❆ XLVI: Caricias de la muerte ❆
~ CARICIAS DE LA MUERTE ~
Aleksandre
Paciencia.
Una simple palabra con un significado tan determinante y pesado.
Una virtud que me he visto obligado a cultivar con el paso de los años, cualidad de aquellas que más cuesta adquirir por su gran importancia.
A pesar de que soy un hombre paciente, tolerante y calculador, el desesperado latir de mi corazón golpea mi pecho impacientemente, casi llegando a cruzarme la piel por causa de la jodida incertidumbre.
La confianza que como esposos y líderes Alexa y yo recaudamos en cierto momento, aquella confianza que nos sacó de la vulnerabilidad, aquella confianza en nuestro Creador (en nuestros propósitos) hoy se ve nuevamente afectada por el temor a todas las cosas que podrían pasar y que nos mantienen en un continuo estado de alerta.
Por milésima vez marco a su teléfono queriendo saber algo de ella. Algo que aquiete el caos que hay en mi interior, algo que me asegure que mi mujer y mi hija se encuentran bien. Pero como todas las otras veces la respuesta es la misma: silencio.
Un silencio que cala profundo en mi mente, en mi alma, en todo mi jodido ser. Un silencio tan frío como el helado invierno alemán, ese que en cuestión de días traerá una helada a pesar de que en el Mundo oculto todas las cosas se dirigen hacia el fuego para arder en medio de sus llamas.
La noche fue un maldito calvario.
El río de angustia que corría en mi interior me cortó el aire en incontables ocasiones, haciéndome pensar en mi vínculo con Alexa hasta el punto de despertar a Arian para ver si sabía algo respecto a ella. Confío en Alexa, confío en su fuerza, confío en su determinación, en su poderío, en su asignación, en su discernimiento; sé que me casé con un arma letal, con una mujer de gobierno, también sé que era cuestión de tiempo para que saliera a cazar las tinieblas por su cuenta, pero no es lo mismo saberlo ni pensarlo, que vivir su ausencia en carne viva. La sobreprotección corre por mis venas, tanto como la impulsividad que hace años me obligo a contener solo para accionar en el momento exacto en el que pueda canalizar todas las emociones que detonan dentro de mí. Siendo Aleksandre Wolf Ackerman, Líder de Wachsend, esposo y propiedad de la primera híbrida de tres especies, me tragué mis ganas de ir tras ella para dejarla ser en su naturaleza; para dejarla volar.
Pero ver el alba que marca el día dos, me hace saber que para mí no es suficiente tener a Enzo y a León en mis brazos para apaciguar la tormenta dentro de mí. Los necesito a los cuatro, aquí. Necesito que ambas me miren con sus almendrados ojos grises o voy a enloquecer porque ni siquiera sé si mi esposa está con ella, si le pasó algo a una o a las dos.
Tomo aire con dificultad, la sensación que me quema el pecho no hace más que incrementar y la jodida incertidumbre me tiene a punto de explotar.
Al llegar a Dunkelheit no tuve que pensar dos veces para decidir traerlos conmigo. Sobre mi cadáver otro maldito los toca. Ya me tiene harto la maldita traición. Al creer que lejos de nosotros estarían más seguros cometimos un grave error. La letra y firma de Jens Schwarz en esa carta dirigida al actual Rey de Clearings me dieron ganas de seguir su rastro para acabarlo con mis propias manos, pero en lugar de eso decidí regresar a casa con mis hijos, porque sé que lo más probable es que a esta hora mi mujer ya lo haya mandado directo al infierno.
Todo indica que el hombre se alió con Antarktis antes de que mi suegro tomara su lugar como Rey, pues el mensaje que nos dejó con la misma letra y firma en los límites de nuestra frontera al parecer fue una sutil advertencia.
Si no hubiese sido por la petición de Alexa a su padre, a estas alturas de juego tendríamos dos ejércitos de dragones en nuestra contra.
—Tampoco puedo esperar el día tres para verlas, voy a enloquecer —mascullo con rabia. Las únicas razones que me mantienen quieto son los bebés que duermen a metros de mí, todas las horas que faltan para tres días, el autocontrol que he reunido con esfuerzo durante todos estos años y la seguridad que quiero mantener personalmente en Wachsend.
De lo contrario las circunstancias serían muy distintas.
La vibración en el bolsillo de mi pantalón me saca de mis cavilaciones. Cuando tengo el teléfono en mi mano y observo el nombre en la pantalla contengo el aliento y lo llevo a mi oído como si esa fuese mi mayor necesidad.
—¿Fiera?
—Hola, Liebe. —Escuchar su voz aunque sea a través de la línea me da años de vida.
Suelto un suspiro pesado, clavando mi mirada en el cielo.
—Meine Dame, me estoy volviendo loco, ¿dónde estás? ¿Y Laurie?
Su respiración agitada me pone los sentidos aún más alerta, pero es al volver a escuchar su voz que comprendo la situación.
—Vamos a recuperarla —asegura—, primero quise eliminar a ese maldito, intento ser racional para no cometer una estupidez por quererla en mis brazos.
Conozco la sensación.
—¿Has bebido agua en todo este tiempo, al menos? —Inquiero, igualando su tono de voz.
—No tengo tiempo para pensar en eso —carraspea.
—Tienes sed, Alexa —lo digo a pesar de conocer a la perfección la mujer terca que tengo como esposa.
—Y muchos enemigos para saciarla. Ahora escúchame, tienen a nuestra hija junto a Adara en Sicilia, me estoy quedando en el piso subterráneo de la casa del difunto en Palermo, pero debo entrar a las ruinas.
—Fiera...
—Sé que es una idea loca y arriesgada, pero, para tu desgracia, ya lo hice.
—Me tienes que estar jodiendo —mascullo alejando el teléfono de mi oído por un segundo.
—¿Qué?
—Sigueme contando.
—Nuestra pequeña está bien... pero no puedo sacarla y dejar a Adara junto a sus hijos.
—¿Cómo lo hiciste?
—Es una larga historia, resumo con decirte que me hice pasar por alguien más, al final me descubrieron pero logré mi objetivo.
—¿Cómo lograste escapar?
—Me subestimas.
—O tal vez me están temblando las piernas ante la idea de que algo pudo pasarte, a pesar de que justo ahora estés hablando conmigo.
Suelta una risa leve, con un quejido al final que la deja en evidencia.
—Nuestra hija sigue en manos de esos bastardos, Adara también. Puedo con todo y todos pero no quiero perder a quienes debo salvar en el proceso.
—Y eso significa....
—Que te necesito, Liebe.
Ambos permanecemos en silencio durante un tiempo breve.
—Te necesito, a ti, y al ejército que hemos estado reuniendo durante todo este tiempo.
—¿Estás segura?
—¿Confías en mí?
—Lo hago, como no tienes idea —admito—. Pero hay una lista de miedos en todo mi sistema, y cada uno está relacionado contigo.
Suelta un quejido ahogado que intenta ocultar al aclararse la garganta.
—Estoy bien.
—Si me creo eso tú deberías creerme si te dijera que no deseo tenerte a ti y a nuestra hija en mis brazos.
—Alek...
—Sé que estás herida.
—Estoy bien... d-debo irme.
—No te atrevas a colgarme o juro que lo pagarás, Alexandra.
—¿De qué manera?
—No quieres saberlo, conozco cada una de tus debilidades, y no hablo de aquellas en las que ambos coincidimos.
—¿Sí?
—No intentes averiguarlo, fiera. Ahora respóndeme una cosa, por favor.
Su silencio me anima a seguir.
—¿Pudiste verla? —Pregunto refiriéndome a nuestra bebé.
—Por unos segundos, la tienen cerca de un laboratorio.
—¿De un laborat...?
—Saben que iremos por ella —me interrumpe—, la seguridad es extrema, no puedo sacarlos sola, no con vida. Si me arriesgo otra vez usarán nuestra bebé para persuadirme. Aún no saben que fui yo quien entró, pero sí que la número siete sabe lo de Adara, también que intentaremos recuperar nuestra hija, tiene sentido que las tengan en el mismo lugar.
—Estoy de acuerdo contigo. —La línea se queda en silencio durante unos largos segundos—. ¿Estás bien?
—Perfectamente —su respiración y el alarido que suelta dicen todo lo contrario.
—Deja de mentirme, Alexa.
—No vas a librarte de mí en muchos años, Wolf, soy dura de matar.
Trago saliva ante la imagen que me arroja mi mente.
—¿Quieres que vaya por ti ahora mismo?
—La muerte me ha dado algunas caricias, Liebe, pero estaré completa para cuando me vuelvas a tener en tus brazos. —Asegura—. Y, por favor, cuando vengas, trae a nuestro ejército contigo.
~ Alexa ~
Cuelgo el teléfono y lo dejo a un lado como puedo. Necesitaba escuchar tu voz para sacar la plata que me estaba jodiendo los pulmones.
Limpio la herida con alcohol.
Llevo casi dos horas mordiéndome la lengua para no gritar lo cual aprendí muy bien, en el corto período de tiempo he logrado callarme, además quedó demostrado al tener a mi esposo al oído mientras me sacaba una bala del pecho. Esa es la parte más difícil, no deja de quemar hasta que saco la plata de mi cuerpo pero una vez hecho empiezo a sanar. Presiono la herida con el algodón como hice con las demás. Por fortuna la obstrucción en mi organismo por el material de la bala no me permitió dejar rastros de sangre de vuelta a Palermo.
Observo el vestido rojo manchado de sangre, el frasco de alcohol vacío, las gasas y algodones en el piso de la cocina. Gracias al cielo pensé antes de actuar.
No siempre debemos dar rienda suelta a nuestros impulsos.
Estoy herida. Tal vez muerta para algunos pero no pueden estar más equivocados.
Dejo la daga en la isla de la cocina con la mirada clavada en el exterior a través del ventanal.
—Se necesitan más que cinco balas de plata para acabar conmigo.
~ HORAS ANTES, MADRUGADA EN LA QUE MURIÓ JENS SCHWARZ ~
Salgo del baño y cierro la puerta, sabiendo que en el piso reposan las cenizas de alguien que llevaba mi sangre. Observo la copa de vino destrozada en el piso, camino sobre los vidrios quedándome estática al escuchar la voz gruesa. Por instinto tomo la espada a un costado pero arrugo la frente al no sentir ninguna presencia. Alerta, me acerco al lugar de donde proviene, prestando atención a lo que dice el hombre.
—Goldie Agnes vendrá esta noche, la recibiremos con una cena digna de una Reina. —Voz cantarina—. Mi primo Darius ya no está, necesitamos a alguien con poder e inteligencia que lo suplante —La ambición convertida en un tono de voz—. Es la hija de uno de mis comandantes en Grecia, mujer hermosa y de rasgos exóticos según me han contado. —Y palabras con intenciones ocultas—. Y muy inteligente. Le daremos una pequeña dosis de la sangre de Adara, esa fue su única condición para trabajar con nosotros. Creo que llegará para quedarse.
La impresión me deja anonadada.
Al parecer Jens no confiaba tanto en ellos como para colocarles un micrófono.
El descubrimiento me hace soltar una carcajada leve, entro al despacho, dejo la espada a un lado y me siento en el escritorio. No me despego de la computadora hasta que pasan unos largos minutos, o tal vez horas en las que solo me dedico a escuchar.
En medio de la noche, luego de años siendo de una especie llegada a llamar pecado, luego de toda mi vida oculta entre las sombras del bosque, salgo por primera vez al mundo humano. Con algunos objetos de valor para empeñar, cara de pocos amigos y cargada de armas recorro algunas calles de Palermo hasta conseguir ropa para la imagen que quiero venderle a esos malditos.
Al terminar mis compras me sumerjo en la oscuridad del callejón en el que escondí mis armas. Casi corro de vuelta a la mansión con la intención de aislarme de la promiscuidad que inunda mis oídos al caminar por la calles, de los olores que me recuerdan que no he comido nada en horas haciendo que despierte la pequeña parte de mí que debe seguir durmiendo por la eternidad.
Solo he vuelto a probar la sangre de mi esposo. Y no probaré ninguna otra, no permitiré que se desarrolle algo en lo que no quiero convertirme. Utilizar las habilidades otorgadas por los genes que hay en mi organismo siendo de la especie dragón, una híbrida, para mí es más que suficiente.
Al llegar a la casa tomo un baño y me visto con el vestido rojo de seda que compré, no sin antes resaltar el tono exótico de mi piel que tanto ama mi esposo con una crema que la hace relucir.
Bufanda de plumas blancas, tacones con pedrería y accesorios plateados... la daga entre mis pechos y las dos pistolas sujetadas a mis muslos.
Observo a la mujer elegante y seductora que emana inteligencia y poder mirándome a través del espejo.
—Alexandra Schwarz Pierce —susurro, encantada con mi reflejo—, Goldie Agnes para mis queridos Jerarcas, y también su perdición.
Colocar las cámaras a través del conducto de ventilación cuando fingí ir al baño no fue difícil, difícil fue apartar la mirada de mi hija tras jurarle que volvería por ella después, cuando empezaron a buscarme por todas las ruinas tras la llegada de la verdadera vampiresa griega.
Me costó algunos disparos el poder colocar las cámaras y verlas.
Pero valió la pena el pequeño esfuerzo.
Adara sintió mi presencia, sus ojos carentes de vida reconocieron en mí el socorro que ha estado esperando durante años.
A ella también le hice una promesa, no con una mirada, no con palabras... lo hice mientras sentía el dolor por causa de la L de liberación grabándose en la piel de mi nuca.
Durante la cena imité el acento de los griegos que conozco, actúe como una perra desalmada interesada en la sangre que me iba a dar poder sin que me importara la manera en que esos malditos se abastecen de ella, aún cuando la realidad es que ansío quemar su jodida reserva y toda Italia con ellos dentro.
No conseguí ninguna información fuera de lo que ya sé, excepto la evolución de los experimentos, y el hecho de que justo ahora su número actual triplica el de todos aquellos que han atacado mi manada... juntos.
Oficialmente han creado una maldita epidemia y como no les corte la existencia y de paso el acceso a la sangre de una híbrida, la situación de la humanidad empeorará.
Los infectados son un pequeño porcentaje de la población mundial, y yo solo espero que no hayan mutado hasta el punto de, con una mordida, llegar a infectar a otros humanos.
Debo acabar con esos malditos o el futuro de la humanidad seguirá colgando de un hilo.
Se extinguirán a sí mismos como ha sido planeado por El consejo durante décadas.
Y yo no puedo permitir que eso suceda.
Primero debo cortar la fuente.
Luego ocuparme de todas las plagas que han estado creando.
Asegurarme de que no sigan evolucionando.
De que no contaminen a otros humanos.
De que desaparezcan.
Ahora, el caos previsto desde antes de que me formara en el vientre de mi madre es tan inminente como la llegada del invierno.
Yo tengo el respaldo y el poder otorgado por Lo divino.
La victoria asegurada.
Pero no la efectividad de mis pasos con respecto a mi principal objetivo: librar a la humanidad de una extinción que con cada segundo que pasa se vuelve más real, y procurar no perder a quienes amo en el proceso.
Y mis enemigos lo saben, por eso tienen en su poder una parte fundamental de mi alma.
Una que no estoy dispuesta a perder.
No importa todo lo que cueste.
No importa si pierdo la vida en el proceso.
Y, quizás, si eso llegara a suceder el hombre que amo nunca llegue a perdonarme, pero sé que sobrevivirá a mi pérdida si los dejo, porque el deseo de cuidar a nuestros hijos será igual de grande que el dolor por no tenerme.
Aleksandre ama a los trillizos, yo lo amo a él, él me ama a mí; yo daría mi vida por ellos aunque eso significara privarlos de mi presencia en el resto de las suyas.
Prefiero que me pierdan, a tener que soportar el dolor que representaría perder a uno de ellos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro