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❆ XVIII: Abstinencia & deseo ❆

ABSTINENCIA & DESEO

Después de ducharme, salgo del baño y me hace un poco de gracia encontrar a Alek acostado boca abajo en la cama, sobre todo porque se le marca estupendamente el buen trasero que tiene.

—¿Qué te sucede? —Le pregunto mientras seco mi cabello con otra toalla, a la vez que observo los atributos físicos que Lo divino otorgó al hombre que tendré a mi lado de por vida.

—Nada especial —responde bajo y soltando un sonoro suspiro.

Sé que sus pensamientos lo están atacando, porque por cansancio no está así, tan desanimado.

—¿Te puedo preguntar una cosa? —Me acerco y me siento en el borde de la cama.

—Puedes decirme, preguntarme y hacerme lo que quieras... —eleva el rostro.

La contracción de sus facciones al decir aquello y su sonrisa ladeada no hacen más que desconcentrarme, pero unos segundos después logro volver a tener el control sobre mí.

Me atrevo a levantar una mano y aparto las hebras negras que se encuentran esparcidas por su frente formando una cortina que me permite ver sus ojos a través de ella.

Apenas llevo tiempo cerca de él y me parece impresionante la manera en la que le crece el cabello, supongo que los demás vellos en su piel también tienen el mismo crecimiento. Su cabello está desordenado, sus largas pestañas negras hacen un hermoso contraste con el pelo y la barba. Supongo debe darle atención diariamente para mantenerla tan cuidada. La misma lo hace ver muy atractivo para mí, mucho más de lo que ya es. Imagino que sin ella se quita diez años de encima, pero eso me gusta, la masculinidad y lo maduro que se ve. No es muy abundante pero tampoco muy escasa y me fascina.

—Fiera, concéntrate, mirándome así no cooperas.

Se me escapa una risa leve.

—Eso intento, pero tu belleza no coopera.

—Estamos a mano —me regala una sonrisa.

No respondo, me quedo en silencio, mirándolo con atención y con ganas de demostrarle todo lo que estoy empezando a sentir. Porque si al verlo por primera vez caí de picada en la hermosura de sus ojos, ahora que lo tengo a mi lado durante tanto tiempo ya no hay vuelta atrás. Lo nuestro es inminente como el destino.

—¿Por qué tus vellos y tu cabello son de color negro si tu lobo es blanco? —Inquiero.

Esta vez él permanece unos segundos en silencio mientras también me mira a los ojos e inclina el rostro hacia mi mano cuando empiezo a acariciarlo.

—Buena pregunta. Pero confieso el hecho de que, ni siquiera yo, el portador de ese raro fenómeno, conozco la causa.

—¿No lo sabes?

—No lo sé, fiera, son cosas divinas.

—¿Eres un elegido?

—Desde que me formaba en el vientre de mi madre. Soy miembro del consejo por eso mismo. Pero no conservo un lugar en esa mesa de diálogo por ser como los demás.

No me sorprende.

Ahora entiendo porqué los detalles omitidos en aquel libro por medio del cual me informé sobre Wachsend. También sobre su Líder, Aleksandre Wolf y su repentino ascenso.

Sonrío levemente.

—Lo sé.

—Soy como una especie de trampa. Conozco todos los secretos, cuando en realidad ellos ni siquiera deberían confiar en mí —su expresión es orgullosa.

Pero yo no puedo evitar pensar en las posibles consecuencias.

—No me mires así...

—¿Cómo?

—Con esa expresión que me dice «¿y si te descubren?»

—Es obvio lo que pasaría, Alek...

—No pasará, fiera —veo en su rostro la duda mientras lo afirma—, no permitiré que nadie haga daño a nuestra manada

Aparto la mirada de él.

—¿Los elegidos también pueden ser de color azabache, por completo?
—Decido cambiar el tema. Estoy segura de que ya piensa demasiado en ello.

—Claro. Pero el blanco es símbolo de pureza y un elegido de pelaje negro puede tener un propósito más, oscuro, más turbio. Lo divino tiene reglas claras y precisas que todos conocemos, y las consecuencias de imcumplirlas también. Como elegidos nosotros tenemos una asignación especial la cual debemos cumplir, somos «escogidos» y los escogidos no podemos huir de nuestro propósito. Porque él siempre nos perseguirá.

—¿Nosotros...?

—Tú también tienes un propósito divino —toma mi mano, la misma que acaricia su rostro y deposita un beso en la palma.

El cosquilleo que siento se expande por todo mi brazo. En mi corazón se instala esa sensación hermosa que me confirma cuando estoy agusto.

—Lo sé, ¿pero crees que sea así como suena? —Pregunto, sin apartar mis ojos de los suyos—. ¿Que debamos cumplirlo juntos?

—Por algo llegaste aquí y lo supe desde el instante en el que mis ojos eran escudriñados por los tuyos. Por esa y muchas otras razones, cuando quedaste expuesta ante mí tomé la decisión de amarte. Porque no creo en las casualidades y eres todo lo que quiero.

Permanecemos unos segundos en silencio y siento su mirada sobre mi piel cuando doy un repaso a la habitación, pensativa.

—Puedo acostumbrarme a esto... —digo en un susurro.

—¿A qué? —Gira mi rostro despacio, para que lo mire.

—A que me digas estas cosas, a sentirme tan agusto a tu lado, a despertar contigo...

Su risa me interrumpe y aquello me causa un poco de irritación.

—Lo digo en serio, Alek.

—Lo sé. Pero es que me causa gracia. Recuerdo muy bien la noche en que me gritaste todos mis apellidos con esa lengua tan afilada que tienes, y ahora me estás diciendo cosas cursis —me mira con atención, mientras sus labios dibujan esa amplia sonrisa que llega a sus ojos e incluso ilumina su rostro.

—Las personas heridas tienen un mecanismo de defensa.

—Lo sé.

—Y yo sentía que me estabas acorralando, que me entregrarías al consejo o que intentabas aprovecharte de mí.

—Es entendible que te sintieras así, porque, siendo honestos, era un peligro para ti estar en mi territorio. Aún lo es, la diferencia es que aquí quien dirige soy yo y no estoy dispuesto a dejar que nada te pase. Los híbridos no son mi enemigo, tú no lo eres.

—Piensas así porque tu poder no ha sido corrompido.

—Por fortuna.

Me quedo mirándole a los ojos, pero
me levanto con la intención de ir a cambiarme, sintiendo las sensaciones que me provoca estar a su lado y las verdades que me dice.

Me alejo porque todo lo que siento son ganas de entregarme a él, y no quiero que volvamos a cometer el mismo error.

Sé que cada vez será más intenso lo que siento y puedo acostumbrarme a eso, pero jamás me acostumbraré a él. Y no se trata de incomodidad o de que nunca pueda llegar a amarlo, porque ahora me siento más agusto en Wachsend y tengo todo aquello que anhelaba tener..., pero quién es y lo que representa para mí lo voy a admirar todos los días de mi vida.

—Vístete rápido, por favor... —susurra bajito.

Trago saliva volviendo a mirarlo y volviendo a ser presa de sus orbes, de esa mirada penetrante que me grita deseo en silencio y de su brazo en mi cintura cuando se levanta quedando parado en frente de mí y me acerca a su cuerpo.

—¿Sino me vas a comer...? —Le pregunto, también en medio de un susurro mientras mis dedos sienten cosquillas, porque justo ahora quiero tocar cada rincón de su cuerpo y grabarlo en mi memoria.

—Caperucita... —dejo de mirar su brazo alrededor de mí y elevo el rostro, volviendo a mirarlo a los ojos.

Se me escapa una risa.

—Supongo que eres un lobo gigante, pero no te tengo miedo —elevo ambas cejas, con un evidente reto para él.

—Juego peligroso, fiera —me quita la toalla que ni siquiera recordaba sostener y me rodea el cuello con sus brazos para llegar a mi cabello, mientras permanece mirándome con atención. Lo divide en varias secciones y va secandolo con esa lentitud que me desespera y a la vez acelera mi pulso ante la expectación.

Trago saliva y como un recordatorio fugaz, pienso en que no queremos caer de nuevo. Aunque, evidentemente, queremos ceder ante el deseo.

La pequeña diferencia de estatura causa que él deba inclinar el rostro hacia abajo y yo hacia arriba. Ambos tenemos la clara intención de besarnos, pero por alguna razón nos quedamos mirando a los ojos mientras nuestros labios se rozan.

—No sé cómo voy a soportar esto, Alexa —susurra, su aliento golpea mis labios y yo no puedo evitar cerrar los ojos ante eso.

Huele a menta.

—Yo tampoco, pero debemos... —le digo, concentrada en ese aroma tan refrescante que emana de él—. ¿Qué comiste antes de volver?

—Un caramelo.

—¿Sí?

—Sí... —Abro los ojos y de inmediato me pierdo en la amplia sonrisa que adorna su rostro, mientras él tira la toalla en el piso y vuelve a abrazarme por la cintura—. Me lo dió una pequeña que casi siempre anda revoloteando por la cocina. ¿Querías?

—Huele delicioso.

Escucho su risa y un segundo después siento sus labios sobre los míos. Me da a probar el sabor que se adhirió a su boca. Nos separamos unos segundos después y él pasa un dedo alrededor de mi labio inferior.

—Mejor te espero abajo.

La expresión que adopta mi rostro es de absoluta decepción provocándole una risa suave.

—De acuerdo —pero sé que es lo mejor.

Alek deposita un reconfortante beso en mi frente antes de dejarme sola.

—No olvides el desayuno.

❆ ❆ ❆

Cuando termino, salgo de la habitación y me dispongo a bajar las escaleras, al llegar a la planta baja me sorprende lo solitario que se encuentra el lugar. No sé bien la cantidad de personas que viven aquí, pero tampoco creí que la mansión fuese tan silenciosa.

Como si alguien hubiese leído mi mente, se acerca a mí y lo distingo al sentir su presencia.

—Buenos días, señorita.

—Buenos días —saludo a la mujer, mirando en su dirección.

—Soy parte del personal de la mansión, el señor Aleksandre me pidió que la dirija hacia su despacho.

—Es un placer. Pero sé donde queda, puedo ir sola.

—Si se refiere al de ahí —señala el pasillo que pretendía seguir hasta dar con la puerta caoba—, ese lo usa a veces, el principal se encuentra en la parte subterránea de la mansión. Su futuro esposo la espera allí.

Escuché todo lo que me dijo, pero una cosa en particular se lleva toda mi atención: su futuro esposo.

Levanto mi mano izquierda y observo la sortija.

—Es preciosa —vuelvo a mirarla. Ella es muy bonita, no pasa de los treinta y aunque parece mucho más joven por su naturaleza, se le nota la madurez y la transparencia en los rasgos.

Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios.

—Gracias.

Sus se iluminan.

—El señor Alek tendrá una gran mujer a su lado.

—Créeme, no sabría decirte cuál es el afortunado de los dos. ¿Vamos?

Asiente, con una pequeña sonrisa.

—Sígame.

Ella empieza a caminar y yo la sigo, cortos minutos después, estamos en una biblioteca cerca de la segunda sala, esta es un poco más pequeña que la principal. Nos adentramos en el espacio y ella abre una puerta que más bien parece una estantería de libros.

—¿Por qué en la parte subterránea?

—Desde la oficina del Líder hay acceso a cada parte de la mansión, se pueden manipular las cámaras, la entrada al refugio... Además, se encuentra información confidencial sobre Wachsend. Contratos, tratados..., es muy importante proteger lo que se encuentra allí.

—Entiendo.

Luego de cruzar la puerta, bajamos las escaleras, al final de ellas me encuentro con otra parte de la biblioteca con dos grandes sillones de terciopelo negro. La iluminación proviene de una ventana a una altura bastante pronunciada y sé que esto se debe a que el lugar está bajo tierra. Al extremo izquierdo hay una puerta de madera. El olor de Alek me inunda cuando me paro frente a ella.

Su olor es intenso y ya lo conocía como si fuera parte de mí.

—Es aquí.

—Gracias.

—Con su permiso.

—Propio.

Ella se aleja y en pocos segundos me quedo sola. Tomo un poco de aire sin saber bien el porqué, y toco la puerta. La misma se abre a penas un segundo después.

—¿Por qué tocas? Ven. —Me toma de la mano y me hala con delicadeza hacia dentro, cerrando detrás de nosotros.

El lugar es muy elegante, como toda la mansión. Otro sillón de terciopelo negro se encuentra a un extremo, en el centro de la habitación hay un escritorio con una silla giratoria y otras dos enfrente. Detrás del escritorio hay una pared cubierta por un estante de madera repleto de libros, frente al sillón hay otra pared, pero esta se encuentra cubierta por varias pantallas negras en donde se proyectan imágenes de distintas áreas de Wachsend.

Miro hacia otra pared y observo dos cuadros grandes, uno familiar, en el que se encuentra un pequeño pelinegro de ojos verdes con notables tonos ámbar, una hermosa mujer pelinegra de ojos verdes con unos treinta años, muy sonriente, y un hombre apuesto, bastante parecido al pequeño, con el pelo castaño claro y ojos ámbar. En el cuadro que se encuentra al lado de ese, hay tres lobos, uno extremadamente grande de color negro azabache, una loba gris, muy bonita, en medio de los dos, y uno blanco que supera por mucho el tamaño de ambos.

«Ya veo el porqué de los genes».

—Bienvenida a mi mundo —aquello cerca de mi oído es un susurro y como mi piel se eriza se cierran mis ojos: de repente.

—Que hermosa familia tienes.

—Tenemos. Y faltan otros cuadros por cubrir las paredes de la casa, en donde estemos tú, yo y nuestros hijos.

Me escucho reír y doy la vuelta para encararlo. Sus ojos brillan ante la ilusión y esa imagen enfrente de mí no hace más que revolverme el estómago de una forma muy extraña y a la vez bonita.

Enredo mis brazos alrededor de su cuello y suelto un suspiro soñador, él sonríe ampliamente.

—Estoy esperando la luna de miel.

Suelta una sonora carcajada y, agarrándome de la cintura, me acerca más a su cuerpo.

Estamos, fiera —toca mi nariz con un dedo—, yo también quiero que acabe la abstinencia.

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