❆ XXVI: Palpitaciones ❆
~ PALPITACIONES ~
Hay algo que merodea en mis pensamientos desde que lo volví a ver. Ese algo tiene nombre y apellido:
Fabián Ackerman.
Persona por la cual lloré incontables veces, durante varios años. Quien se suponía estaría conmigo por el resto de mis días y en cambio me hizo recordarlo de la peor manera. Y encima, resulta tener sangre de quien se ha encargado de ayudarme a cerrar esas heridas que muchas veces creí estarían abiertas de forma permanente.
Fue extraño volver a verlo, volver a mirar esas facciones que quedaron grabadas en mi mente, volver a ver sus ojos, esos que ahora son de un amarillo frío, pálido y sin brillo... como si estuviesen muertos.
Descubrí que detesto la sensación de tener su mirada sobre mí, siento que lo odio aunque no quiera odiarlo. Odio tener que ver su gélida mirada, saber que usa esa porquería para adormecer sus emociones y hacer más llevadero el dolor a mitad de la noche, porque no le deseo lo que pasé a nadie, ni siquiera a él, el juez que me sumó esa condena.
Apesta ver cómo Alek siente inseguridad por todo esto.
«Aunque lo entiendo».
Me encuentro en el área de entrenamiento, sola. Sin él, aún cuando ambos queríamos venir juntos. Las jodidas preocupaciones e inseguridades lo están carcomiendo y me molesta mucho saberlo. Quisiera que se olvidara de Fabián y que le quedara completamente claro que solo somos él y yo. Porque fui bastante clara y lo aceptó, pero vi la duda en sus ojos.
Suelto un suspiro y decido hacer una pausa para tomar agua.
Lleva todo el día revisando asuntos de la manada y dejando las cosas en orden, como procuramos encontrarlas, ya que estaremos lejos por una semana que me gustaría hacer eterna y ni siquiera nos hemos casado. Quiero disfrutar esos siete días a su lado, nosotros dos, solos. Me encargaré personalmente de borrar cada inseguridad, cada duda, cada preocupación y cada rastro de miedo entre nosotros.
«Necesito hacerlo».
Vuelvo a posicionarme. Golpeo el saco, con ganas, intentando descargar toda mi irritación. Mis brazos y piernas se mueven sin control, mi piel brilla por el sudor mientras todos mis músculos se encuentran rígidos. Intento alejar el enojo, tener acción usando mis brazos y piernas para maltratar el desgraciado objeto.
Minutos después de estar golpeando el saco irracionalmente, siento unos brazos enredarse en mi cintura desde atrás. Estoy a nada de estamparle un codazo a quien sea que se haya atrevido a tocarme, pero apenas un segundo después de sentir el contacto, siento cómo me invade aquel escalofrío que solo me puede provocar él.
«Y su jodido aroma».
Me quito los guantes, me volteo y salto hacia él, enredando las piernas en su cintura y los brazos en su cuello.
—¿Me extrañaste? —Suelta una pequeña risa.
—Mucho —respondo sin quitar mi mirada de la suya.
—Estás sudada...
—Lo siento —hago ademán de bajarme, pero él me sujeta con más firmeza.
—¿A dónde crees que vas?
—Tú lo haz dicho, estoy sudada.
—No dije que me molestara —su sonrisa se ensancha—, hueles delicioso —me río cuando pasa su nariz por la piel de mi cuello, causándome cosquillas—. Imaginanos, en esta misma posición —empieza a susurrar con el rostro escondido en mi cuello—, tu espalda contra la pared mientras ambos estamos bañados en sudor en la cocina de esa casa rodeada de nieve, soltando melodiosos gemidos, con una infinita resistencia y todo el deseo acumulado desde la última vez que estuvimos piel con piel.
—Pronto esa escena ya no estará en nuestra imaginación, la crearemos.
Acerca su rostro al mío.
—Y solo seremos tú y yo.
Salgo a su encuentro y nuestros labios se acarician por primera vez en varias horas, horas que sentí eternas. Los movemos en sincronía, confirmando una vez más que estamos hechos el uno para el otro ante lo bien que encajan nuestros labios, y si recordamos cómo encajan nuestros cuerpos...
Maniobra con mi cuerpo pegado al suyo, haciéndome reír y deja mi espalda caer en la lona del ring.
En una esquina se encuentra el saco de boxeo al que estaba por sacarle el relleno. El lugar tiene varias áreas y es bastante grande, solo pensar en los jóvenes de Wachsend aquí dentro me llena de adrenalina. Todos con su instinto animal, además con esa fuerza bruta y sobrenatural que les otorga tener una bestia en su interior.
Justo ahora el lugar se encuentra vacío, ya que son alrededor de las diez de la noche. Hace cinco horas estoy en él, me topé con varias personas, pocas hablaron conmigo, la mayoría me hacían una reverencia y se alejaban de mí como si fuese intocable, principalmente, los chicos.
Entiendo el porqué, no creo que algún ser vivo quiera ver la versión celosa de Aleksandre Wolf. Siento que sería capaz de asesinar a cualquiera que cruce las líneas. Y, siendo honesta, yo también contemplaría esa opción si alguna mujer cruzara las líneas.
Creo que ambos somos conscientes de ello.
Aquel beso anhelado continúa deleitándonos, Alek intenta vencer mi lengua mientras me encuentro encima de su cuerpo, mientras ambos hacemos innecesario tanto espacio en el ring, el mismo ring que ve cuánto deseamos separarnos nunca.
Nuestro beso se vuelve ardiente y vehemente, ambos exigimos el roce del otro, nos acariciamos en un beso intenso por el solo hecho de ser nuestro. Él aleja su boca de la mía y al abrir los ojos me encuentro con un reluciente brillo en su mirada.
Me sujeta de la cintura y se levanta, levantándome a mí en el proceso mientras ambos jadeamos en busca de oxígeno. Me toma de la mano y vuelve a guiarme fuera del ring para luego adentrarnos al pasillo de las duchas.
—¿No irás a llevarnos al borde del abismo una vez más, o sí?
—Estuviste a nada de romper el saco de boxeo, necesitas relajarte.
Me detengo y él me imita, quedando enfrente de mí.
—No quiero.
—¿Qué no quieres?
—Caer.
—No lo haremos, ya hemos pasado lo peor. Una sobredosis de besos, por ejemplo.
Suelto una risa suave.
—No deja de ser difícil. Tengo que frenarme las manos al besarte encima de un ring en el cual me imaginé tocándote hasta el alma.
Se carcajea.
—No es gracioso, Alek.
—Oh sí, verte indignada me hace reír —aleja su mano de la mía y acuna mi rostro entre las suyas—. Déjate llevar.
—Si me dejo llevar me embarazas.
Él acaricia mi rostro sin dejar de sonreír.
—Eso después, ahora confía en mí. Solo es una ducha.
«Solo es una ducha». Repito en mi mente, intentando convencerme de ello.
Deposita un beso en mi frente y yo me quedo mirándolo a los ojos, sin saber qué hacer, cavilando entre las dos opciones cuando solo me gustaría tomar una.
—Espero su orden, Meine Dame.
—No me dejes caer.
—Jamás.
Vuelve a tomar mi mano, me guía hacia las duchas y cierra la puerta con seguro. Empieza a quitarse los botones de la camisa. Sus manos son reemplazadas por las mías en cuanto me acerco y se los quito para después deslizar la prenda por sus brazos.
Mis ojos siguen el recorrido de la tela oscura y se quedan clavados en sus hombros, en esos puntitos que adornan su piel ligeramente bronceada. Deposito un beso en la zona mientras él termina de quitarse el pantalón para luego deslizar sus manos por mi espalda, hasta encontrar el final de la trenza francesa y danzar con sus dedos entre mis cabellos para deshacerla.
Observo su torso desnudo, la piel tonificada, los músculos endurecidos con ese ligero baño de vellos apenas visible que me hacen querer acariciarlo durante horas.
—Eres hermoso.
—Ya te lo he dicho, fiera. Soy tuyo.
—Dímelo otra vez.
Inclino el rostro hacia arriba para verle a los ojos.
—Soy tuyo.
Se pone de rodillas, me quita las sandalias y luego se levanta, siendo seguido por mis ojos en todo momento.
Me baja el pantalón y me quita el top, con su mirada clavada en la mía. Se acerca más a mi cuerpo y mientras nos encontramos frente a frente y semidesnudos, toma los bordes de mi ropa interior entre sus dedos. Por un momento está seguro de deshacerse de la prenda, pero apenas un segundo después la suelta y sube sus manos a mi cintura para guiarme dentro de un cubículo. Cierra la puerta del mismo, haciendo que los dos peligremos en el reducido espacio.
—Cierra los ojos.
Lo hace y tantea la pared, para luego hacer que la lluvia artificial caiga sobre nosotros.
—No puedo.
Susurra, haciéndome tragar saliva con dificultad.
Abre los ojos y sus párpados tiemblan al querer dirigirlos a una zona específica de mi cuerpo.
Expulso aire por mi boca entreabierta cuando muerde mi mentón. Su respiración se agita junto a la mía por causa de las sensaciones y el nerviosismo. Una de mis manos va hacia su nuca, mientras que con la otra acaricio su pecho.
—Alek...
—Todo en orden. —Sacude la cabeza, como si intentara centrarse y suspira. Mira los productos en el pequeño estante a un lado, por más tiempo del necesario y luego vuelve a centrar su atención en mí—. Tendremos que hacerlo con las manos... y agua. Ya están usados —toma el único jabón sellado entre sus manos—, menos este.
Es de menta.
Me ve asentir y procede a deslizar sus manos por mi cuerpo con delicadeza, esparciendo el líquido pegajoso en mi piel. No lo hace para provocarme, pero cada vez que su piel acaricia la mía siento las justificables palpitaciones por todo el cuerpo, las mismas que me hacen respirar con dificultad.
Me limpia los hombros, la espalda, las piernas... todo, y al ser el turno de mis pechos, vuelve a mirarme a los ojos.
Sus pupilas se dilatan cuando me toca con movimientos ralentizados y delicadeza. Sus párpados se debilitan al tocarme con detenimiento. La espuma hace que sus grandes manos resbalen y me acaricien con más suavidad. El olor de esa cosa y él me están calentando demasiado, encima esa frescura está en cada parte de mi cuerpo y las sensaciones que me hace sentir erizan mi alma.
Segundos después es su turno, pongo mi mano y él la cubre con el líquido transparente. Poso mis ojos en esa combinación de sus irises que he llamado obra de arte, froto mis manos para luego pasarlas por su cuerpo con lentitud mientras nuestras almas se miran.
Alek alterna la mirada de mi boca a mis ojos y no sé qué tomar, si sus labios o la invitación que me hace.
Tardamos varios minutos en terminar esa sesión de placer para ambos que pretendía ser «solo una ducha» inocente. Cuando cada uno termina de enjabonar al otro él apoya sus manos en la pared detrás de mí, dejando que el agua termine de limpiarnos mientras me observa sin perderse un detalle de mis expresiones.
—Eres la sensualidad personificada, fiera.
Sonrío en respuesta.
—Y me merezco un premio por pasar cada una de estas jodidas pruebas.
—Yo también —respondo.
—Por supuesto que sí —me dedica una sonrisa ladeada—. Aunque, lo mejor es que ya salgamos de aquí, tus padres llegan para la cena y justo en este instante lo único que deseo descomunalmente es hacerte mía.
Suelto una risa leve.
—El sentimiento es mutuo.
❆ ~•❆•~ ❆
Escucho sus toques y abro la puerta.
—Preciosa —dice apenas cruza el marco de la puerta, repasando mi cuerpo de arriba abajo.
—Tu también estás muy guapo
—sonrío acercándome a él para luego acomodar su corbata.
—Me estoy replanteando la existencia —enreda sus brazos en mi cintura y me aparta el pelo del rostro.
—¿Por qué?
—Porque estoy jodido y me fascina. Pero tengo la cabeza llena de estupideces, sigo sintiendo el miedo de no ser el indicado.
—¿Pero qué estás diciendo? —Lo interrumpo.
—No puedo evitarlo.
—Me estoy cansando de esto, pensé que lo habías entendido —me alejo. Él intenta tocarme, pero desiste de la idea al notar cómo me invade la irritación.
«Sé muy bien por qué sientes eso».
Empiezo a caminar de un lado a otro mientras él me mira, pensativo.
—Fiera.
—¿Cuándo vas a entender que eres el ser más perfecto para mí? ¿Que nos elegimos? ¿Que te quiero? —Hago todas las preguntas y salgo de la habitación dando un portazo, sin esperar su respuesta.
—Joder, Alexa. Solo quise expresarlo.
—Y yo te expreso lo mucho que me disgusta esto.
Escucho su llamado, su tono indeciso, vulnerable; pero no me detengo. Camino rápido, con prisa, alejándome de él, sin embargo, apenas estoy por llegar al inicio de las escaleras cuando toma mi cintura con fuerza, pegándome a su cuerpo. Le doy con los puños en el pecho, pero él esposa mis manos con las suyas.
—Escuchame.
—No.
—No puedo evitarlo.
—Me molesta.
—Fiera, soy consciente de quién soy y de quien eres, pero no puedo ofrecerte completa seguridad. Eso me está matando.
—Ese no es el punto, Aleksandre.
—Sí, el jodido problema son mis pensamientos.
—Deja de pensar que no me mereces.
—No es eso.
—¿Entonces qué es?
—Él es mi familia.
—Y yo soy tu compañera.
—No iba a ser así.
—Pero lo soy, ¿te arrepientes de elegirme?
—No, santos cielos, eres todo lo que quiero.
—¿Entonces por qué no aceptas que solo somos tú y yo?
Permanece en silencio durante demasiado tiempo.
—Habla conmigo... —pido en un susurro.
—No sé qué decirte.
—Mi corazón no es de Fabián, es tuyo. Me siento estúpida con esto, ¿puedes dejarlo a un lado de una vez?
—Mi mente solo te imagina con él. ¿Cómo hago eso? —Alterna la mirada entre mis ojos.
—Viendo la realidad. Nos vamos a casar y nadie nos obliga, me elegiste y yo dije que sí. Lo nuestro está seguro desde el principio. No dejes que esos pensamientos nos alejen.
Me suelta las manos y yo acuno su rostro entre ellas, rodeando sus mejillas y parte de su mandíbula.
—Dímelo otra vez —susurra.
—¿El qué?
—Eso —acerca su rostro al mío al tiempo que sus ojos se estacionan en mis labios.
«¿Cómo puede irritarme, llenarme de amor y calentarme en treinta segundos?»
—¿Y si mejor te digo que te amo?
Mi corazón se acelera junto al suyo cuando sus ojos se pasean por los míos.
—¿Qué...?
—Te amo.
Su respuesta es una sonrisa que me infla el pecho y me hace sonreír con la mirada empañada. Nos envolvemos en un beso genuino, lento, delicado y expresivo a sobremanera.
—Es nuestra primera discusión —murmura con gracia al separarse un poco de mí.
Le doy un golpe más fuerte en el pecho, causando que su expresión se contraiga y que un pequeño quejido de dolor abandone su garganta.
—Muy innecesaria, además.
—¡Cielos! —se queja con voz ahogada—. Intentaba tener comunicación por cómo me siento.
—Y a mí me molesta que sigas sintiéndote así.
Suelta una carcajada y vuelve a tomar mis labios entre los suyos.
—No me arrepiento, gracias por amarme...
Entrecierro los ojos.
—Y por el golpe, fiera.
Tengo intenciones de replicar pero el muy astuto me silencia al volver a besarme, sin embargo, nuestro apasionado beso en medio de los pasillos es interrumpido por las presencias que empiezan a bailar entre nosotros.
—Besas muy bien a mi hija, la has puesto a temblar.
Carraspeo.
—Padre...
—Buenas noches, hija.
Vuelvo a mirarlos y alterno la mirada entre los dos sin poder evitar el derrame de esas lágrimas de felicidad que hacen picar mis ojos.
Me acerco a ambos y los abrazo con todas mis fuerzas.
—Cariño, nuestra hija ha crecido.
—Creció hace mucho, Julian.
—Santos cielos, mírala, es toda una mujer.
—Papá, basta.
El calor de mis padres me vuelve vulnerable.
—¿Alguien más sabe nuestro secreto?
—Nadie —responde mi madre, clavando sus ojos en mí—. Saben que no puedo ocultar mis colmillos —sonríe mostrándolos y de paso haciendo aparecer su mirada de cazadora escalofriante—, así que, procuraré no hablar mucho. Nadie más necesita saber lo que somos.
—Exactamente, mi señora —mi padre toma su mano para besarla en el dorso—, ustedes vayan abajo. Alek y yo tenemos que hablar.
Suelto un suspiro involuntario.
—Vuelves a suspirar así y te quedas sin novio.
—¡No he hecho nada!
Alek se ríe de mí.
—Te veo abajo, fiera.
Aleksandre
El señor Julian suelta un suspiro, mirándome con los ojos entrecerrados.
Intimida.
Sus ojos te hacen ver mil formas de tortura. No es un híbrido ni un elegido, pero sí es de la realeza.
«Y mi suegro».
—No debí hacer eso —murmura.
—¿Qué cosa? —Pregunto y mi frente se arruga.
—Ahora sé lo que le has hecho a mi niña.
Me quedo mirándolo fijamente y sin comprender del todo durante unos segundos.
—Señor Julian...
Levanta una mano haciéndome guardar silencio.
—A ver. Elegiste a mi hija, tuvieron sexo antes del matrimonio, se marcaron, ya hablaron de tener hijos y tu primo es el desgraciado que tiene los días contados. ¿Cierto?
—Sí, señor.
—Eres un buen hombre y te agradezco haber rescatado a mi hija de esa maldición —guarda silencio durante unos segundos—; apruebo su matrimonio, pero si Acel se entera de que estuvieron juntos antes de la boda, estás muerto.
Trago saliva.
—No pensamos en el error.
—No estuvo bien, y lo entiendo. Pero ella no lo va a entender.
Me quedo en silencio durante unos segundos, sin despegar mis ojos de los suyos.
—¿Cómo me leyó la mente?
—Está desapareciendo el efecto del antídoto —sonríe burlón y palmea mi hombro para luego pasar por mi lado y dirigirse a la planta baja—. Ve a tomarlo, te esperamos en el comedor.
Asiento, pensando en sus palabras.
—Sí, Señor.
Julian Schwarz es alto, con un dragón gigante, intimidante hasta al sonreír, con el don de leer la mente, mi suegro y con una mujer aún más intimidante como su Señora.
Ambos podrían convertirse en mi pesadilla, también en la pesadilla de quien sea lo suficientemente imbécil como para ponerle un dedo a su hija, ese preciado tesoro para ambos que han ocultado al mundo y que yo ahora tengo el privilegio de poder tener a mi lado.
Un tesoro que decidió ser mío.
Mía.
Un tesoro que me ama.
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