❆ XLVII: Aliento gélido ❆
~ ALIENTO GÉLIDO ~
~ Invierno ~
Alexa
Durante toda mi vida viví entre las sombras del bosque, hasta que conocí a Arianna Volk, una pequeña y esencial miembro de Wachsend a través de la cual el destino me llevó a cierta manada. Durante años me pregunté a dónde estaría esa pieza que faltaba a mi vida, mi compañero. Veía a mis padres amarse incluso a través de un sutil roce de pieles y anhelaba lo mismo hasta el punto de llegar a deprimirme cuando ellos se alejaban y me quedaba en casa con mi nana.
Al encontrar mi primer amor en Fabián me sentí llena, más amada, la soledad se esfumó de mi vida en el cuento breve que vivimos juntos, uno de final catastrófico, pues la princesa fue asesinada por su príncipe con solo unas palabras. Durante años lamenté el pequeño período de tiempo que me hizo terminar peor de lo que estaba antes de encontrar en ese hombre mi supuesto amor.
Naturalmente él era mío, y yo era suya, pero entre nosotros los lazos del destino no fueron suficientes; que él haya sido mi compañero no fue suficiente.
Nuestro amor no fue verdadero.
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Lo nuestro fue solo un vínculo lo suficientemente débil como para que a pesar de ser marcados el uno por el otro decidiera abandonarme. Prefirió resignarse a la supuesta muerte que elegirme para vivir a mi lado los últimos días de su vida.
A diferencia de esto, en el momento en que mis ojos admiraron por primera vez la obra de arte que Aleksandre Wolf tiene por mirada, supe que en él había algo similar a mí, sentí que era diferente, un ser particular que al proponerme ser suya (a pesar de saber quién soy y los problemas que representaría para su manada) no fue sumiso ante lo que representaba para él ser un Concejal. En él encontré ese preciado tesoro que me permitió elegir, por él sí fui elegida y ahora puedo decir que valió la pena cada segundo de dolor que sufrí por el rechazo de Fabián.
Al llegar a Wachsend, mis conocimientos se vieron acentuados, debido a los pequeños detalles acerca del Mundo oculto que poco a poco se fueron revelando ante mí. Esos secretos, combinados con toda la información que acumulé de los libros me dieron otro poder: conocimiento. Conozco el Mundo oculto mucho más de lo que en algún momento llegué a pensar, conozco sus más oscuros secretos e incluso los planes que tiene el infierno en nuestra contra, muchos otros también lo saben, pero yo sé la fuente, el detonante, como acabar con ellos, y además tengo todo lo que se requiere para lograr hacerlo.
El único problema… es que todo el poder, todo el conocimiento y todas las ganas de justicia no sirven de nada cuando el infierno está tocando ese botón de mi punto débil.
No es que me estén quitando el poder.
No es que me estén quitando el conocimiento de la verdad.
Me están quitando una de las vidas por las cuáles sería capaz de entregar la mía.
O tal vez eso es lo que creo que harán cuando colocan a Laurence en una caja de cristal justo al lado de Adara y su bebé prematuro. El laboratorio. El laboratorio en el que esas ratas crean la fuente del virus que empieza a azotar la humanidad y que, al ritmo que va, podría llegar a convertirse en una pandemia.
Las cosas no cambiaron mucho en cuestión de horas.
Solo encendí la pantalla y vi algunas noticias del mundo humano.
Ellos han hecho investigaciones, su tecnología les permitió encontrar los genes extraños en las dosis del supuesto antídoto que algunos ingenuos se dejaron inyectar, a pesar de su distribución de manera ilegal por todo el mundo.
Por todo el mundo.
Ese y otros informes han salido a la luz, al igual que aquel que me ha dejado paralizada desde hace horas.
Temía que la evolución que ha estado ocurriendo en los experimentos terminara mal… pero ya había ocurrido. Han creado un maldito virus de manera sutil, en nuestras narices y lo han inyectado en humanos libremente como la supuesta y anhelada cura contra el cáncer.
Mis ojos llevan horas pegados a la pantalla enfrente de mí, mis oídos atentos a cada cosa que escucho. Pero en solo un minuto mi mundo se ha detenido.
Cuando he visto a Edilius tomar mi bebé con sus asquerosas manos.
Goldie Agnes, vampiresa griega, no solo ha reemplazado a Darius como mensajera, sino que también ha tomado su labor como científica, para concluir lo que los Jerarcas han empezado.
—Esa mujer que se hizo pasar por mí… —le dice a Edilius, apenas él ingresa al área del laboratorio en la que manipula la sustancia que mezclan con la sangre de Adara.
Solo ella puede hacerlo, bajo supervisión. Lo que me hace saber que ellos saben lo que quieren hacer, pero no cómo. Darius manejaba todo, pero se los arrebaté y ahora la tienen a ella.
—Es la madre de esa pequeña hermosa que está justo detrás de ti —se pasea de un lado a otro, mientras los ojos de la griega caen en mi hija.
—¿Y quién es su madre?
—Antarktis me ha dicho que es la Reina de Wachsend, y la Reina de Wachsend es la elegida del Creador para destruirnos a nosotros.
—A "nosotros" —se ríe al tomar un tuvo para luego inspeccionarlo a través de su gafas—, yo no formo parte de ese "nosotros".
—Lo haces, desde que aceptaste continuar con esto a cambio de una dosis de sangre híbrida, querida.
La mujer deja de moverse al sentir como él se posiciona detrás de ella.
—¿Es cierto lo que estoy empezando a intuir? —Vuelve a su trabajo.
—¿Qué intuyes? —Le pregunta él.
Lo encara, quitándose los guantes de látex.
—Edilius, si los hijos de Adara son tuyos, eso significa que…
—¿Qué, qué?
—Mira como la tienen. —La señala.
—Tenemos.
—Tienen —Lo desafía—. Claramente no te parió dos hijos por voluntad propia. Es evidente que abusaste de ella hasta la saciedad.
Mis ojos se trasladan a la caja de cristal más grande de todo el laboratorio, Adara se remueve levemente. Ellos saben que está escuchando, pero también saben que han succionado su energía con el paso de los años, a pesar de que la alimentan no permiten que sus fuerzas se renueven ni siquiera un diez por ciento. Saben de lo que un híbrido es capaz. Aunque, desgraciadamente, esos malditos también saben cómo contaminar el alma.
Quitándole la libertad.
Y eso han hecho desde que lograron capturarla por última vez.
—¿Cómo sería capaz de eso, Agnes querida? No tengo esas agallas.
Ella permanece en silencio durante unos segundos.
—Lo que en realidad no tienes son escrúpulos —eleva las cejas y desvía su mirada de él, cruzándose de brazos—. ¿Qué harás con esa niña, Vasileiou?
En su rostro de forma una sonrisa lobuna, una que me muestra sus largos colmillos afilados, pero no es eso lo que me deja aún más helada, son sus ojos clavándose en los míos a través de la pantalla.
—Esperar a que su madre venga a buscarla, nuevamente. —Saca una pistola y cuando dispara, pierdo la imágen del laboratorio, segundos después también pierdo la de los pasillos.
«Los micrófonos…» Pienso.
Subo al primer piso a la velocidad de la luz hasta el despacho, volviendo a pasar por encima del vino derramado en el piso, aunque este ya se encuentra seco.
—...vino a poner cámaras.
—¿Por qué no se llevó a su hija si logró escapar?
—Es una híbrida, y si eso no te parece suficiente es una híbrida de tres especies, casada con el maldito traidor de Aleksandre Wolf. El plan era que viniera por ella para pescarla, pero no mordió el anzuelo. Se hizo pasar por ti…
—¿Y cómo supo quién soy y cuando vendría?
Silencio.
Mi respiración agitada es lo único que rompe el silencio durante unos minutos.
—Creo que alguien ha traicionado al gran Rey Vasileiou.
—Eso no importa, no cuando es cuestión de horas para que la tenga en mi poder.
—¿Qué harás?
Se carcajea.
—Las cámaras de la casa en la que instalamos a su tío, el cual asesinó, indican que se ha adueñado de ella… y justo ahora, puede que Antarktis White esté llegando para hacerle una visita.
¿Qué?
Inspecciono el despacho, alerta. No hay ninguna presencia ajena ni ningún olor extraño en kilómetros. Pero ellos vienen por mí.
En el despacho no hay cámaras, solo en las habitaciones y en las salas. Lo que significa que probablemente hayan descubierto mi plan antes de que lo ejecutara, y si es así ¿por qué me dejaron hacerlo?
Reviso la casa disimulando lo mejor que puedo, porque sé que desde algún punto pueden verme. Tal vez haya más cámaras que no estoy dispuesta a encontrar. Regreso al piso subterráneo, me vuelvo a poner mi ropa adecuada para matar, las armas que me dió mi esposo y por último el gabán.
Provoco un apagón en toda la casa antes de inundarla de gasolina desde el piso subterráneo hasta el superior. Mi cuerpo se calienta hasta hacerme sudar, cuando conscientemente dejo salir mi aliento de fuego.
Y la casa empieza a arder.
Al salir empiezo a correr, porque, al parecer, las gotas de lluvia que empiezan a caer sobre mí me hacen caer en cuenta de que todo está saliendo mal, una vez dejo que eructe ese volcán en mí no hay manera de apagarlo.
Esos malditos tienen a mi hija, y no vacilarán en hacerle daño con tal de capturarme.
No sé si es por el creciente miedo que me invade o por el calor que me arropa, pero no veo venir el golpe que me hace rodar por el suelo. El fuego en mi interior cesa, pero no desaparece, solo arde más cuando mis ojos conectan con tres pares celestes en medio de la oscuridad.
Tres dragones de hielo descendieron sobre mí, haciéndome rodar por el suelo y terminar con todo el cabello esparcido por el rostro y de cara a la tierra. Me levanto al instante, tomando la espada de Jens que cuelga de mi cintura y evaluando mis opciones.
—¿Qué tal Clear?
Despliego mis alas y me elevo cuando ellos aterrizan. Me siguen con sus miradas, yo soy el centro de atención para ellos, y su objetivo.
Sobrevuelo encima de los dragones, esos de tamaño promedio que, si llegara a transformarme, podría destrozar en tan solo unos segundos. Esquivo las ráfagas de sus alientos gélidos, cada proyectil de hielo afilado, y me dejo caer encima del primero. Alzo la espada y la bajo con fuerza, enterrandola en su lomo, en medio de sus alas y soltando un grito justo cuando él ruge de dolor.
Dejo la espada enterrada en su carne, saco mis garras y salto al lomo de mi siguiente objetivo.
Tras sentirme se remueve bruscamente, y yo clavo mis garras en su cuello musculoso cuando intenta atraparme con su boca de colmillos largos y afilados. Con todas mis fuerzas arrastro mis garras clavadas en su carne, al tiempo que mi veneno lo hace rugir fuerte de puro dolor.
—¡¿Les han mandado a buscarme?! —saco mis garras y salto al lomo del primer dragón para sacar la espada de su carne con brusquedad. Él ruge y se tambalea, pues el material de la espada lo dejará incapacitado para volar durante un buen tiempo. La sangre de color azul oscuro sale de su herida a borbotones—. ¡Pues vengan por mí!
El único dragón carente de herida me da pelea, me lanza proyectiles de hielo con rabia, mientras sus dos compañeros heridos sueltan rugidos escalofriantes, lastimeros.
Mi minúsculo tamaño de humana ante ellos me da agilidad para escaparme de sus arremetidas fácilmente. Él, desde el suelo me lanza hielo, intentando protegerse a sí mismo y a sus compañeros inhabilitados. De los tres, este último es más fuerte, pero no lo suficiente para ser invencible.
Corto una de sus orejas puntiagudas cuando logro posarme en su lomo.
Coloco la afilada hoja de esa espada plateada con detalles negros y dorados que ahora es mía en la base de su cuello largo, flexible y fuerte.
—¡Rindete! —Grito, pero no lo hace.
Siento el latigazo en mi espalda, un golpe de su cola es suficiente para cortarme el aliento.
—¡Maldito! —saco mis garras y se las clavo hasta el fondo. Varias veces, hasta perder el aliento y estar cubierta de su sangre gélida.
Él lucha, pero con menos brusquedad, con movimientos ralentizados y adolorido por mi veneno.
Me elevo y guardo mis alas, para volver a tierra firme, justo frente a ellos, en una posición de peligro, pero sabiendo que los tres han entendido mi advertencia.
—¡¿Quién les envía?! —Pregunto fuerte y claro, sosteniendo mi espada, jadeante, con la espalda adolorida, pero victoriosa.
Ninguno de ellos se atreverá a atacarme, si lo hacen, saben que tienen todas las de perder, porque entonces sí voy a transformarme.
Ellos rugen, y es entonces cuando escucho un golpe sordo contra el suelo.
La reconocida presencia a mis espaldas incrementa la tensión de mi cuerpo, porque ahora es más intensa, más poderosa que las otras veces que estuvo ante mí.
—Yo.
Mi piel se eriza ante el tono de su voz, y giro el rostro solo un poco para observarlo por el rabillo de ojo. El fuego de la casa arde a una distancia prudente, mientras que las ligeras gotas de lluvia golpean el asfalto con timidez.
El fuerte sonido que hacen sus grandes, hermosas, amembranadas y traslúcidas alas al ocultarse me aturde por un momento.
—Es imposible que no cometamos errores cuando no conocemos bien a nuestros enemigos —sus pasos acercándose a mí me hacen darle la espalda a los tres dragones de hielo heridos por mi causa—. En ese caso, la insumisión no te servirá de nada, Alexandra.
Sus ojos azules me conmocionan, porque la idea que tenía de la persona ante mí desde luego no es la que recibo.
«¿Él es...?»
Trago saliva.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a buscarte.
—¿Tú...?
—¿Quién querías que fuera? —Pregunta con tono gracioso, y echa un vistazo detrás de mí—. Puedo fingir ser alguien más, pero mi verdadera identidad nadie puede cambiarla.
Suelto una risa carente de gracia.
—No lo puedo creer —me acerco más a él, alternando la mirada entre sus ojos. Los gruñidos a mis espaldas me hacen girar el rostro a un costado—. ¡Ustedes se callan!
Ellos obedecen y él sonríe ampliamente.
—Exelente, creí que tardarías más en domesticarlos. Serías una excelente Reina para Clearings, ¿no crees?
Da un paso al frente.
—Eres hermosa —toma un mechón de mi cabello entre sus dedos—, quise decirlo desde la primera vez que te vi, pero debía mantener la compostura. Es una pena que quieras ser la heroína de este cuento, podría convertirte en mi Reina, si renunciaras a...
—Nunca —mascullo, con mi mirada fija en sus ojos, esos en los que ahora hay jactancia y que reflejan las llamas del fuego en sus fríos irises.
Su sonrisa se ensancha.
—Te entregaré a Adara Soiledis si aceptas ser mi esposa, Alexandra Schwarz Pierce.
—¿Qué hay de sus hijos?
—Son de Edilius.
—Y por supuesto que él piensa que Adara también es suya. No iré a ningún lado contigo.
Sus facciones se endurecen y me sujeta el brazo con fuerza cuando me giro para irme.
Observo su mano y luego su cara.
Mi mirada basta para que me suelte.
—No quería hacerlo, pero tendré que obligarte. Porque quiero que mi segundo heredero sea un híbrido de varias especies, y me lo darás tú, si quieres que tu pequeña siga viva.
—¡Ya has hecho suficiente, imbécil! ¡Te atreviste a ponerle tus malditas manos encima, te burlaste de mí en mi cara, y lo pagarás! ¡Si le haces algo a mi hija juro por mi vida que la muerte será el más anhelado de tus deseos! —Jadeo, con la punta de mi espada en su manzana de Adán.
—No le haré nada, querida Alexa —me quita la espada de las manos con un movimiento sutil—, ya que tú, por voluntad propia, vendrás conmigo.
~ Aleksandre ~
Han pasado tres días desde la última vez que vi a través de sus ojos, semanas que no cargo a mi hija en brazos, pesados segundos en los cuales una acción mía podría haber cambiado el curso de muchas cosas.
Horas después de recibir aliento a través de una llamada observo a las personas que me rodean. Unos escogidos desde antes de nacer, otros llamados al propósito. Para unos sus armas le corren por las venas en forma de dones y habilidades, otros las adquirieron al igual que las armas que les ha proporcionado la ciencia.
Y los dragones de Dunkelheit que en pocos segundos sobrevuelan todo mi territorio.
Nuestro ejército.
Unos se quedan para proteger la manada y otros nos vamos, o esa es la intención antes de que suene la alarma roja, avisando el acercamiento de una ola de enemigos que nadie esperaba a pesar de estar preparándonos para la batalla.
Tomo el teléfono cuando vibra en mi bolsillo, observando como todos se ponen en movimiento para llevar a los vulnerables al refugio, también esperando mi siguiente orden.
—Vanora.
—Son muchos —suelta con la voz agitada —, se dirigen hacia nosotros, les faltan pocos kilómetros por recorrer.
—¿Número aproximado?
—No lo sé, unos seiscientos, tal vez mil.
—¿Puedes decirme qué son?
—Vampiros y experimentos, los experimentos son más.
—Bien, ocúpate del refugio y la mansión con Sebastian, él te dirá cuando cerrar todo —el susodicho asiente dirigiéndose a la zona con algunos soldados.
Doy instrucciones a los Sierich para la mansión a cargo de mis padres y los susodichos, dejo el pueblo de Wachsend a cargo de mi cuñado, quién guarda toda el área con los dragones enviados desde Dunkelheit, para estar a nuestra disposición y otros soldados desde tierra.
Con todo cubierto, liderando el ejército, guardo todo nuestro territorio, para luego dirigirme con algunos hombres hacia el claro, donde esperamos con la adrenalina en aumento.
Sé que el enemigo es mayoría en el campo de batalla, pues a pesar ser la manada más grande y numerosa, el número de mis soldados está muy lejos del mil. Sin embrago, uno de ellos vale por diez, y para mí eso es más que suficiente.
Cuando llegan, les hacemos probar el sabor de su propia sangre en una batalla que promete mantenernos ocupados durante un buen tiempo.
Corto cabezas con mi espada, asegurándome de no asesinar a los míos, pero a la vez asegurándome de eliminar toda la plaga que nos ha desafiado.
Y en el campo de batalla, sus ojos grises llegan a mi mente, sacándome un suspiro al tiempo que muevo el filo de mi espada ágilmente, arremetiendo contra tres experimentos a la vez.
Ya casi.
«Estoy a una batalla de reunirme contigo para recuperar a nuestra pequeña, y acabar con toda esta mierda de una jodida vez.»
—Iré por ti, mi fiera.
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