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❆ XXV: Sobredosis ❆

~ SOBREDOSIS ~

Nos guiamos por el olor de Arian y la encontramos cerca del río, el mismo que desde la distancia rodea casi por completo la mansión. Está sentada encima de una manta, a oscuras, bajo la luz de luna, con las rodillas flexionadas y la cara oculta entre ellas. Ni siquiera se inmuta al percatarse de nuestra presencia.

Nos sentamos a su lado.

—Nena, estás un poco expuesta aquí, ¿no crees? —Alexa la abraza por los hombros, Arian solloza en respuesta.

—Cariño, dime a quién debo pedir cuentas por tenerte en este estado.

No responde. Solo solloza. Una y otra vez. Me acerco a ellas y las rodeo con mis abrazos.

—No llores, Arian.

Noto la mirada de Alexa, la misma me pide silencio, pero esa es una petición que no puedo acatar cuando el corazón de mi pequeña se encuentra lastimado.

Su cuerpo se estremece cuando se quita el cabello del rostro y rompe con delicadeza nuestro abrazo de tres.

—No sé nada de él... —susurra—, escuchar hablar del rechazo y saber que... que me dejó sola...

Su voz se quiebra.

—Me siento como una estúpida por caer a la primera, por no esperar, por amarlo cuando él está bien por ahí, haciendo lo que sea que esté haciendo y yo estoy aquí, sintiéndome rota. Y lo peor es estar así por su causa, anhelar que se pare enfrente de mí y me de una jodida explicación.

Me tenso.

Alexa toca mi hombro en cuanto mi respiración se agita. Lo mejor es que ella maneje la situación, yo ni siquiera sé qué rayos hacer, solo pienso en hablar seriamente con quien sea el imbécil que no ve lo afortunado que es.

—¿Pertenece a Wachsend? —Pregunto luego de varios minutos en silencio.

Asiente.

—Es lo único que sé de él, además de su número de teléfono y nombre. Creo que sus padres murieron hace unos años.

—Está bien, nena. Calma.

Ella asiente dejándose abrazar por mi fiera una vez más.

No ha sido rechazada, pero verla así e imaginar que le puede pasar me llena de rabia. Suficiente ha sido ver a Alexa vivir esa mierda dos veces, no soportaría verla a ella también en ese estado.

—Sabemos de algo que te ayudará a distraerte —digo.

—Por favor, necesito dejar de pensar tanto —levanta el rostro y se limpia las lágrimas con decisión.

—¿Te gustaría encargarte de la organización para nuestra boda? —Alexa le acomoda el cabello.

—¿De verdad?

—Sí. Eres especial para nosotros.

Asiento en afirmación y Alexa continúa hablándole:

—Te debo haber llegado a Wachsend.

—No me debes nada... así pasaron las cosas.

—¿Y si no hubieses creado esa mentira para que tu rey se compadeciera de mí y me ofreciera quedarme en su manada...? ¿Y si no le hubieras dicho que necesitaba ayuda?

—Hice lo que debía hacer.

—Nosotros te debemos todo, y queremos recompensarte.

—Será un honor —nos dedica una sonrisa leve, mirándome durante unos segundos para luego volver a centrar su atención en Alexa—. Debemos pensar en lo que quieren.

—Queremos algo floreado y sencillo, justo acá, a la orilla del río. Para la pequeña fiesta, luces y música; pero no te limitaremos, tú haz que no sea nada ostentoso. Lo demás queda a tu criterio.

Alexa asiente, estando de acuerdo.

—¿Cuándo será la boda? —Alterna la mirada entre ambos.

—En dos días.

Al escucharla elevo las cejas pero me mantengo en silencio.

—Gracias por confiarme algo tan importante, me iré a organizar ideas y trataré de dormir un poco.

—Gracias a ti. Anda, no pienses tanto.

—Les dejo la manta.

—¿Así que en dos días? —Inquiero apenas Arian está unos pasos lejos de nosotros.

—Si por mí fuera, ya me hubiera casado contigo.

Suelto una carcajada, sabiendo que ella tiene toda la razón, pero sin pasar por alto el mensaje oculto entre sus palabras.

—Dos días me parece perfecto.

—Hablaré con mis padres.

—Está bien —hago una pausa, cavilando entre sacar el tema o no. Al final no puedo contenerme—. Ya que estamos solos... pienso que debemos hablar sobre Fabián.

Suelta un suspiro cargado de molestia.

—Yo pienso que no. Conformate con saber que no ha cambiado nada.

—Quiero hablarlo —me acerco más a ella.

—No tengo mucho que decir al respecto, solo que no esperaba que tu primo fuera él —flexiona las rodillas y se abraza a sí misma, a la vez cierra los ojos y vuelve a suspirar.

Tiene frío y lo disfruta.

—¿Te duele?

—Ya me dolió demasiado —me mira y noto el brillo de sus ojos al ser alumbrados por la luna—. Solo hay cabida para los recuerdos —sonríe despacio—, y tú te encargas de borrar cada uno de ellos solo con respirar.

Me contagio de su sonrisa.

—Entonces, ¿estamos bien?

—Siento que no eres quien me pregunta esas cosas.

—¿Por qué no puedo sentirme inseguro en una situación así?

—Puedes, pero no tienes por qué. Ya te lo demostré, no tienes nada que temer. —Acorta la jodida distancia entre nosotros y se sienta enfrente de mí con sus ojos fijos en los míos.

«Te equivocas».

Nuestros alientos se mezclan.

—No deja de ser quien Lo divino escogió para ti.

Y es mi primo, por más imbécil que sea, no deja de ser mi familia y miento si digo que no lo aprecio.

Me siento egoísta, pero sé que se enojaría si le digo que me he preguntado qué hubiera pasado si hubiese llegado aquí, pero de la mano con Fabián. Nuestros sentimientos y nuestro vínculo son más que concretos, pero yo no era para ella. Tengo el derecho de elegir, puedo desear muchas cosas y tenerlas, pero poder elegirla a ella fue un privilegio y soy muy consciente de ello.

—Te confieso que he pensado lo mismo, varias veces. Pero llegué a la frontera de Wachsend de forma extraña, más que nada por mis errores no erróneos y la insistencia de Arian, y por las mismas razones me quedé a dormir —sonríe, recordando el momento—. Pero siento que las cosas debían pasar exactamente como pasaron: yo, encontrarlo, caer en la tentación, ser rechazada, sufrir durante tres años, encontrar perdida en el bosque a la hija del segundo al mando en la manada más poderosa, esa misma en la cual la gemela de mi madre se hospeda hace años...

Traga saliva al tiempo que desvía su mirada a sus manos. Yo inclino el rostro en busca de ella y tomo su mentón, desesperado porque siga mostrándome el alma a través de sus ojos.

—Y ahora que lo detallo, confío más en que las cosas debían pasar justo como pasaron —acuna mi rostro entre sus manos—. Eres mi compañero, mi rey, mi vida, me elegiste y yo te elegí, soy tuya y tú eres mío.

Se acerca más a mi rostro, con lentitud, advirtiéndome sobre un beso que, al no poder esperar más, salgo en su búsqueda. Uno mis labios a los suyos, pero ella nos aleja apenas un segundo después.

—Solo a ti quiero pertenecer ¿quedó claro?

—Clarísimo —la subo en mi regazo y me acuesto sobre la manta con ella sobre mí—. ¿Notas lo afortunado que soy?

—No sabría decirte cuál es el afortunado de los dos.

—Soy yo, tú viniste a mí.

—Y tú me recibiste con el corazón abierto —se acomoda.

—Fiera...

—¿Mmm?

—Te quiero.

Su rostro se ilumina aún más.

—Ahora que siento cómo se quiere no dejaré de decírtelo y de demostrártelo.

—No sabes la guerra de sensaciones que me provocas. Y no es el te quiero, es que te quiero y escuchar que me quieres mientras lo veo en tus ojos me pone loco el corazón.

Río.

—¿Mis ojos dicen que te quiero?

Asiente.

—Mucho.

—Los tuyos dicen que quieres hacerme el amor, justo aquí.

No responde. No de forma verbal, ya que vuelve a tomar la iniciativa y une nuestros labios en un beso demandante y profundo que, de no ser por las gotas que empiezan a caer sobre nosotros, hubiese terminado en un par de orgasmos.

Nos levantamos agitados por la lluvia repentina, mientras la luna sigue brillando sobre nosotros, pero en vez de salir corriendo por el agua helada de otoño, empezamos a reír como dos desquiciados. Y por la misma razón.

—Siento esto como un mensaje de Lo divino.

Me carcajeo acercándome a ella al tiempo que la lluvia cae estrepitosa a nuestro alrededor.

—Menos mal.

Vuelve a reír, enredando sus brazos en mi cuello y acariciando mi nuca con la palma de sus manos.

—Si salimos victoriosos de esta guerra, con las ganas que nos tenemos, ¿qué nos regalarás? —Pregunto en un susurro.

Se echa el pelo mojado para atrás y empieza a mecerse de un lado a otro con lentitud.

—No hará falta ningún regalo, créeme.

—¿Estás bailando?

—Sí...

—¿Bailaremos mojados? —Ajusto mi agarre en su cintura.

Asiente.

—¿Sabes bailar?

—Sí —susurro cerca de su oído cuando da la vuelta y pega su espalda a mi pecho—. ¿Al ritmo de qué canción bailaremos?

—Al ritmo de la lluvia.

Frunzo el ceño y estoy a punto de hablar cuando vuelve a girar repentinamente, y como consecuencia: su boca queda estampada en la mía.

«Ya entiendo».

Me besa y yo le correspondo con ganas.

—Jamás me cansaré de tu boca —susurro tomándola por la cintura. Ella encierra sus piernas alrededor de mí mientras yo la sujeto con fuerza.

—Que sea un baile racional, con pausas, para no perdernos en la coreografía —dice entre besos.

Y yo capto el mensaje, pero ella se baja, se quita los tacones y en un segundo está lejos de mí, pero cerca del río.

Me detengo a su lado y la veo desnudarse.

—¿Pero qué...?

—Tengo calor.

—¿Calor? ¿Qué...?

Shhh. Otra prueba de fuego, a finales de otoño, bajo la lluvia y dentro de un río —desliza los tirantes del vestido por sus brazos, la prenda cae al suelo húmedo y ella queda solo en ropa interior delante de mí.

«Santos cielos».

Inspecciono nuestro alrededor, procurando confirmar que nadie se ha atrevido a acercarse.

—¿Gustas?

Se adentra en el río, hasta donde el agua solo le cubre un poco más arriba de la cintura.

—Estás loca.

Ella se ríe en respuesta.

—Y yo estoy aún más loco, pero por tí. Tanto como para meterme en un río, lloviendo, con la luna en su punto más alto, en medio de la noche, con el invierno a la vuelta de la esquina mientras estoy encendido y no por calor.

Vuelvo a escuchar su risa y empiezo a quitarme la ropa.

—Eso, desnúdate para mí.

Niego entre risas.

—Prometo hacerte gemir mucho en la luna de miel.

Me deshago del saco, de la corbata, de la camisa, del cinturón y del pantalón; quedando solo en bóxer ante mi mujer.

El agua del río se encuentra bastante fría y me encanta ver cómo la disfruta. Me quedo detrás de ella y aprovecho para cubrir su vientre con una mano mientras que con la otra le aparto el cabello hacia un solo lado, dejándolo entre su hombro y cuello.

—Y durante el resto de nuestras vidas.

Ella jadea cuando siente mi palma tocando la piel desnuda de su abdomen. La reacción de mi cuerpo es instantánea. Posa una mano sobre la mía e inclina la cabeza hacia atrás dejándola en mi hombro al sentir mis besos sobre la marca. La cicatriz es casi invisible, pero está ahí, ella la siente y yo también.

—¿Crees que alguien nos vea? —Exhala por la boca.

—A juzgar por la ahora escasa luz de luna gracias a las nubes que pretenden cubrirla mientras llueve, y lo lejos que estamos de la mansión como para que las luces traseras nos alcancen, y las cámaras también; creo que no.

—Menos mal... —se acerca mucho más de lo necesario a mi cuerpo.

—Atrevida.

Bajo la lluvia, dentro de un río, mientras nos deseamos, mientras nuestro calor reduce a nada el frío, ella respira con dificultad y yo pierdo el jodido aliento.

❆ ❆ ❆

—No mientas, lo hiciste adrede, para torturarme.

Ella se carcajea, mientras subimos las escaleras y empapamos todo a nuestro paso.

—No sé quién sufre más de los dos.

—Pues es obvio que yo, me duele.

—Lo siento —se planta enfrente de mí, dos escalones más arriba y me mira haciendo un puchero.

Yo lo estoy sintiendo, fiera.

La rodeo y continúo subiendo.

—No me dejes así, perro.

—Me dueles.

Vuelve a reírse.

—Necesito meterme en hielo.

Se carcajea más fuerte.

—Préstame tu teléfono, voy a acelerar los trámites del divorcio.

Me detengo, y ella, quien se encontraba subiendo detrás de mí, en un segundo está a mi lado.

Entrecierro los ojos, mirándola.

—¿Divorcio?

Su sonrisa se ensancha y mi corazón late fuerte en respuesta.

—La boda, digo.

Busco el teléfono en el saco que llevo entre mis manos y se lo doy.

—Creo que aún sigue vivo.

—¿Tienes a mis padres registrados aquí? —Pregunta al tiempo que teclea la pantalla

—A tu padre.

Deja de teclear, quita la mirada de la pantalla y me observa durante unos segundos, pero vuelve a centrar su atención en el aparato.

Y de la nada desaparece de mi vista.

«Media vampira tenía que ser».

Termino de subir las escaleras y me detengo en su puerta tras adentrarme en el pasillo que dirige a nuestras habitaciones. Tomo el pomo de su puerta, noto que la misma se encuentra cerrada con seguro, me resigno y decido ir a mi habitación por esa ducha de hielo y dejarla acelerar los trámites del divorcio.

Alexa

¿Por qué llamas a estas horas, le pasó algo a mi hija?

Sonrío al escuchar la voz de mi padre.

—No padre, soy yo.

Oh. Hija, ¿Cómo están allí?

—Bien, yo estoy mejor ahora que te escucho.

Pero si hablamos hace apenas un día ríe.

—No importa, señor Julian. Siempre voy a sentir alivio al hablar con ustedes.

Te entiendo, hija. Sentimos exactamente lo mismo, pero sabes que no podemos hablar tan seguido. Es peligroso.

—Lo sé. ¿Y mamá?

Le dije que durmiera un poco. Andaba algo estresada con lo del vestuario para tu boda, además, tuvimos un día algo agitado...

—No quiero saber más. Gracias —lo escucho reír—. Tampoco quiero que se estrese, pero necesito casarme ya.

¿Cuándo?

—En dos días.

Pero, ¿por qué tanta prisa?

—No me preguntes eso si sabes la respuesta.

Estoy celoso, a tu madre sí le detallas todo.

—No es cierto.

Eso dijo ella, y me dio los detalles también.

—¿Eh?

¿Así que el perro ha logrado despertar tus deseos más ocultos, eh?

—Padre...

Me alegro de eso. Necesito un nieto. O dos.

—Papá...

¿Sabes qué vuelve loco a un hombre lobo?

—Papá...

El olor de su compañera, en realidad, a todos nos vuelve locos. Deja que el efecto del antídoto desaparezca para la luna de miel y me lo agradecerás. Y ya no me digas "papá", habla conmigo.

Suelto un suspiro.

—¿Están de acuerdo?

¿Estás feliz? ¿Te trata como la reina que eres? ¿Te enciende a cada rato? ¿Lo quieres?

—Sí a todo.

Entonces estamos de acuerdo.

—Gracias —sonrío con la mirada empañada por el choque de emociones.

Clea, tu hija está a punto de llorar po...

—¡No! déjala dormir —se carcajea
—. ¿Cuándo llegan?

Ya que estás tan desesperada por casarte con ese perro, mañana en la noche.

—Papá...

Alexa, como sigas así llamaré a tu madre.

—Está bien, está bien —carraspeo—. Estoy muy feliz, señor Julian.

No necesito que me lo digas, lo escucho. Y ansío verte con esa sonrisa.

Mi vista se nubla aún más.

—Yo también deseo verles —miro hacia la puerta y parpadeo varias veces, alejando el agua salada de mis ojos al escuchar los tres toques de Alek—. Ya me voy, te amo, dile a mamá que la amo, los amo mucho a los dos. Los espero.

Te amamos. Cuídate mucho, cariño.

—Ustedes cuídense más.

Cuelgo dirigiéndome hacia la puerta. Al abrirla me encuentro con el hombre lobo más ardiente que mis ojos hayan visto, y el único que deseo ver.

—Ya me he refrescado. Dormiremos juntos —me señala en advertencia—. Pero nada de toqueteos ni besos, o te juro que me olvido de la abstinencia.

—Lo última es una buena idea.

—Alexa...

Me escucho reír y cierro la puerta cuando él pasa por mi lado para después tirarse en la cama. Yo me quedo mirándolo fijamente.

Hoy sí se cubrió por completo.

Se tapa el rostro con el antebrazo.

Me acerco a él, le destapo la cara, posando mi mano en su mejilla, y me pierdo en el brillo de sus ojos cuando los abre, fijándolos en mí.

—No soportaré mucho tiempo absteniéndome de algo que solo he probado un par de veces y ya me ha vuelto adicto.

Sonrío.

—Tu adicción es adicta a ti y quiere consumirte, que le consumas. Aunque solo sea en un beso.

—Puedo darte de esos toda la noche —se abraza a mi cintura.

—¿Sobredosis?

Asiente, tomando mis labios entre los suyos.

—Se me pondrán azules, pero yo encantado.

Me carcajeo.

—«Nada de toqueteos ni besos» —me burlo.

Él nos hace girar, quedando sobre mí y vuelve a besarme con ansias.

—Cállate y bésame.

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