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❆ XV: Huracán de sensaciones ❆

~ HURACÁN DE SENSACIONES ~

Creí que lo había pensado, pero contrario a eso: lo había preguntado en voz alta.

Alek suelta una carcajada.

—¿Qué? —Pregunto, con la idea de aquello que le causa gracia.

—A partir de hoy me puedes besar todas las veces que quieras.

Suelto una risa suave y acerco mi rostro al suyo. Deposito un beso en su mejilla que dura unos pocos segundos pues, él me toma de la cintura, me sienta en su regazo, acuna mi rostro entre sus manos y mirándome a los ojos se dispone a devorar mi boca. Tardo unos segundos en corresponderle ante la impresión, pero al empezar a seguirle el ritmo se desata un huracán en mi interior, un huracán de sensaciones que me obliga a cerrar los párpados en la búsqueda de saciedad y resistencia.

Siento el estremecimiento de mi cuerpo y el de mi alma doblegarse ante la fricción de nuestros labios. Los suyos acarician los míos como si me quisiera hacer sentir cada sensación y a la vez orillarme a ser esclava de ellas.

Me separo unos centímetros de su boca.

—Ya quiero que termine —murmuro y vuelvo a beber del néctar de sus labios—. Quiero comenzar de nuevo, contigo.

—Yo quiero que seas mía —dice con la respiración entrecortada.

—Lo soy.

—Pero es muy rápido —murmura acariciando mis piernas.

—Te deseo, Aleksandre.

Siento como su cuerpo se tensa, noto el momento exacto en el que sus caricias se detienen. Siento frío cuando aleja sus manos de mí y las estruja contra su rostro.

—Creo que me pasé.

—¿Qué? —Frunzo el ceño.

—Te digo que es muy rápido pero siento demasiadas ansias por sentir tu piel... perdón, me dejé llevar.

Suelto una risa seca.

—No me molestan tus caricias —lo miro a los ojos—. Acabo de decir que te deseo.

Él se queda en silencio.

A mi mente llegan los recuerdos de hace apenas unos minutos, cuando vi cómo el agua recorría su cuerpo. Las hebras negras pegadas a su cuello y frente mientras suspiraba con los ojos cerrados. Al recrear la imagen en mi mente no puedo evitar pensar en su expresión al tenernos piel con piel.

«Claro que lo deseo».

—Antes de hacer esto —nos señala—, debemos casarnos.

—Lo sé —me alejo de su cuerpo—. Pero ese error yo ya lo cometí.

—¿Y no te arrepientes?

—Me arrepentí durante tres años.

—Podemos casarnos mañana mismo, si quieres —sus ojos danzan sobre mi rostro mientras habla.

—No habría mucha diferencia
—susurro sin pensar y refiriéndome al casamiento.

—No me mal entiendas, lo que más anhelo en este momento es saber cómo se siente estar unido a ti.

Permanezco en silencio durante unos segundos.

—Descúbrelo...

Me mira fijamente, cierra los ojos y suspira. Se acerca a mí, toma mi cintura y entierra sus dedos en mi piel, causando que el calor me estremezca.

Fija su mirada en mis ojos cuando vuelve a abrirlos.

—Pues esta vez vamos a cometer el mismo error, juntos.

Apenas comprendo lo que aquello significa, pero él hace que mi espalda toque el colchón y a la vez me cubre con su cuerpo. Vuelve a besarme mientras sus manos recorren mi piel afirmando el hecho de que se contenía para no tocarme más de lo debido. Me besa de forma lenta y en el proceso me roba suspiros de satisfacción. Siento el fuego empezar a cubrir todo mi cuerpo y, en otoño casi invierno, también empiezo a sentir el deseo apoderarse de mí.

Sus labios y los míos se presionan queriendo saber cómo se siente tener adheridos los del otro. Nos besamos con ganas en uno de esos besos que te dejan sin aliento y deseando más. Y por un momento siento que estoy encima de una nube ardiente con un hombre lobo caliente y apetecible encima de mí.

Dicen que son muy dominantes y agresivos, pero Alek desprende calidez, la delicadeza de sus toques es tortuosa y a la vez mágica. Envía corrientes de placer por cada rincón de mi cuerpo haciendo que desee ser tocada así por tiempo ilimitado.

Alexa.

Dejo que me toque donde le place. Me dispongo a acariciar su abdomen, sus brazos y su pecho. Todo su cuerpo grita tonificación y dureza. Mientras lo toco gruñe y jadea para mí, me humedece con su saliva, con sus besos, con su mirada deseosa; él me humedece. De forma leve muerde mis labios, mi cuello, mis hombros... y aquello solo hace que esté al borde de la locura.

Alexandra...

Solo quiero que sus colmillos traspasen mi piel, clavar los míos en la suya para que nuestro vínculo acabe siendo esa bola de nieve gigante que una vez empezó a formarse nadie ha podido detener. Para ser suya, sin las secuelas de un rechazo que, a decir verdad, ahora pienso ha valido la pena sufrir.

A mi mente llega el recuerdo fugaz de cuando años atrás fui sucumbida por el deseo. Me enseñó a besar, dejé que me mordiera, dejé que probara mi sangre, fuimos uno y me quedé deseando mi primer orgasmo. Dijo «no puedo hacerte esto» pero me hizo lo peor que puedes hacerle a alguien. Desde entonces he sido condenada a recordarlo de la forma más dolorosa.

Una parte de mí cree que sucederá lo mismo con Alek, pero no dejo que esos pensamientos me detengan. Lo poco que conozco de él me dice que no ha arriesgado su vida para luego separarse de mí, condenarme a muerte y de paso condenarse a sí mismo.

Estamos atados, como si yo hubiese estado destinada a ser suya desde mi nacimiento y él a ser mío.

Al volver a la realidad, a esa en la que su mirada escudriña cada parte de mi rostro, me doy cuenta de que algunas lágrimas han nublado mi visión.

Siento la necesidad de llorar. Pero no porque algo esté mal, sino por esa sensación que te hace tener miedo a que todo esté saliendo bien.

Tendré todo lo que deseaba. Mi corazón será libre, amaré a alguien que también me amará, tendré mi propia familia. Ya no sentiré más dolor por ser rechazada ¿cómo debo sentirme al respecto?

—Me miras como si temieras que vaya a desaparecer.

Sonrío mientras parpadeo varias veces, alejando el agua salada que pretendía derramarse en uno de los momentos más importantes de mi vida. Empiezo a quitar los botones de su camisa sin apartar mi atención de sus ojos casi negros por el baño de deseo que hay en ellos.

—Probablemente ese sea uno de mis peores miedos de hoy en adelante.

No dice nada, pero las comisuras de sus labios se van elevando de forma lenta hasta formar una de esas sonrisas que me dejan embelesada. Acerca su rostro al mío, me veo obligada a cerrar los ojos esperando sus labios sobre mi boca, pero allí solo siento sus dedos acariciarme. Abro los ojos y observo su expresión concentrada, apenas percibo sus movimientos cuando esconde su rostro en mi cuello, empezando a besarme otra vez. Saborea y succiona haciendo que aumenten las ganas de sentirlo ahí, en esa zona de mi cuerpo que le pide más a gritos.

En mi mente aparece su imagen, esa que me brindó hace unos minutos y la misma que me puede brindar todas las mañanas: su cuerpo con pequeñas gotas de agua adheridas a la piel ligeramente bronceada, su cabello húmedo y esa expresión de «soy todo tuyo» adornando su rostro.

Él me tiene. Es un regalo para mí y no sé si me da más satisfacción saber que soy suya o el hecho de que él es mío.

Me las arreglo para quedar encima de él y su risa no hace más que incitarme a dejarlo desnudo completamente. Y lo hago.

Me quedo quieta, solo mi pecho se mueve al subir y bajar por mi respiración agitada al igual que la suya. Lo observo de pies a cabeza.

—Podría llegar al punto máximo del deseo solo con mirarte —susurro.

No es para menos, su piel bronceada un poco más clara que la mía, reluciente por la fina capa de sudor, su abdomen, su pecho, sus brazos, su mirada, su cabello; su hombría que pide sentirme a gritos... las venas marcadas... en sus brazos y en su cuello...

Esto es demasiado para mí.

Mis labios se separan y él vuelve a sonreír. Se acomoda, presionando sus codos en el colchón para elevarse y acercar su rostro al mío.

—Y yo mientras me miras así. Me estás quemando la piel —murmura—. ¿Te gusta lo que te pertenece?

—Mucho.

Muerde sus labios e intenta volver a tocarme, pero se lo impido con una mirada de advertencia. Empiezo a desnudar mi cuerpo bajo su atenta mirada, sintiendo como arde mi piel al recorrerme una y otra vez.

Sus ojos brillan al quedarse fijos en mis pechos e ir descendiendo.

Soy delgada, muy delgada. Pero por alguna razón en ciertas partes de mi cuerpo existe una cantidad justa de aumento que vuelve mi cuerpo una sensual obra de arte. Soy hermosa y estoy muy enterada de ello.

herkommen (ven aquí)  —susurra.

Libero mi pelo ondulado y me acomodo hasta quedar con cada pierna a un lado de su cuerpo.

Desliza sus manos por mi espalda, para después dejarlas en mis caderas. Yo evito descender para no rozar mi feminidad con su hombría.

Hier bin ich. (Aquí estoy) —respondo.

Me quedo mirándole a los ojos mientras nuestras respiraciones son aceleradas y el calor nos rodea, las ganas nos envuelven y la excitación nos domina. De forma inconsciente me pego a su cuerpo y lo siento. No resisto estar firme ante las corrientes de placer que me hace sentir ese pequeño roce.

—Santos cielos.

Y me dejo llevar.

Tomo sus manos y las hago acariciarme, el accede gustoso al recorrido que comienza por mis senos mientras yo empiezo a frotar nuestros cuerpos. Se deja caer de espaldas y cierra los ojos respirando por la boca, siendo dominado por las mismas sensaciones que amenazan mi cordura.

—Mírame —no fue una orden, tampoco una súplica.

Vuelve a sentarse en la cama y me sujeta por la cintura. Se levanta mientras me besa el cuello, camina por la habitación y abre una puerta. Segundos después estamos bajo un chorro de agua tibia y mi espalda contra la pared. Enredo las piernas en su cintura y suelto un gemido cuando con su masculinidad acaricia mi punto débil. Busco su mirada, jadeo al encontrarla porque sus ojos le hacen el amor a mi vida, expresan ese deseo que me está quemando y se intensifica con cada una de sus caricias.

Mi cabello empieza a empaparse. Se pega a mi espalda, a mis senos, también a mi cintura y a mi estómago. Gruño cuando él deja de consentirme para recogerlo hasta tenerlo atado con una de sus manos. Me sostengo de su cuello y beso sus labios, él no duda en corresponderme con ansias. Segundos después me separo de su boca y empiezo a besar su cuello, pero me alejo al ser consciente de sus arterias. Él me devuelve el favor besándome en el mismo lugar y volviendo a torturarme con suaves caricias.

—Por favor...

Suelta un gruñido ante mi súplica.

—Tus deseos son órdenes.

Lleva a cabo nuestra unión, la misma que me deja sin aliento; apenas tomando aire y sumergida en aquella burbuja que creamos juntos. Suelto más quejidos involuntarios y araño su espalda en un acto inconsciente que intenta reflejar lo nuevo que es para mí todo esto, además de lo increíble que me hace sentir.

Mi cuerpo lo recibe, mis paredes lo abrazan. Él, entre movimientos bien dirigidos y firmes, aniquila mi maldición.

Cierro y vuelvo a abrir los ojos, su mano enredada en mi pelo deshace su agarre en mi melena y acaricia mis pechos. Entre las sensaciones, su mirada ardiente destrozandome el alma, sus besos en mi piel, sus caricias, sus embestidas y el olor que creamos juntos bajo el agua; sucumbimos ante el placer.

Por primera vez.

Esconde su rostro en la curva de mi cuello y sujeta mis caderas para luego sentarse en el piso de la ducha aún en mi cuerpo mientras el agua se lleva nuestros fluidos.

De mi boca salen más palabras sin sentido, provocadas por los espasmos que confirman el hecho de que llegué al punto máximo de placer. Sus pupilas van reduciendo el tamaño permitiéndome apreciar la combinación de colores que poseen sus ojos.

Sonrío despacio, muerdo mi labio inferior algo avergonzada y sin nada muy coherente para decir. Él lo nota y sonríe.

—Te ves hermosa adueñándote de mí.

—¿Me adueñé de ti?

—De cada una de mis células.

Suelto una risa suave y roso mis labios con los suyos.

—Me vas a volver loco.

—Y aún no me conoces bien.

—Mi cuerpo sí. Acabo de sentirte —me besa y acaricia la piel de mi espalda—, de unirme a tu alma.

Carraspeo, llevo mis manos a la parte trasera de su cuello y empiezo a acariciar las hebras que tocan su piel.

—Somos uno.

—Lo somos.

Permanezco en silencio durante unos segundos.

—Y has despertado una bestia —digo—, y no cualquier bestia.

—¿Una fiera? —sonríe.

—Y está muy sedienta.

—Pero si acabo de saciarla
—responde sarcástico.

—¿Saciar, dices? —Roso nuestros labios una vez más—. Acabamos de empezar.

Después del huracán va un tornado y luego vienen los sismos.

Ellos no debieron hacer esto jeje 🌚

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