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❆ XLVI: Ciudad de Atenas ❆

~ CIUDAD DE ATENAS ~

Alexa

Aleksandre pide un avión privado a su amigo en Fairbanks, Raven Callum. El susodicho no pone ninguna objeción, al contrario, algunas horas después un avión similar al que nos llevó a Alaska aterriza en el claro del bosque.

Los recuerdos de cada momento vivido en aquel paraíso de nieve llegan a mí. Cada respiración, cada mirada, cada beso, cada clímax... cada cosa que formamos nosotros dos. Allí hicimos nuestros bebés y estoy ansiosa por ver los resultados. Serán hermosos, de eso estoy segura, pero quiero conocerlos, que me miren, ver sus ojitos; si heredarán esa preciosa mirada de su padre o la mía.

Vuelvo a la realidad, a esa realidad en la que son las cinco de la madrugada y ambos nos encontramos sentados en el salón mientras Hang revisa que todo esté bien con el avión junto a otros guardias y mis padres.

Ir a Grecia no es un gusto, es una necesidad. No sé lo que voy a encontrar allí pero lo que sí sé es que necesito información, toda la que los Sierich's puedan darme con relación a mi propósito. Sé que necesito hablar con El anciano, que me ayude a encontrar al híbrido griego, el único ser además de Aiker que iguala mi poder en el Mundo oculto y el hijo de esa mujer que se ha convertido en una inquietud para mí.

Adara Soiledis, además de infiltrarse en mis sueños de manera anónima, me tiene pensando en cualquier método de tortura que podrían estar empleando con ella.

Sé que los Jerarcas le están haciendo daño y no solo por los sueños, fue confirmado en aquel encuentro que tuve con Lo divino y aquello hace que mi curiosidad por las ruinas y mi propósito cobren más sentido.

—¿Me extrañaron?

Escucho esa voz peculiar con ese tono agradable además de alegre y suelto una risa leve.

Saluda a todos al ingresar a nuestra casa, y, justo como la primera vez que nos vimos, le dedica una mirada a mi esposo, éste rueda los ojos y asiente, dándole el permiso para tocarme. Raven me dedica la misma mirada y cuando le doy un pequeño asentimiento agarra mi mano derecha y la besa a modo de saludo.

—Es un gusto verla una vez más, bella dama. ¿Cómo se está portando mi amigo?

—Muy bien, Raven. ¿Que tal tú?

La pregunta le hace sonreír.

Guarda las manos en los bolsillos de su pantalón oscuro y abre la boca para contestarme, sin embargo, las palabras que pretendía decir no logran ser pronunciadas porque algo captura su atención.

No es hasta, unos segundos después, que aquella persona entra al salón y también obtiene la atención de su mirada.

—Señor, aquí está el…

Mi boca se abre ligeramente por la impresión.

La pelirroja, quién trae en sus manos el informe de seguridad impreso, también se queda boquiabierta ante el escrutinio de Raven. Él se acerca, con lentitud, con cautela y, al quedar frente a ella, una sonrisa ilumina su rostro lentamente.

—Aquí termina mi vida de soltero — susurra muy cerca de su rostro—. Mujer, estuve treinta y tres años esperándote. Sigo siendo virgen y todo tuyo, cásate conmigo.

Ella lo evalúa con atención, desprendiendo eso que en algún momento de nuestras vidas nos confirma que aquella persona que habíamos estado esperando ha llegado y que parece ser irreal. Lo mira admirada, con miedo, sorpresa y muchas otras emociones emanando de su cuerpo.

—¿Qué…?

—Tanto tiempo sin tenerte —toma un mechón de su pelo y lo acaricia con sus dedos—, y resulta que estabas aquí.

—No siempre he estado aquí —toma una bocanada de aire y se aparta, como si tenerlo tan cerca le robara el aliento.

«Conozco la sensación, querida.»

—Ya no importa —la sonrisa que adorna el rostro de Raven no coincide con la seriedad que adopta el de Vanora.

Creo conocer la razón de su inquietud, lo que no creo es que a Raven le importe, no cuando mira con tal admiración la mujer ante sus ojos.

Le dedico una mirada significativa a Aleksandre, quien se ha quedado anonadado junto a mí.

Suelto una risa leve y tomo su mandíbula para guiar su boca hasta la mía. Dejo un beso lento en sus labios que él corresponde, pero que dura apenas unos segundos porque lo rompo para decirle:

—Si yo fuera él te mataría a penas me diera cuenta, pero Vanora es un alma libre —murmuro cerca de su oído—. Creo que Raven tendrá un poco de consideración.

—¿Puedo llevarte conmigo? —La escena vuelve a llamar nuestra atención.

—No. —La pelirroja traga saliva sin apartar sus ojos de los del castaño—. Por varias razones, pero la principal es que trabajo para mis Líderes y que mi…

—¿Puedo volver a Wachsend? —Raven la interrumpe al hacernos la pregunta.

—¿Qué hay de tus negocios? —Inquiere Alek con gracia.

—No tengo que ser el que maneje todo siempre, puedo dejar a alguien a cargo que me rinda cuentas.

—Nosotros no tenemos problema con que se queden en Wachsend —intervengo mirando mi hombre a los ojos—. ¿Verdad, cariño?

—Así es, amor. —Siento su mano en mi pierna y entrelazo mis dedos con los suyos.

Ella rompe el contacto visual, Raven suelta su pelo y toma su barbilla con delicadeza, haciendo que vuelva a mirarlo a los ojos.

Permanece en silencio durante unos segundos, escudriñando su mirada y disfrutando el estremecimiento de Vanora ante su toque.

—Si no te vas conmigo, seré yo el que se quede contigo, roja.

❆ . • .❆ . • .❆

Miro hacia la ventana hasta perder de vista a mis padres. Me despedí de ellos y les recordé tener mucho cuidado al llegar a Dunkel. Aiker debió ir con ellos, pero está a cargo de Wachsend una vez Alek y yo nos subimos al avión.

Solo espero que no les haga falta un híbrido y que todo suceda de manera pacífica.

Cuando llegamos a Grecia, los Sierich's son los primeros en bajar.

Al ser nuestro turno, Alek se toma su tiempo revisando que no haya ningún ser cerca de nosotros que pueda acabar siendo un problema. A él se le da bien lo de notar presencias imponentes, por lo que yo también me centro en ruidos y olores.

El hogar de los Sierich's es una especie de pueblo no muy habitado y se encuentra protegido. El silencio y la paz que se respira me hace recordar mi cabaña en el bosque y me relajo a tal punto que por un momento me olvido de todas mis preguntas.

Los rastros de la reciente lluvia mantienen el ambiente impregnado de ese olor a petricor típico de los días lluviosos. Las casas en el pequeño pueblo gritan esa esencia de la arquitectura griega, son de color blanco y paredes rústicas. Hay rosas plantadas en el jardín de cada casa, pero el más grande y hermoso es el de la mansión que se encuentra en el centro.

Lo que protege el pueblo, es una especie de capa protectora y me sorprende que, a pesar de ser prácticamente invisible, pueda sentirla.

—Aleksandre —llamo su atención con una idea rondando por mi cabeza.

Siento como se acerca más a mí, tras depositar un beso en mi mejilla coloca una de sus manos sobre la mía.

—¿Quién hizo esto? —Pregunta, dirigiéndose a mi nana, la única que aún no entra al territorio por vernos estar de curiosos.

—Nosotros, antes de distribuirnos en distintas partes del mundo.

—Nana… —murmuro suplicante—. No quiero más secretos.

Miro sus ojos marrones buscando alguna respuesta cuando se queda en silencio. No leo su mente, me prohibió hacerlo a cambio de enseñarme a proteger la mía con el bloqueo a mis pensamientos, pero sí observo todo aquello que ella me deja ver.

Adalia sonríe, alza las manos, mira al cielo, suspira… y, segundos después, una especie de humo brillante empieza a emerger de sus palmas. Sus manos se mueven hasta formar una bola con la masa de humo resplandeciente, sopla y esta se dirige hacia mí, hacia nosotros. La sensación es cálida cuando nos toca, nos rodea y nos cubre como si…

—Se llama manto protector, los guardianes somos más que un apellido, hija —se acerca a nosotros, vuelve a maniobrar con sus manos y nos quita el manto—. Si tienes esto, nada ni nadie puede tocarte.

Parpadeo varias veces, con mis ojos fijos en los suyos y una emoción demasiado abrasadora creciendo en mi pecho.

—¿Eso quiere decir que…?

—Sí, cariño —dice al ver que no termino la pregunta—. Es lo que protegía nuestra casa. Siempre has estado a salvo conmigo, tus bebés también lo estarán.

Se acerca a mí, acuna mi rostro entre sus manos y evalúa mis ojos.

—Él nunca te ha dejado sola. Te perdonó y no serán tus bebés quienes sufran las consecuencias de tus actos.

—¿Por qué...?

La pregunta queda suspendida en el aire una vez más. No puedo manejar la impresión de conocer esto. Pero tampoco es necesario que termine de hacer la pregunta, porque ya ella sabe qué respuesta darme.

—Los deseos de un híbrido se cumplen, y más si tienes un corazón puro —me dedica una sonrisa leve, cruza el manto y me deja sola junto a Alek.

Al conectar mi mirada con la suya debo parpadear para poder enfocar bien sus iris.

—¿Puedes creerlo? —Pregunto en un susurro.

—Fiera —toma mi rostro entre sus manos como lo hacía mi nana segundos antes y deposita un beso en mis labios—. No te despegues de ellos.

Suelto una risa leve y le devuelvo el beso tras tomar su cuello con mis manos.

—¿Por qué no te lo había dicho antes?

Niego.

—No tengo idea.

El sonido de unas botas desvían nuestra atención a una tercera persona. Ágata, con sus ojos marrones cargados de cautela, se acerca a nosotros con las manos dentro de los bolsillos.

—Es nuestro secreto —dice—. De algún modo estamos más a salvo si pocos seres conocen que, además de llevar un apellido y la sangre del primer Sierich, también somos seres del Mundo oculto. —Hace una pausa, al ver que no decimos nada nos dedica una sonrisa leve—. La reunión inicia en una hora, solo faltabamos nosotros. Las otras familias están dentro, en cuanto acabe podrás hablar con él. Y que sea rápido, por favor, no será muy agradable tener que pasar aún más tiempo lejos de mi familia.

Le dedico una sonrisa antes de que se aleje de nosotros y al volver a conectar con la mirada de mi hombre se me llenan los ojos de lágrimas.

—Hay una forma de proteger bien a nuestros bebés —susurro.

Asiente mirándome a los ojos.

—Y somos los únicos de este lado, entra o me dará un paro cardíaco por pensar que alguien nos atacará.

Sonrío.

Cruzamos el manto y empezamos a dar vueltas por la casa del anciano mientras esperamos a que acabe su reunión.

A mi mente llega el recuerdo de cuando vine por primera vez a la ciudad de Atenas. Era una de las reuniones anuales para los descendientes Sierich al igual que en esta ocasión, a pesar de que estaba muy pequeña, aún mantengo esos recuerdos intactos en un rincón de mi mente.

En aquel entonces solo me iban a presentar ante El anciano y los demás para asignarme mi guardiana, quien resultó ser Adalia Sierich, amiga de mis padres. El lugar no era el mismo, no conocía mucho de mí misma y tampoco estaba junto a mi hermano.

Era una niña sobrenatural, curiosa y algo adelantada al tiempo con una breve vida cargada de misterio.

Es increíble como cada uno de los seres del Mundo oculto poseen sus propios secretos. No desconfío de Adalia, al menos no como desconfío de otras personas a mi alrededor, pero ahora entiendo por qué su insistencia en mantenerme cerca y cada uno de sus consejos cuando me disponía a salir de casa.

Siempre fue Lo divino cuidándome a través de ella.

—Fiera, ven a ver esto.

Me guía al tomarme de la mano para mostrarme una pared cubierta de cuadros que a través de pinturas cuentan algunas historias de Grecia y sus antiguas polis. Las imágenes están en orden y permiten que se comprenda la historia con facilidad.

—Podrías ser mi Gorgo y yo tu Rey Leónidas.

Su voz es apenas un susurro en mi oído. Las caricias de su aliento me erizan la piel y sin previo aviso sus dedos dejan el camino libre a mi cuello para besar su marca.

—¿Eres consciente de que hablas de Esparta estando en Atenas?

—Lo sé.

—¿Y de que eran familia?

—También, pero tú y yo no lo somos.

Suelto una risa leve.

—Y confieso que he leído bastante de ellos, fueron una pareja muy poderosa —señala una pintura desde atrás, con su pecho pegado a mi espalda: la representación del Rey Leónidas y de su hermosa Espartana—, como tú y yo.

—Una hermosa mujer de armas tomar y su rey bien entrenado y valiente...

—Piénsalo, fiera. Tú mi Gorgo y yo tu Leónidas para vencer a los Jerjes que vendrían siendo los desgraciados Jerarcas.

Vuelvo a reír y lo encaro.

—A Leónidas no le importó dejar a su esposa e hijo para ir a la batalla de las Termópilas con sus trescientos hombres —susurro atenta a su mirada.

—Yo no soy él —envuelve sus brazos en mi cintura.

—Pero insinúas que lo nuestro es algo como lo que él tenía con su reina. Solo nos parecemos a ellos en algunos aspectos.

—Lo sé.

Tomo su mandíbula con una mano y la otra la poso en su nuca.

—De verdad espero que no te atrevas a cometer una estupidez, Aleksandre. Porque te juro que…

—Calla —susurra y me besa para callarme—. ¿Qué vas a hacer si me veo obligado a morir en tu lugar? —Eleva las cejas y mantiene su rostro cerquita del mío—. Entiende que prefiero eso a tener que vivir sin tenerte a mi lado o viéndote sufrir.

Cierro los ojos y pego mi frente a la suya.

—Pues yo prefiero exactamente lo mismo y no está a discusión. No vas a morir antes que yo, y ahora que ya no me preocupa tanto el bienestar de mis bebés… por favor no dejes que me atormente con perderte a ti.

Nuestros bebés, fiera. Y así como tú prefieres morir antes, yo lo haría antes que quedarme sin ti.

Abro los ojos y permanezco en silencio con mi mirada fija en la suya.

«El idiota habla en serio.»

Trago saliva.

—Solo Lo divino va a separarte de mí y deseo que sea cuando no puedas con los años.

—Iniciará una guerrera y...

—Y una mierda, Aleksandre.

Su rostro se ilumina lentamente por una radiante sonrisa.

—¿Eres mi hermosa Reina espartana o no?

—Las mujeres espartanas —responde una voz a sus espaldas—, generalmente gozaban no solo de una reputación por su belleza, también por su independencia.

—Sé por qué hago la comparación —Se gira, buscando al desconocido.

La piel se me eriza en cuanto siento el poder que desprende y la imponencia que emana. Dirijo mi vista hacia él y me sorprende encontrar unos ojos grises más transparentes que los míos sonriendo burlones en el rostro de un hombre bastante mayor. Juraría que cuenta con la misma edad que tiene mi padre, pero también podría asegurar que su edad sobrepasa por mucho la del Rey dragón.

Es apuesto. Y lo sabe perfectamente bien a juzgar por cómo camina lleno de confianza hacia nosotros.

—No lo dudo —el acento griego combinado con su voz áspera y el inglés es escalofriante—. Su belleza es notable —agrega—. Con relación a esos dos —señala los cuadros—, uno murió primero y creo que los tres sabemos quién fue.

—Estuvo escuchando nuestra conversación —seguro, captando su atención.

—Tengo buen oído.

La ausencia de su olor me causa desesperación, siento su poder, su imponencia, su presencia tan pesada y significativa; pero el no poder olerlo me va a volver loca.

—Lo más probable es que yo muera primero —me mira—, pero, a menos que Lo divino así lo quiera, no pienso darle el gusto de matarme a cualquiera —vuelve a mirarlo a él—. De querer intentar asesinarme, ningún ser del Mundo oculto la tendrá fácil.

El hombre sonríe socarronamente.

—Los entendemos —una hermosa mujer de pelo platinado y ojos oscuros aparece por el pasillo, atrayendo toda la atención del hombre—. ¿Este Señor les ha molestado mucho?

—En realidad no —respondo.

—Bienvenidos, soy Aurora, disculpen a mi marido, es un poco grosero.

Alek disimula una risa ante la cara del hombre.

—Cariño...

—No intentes negarlo —le dice ella y le da un toquecito a su recta nariz como si fuese un niño—. ¿Qué los trae por aquí?

—Vinimos a la reunión anual —le digo—. Con Adalia y otros Sierich's. Pero nos desviamos un rato para admirar su hogar hasta que finalice la reunión.

—Entonces debo estar frente a la pareja más temida del Mundo oculto —dice él—. El hombre lobo más poderoso en la actualidad y una híbrida de la cual no muchas personas han obtenido información.

—Los mismos.

—Es un placer conocerlos —su esposa estrecha su mano con la mía y el hombre con la de Alek cuando el lobo deja de mirarlo como si fuese una especie de amenaza.

El hombre vuelve a su posición anterior junto a su esposa y nos sonríe con inocencia, como un niño cuando acaba de hacer una travesura.

—Anker Sierich Soiledis, bienvenidos a la ciudad de Atenas.

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