❆ XLVIII: Sumisión ❆
~ SUMISIÓN ~
Alexa
Nunca me había sentido tan atada siendo libre, la sensación instalada en mi pecho ni siquiera se asemeja a lo que sentía en aquellos momentos en los que no podía volar.
Él está decidido a convertirme en su esposa, con una palabra mía Adara podría ser libre. ¿Pero tengo que sacrificarme más para cortar todo este asunto de raíz? No voy a casarme con Antarktis White. Mi lealtad a Aleksandre es la segunda en la lista que encabeza Lo divino.
No pienso ceder.
Encontraré la manera de hablar con mi esposo y contarle todo esto. Pero por el momento sostengo a mi pequeña entre mis brazos, dándole de comer. Sé que él me está observando, por eso me cubro a pesar de que solo mi pequeña y yo estamos en la habitación.
Accedí a venir con él solo para verla, de lo contrario habría terminado con toda esta porquería.
Aunque intento no pensar en nada más al estar con ella no logro detener el rumbo de mis pensamientos. Él estuvo en nuestras narices todo este tiempo, fingiendo con tanta facilidad y ni siquiera llegué a sospechar. Estaba demasiado impresionada con su personalidad y apariencia como para medir el poder que emana de él.
Jugó conmigo, con mi mente. Y no solo conmigo, no sé cómo va reaccionar Alek cuando se entere de esto.
Si de algo estoy completamente segura, es de que un dragón es capaz de sentir a su especie sin importar cuál sea su raza. Así como yo siento el aire helado emanar de él, él siente el aire ardiente emanar de mí.
—Señora de Wachsend —dice en un perfecto inglés.
Está tenso, con las manos entrelazadas en la espalda y expresión seria. El cabello blanco lo tiene largo y suelo. Sus ojos azules con facilidad podrían confundirse con un témpano de hielo y su piel es tan blanca como la nieve que en estos momentos rodea a Wachsend. Es hermoso, un ser digno de admiración y, a diferencia de Darius, el hombre no parece ser insolente.
—¿Qué te trae a mi manada? —Pregunto al acercarme un poco.
—Mi lord me envió.
—Antarktis White —afirmo.
Él asiente y escanea los hombres a mi alrededor, yo le hago una seña a Hang para que nos dejen a solas; pero claro, Fabián sí permanece a mis espaldas estudiando al hombre enfrente de mí con interés.
—Que curioso, hace unos minutos estaba pensando en él.
Carraspea.
—Mi señor y los demás Jerarcas —empieza a decir, dejando de lado mi comentario—, me envían a decirle a los Líderes de Wachsend que Aleksandre Wolf ya no forma parte del Consejo. Es usted su reina, una híbrida, y los híbridos son…
Se corta a sí mismo y clava la mirada en sus pies. Pasan largos segundos y él se acerca a mí causando que Fabián se ponga alerta, pero yo permanezco en mi lugar.
Pide mi mano y cuando se la ofrezco, la besa en el dorso, haciendo que sienta sus labios fríos contra mi piel. Luego vuelve a su posición inicial.
—¿No puedes decirlo? —Inquiero al ver que permanece cabizbajo—. Dilo, no voy a juzgarte, es lo que ellos han hecho creer a todo el Mundo oculto, «los híbridos son un pecado».
—No es lo que yo creo, señora. Pero Antarktis es nuestro rey, no podemos desafiarlo.
—Ni a los demás Jerarcas.
—Son Antarktis, mi lord, Benedetto, rey del clan de vampiros más poderoso en Italia y Edilius, rey del clan de vampiros más poderoso en Grecia.
«Tres seres que morirán por mi causa.»
—Pero yo le ofrezco mi lealtad, Señora de Wachsend.
La sorpresa ha de ser demasiado evidente en mi rostro, a juzgar por cómo el hombre suaviza su expresión seria.
Entrecierro los ojos y escondo mis manos en los bolsillos del gabán.
—¿Por qué traicionarías a Clearings?
—Yo no estoy traicionando a mi clan, fue nuestro Rey quien nos traicionó a nosotros desde el momento en que dejó de escuchar a Lo divino.
Esa seguridad con la que habla es digna de un ser insumiso.
Me agrada.
—¿Y por qué no se revelan?
—Los jóvenes le temen, y tiene a los mayores comprados a base de promesas, además de un numeroso ejército de dragones de hielo a su disposición.
Trago saliva.
—¿Tú no le temes?
Niega.
—Me convertí en emisario hace poco tiempo. —Empieza a dar pasos pequeños a mi alrededor, distraído—. Escuché que Aleksandre Wolf se había casado con una híbrida y que ahora ella era su Reina. Este mensaje no iba a ser entregado por mí, pero tomé el lugar de un amigo para ofrecerles mi lealtad.
—Sabes cuál es el propósito de los híbridos —no fue una pregunta.
El hombre sonríe ligeramente.
—El Consejo no se empeñaría tanto en desaparecerlos si no fueran una amenaza para ellos, y de ser un pecado tan grande, Lo divino no permitiría que más seres desiguales resulten ser compañeros eternos... o ya habría acabado con cada uno de ustedes.
—Inteligente.
—Me ha tomado por sorpresa descubrir que es usted miembro de Dunkelheit, señora. Y mucho más sentir el poder ardiente de la sangre real corriendo por sus venas —admite sin despegar sus ojos fríos de los míos.
Me quedo mirándolo en silencio durante unos segundos, y luego le dedico una mirada significativa a Fabián.
—Tenía intenciones de manchar mi daga con la sangre de un mensajero, pero te has ganado mi atención.
Él suelta una risa leve y aparta la mirada para observar a lo lejos, pero yo lo observo a él.
—¿Cómo te llamas?
—Archibald. Archibald Demetriou.
* * *
—¿Hasta ahora solo somos nueve? —Pregunto tratando de ignorar el tornado de pensamientos que arropa mi mente.
—Hay uno más, nació después de Alía. ¿Sabes que es tu sobrina la más poderosa hasta ahora?
—Sí, señor. ¿Dónde está el número diez?
—En Clearings.
Me quedo en silencio.
—¿Un dragón de hielo?
—Hielo y fuego —responde.
Un híbrido de dragón de hielo y fuego.
—Su padre es Archibald Demetriou —agrega.
—Nos mintió —dice Alek sin dejarme procesar bien las palabras.
—Sí, omitió algunos detalles importantes —murmuro sorprendida y dudosa en partes iguales.
—¿A qué se refieren? —Pregunta Adalia.
—Es nuestro aliado —le hago saber—, y llevará su familia a Wachsend a petición mía, pero no nos dijo que su hijo era un híbrido. Y yo no le leí la mente.
«Creo que debí.»
—¿Tenía a su hijo en el territorio de Antarktis? —pregunta Aleksandre con esa característica calma que logra mantener en momentos como estos.
—Sí, pero tranquilos. Yo soy su guardián —dice Anker con una radiante sonrisa.
Suelto una risa carente de gracia.
—No comprendo.
El griego no deja de sonreír, cosa que me afirma una y otra vez la confianza que posee. Actúa como si tuviera cada cosa bajo control.
—Uno de los Jerarcas me ha tenido en sus manos desde hace un tiempo, pero ser un viejo atractivo y, además un híbrido, me hace parecer un Clear. Además tengo ojos grises, como los tuyos.
—¿Los dejaste solos, Anker? —Pregunto en un susurro.
—No, están aquí.
Suelto un suspiro, conmocionada.
—Hacen parecer esta situación algo simple cuando en realidad el mínimo desequilibrio podría hacer estallar una masacre.
—A Archibald le encanta el peligro, jovencita. A mí también.
Salgo de mis pensamientos, volviendo a la realidad en la que mantengo los labios en una fina línea.
—Ahora todo tiene sentido.
La puerta de la habitación se abre.
—¿Al menos podrías tocar? —Pregunto de mala gana, sin mirarlo.
—No, querida, lo siento. Este es mi castillo, y mi reino. —Se sienta en uno de los sillones al extremo de la habitación.
Todo en el lugar es ridículamente reluciente y costoso. Amo el frío, pero justo ahora me aburre estar encerrada en un castillo cubierto de diamantes.
Clearings es justo como lo imaginaba.
Admito que es hermoso, tal vez demasiado.
—Aún hay algunas cosas que no entiendo, Clear —lo encaro, susurrando para no despertar a Laurence, que se ha dormido aferrada a mi pecho como si su vida dependiera de ello—. Honestamente aún no creo que hayas logrado engañarme de esta manera.
Sonríe, genuinamente.
—Los engañé a todos, menos a tu padre.
—¿Qué quieres decir?
—Él reconoció la realeza en mí, a diferencia de ustedes —sus ojos brillan con gracia—. Pero le dijiste que era tu aliado y no dijo mucho al respecto.
Contengo la respiración.
Por eso mencionó lo de unificar las razas...
Cielos.
—Es simple, preciosa, Archibald es Antarktis, Antarktis es Archibald.
Lo fulmino con la mirada.
—¿Por qué? —Ladeo la cabeza.
Se levanta, toma el sillón y lo pone justo enfrente de mí para luego volver a sentarse.
—¿Qué es lo que quieres saber, exactamente?
—¿Por qué arriesgarte de esa manera?
—Soy fanático de la efectividad, y no hay nada mejor que encargarte personalmente cuando algo es de gran importancia para ti. —Coloca una pierna encima de la otra, recostándose en el sillón—. Decidimos hacer oficial la destitución de tu amado esposo y me arriesgué a entregar el mensaje personalmente.
Asiento.
—Lo que me hace saber que nunca le habías dado la cara.
—No exactamente —chasquea la lengua—. Al menos él no podría ver en mí al Rey de Clearings, no cuando la imágen que les he vendido a todos es la de un viejo amargado y antisocial el cual nunca asistía a las reuniones del Consejo. Pero, como podrás ver, de viejo y amargado no tengo nada.
Es cierto.
Lo acepté apenas lo vi, es un hombre apuesto. No tengo idea de que edad tiene pero luce jóven y bien cuidado, sabe cómo vestir, como resaltar sus facciones... la idea del Rey escuálido se ha esfumado de mi mente, porque veo exactamente todo lo contrario. Sus ojos azules, fríos y a la vez expresivos brillan con satisfacción, su cabello está recogido permitiendo que pueda ser apreciado todo su rostro.
—¿La información que nos diste...?
—Solo mentí con relación a mí —me interrumpe—, todo lo demás que les dije es cierto. Es verídico ¿No?
Trago saliva.
—¿Qué es lo quieres?
Acurruco a mi hija contra mi pecho cuando él la mira de soslayo.
—Antes de ir a Wachsend personalmente solo quería unificar nuestras razas —murmura—, terminar con la separación entre las únicas especies de dragones.
—Podías simplemente terminar con la guerra, en lugar de eso continuaste la rivalidad al sustituir a tu padre, queriendo esclavizar a mi pueblo.
Eleva las cejas.
—No es tan fácil, si yo cedía iba a perder mi autoridad en el proceso, algo a lo que no estoy dispuesto. Sí quiero que nos unamos, pero cuando seamos un solo reino seré yo el Rey.
Niego.
—Por eso existe Arnau White, mi hijo. Pero no es suficiente un híbrido de las dos especies si su madre no tiene sangre real, y cuando fui a Wachsend y tú me recibiste, reconocerla en ti redireccionó mi plan. Debemos casarnos, Alexa. Lo único que te pido es un hijo, después de eso serás libre si lo deseas, o podrías reinar sobre los Dunkel y los Clear a mi lado, como mi mujer. Eres la legítima heredera al trono, hija de Julian Schwarz, si aún no has entendido, cosa que dudo, desde que te vi, es a ti a quién quiero.
Suelto un suspiro, acariciando la espalda de mi bebé, impregnándome de su olor reconfortante.
—¿Te has preguntado quién asesinó a Darius? —Suelto luego de varios segundos en silencio.
—Lo sospechaba —me muestra sus dientes blancos y alineados al sonreír ampliamente—, en Sicilia todos saben que quería vengarse de ti porque lo humillaste, por eso al tomar el papel de emisario fingí ser todo lo contrario a él, para no obtener la misma reacción de los Líderes de Wachsend, en ese entonces no sabía quién eras.
Asiento.
—Yo maté a Darius Vasileiou, pero antes de irse al infierno me dejó estéril.
Silencio.
—Lo que quieres es algo que no puedo, ni quiero, ni voy a darte.
La sonrisa desaparece de su rostro, pero su respuesta no es la que espero:
—Está bien, no me des un hijo. Solo sé mi reina, por la eternidad —se inclina hacia adelante—. Seamos los Reyes del reino dragón, Alexa.
Mi respiración se agita.
—No. Yo no traiciono a los que amo, no traiciono a mi familia.
—¿Qué es lo que tiene ese pulgoso que te ató a él de esta manera?
—Algo que tú no tienes —digo entre dientes.
Su mandíbula se tensa cuando aprieta la mandíbula, conteniéndose.
—Eres valiente, astuto y audaz, como el significado del falso nombre que usaste para infiltrarte en mi manada; eres apuesto, inteligente, poderoso, calculador... pero no eres él, Antarktis.
Sonrío levemente.
—Secuestraste a mi hija, mientras mi familia cuidaba de tu hijita —alterno mi mirada entre sus ojos—, maté a mi tío por entregarte uno de mis tesoros más preciados, por traicionarme a mí y a mi familia… no soporto a los traidores. ¿Qué te hace pensar que me convertiré en una?
—¿Sabes cómo engañe sus mentes e instintos para que no detectaran el poder en mí en su totalidad? —Una sonrisa fría adorna sus labios—, sumisión —responde a su pregunta, se inclina aún más para acercarse a mi rostro, con sus fríos ojos clavados en los míos.
Giro el rostro a un lado cuando roza mi piel con sus nudillos.
Deja caer su mano en su regazo, sin dejar de mirarme.
—Mi actitud de absoluto sometimiento hizo menguar mi poderío, por eso no identificaste la realeza en mí. —Intenta leer mi memoria pero no se lo permito—. La insumisión fue lo que te cautivó de ese lobo, lo sé, porque tú eres igual, y yo también.
Contengo la respiración cuando mira mis labios para luego volver a penetrarme con sus ojos azules.
—Quiero ser el único Rey de tu historia. No he encontrado a mi compañera en mis años de vida, no son demasiados, pero no quiero seguir esperando, te quiero a ti.
Ruedo los ojos, cansada de su insistencia.
—Llegaste tarde para elegirme. Amo a Aleksandre y nunca voy a traicionar su confianza, si vine contigo fue para recuperar a mi hija, no obtendrás nada de lo que quieres de mí. Tengo todo lo que tú podrías ofrecerme y mucho más, que te quede claro, Antarktis White.
Sonríe ampliamente.
Este hombre tiene demasiada autoestima.
—No seas terca, Alexandra.
—No me amenaces, aún estoy aquí, en tu reino, pero cuando salga te atendrás a las consecuencias de tus actos.
Asiente, con un gesto de resignación.
—Soy un hombre responsable.
Suelto una risa irónica, levantándome con cara de circunstancia, él me imita.
—Vas a ceder. Me vas a elegir a mí, un Rey digno de ti, y de tu misma especie.
Se aleja, con la intención de salir.
—No eres digno de mí, no cuando has hecho daño a quienes yo debo proteger.
Suelta un suspiro, tomándose el puente de la nariz.
—No mentí cuando te dije que los Jerarcas tenemos objetivos muy distintos, como habrás notado el de extinguir a la humanidad no es el mío.
—Pero no has hecho nada para impedirlo.
—Tengo prioridades, querida —eleva la voz—, los humanos deberían dejar de jugar a ser felices con migajas y entender el verdadero propósito de su existencia; pero no lo han hecho, no han tomado lo que hay en el mundo sobrenatural que les pertenece y por eso los están jodiendo, y yo no me haré responsable de eso. —Me encara una vez más—. Utilizo a Edilius y a Benedetto como medios para un fin, pero no me voy a meter más en las atrocidades que cometen.
—Bien, proteger a la humanidad es mi responsabilidad. Déjame ir y lo haré.
—Puedes salir cuando quieras —eleva la voz—, no eres la princesa encerrada en este castillo. Eres una Reina, pero si te irás, no te llevarás a Laurence.
—¿Tú me lo impedirás? —Inquiero tras soltar una risa irónica—. Dime una cosa —dejo a mi hija en su pequeña cesta para luego acercarme a él—. ¿Hay algo más con respecto a mi hija, verdad?
Asiente, con una sonrisa leve, apenas perceptible.
—Correcto. Y tú has estado muy distraída como para darte cuenta.
Todo mi cuerpo se tensa.
—¿Qué quieres decir con eso? —Guardo mis manos en los bolsillos de mi abrigo.
Él desvía la mirada hacia el ventanal de cristal, que nos permite ver el reino helado a una altura bastante pronunciada.
—Su mirada de pérdida, no es solo por estar lejos de ustedes y sus mellizos...
—¿A qué te refieres? —Me muevo para captar su mirada.
Me dedica una sonrisa ladina que me hace tragar en seco.
—A que Laurence Schwarz y mi hijo, Arnau White, están destinados.
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