❆ XXIII: Prioridades ❆
~ PRIORIDADES ~
El día ya está a la mitad, y el almuerzo listo de acuerdo a los gustos de cada persona que se sentará en la mesa. Mis padres están a nada de llegar y no sé cómo sentirme al respecto. Por un lado me alegra que vayan a conocer a la mujer de mi vida, pero por otro, no quiero que mi madre se acerque a ella y la haga dudar de lo nuestro.
Soy consciente de cada una de sus inseguridades y no estoy dispuesto a soportar que nadie la haga sentir mal. Ni siquiera mis padres. No dejaré que nadie se interponga y mucho menos que la ofendan. Conozco bien a mi progenitora, sus actitudes no cambian el hecho de que sea especial para mí pero no pienso permitir que sea con Alexa como pienso que será.
Ambos nos encontramos en nuestro despacho, después de dar una vuelta por el pueblo tomados de la mano. Resultó ser un recorrido interesante. Los niños murmuraban sobre el amor del rey y la reina mientras estuvimos en el parque. Fue precioso ver a mi prometida ser amada por todos.
El paseo fue una especie de presentación que no tenía planeado, pero sin duda salió mejor de lo que esperaba. No necesitamos la aprobación de nadie, pero me alegra saber que nuestra manada siente la fortaleza de nuestro lazo.
Ya llevamos alrededor de dos horas tumbados en un cómodo sofá en el despacho. Nos encargamos de encender un incienso y de dejar la puerta bien cerrada para que nadie ose interrumpir nuestro momento.
Tengo la paz que ella me brinda, los cosquilleos que me provoca su risa, su dulce aroma, sus labios y su cuerpo abrazado al mío. Somos nosotros dos hablando de cualquier cosa que se convierta en objeto de conversación. Su contacto me ofrece tranquilidad, su sola presencia me hace sentir pleno, querido y el jodido ser más afortunado del mundo.
—Alek —me nombra unos segundos después de que nos quedáramos en silencio.
—¿Sí?
—Quiero un pequeño Alek y una pequeña Alexa revolucionando mi vida.
—Sería precioso. Y también me parece justo. —Acerco mi nariz a su pelo para olerlo de cerca—. ¿Cuántas veces practicaremos?
—Muchas, primero iremos por una pequeña Alexa, podríamos practicar varias veces al día después de la boda, luego de nuestra pequeña empezamos a hacer nuestro pequeño Alek.
Se me escapa una risa leve por cómo hemos nombrado hacer el amor.
—Me parece estupendo, ¿y si primero hacemos al pequeño Alek? o, ¿y si los hacemos al mismo tiempo?
—También sería precioso —responde.
—Ya quiero empezar a hacertelos...
—Y yo quiero hacerlos contigo.
Ambos reímos y nos acurrucamos más en busca del placentero contacto físico que tanto anhelamos. Ella con su cabeza recostada en mi pecho y yo abrazado a su cintura.
Sus curvas son hermosas, aún más hermosas trazadas bajo la tela de ese vestido rojo que se acopla a su figura. Para mí es como una especie de adicción tener mis brazos alrededor de ella, porque mis dos manos son lo suficientemente grandes y su cintura increíblemente estrecha, como si al crearla se hubiesen centrado en hacerla de modo que mis dos manos pudieran rodearla sin que falte ni sobre espacio, haciendo que encaje a la perfección con ella.
Suelto un suspiro y cierro los ojos moviendo mi agarre en la zona.
—Mis padres se encontraban en casa de mi tío materno —empiezo a decir, procurando desviar el rumbo de mis pensamientos—, él no vendrá, pero mi primo sí.
—¿Se llevan bien?
Suelto una risa leve.
—No somos muy cercanos, pero la familiaridad es evidente entre nosotros. Hace varios años se fue de Wachsend y es muy reservado. Espero que no te turbe su presencia.
—Es tu familia.
—No importa. Estoy pensando seriamente en sacar a todos de aquí para que la mansión quede vacía, solo para nosotros dos.
Ella se ríe con ganas mientras mi sonrisa se ensancha.
—A mí me parece una excelente idea.
—Lo es, fiera.
Volvemos a quedarnos sumidos en un silencio cómodo, hasta que ella lo rompe:
—Te quiero.
Siento cómo se me acelera el pulso, también a mi corazón empezar a bombear exageradas cantidades de sangre.
Se remueve, acomodándose para mirarme a la cara. Me observa con atención, con ese anhelo tatuado en su mirada mientras la revolución de emociones en mi interior me confirma una y otra vez que jamás había estado tan emocionado ante las palabras de alguien.
—Te quiero —repite—, mucho.
Aún con las manos en su cintura, la acerco a mí para después acunar su rostro entre mis manos y permanecer contemplando la tormenta que tiene por mirada. Segundos después sello sus labios con los míos, besándola en respuesta. En un beso que pretende hacerle saber cuán afortunado soy por escuchar esas palabras salir de su corazón. Ella acaricia mi cuello sin intenciones de permitir que me aleje, mientras que, de la misma forma, yo sujeto su cintura y con mi otra mano acaricio su rostro.
Me alejo un poco y abro los ojos, extasiado ante las sensaciones que me provoca, extasiado ante su belleza y por causa de su corazón.
—Yo te quiero aún más —susurro en medio del temor y viendo sus ojos brillar por mí—. Te quiero —deposito un casto beso en sus labios.
Esta vez ella toma la iniciativa de besarme, pero un jodido y peculiar sonido me hace gruñir cuando reclama nuestra atención.
—Que oportuno —susurra molesta.
Descuelgo la llamada.
—Espero que sea importante porque sino, te aviso mis ganas de arrancarte la cabeza —escucho la risa de Bastian a través de la línea.
—Lamento si interrumpí algo.
—Interrumpiste algo muy importante—respondo.
—Lo lamento, en serio. Llamaba para avisar que el señor Anton y la señora Géiser acaban de llegar junto al jóven Ackerman.
Suelto un suspiro, sostengo el aparato con una mano y con la otra sigo acariciando el rostro de mi reina.
—Ya vamos.
Cuelgo.
—¿Vamos?
—Vamos.
Hace ademán de levantarse, pero coloco una mano en su pierna, haciendo que se detenga.
—¿Qué pasa?
—Tus tacones.
Se queda mirandome mientras tomo sus extremidades y las coloco en mi regazo con su ayuda, luego tomo sus tacones negros y se los pongo con delicadeza, sin poder evitar el recorrido que mis ojos empiezan a dar por sus piernas.
Santos cielos.
Decido apartar los ojos y concluir con mi tarea al tiempo que ella se burla de mí.
—Me pasa lo mismo con cada parte de tu cuerpo —susurra cerca de mi oído, acariciándome con su aliento.
Nos levantamos del sillón y nos arreglamos, o, más bien, me pongo el saco mientras la veo acomodarse el pelo y arreglar los tirantes de su vestido.
Me acerco a la puerta y la abro para ella, cuando sale, cierro y le ofrezco mi brazo, ella me sonríe mientras lo entrelaza con el suyo. Salimos del nivel subterráneo y, cuando estamos a nada de entrar al salón (lugar en el que se encuentran todos esos olores mezclados), le doy una palmada en el trasero provocando que ella me mire, sorprendida.
Le sonrío ampliamente.
—Eso por ponerme a colgar de un hilo cuando estamos en abstinencia.
Cuando entramos al salón, el bullicio se intensifica. Mis padres saludan a todos y los demás miembros de la casa les dan la bienvenida.
—¿Dónde están? —Pregunta Anton, mi padre.
—Aquí estamos —llamo su atención mientras me acerco a ellos con mi reina tomando mi brazo y mirándome con gracia y a la vez como si estuviera buscando la mejor manera de cortarme el miembro—. Bienvenidos.
Abrazo a mi madre y beso sus mejillas, ella me observa con sorpresa. Luego le doy un abrazo a mi padre, quien me saluda sonriente.
—Señora Géiser, señor Anton —me escucho decir—, la señorita aquí presente es Alexa, mi prometida.
Ella se aleja de mí para saludarlos a ambos.
—Mucho gusto.
—Pareces ser muy jóven para mi hijo. ¿Qué edad tienes?
Aquí vamos.
—Mamá, no empieces.
—Es la verdad —dice mirándome con inocencia—, es lo que pienso, es jóven y hermosa.
—Cuidado con lo que piensas.
—Alek —el llamado de Alexa hace que relaje mi ceño fruncido—. Veintiuno, señora Géiser.
—Eres preciosa.
—Gracias por el cumplido, usted también. Y tiene un hijo maravilloso.
—Oh, lo sabemos, querida. Lo sabemos.
Esta vez, Alexa se acerca a mi padre, luego de dejar a mi madre pensativa. Mi padre le toma la mano y la besa.
—Bienvenida a la familia.
—Muchas gracias.
Noto que falta alguien más y doy un repaso a la habitación en su búsqueda.
—¿Y Fabián?
—Se quedó afuera un momento —mi padre escudriña el salón—. Ah, ya viene.
Dirijo mi vista hacia él, quien apenas entra en el salón. Lo primero que noto es cómo se queda mirando fijamente un lugar al tiempo que avanza hacia nosotros con lentitud. Sigo su mirada para ver aquello que ha captado su atención y en un acto inconsciente aprieto los labios formando una fina línea al notar como Alexa lo observa fijamente.
Mi ceño se frunce aún más al verla tragar saliva, conmocionada. Unos segundos después gira su rostro hacia mí buscando respuestas en mis ojos como yo las busco en los suyos.
—¿Qué sucede? —Susurro, procurando que solo ella me escuche.
Se queda estática y con la tensión adueñándose de su cuerpo.
Mi primo se acerca a ella, duda entre hacerlo o no, pero toma una de sus manos y la lleva a sus labios sin despegar sus ojos de los de Alexa y haciendo demasiado duradero el jodido saludo.
—Mucho gusto, Fabián Ackerman.
Ella aleja su mano de él con brusquedad, como si quemara y lejos de entender, yo solo pienso en que Fabián nunca toca a nadie desde que lo rechazaron. Vuelvo a mirar a Alexa, ella continúa pasmada. Noto como vuelve a tragar saliva y le dedica una mirada de advertencia cuando él da un paso más hacia ella.
—No te me acerques —le advierte.
Entonces recuerdo la noche en la que Fabián llegó a Wachsend diciendo que había encontrado a su compañera y que lo habían rechazado. Decidió irse de la manada junto a su padre. Pensé que este sería un agradable reencuentro después de años sin vernos, pero al notar la actitud de Alexa ante su presencia entiendo que no lo rechazaron, él fue el mal nacido por el cual ella llevaba tres años sufriendo.
—Es una sorpresa verte.
—Así que fuiste tú... —Intervengo, haciendo un gran esfuerzo para no terminar arrancándole la cabeza por tocarla y por mirarla como si fuese su tesoro más preciado.
Me interpongo entre ambos y lo empujo sin delicadeza alguna para que se aleje de ella.
—Tú y yo tenemos que hablar —tomo uno de sus brazos con firmeza y lo guío fuera del salón sin que me importe la mirada interrogante de los demás. Lo llevo al despacho de Bastian y me encierro allí con él, sin que se me pase encender un incienso mientras él me mira confuso.
—¿Hola primo, un gusto verte? —Dice sarcástico.
—¿Por qué la mirabas así? —Inquiero.
—¿Así cómo? —Su mirada confusa me desespera aún más.
—Como si fuese tuya —murmuro apretando los dientes ante la sola idea.
Siento unas increíbles ganas de clavarlo en la pared, pero de algún modo logro mantenerme a raya.
—¿Recuerdas cuando me fuí de Wachsend porque mi compañera me había rechazado?
«Lo sabía».
—Sí, lo recuerdo.
—Yo la rechacé —confiesa—. El veneno del vampiro junto a la reciente transformación me estaban matando. No sabía si iba lograr sobrevivir, tenía la certeza de que moriría, por eso lo hice —traga saliva—. Y se trata de ella.
Las palabras golpean mi pecho en una ola de enojo que se expande por todo mi ser.
—La condenaste a muerte —mascullo entre dientes.
—Porque yo iba a morir.
—Actuaste como un jodida egoísta al rechazarla y ahora también.
—¿Cuál es tu maldito punto dentro de esto?
—Mi punto es que sobrevivió a tu rechazo porque es inmortal, pero duró mil noventa y cinco malditos días desgarrándose por dentro.
—No sabía que era inmortal.
—Eso es lo mejor, ¿no crees? Lo hubieras sabido y te hubieses aprovechado de ello.
—Es mi compañera, ¿cómo rayos...?
—Era. La rechazaste —le señalo en advertencia—. Ten algo en cuenta a partir de ahora, no tienes ningún derecho. Ni de exigirle nada y mucho menos a entrometerte en su vida, en nuestras vidas.
—¿Y de la nada tú eres parte de su vida? —Eleva las cejas y suelta una risa irónica.
—Soy su compañero.
—No me digas. La última vez que revisé la marca que tenía era mía.
—Era —mantener la calma me está costando horrores—. Si nos revisas ahora terminarías tragandote tus propias palabras.
El enojo en él hace acto de aparición.
—Entonces ella es tu prometida —concluye—. Y la marcaste. Te adueñaste de la mujer que Lo divino escogió para mí, Aleksandre.
Soy yo quien ríe esta vez.
—No digas estupideces, no soy su dueño. Y no intentes cuestionar lo nuestro porque te juro que me olvido de que llevas mi jodida sangre. ¿Quién te crees para dirigirte a mí de esa forma?
—¿Ahora vas a usar tu posición?
Tomo aire, cavilando entre estampar mi puño en su rostro, arrancarle la cabeza o descuartizarlo.
«Calma».
—Resulta —empiezo a dar pasos en su dirección—, que por obra del destino eres el imbécil que rechazó a la mujer que yo elegí.
Lo miro a los ojos.
—Ahora que lo sabes, ¿qué es lo que pretendes?
—No pretendo nada, ni siquiera permitiste que hablara con ella.
—Porque ni siquiera tienes el maldito derecho a dirigirle la palabra.
—¿Porque lo dices tú? Debería ser ella quien elija lo que sí puedo hacer y lo que no.
—¿Piensas que va a dejarme y que correrá a tus brazos? —Me planto en frente de él sin despegar mis ojos de los suyos—. Créeme cuando te digo que eso ni siquiera ha pasado por su mente. Sabías lo que iba después del rechazo. No eres su compañero, perdiste la oportunidad de serlo en el momento en que decidiste cometer la estupidez de rechazar a mi prometida.
El sonido de la puerta al abrirse captura mi atención.
—Alek, ¿todo en orden?
Desvío mi atención hacia ella en cuanto su presencia llena la habitación.
—Le estoy aclarando un par de cosas a nuestro invitado.
—¿Sobre mí?
—Puede.
—No tienes nada que aclarar —pone sus manos en mi pecho y evalúa mi rostro, para después girar el rostro hacia Fabián.
Él se queda observándola. Aquello hace que aumenten mis ganas de desaparecerlo de la faz de la Tierra porque noto el brillo en su jodida mirada.
—No le perteneces —lo escucho decir.
—No te pertenezco. Él me eligió y yo decidí ser suya.
—No me hagas esto...
—Te dije lo mismo aquella noche en el bosque, pero te fuiste y me dejaste sola —ella intenta no demostrar nada pero sé que estar en esta situación no es algo que le hace ilusión. Sin embargo, no hay ganas de cobrar el sufrimiento que vivió por su culpa y mucho menos duda en sus ojos cuando vuelve a mirarme.
—Me estaba convirtiendo en una maldita bestia, ¿me querrías así, cuando ni siquiera sabía si iba a poder sobrevivir? —La voz de Fabián estaba rota—. Hice lo que creí mejor para nosotros.
—Hiciste lo creíste mejor para ti —murmuró para él, pero mirándome a mí.
Mi corazón latía con fuerza y ella podía sentirlo bajo la palma de su mano.
Sus dedos se enterraron en mi piel cuando apretó la zona ligeramente, como si quisiera dejarme en claro que ese corazón que latía con desespero ahora le pertenecía.
—¿Vas a casarte con él? —Inquiere tenso, ignorando mi presencia.
—Lo haré —eleva barbilla y da un paso atrás para encararlo.
—¿Y cómo rayos voy a soportar eso, Alexandra? —Aprieta los labios.
—Tú me condenaste a muerte y estuviste destruyéndome durante tres años.
—Pero sigues con vida...
—Y tú también —dice con tono burlón, pero sin atisbo alguno de gracia—. El dolor que debía matarme me destrozaba, porque soy inmortal. ¿Tú también lo eres? Te veo en perfectas condiciones.
Él traga saliva.
—Un antídoto.
—Yo no tuve una anestesia para que me doliera menos. Me condenaste a tres años de sufrimiento diario. Y te perdono, pero no pretendo considerar nada relacionado contigo.
Él se acerca a nosotros y le sujeta la mano libre. Ella se suelta de su agarre a penas la toca.
—No me vuelvas a poner las manos encima —murmura entre dientes.
Yo tomo su mano, específicamente la que él besó e intentó retener hace a pensas tres segundos y la limpio en un acto simbólico. Pienso seguir quitándole cada rastro de él, como lo he estado haciendo hasta ahora.
También tomo su mano izquierda, en la que lleva la sortija de compromiso y deposito un beso suave en el dorso mirándola fijamente. Mi corazón late aún más fuerte, al encontrar en ellos eso que temía no volver a ver: su anhelo por mí, ese brillo que surge cada que me mira con sus ojos color tormenta.
—Creo que mi prometida ya ha dejado las cosas bastante claras —entrelazo mi mano con la de Alexa y empiezo a caminar hacia la puerta del despacho—. Si la vuelves a tocar sin su consentimiento, si vuelves a faltarme el respeto mínimamente a mí o a mi futura esposa olvidaré que llevas mi sangre. Puedes escribirlo en piedra, es una promesa, Fabián.
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