❆ XXIX: Paraíso ❆
~ PARAÍSO ~
Aleksandre
Me remuevo entre las sábanas intentando no despertarla. Busco el reloj en la pared y veo que son las 3:41 a. m. Vuelvo a girarme hacia ella cerrando los ojos con fuerza cuando se mueve y se pega a mí. Está dándome la espalda, el cabello le cubre el rostro y yo me dispongo a apartarlo. Pero decido frenar mis manos e ir a darme una ducha para controlarme.
Las imágenes junto a ella que hay en mi mente me llevan a lugares, me llenan de sensaciones que se vuelven mucho más intensas mientras el agua fría se desliza por mi cuerpo.
Salgo de la ducha.
Vuelvo a la cama en donde el amor de mi vida se encuentra sumida en sus sueños.
Dirijo la mirada hacia el techo, suspiro al ver el cielo despejado en medio de la oscuridad ser alumbrado por las luces verdes y a la vez me dejo llenar de tranquilidad intentando formar figuras con las estrellas.
Este lugar es ideal para olvidarnos del mundo. Sé que le gustó tanto como a mí, pienso comprarla para venir las veces que necesitemos el oxígeno de, al menos, un pedacito del planeta solo para nosotros dos.
Paseo la mirada por la habitación, observo las velas casi derretidas por completo y cierro los ojos grabando por milésima vez en la noche su olor en mi mente.
Desprende poder pero también huele a él, el aroma a especias se mezcla con su esencia haciéndome luchar contra las ganas de despertarla para volver a ser su esclavo y, el esclavo de todas las sensaciones que se alojan en nosotros cuando estamos cerca, cuando somos uno.
Sentir su esencia debilita mi autocontrol y me hipnotiza.
Sé bien cómo terminarán mis días: no me cansaré jamás, ni de tocarla, ni de escucharla, ni de probarla, sentirla, olerla, besarla... de amarla. Me gusta todo de mi mujer, mucho más esa faceta enojada que saca a relucir su fiereza.
Vuelvo al baño y me rocío el perfume que solo he usado una vez, aquella madrugada en la cual estuvimos a punto de ser esclavos del deseo.
Le gustó mucho esa esencia, lo sé, su cuerpo me hablaba en miles de idiomas solo con olerme.
Abro el ventanal del balcón, me adentro en él quedando expuesto. Reviso que no haya ningún olor o sonido extraño que pueda ser motivo de alerta. Al no encontrar nada, vuelvo a la cama, tomo su cintura y la acerco a mi cuerpo. Escondo mi rostro en su cuello y la beso en la zona de mi marca, causando que se remueva.
—Amor. —Separo mis labios de su piel y contemplo su rostro, al notar que sigue dormida llevo una mano a sus pechos—. Necesito de ti, fiera.
La reacción de su cuerpo es inmediata.
—Me despiertas acariciándome… —Vuelve a moverse, coloca una mano sobre la mía—. Puedo acostumbrarme a eso.
Reparto besos por todo su cuello y ella jadea en respuesta.
—Por un momento creí que te molestaría —admito.
Ella inhala profundamente sumergiéndose en la mezcla de mi olor con el perfume, como estoy yo con la misma mezcla, pero en ella. Se pega más a mi cuerpo sin dejar de darme la espalda y yo me inclino más cuando ella gira el rostro y entiendo que desea besarme.
Toma mi mano llevándola a su pierna y la deslizo por la cara interna de su muslo mientras nuestro beso me hace sentir más vivo y me mantiene con la certeza de que ella siempre será el privilegio más grande y la mujer que por fortuna nunca dejaré de amar.
—No me molesta… —dice, soltando una risa somnolienta contra mis labios—. ¿Necesitas de mí? —Pregunta en un susurro, haciéndome sonreír.
—Entonces me escuchaste.
—¿Necesitas de mí, o no?
—Por supuesto que sí.
—Aquí me tienes.
Suelta una risa ante mi gruñido y se pega más a mí, como si eso aún fuera posible.
Suelto su pierna por un momento, paseo mi mano por su abdomen mientras ella la enreda entre las mías, siento como la zona sube y baja con prisa gracias a su respiración agitada.
—Mía.
—Tuya —jadea—. Hazme más tuya.
—¿Qué deseas?
—A ti.
Ella aturde cada uno de mis sentidos.
—¿Me quieres a mí?
—Te amo.
Sus labios atrapan los míos, me besa y yo levanto su pierna, para luego sumerjirme en su humedad.
Siento que formamos un incendio, pero no cualquier incendio, más bien uno de esos en los cuales cualquiera se dejaría consumir; en los que a quien sea le gustaría arder.
Nuestras respiraciones se mezclan al tiempo que la unión de nuestros cuerpos causa estragos en nuestra cordura. La brisa helada nos golpea, los olores nos sumergen en una nube de intimidad que va más allá de lo sexual, una en la que nuestras miradas se entienden tan bien como nuestros cuerpos.
El único ruido a nuestro alrededor es el que crean nuestras pieles al tocarse y aquellas palabras mudas que nos susurramos, las cuales riman con el latir desesperado de nuestros corazones.
Siento cada parte de su cuerpo rozar con el mío. Siento su alma adhiriéndose a la mía, siento sus labios carnosos descender por mi cuello cuando se sube encima de mí, esta vez marcando el ritmo perfecto con el vaivén de sus caderas.
Le hace honor a su apodo al adueñarse de mí con fiereza.
Se me escapa una risa.
—Calma, te pertenezco.
—¿Qué clase de petición es esa?
—Me vas a causar una lesión.
Sus mejillas se tiñen de rojo haciéndola ver más tierna de lo que ya es. Me acerco a sus labios y tomo sus caderas.
—Ich scherze nur
Muerde mi labio inferior y deja de moverse por un momento, llevándome al desespero.
—Alexa...
—¿Qué? —Sonríe ampliamente, rozando su nariz con la mía.
—Alexandra.
—¿Mi rey?
—Vas a matarme —busco un poco de fricción pero ella me detiene solo con su mirada.
La sonrisa que ilumina su rostro es victoriosa, segundos después vuelve a marcar su ritmo y mi boca gime por cada movimiento, por cada beso, por cada caricia y por el incendio húmedo que ella está haciendo arder en mí.
Tomo su cuello y acerco su rostro más hacia el mío.
Entrelazo nuestros labios, saboreo su paladar dulce mientras nuestras bocas salivan ante el deseo latente que nos consume.
Me dejo dominar por ella, por su cuerpo, por sus movimientos ansiosos, por su olor y por su mirada ardiente.
Deslizo mis manos por su espalda, la presiono a mi cuerpo con fuerza sin querer que nos separe un centímetro. El sudor nos baña, hacemos lento el momento queriendo retrasar nuestra llegada al clímax, aunque la necesidad de llegar es la mayor causante de nuestra agitación.
Beso su cuello, reparto mordidas leves, me adueño de su piel y la magreo a mi antojo aspirando el aroma de su cabello oscuro. No lo retenemos un segundo más… el placer nos doblega cuando empieza a dominarnos al mismo tiempo.
Pega su frente a la mía mientras yo observo como su pecho sube.
Su aliento golpea mi rostro cuando suspira.
Sonrío despacio por el brillo en su mirada.
—¿Qué? —Pregunta.
—Siento que cada vez desea más.
—Mira quien lo dice —acaricia mi nariz con su dedo.
Suelto una risa leve.
—Tienes razón, jamás tendré suficiente de ti.
La tomo de la cintura y la alzo causando que enrede sus piernas alrededor de mí. Me levanto de la cama y salgo hacia el balcón.
—No hay nadie cerca —le digo al ver esa duda en su mirada.
—¿Cómo…?
—¿Cómo, qué?
—¿Cómo es que pude entender lo que me dijiste en tu forma lobuna?
—Eres mi esposa, mi compañera, mi otra mitad y tienes el don de leer la mente.
—Sí, pero a ti no puedo...
—Oh, sí puedes.
—¿Por qué estás tan seguro?
—La noche en la que llegaron tus padres y nos encontraron en medio del pasillo a punto de hacernos el amor...
Me callo cuando ella eleva las cejas.
—¿Qué? —Ato su pelo con mi mano y lo sostengo mientras ella me mira apunto de reír.
Niega.
—Continúa.
—Julian leyó mi mente. Sabe todo de mí, mis intenciones contigo desde que te vi, todo. Lo que no sabe es porque no ha querido saberlo.
—¿Entonces por qué cuando empecé a entrenar mi don me dijeron que no podía leer ni borrar la memoria de aquellos seres que pertenecen a un legado? —Pregunta—. Me lo ocultaron. ¿Por qué?
—No lo sé. Podrías leer su mente, o la de tu madre, cuando volvamos.
—No sé cómo hacerlo —dice luego de varios segundos en silencio.
—Ha de ser igual que con los demás, fiera. Podemos practicarlo. O habla con ellos.
Me siento con ella encima de mí en uno de los sillones. Presto atención al reflejo de las luces verdes sobre ella. Sobre su piel, en sus ojos…
—Eres hermosa.
—Lo sé.
Sonrío, recibiendo su beso.
Varias veces sus labios me han dicho te amo, pero su mirada me lo dice a cada instante.
Caigo en cuenta de que estamos desnudos, bañados con nuestros fluidos y el sudor. Por lo que vuelvo a levantarme con ella encima de mí y me dirijo al cuarto de baño.
—Estás inquieto —murmura al bajar de mis brazos.
—Es comprensible —la sigo con la mirada—, teniendo en cuenta que te tengo desnuda a mi alrededor.
Empieza a preparar un baño.
Toma dos rosas de un florero, luego de dudar por unos segundos le quita los pétalos y les deja caer en la tina que poco a poco se va llenando de agua.
Noto el gel de menta en el borde y dirijo mi vista hacia sus ojos, luego escaneo cada facción de su rostro notando su sonrisa.
Me da la espalda y empieza a untar el jabón en su cuerpo. Me acerco, los dos entramos en la tina y yo tomo un paño para luego comenzar a enjabonar todo su cuerpo, al terminar, la observo y me quedo embobado ante la imagen. Hay pétalos de rosas pegados a su piel bronceada, en esa piel que es la representación perfecta de la mezcla entre leche y chocolate. La parte húmeda de su pelo pegándose a sus senos y sus piernas ligeramente elevadas.
—Fiera…
—¿Mhmm?
—Dime qué bueno pude haber hecho yo para que Lo divino haya decidido premiarme contigo. —Alterno la vista entre la contracción de sus facciones y sus ojos. Me dedica una sonrisa leve y luego apoya su frente en mi hombro mientras acaricia mi pecho.
—No lo sé, supongo que ambos nos hacemos la misma pregunta. ¿Qué pude haber hecho para merecerte a ti, mi amor? —Sus manos ascienden, toma mi cuello entre ellas y me acerca a sus labios para luego besarme con suavidad. Una de sus manos vuelve a mi pecho y me acaricia con cariño mientras que con la otra sostiene mi cuello para tenerme justo donde quiere.
Yo llevo mis manos a su cintura y le correspondo con la misma suavidad. Nos separamos en busca de oxígeno pero volvemos a buscar los labios del otro a penas unos segundos después.
Salimos de la tina y le ofrezco mi mano, la cual acepta para luego seguirme a la ducha. Me enjabono y ella me lava el pelo, siendo necesario que empine los pies para estar a mi misma altura. Cuando terminamos, nos secamos y regresamos al balcón. Me acomodo en el sillón esperando que ella se siente sobre mí, pero en lugar de eso cubre mi cuerpo con el suyo. Desliza sus manos por mi pecho con nuestros alientos mezclándose y nuestras miradas retandose a duelo.
—Nunca olvides que eres mío —cuando sus labios húmedos besan su marca en mi cuello, me inunda la calidez, el deseo y unas descomunales ganas de hacerle amor hasta la saciedad que no tenemos.
Succiona mi cuello con sus labios y es un jodido deleite, si no para voy a terminar de volverme loco.
Me araña con sus uñas, toca mi cuerpo y me saborea a su antojo mientras yo me pierdo en las alturas.
Está probando mi piel, saboreandome, enloqueciéndome, siento que me deshago por causa de sus labios.
—Alexa…
—¿Qué? —Calla lo que pretendía replicar al besarme.
Cielos.
Tomo su barbilla sin querer que se aparte, y justo ahí ella vuelve a hacerme suyo sin que nada ni nadie se lo impida.
—Temo por mi vida —digo entre jadeos intentando llenar mis pulmones de oxígeno.
—Te he dejado lleno de more... cielos. Se me nubló la razón.
—Me di cuenta, fiera.
—Tengo hambre —dice mirándome a los ojos, con inocencia combinada con ese atisbo de salvajismo que poco a poco va desapareciendo de ellos.
—Ahora entiendo.
—Hablo en serio.
—Yo también —le digo—. Hagamos un trato.
—A ver.
—Te haré de comer, y luego de comer, me dejarás comerte. ¿De acuerdo? —Inquiero, concentrado en el brillo de sus ojos grises.
—Estoy de acuerdo —Escucho su risa y me deleito con la imágen por causa del revuelo de emociones que aquella simple acción crea dentro de mí.
—Es muy bonito verte feliz —digo.
—Estar contigo me hace feliz.
—Soy un privilegiado —tomo una de sus manos y dejo un beso en la palma, la tinta en su muñeca me hace observar el tatuaje con más detenimiento—. ¿Por qué una brújula?
Mira el tatuaje, luego vuelve fijar su mirada en la mía.
—Me gusta viajar por el bosque, lo he hecho varias veces, tanto para volar como por la curiosidad que surge en mí cuando se trata de aquel lugar tan misterioso en el cual un clan de vampiros completo fue masacrado por el consejo.
—Las ruinas —respondo inmediatamente.
—Sí. ¿Conoces el lugar?
—No, pero he soñado con él.
—Yo también —responde pensativa—, demasiadas veces —agrega—. Me pasa desde que era una adolescente, pero nunca he logrado llegar al lugar exacto.
—Yo nunca lo he buscado. Pero sé que no está en Alemania.
—Yo siempre he buscado en Alemania.
—Tal vez deberías investigar en la biblioteca, y si quieres, yo podría acompañarte cuando volvamos a estar libres.
—Lo haré.
Nos quedamos mirando en silencio durante varios minutos hasta que pregunto:
—¿Qué podríamos encontrar allí?
Los sueños que he tenido con ese lugar no me muestran el camino, pero sí los alrededores y voces llamándome, como si pidieran auxilio. Nunca le doy mucha importancia a esos sueños, pero si a Alexa le sucede algo similar, ha de ser por una razón importante.
—No sé, pero tantos sueños entorno al mismo tema… tal vez Lo divino quiere mostrarnos algo.
—Pienso lo mismo —admito.
Ella suelta un suspiro e intenta acomodarse el pelo revuelto, fallando en el intento.
—Tal vez —empieza a decir—, aunque en un principio no fuimos compañeros; tú y yo siempre estuviéramos destinados a estar juntos.
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