que con la otra hago ascender el borde del camisón. Su mirada se dirige a mis movimientos y al notar que no llevo nada debajo sustituye mis manos con las suyas. Recorre mis piernas con lentitud, acaricia la cara interna de mis muslos con las yemas de sus dedos.

Siento la necesidad de alejarlo y al mismo tiempo quisiera que hiciera más presión. Jadeo cuando su mano libre empieza a magrear mis senos por encima del satén, mi espalda se arquea cuando acelera el ritmo de sus caricias.

«Quiero sentirte... toda. Acariciarte, besarte, consentirte y poseerte».

—Alek.

—Eres libre, fiera.

Suelto jadeos involuntarios, giro mi rostro hacia a un lado con desasosiego, observo nuestro reflejo en el espejo, su sonrisa orgullosa por observar mis expresiones cargadas de satisfacción, observo su desnudez, su hermosura. Besa uno de mis senos y muerde ligeramente el pezón, aquello es suficiente para que alcance el punto máximo de placer.

—Ale...

—Mía.

Calla mis gemidos con sus labios.

Me quita el camisón pasándolo por mi cabeza y sin mediar palabras se introduce en mi interior de una sola estocada haciendo que lleve las manos a su espalda y como acto reflejo clave mis uñas en su piel. Su cuerpo se acopla al mío dejándome en medio de un éxtasis exquisito.

—Esto es demasiado —susurro con mis ojos fijos en su mirada artística. Si el roce de nuestros cuerpos me estaba matando ser llena por él me llevará a la locura.

Él no responde, pero su cuerpo sí. Sus pupilas se agrandan ocultándome la combinación en sus irises.

—¿Cómo debo tomar eso?

—Como un hazme el amor toda la noche.

Suelta una risa y se acerca a mi rostro haciendo detener el tiempo cuando deja de moverse. Paseo mis manos por su piel y cierro los ojos cuando me besa al tiempo que toca el punto exacto en mi interior.

—No pretendía parar, meine Dame.

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