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❆ XLI: Intrusos ❆

~ INTRUSOS ~

Aleksandre

Vuelve a la habitación luego de cenar junto a Arian y Ágata, su cuñada. Pude colarme en la cena pero preferí dejarla entre mujeres y meter la mano en los platos que Nina tenía encima de la isla de la cocina. Al abrir la puerta y dar el primer paso dentro se queda estática, mirándome. En su mirada aparece un brillo que conozco a la perfección, causando que sonría.

Sus ojos descienden por mi pecho hasta quedarse fijos en la toalla que se envuelve por mi cintura.

Si supiera lo mucho que me gusta gustarle.

Me mira como si yo fuese un jodido encendedor y ella un libro dispuesto a dejarse quemar por mí.

Su mirada vuelve a mi rostro tras cerrar la puerta con seguro y deshacerse de los zapatos. Deja de mirarme, empezando a quitarse el gabán y el vestido.

Últimamente siempre lleva uno de esos abrigos largos para ocultar la pancita que dentro de un par de semanas todos empezarán a notar.

No me ha dicho una palabra en horas luego de escucharme en una conversación que no pretendía ocultar pero resultó ser incómoda y comprometedora.

Darius es un mensajero del consejo, pero no un mensajero cualquiera. Es sobrino de uno de los tres más poderosos y tiene más poder que un vampiro común. Tuve que llamar a alguien para ver cómo están las cosas allí luego de que los Jerarcas se enteraran de que fue la mismísima Líder de Wachsend quien asesinó al número cuatro tras el ataque a nuestra manada.

El problema es que Bianca Salvatore jamás puede disimular su agrado por mí. Durante años ha intentado que haya algo más entre nosotros y por suerte cuando decidí ceder ante el deseo no lo hice con ella. No es igual que Vanora, la pelirroja respeta a sus Líderes y sabe qué cosas hacer y cuáles no. Es una buena mujer y deseo que si quiere alguien a su lado lo elija bien, porque no merece más que alguien que se entregue tanto como ella. Bianca, por su parte, es de esas personas a las que no les importaría pasar por encima de todos con tal de cumplir sus objetivos. Su ambición la ha convertido en la prometida de un ser poderoso del cual anhela vengarse.

Está metida en la boca del lobo y aquí también lo estará si se propone sacar de quicio a mi mujer.

Sigo pasándome la toalla por el cabello y me deshago de la que se envuelve en mi cintura al notar como me mira de soslayo. La veo tragar saliva ante la ostensible excitación que no me molesto en ocultar.

En los últimos días ha estado más exigente y activa de lo normal, cosa que no me molesta en lo absoluto. Al contrario, disfruto cada estremecimiento cuando toco aquellas zonas de su cuerpo que se encuentran más sensibles por el embarazo. Su placer es más intenso y por lo tanto sus gemidos también. Esos son melodías para mí.

—¿No piensas hablarme?

—No —masculla, acomodándose el pelo oscuro y ondulado para taparse los senos luego de quitarse el sostén.

«Santos cielos.»

—¿Por qué? —Contengo la respiración.

—Lo sabes.

—Fiera, soy inocente.

—¿Ah sí? —Pone los brazos en jarra, causando que un pezón se cuele entre sus cabellos—. Vas a traer intrusos a nuestra casa. No podemos confiar plenamente ni siquiera en las personas a nuestro alrededor y traerás una mujer que a leguas se nota que está loquita por ti cuando mi embarazo se nota cada vez más y...

Se calla al notar como mi sonrisa se ensancha.

—¿Qué rayos te hace gracia?

Suelto un suspiro intentando contener la risa y me acerco a ella cuando se acuesta en la cama.

—¿Estás celosa?

Frunce el ceño cuando tomo sus piernas y las subo sobre mis muslos tras sentarme a su lado.

—No digas tonterías, Aleksandre —traga saliva al bajar sus piernas de mí.

—Eso parece —vuelvo a subirlas y le tapo el pezón con la melena—. Bianca solo vendrá a informarme lo que no puede decir por teléfono porque vive bajo el mismo techo de los seres que quieren a mi esposa muerta. A mí no me interesa.

—Pero le gustas.

—Y a mí me gustas tú.

Entrecierra los ojos en mi dirección.

—Eso lo sé muy bien, Alek.

Ruedo los ojos cuando remarca la última palabra.

—Aleksandre.

—No la quiero cerca de ti —dice, ignorando mi corrección—, porque si te toca le voy a arrancar las cuerdas vocales para que no vuelva a dirigirte la palabra con esa voz tan melosa que pone para llamar tu atención.

—No dejaré que me toque, lo prometo.

Sonríe, pero su sonrisa es una clara advertencia.

—No lo hagas, porque entonces daré el ejemplo para que nadie se atreva a tocar lo que es mío.

«Haciéndole honor a su apodo.»

—Embarazada me gustas más, fiera.

—¿Quieres dejar de mirarme los senos y concentrarte?

—No, no quiero. Pero si dejas de mirarme el miembro podríamos negociar.

Resopla, cruzándose de brazos.

—Lo tienes tú pero es mío.

Sonrío.

—Esos pechos los tienes tú pero son mí... —mi mirada cae en su pancita—. Nuestros.

Suelta una risa leve, baja sus piernas de mi regazo y se sube a horcajadas sobre mí, tomándome por sorpresa.

—¿Ya no estás enojada? —Pregunto jadeante, y sintiendo su piel ardiente contra la mía.

—Confío en mi esposo, pero no me gustó para nada como esa mujer se dirige a ti.

Llevo mis manos a su cintura y presiono su cuerpo contra mí, causando que el roce la haga soltar un jadeo.

—Si dejas que te ponga una mano encima le haré todo lo que no le hiciste a Fabián.

Me carcajeo.

—Eso es tentador —gruño cuando empieza a mover sus caderas—. A Fabián no le corté los dedos porque mi madre me pediría cuentas por su sobrino —admito—, y porque a pesar de las circunstancias en el fondo sabía que no me ibas a cambiar por él. Solo tenía miedo de no ser suficiente para ti.

—Conozco el sentimiento. Pero ya no hay más de eso —inclina mi cabeza hacia atrás al tirar de mi cabello para tomar mis labios.

—No más.

Los saborea, los succiona, los muerde, me devora. Y yo rompo la única cosa que me impide llegar a su intimidad. Compruebo su lubricación y, sacándole un jadeo, confirmo que ya está más que preparada para recibirme en aquel paraíso del que me ha permitido ser dueño.

Me toma entre sus manos y se deja caer sobre mí tras masajearme con detenimiento durante unos segundos sin despegar sus ojos de los míos. Sus movimientos son delicados pero demasiado perceptibles y activan cada uno de mis jodidos sentidos.

Mi cuerpo se tensa al contener las ganas de tomar las riendas de la situación. Es ahora más que nunca cuando debemos ser cuidadosos.

Mis manos inquietas acarician sus piernas, sus nalgas, su espalda, acaricio el punto sensible en su intimidad haciéndola gemir en mi oído mientras sus paredes calientes me abrazan. Tomo sus senos entre mis manos. Los baño con mi saliva, los saboreo y los succiono causando que gima mi nombre con desesperación.

Tomo sus caderas con delicadeza, guiando sus movimientos. Elevo el mentón y pego mi frente a la suya para poder ver en primera fila el espectáculo de amor, placer y anhelo que se refleja en su mirada.

—Me estás destrozando la jodida cordura, Aleksandre —susurra con la voz entrecortada.

—Tú ya destrozaste la mía hace mucho tiempo, fiera —tomo su cuello cuando intenta esconder su rostro de mí, obligándola a ver lo que causa en mí al tiempo que las palabras mudas que salen de entre sus labios y el sonido que producen nuestros cuerpos me llevan al borde del precipicio.

Busca mis labios y suelta un jadeo contra mi boca cuando la levanto y vuelvo a dejarla caer sobre mí.

Tomo su cintura con firmeza y hago que su espalda quede contra el colchón. Sus piernas me rodean, sus uñas arañan mi espalda sacándome gruñidos mezclados con gemidos que la hacen sonreír en medio del éxtasis.

Siento la ausencia de sus manos cuando las traslada a mi cuello. Une nuestros labios pero no los movemos tras explotar de placer.

Su mirada gris fija en la mía, sus pupilas tratando de ocultar el iris, su rostro acalorado, su humedad y esa sonrisa de satisfacción que me hace soltar una carcajada al tiempo que vuelvo a moverme en su interior.

—Fiera.

Mmm.

—Tú recibirás a Bianca si me dejas sacarte esas sonrisas toda la noche.

—No tenías que ofrecer nada a cambio.

  ❆ ❆ ❆

La mañana del día siguiente me la paso viendo los entrenamientos de los jóvenes que pronto se transformarán. Antes eran enviados a la academia para aprender del Mundo oculto y otras cosas que les sirven para aprender a usar sus poderes, dones y habilidades —los que tienen—.

En la academia suelen haber todo tipo de criaturas jóvenes —a excepción de los híbridos, ya que para ellos no cuenta «la paz entre especies que hay entre los humanos que nos conocen y el Mundo oculto»—, y de diferentes edades hasta que cumplen los dieciocho años, les llega su transformación y pasan a ocupar un cargo en su manada o simplemente se dedican a vivir la vida que desean.

Por el peligro que ha empezado a correr Wachsend junto a todos sus integrantes, hace varios años tomé la decisión de entrenarlos aquí aunque aún no se hayan transformado y todos estuvieron de acuerdo en aquel momento. Sé que ahora cualquier indicio de arrepentimiento está desapareciendo porque nuestra manada será sacudida, inevitablemente, y tal vez la sacudida sea para que lleguemos al suelo o para que nuestra manada confirme lo que ha sido desde su fundación:

Creciente.

Nuestro territorio ha sido ampliado. La idea de establecer Wachsend en otro lugar está desapareciendo a medida que evalúo los terrenos y más proyectos surgen en mi mente.

Alexa no lo sabe, pero el imperio que dejaremos en manos de nuestros hijos será digno de ellos.

A veces la ambición te ciega pero yo no me dejo cegar por querer más poder, estoy rodeado de él. Sencillamente quiero que el hogar de mi gente sea un verdadero reino. No se trata de construir un castillo, se trata de un deseo, de ese que no descansaré hasta ver que se cumpla.

Y es que los seres insumisos no tengan que someterse a leyes para no armar una revolución en el mundo. Las autoridades serán cambiadas una vez mi esposa cumpla esa misión cada vez más clara y objetiva que le ha sido asignada por Lo divino.

No tendremos que fingir odiar a seres que amamos.

No tendremos que fingir amar a seres que odiamos.

Seremos lo que somos: criaturas libres que pueden elegir.

Yo no voy a seguir fingiendo ser parte del infierno que quiere destruir a mi esposa. Seré quien le ayude a destruirlos.

Llevaremos el cielo al infierno de ser necesario. Pero mis hijos no serán condenados a muerte por una mesa en la que participo.

No me permito confiar en que por ser Wachsend venceremos a cada enemigo que se levante contra nosotros. El peor error de un Líder es subestimar a sus enemigos y yo no voy a cometerlo aunque tenga seres tan poderosos de mi lado.

Pero no soy de los que se rinden cuando quieren algo.

—Wolf.

El llamado me hace girar el rostro en su dirección. Camina hacia mí junto al ser más hermoso del Mundo oculto y todo el planeta tierra, ese que muestra su descontento al tener que ocultar el crecimiento de nuestros bebés cuando anhela gritarlo a los cuatro vientos.

«Como su esposo.»

—¿Todo bien? —Pregunta con sus ojos fijos en los míos.

Asiento, haciéndole un bloqueo.

No me gusta causarle el dolor de cabeza, pero luego de enseñarme a evitar que lean mi mente sé que ha de arrepentirse mucho cuando la bloqueo a ella, incluso.

Entrecierra los ojos en mi dirección pero no dice nada.

—Lo hacen con ganas —murmura mi padre observando a los más jóvenes entrenar.

—Su transformación es en tres meses —señalo a los de azul oscuro.

—¿En primavera? —Pregunta Alexa.

Asiento.

—Es el próximo grupo.

—Me alegra ver lo que estás logrando, Wolf.

Le dedico una sonrisa.

—Quiero ver qué tanto has superado a tu maestro —dice, empezando a quitarse el gabán.

—¿Hablas en serio, Wolf?

—Tómalo como un reto.

Alexa suelta una risa baja y me señala.

—Como lo tomes me debes un enfrentamiento luego de los próximos seis meses.

El tiempo que falta para que nuestros bebés nazcan.

«Mierda».

Le dedico una mirada significativa, quitándome la camisa.

—Ya que insistes —me acerco a ella y dejo un casto beso en sus labios.

Su sonrisa me remueve los órganos. Estoy dispuesto a dejar que me masacre setenta veces siete con tal de verla sonreír así cuando nos enfrentemos.

Si es que no termino haciéndole amor encima del cuadrilátero.

—Levántate. Vas a quedar como un oxidado frente a tu gente —le digo al verlo tendido en el cuadrilátero que muchas personas han rodeado por querer presenciar como el antiguo Líder se enfrenta a su hijo.

Como solía ser.

Giro el rostro hacia donde se encuentra Alexa junto a Arian y sus padres.

En un movimiento que no prevengo me lanza al suelo, y no cariñosamente.

Suelto una risa seca, escupiendo sangre.

—¿Te crees muy listo? Aleksandre, yo te cambiaba los jodidos pañales.

—Anton Wolf diciendo groserías —murmuro tras recibir un puñetazo en el rostro.

—El Líder de Wachsend dejándose marcar el cuerpo por un viejo.

Le clavo el puño en las costillas.

—Más cicatrices.

—A tu jóven esposa no le van a gustar.

—Mi esposa las acaricia —mi mano le corta el paso al oxígeno que su cuerpo exige.

Ihre Frau ist zwölf Jahre jünger als Sie, Aleksandre (Tu esposa es doce años menor que tú, Aleksandre). —Sus palabras son susurros ahogados.

Le suelto el cuello y me levanto, segundos después él hace lo mismo. Me quito las vendas y él sonríe.

«¿Qué pretendes, Wolf?»

—Casi todos la miran con deseo.

—¿Tú también?

Evito echar un vistazo a dónde ella se encuentra, no dejo que él conteste y le rompo la nariz. Él la sujeta a medida que la sangre brota, pero una vez la herida sana, suelta una risa seca.

—No impediste que una espada le marcara el vientre.

Mi ceño se frunce.

—¿Qué estás diciendo?

—¿Tú no acaricias sus cicatrices? Tal vez más de uno aquí esté dispuesto a hacerlo.

Una vez lanzo el puñetazo a su rostro otros veinte le siguen, uno tras otro. Mis piernas a cada lado de su cuerpo lo mantienen debajo de mí, en mi poder.

—¡Levántate!

Con un empujón me lanza al suelo y en segundos yo estoy debajo de él recibiendo sus golpes.

—Ella es tu vida.

Golpe.

—Tu jodida prioridad.

Golpe.

—Tu esposa.

Golpe.

—Tu reina.

Golpe.

—Tu manada depende de ella.

Golpe.

Su respiración agitada, su sudor cayendo sobre mí y algunas gotas de sangre al igual que sus palabras.

—¿Esto es un maldito castigo por no prevenir el ataque de las arpías?

—Por confiarte.

«¿Qué mierda?»

—¿Tú lo sabías…?

Vuelve a estampar su puño en mi rostro. La rabia me consume y no mido la fuerza de mis golpes cuando arremeto contra él una y otra vez hasta medianamente sacar el enojo.

Pero recuerdo que leí su mente.

—Joder, Wolf.

Se carcajea al tiempo que suelta un quejido sujetándose las costillas.

—Géiser va a matarte —murmura con una sonrisa manchada de sangre.

—Le diré que tú me provocaste.

—Llevabas mucho conteniendo las ganas de darle rienda suelta a tus puños. Alguien tenía descontrolarte, a veces tanto autocontrol hace daño.

Ruedo los ojos.

—Eres un imbécil, Anton.

—De nada.

Me incorporo y lo levanto para llevarlo al hospital, dando por terminada la pelea. Es cuestión de segundos que todas nuestras heridas empiecen a sanar una vez más, y si las suyas no lo hacen correctamente creo que mi madre de verdad sería capaz de matarme.

—Eres un inconsciente —le grita —. Aleksandre ya no es un niño.

—Tu hijo tenía ira contenida y yo ganas de darle un par de golpes.

—Casi te mata.

—No exageres, mujer.

—Tu esposo es un imbécil —intervengo.

—Es tu padre.

—Y un imbécil. Espero que su seriedad vuelva pronto.

Me reprende con un manotazo, causando que suelte una risa leve.

—Agradece que durante años entrené para mantener el control, no andarías con esa sonrisita —lo señalo.

—Para la próxima tendré más formas de enojarte y lo perderás completamente.

—No habrá próxima.

—¿Con Alexa también te contienes así?

—Anton…

—Dejalo, madre. Que siga creyendo que no tengo una buena vida sexual.

—¿La tienes?

—No voy a seguir hablando de esto con ustedes. Por tu culpa, bueno, por nuestra culpa, Alexa casi se altera —le digo al recordar lo que me dijo mi madre al entrar.

«Tendrás problemas con tu esposa.»

No quise ir a verla inmediatamente, no hasta tener las heridas limpias y sanas. La mayoría de moretones ya han desaparecido y las heridas se han cerrado.

Tengo la intención de quedarme un rato más hasta verme mejor, pero desisto una vez las dos personas junto a mí empiezan a dedicarse miradas cargadas de ese brillo que solo al verlo en tu alma gemela logras comprender. Ese que te hace saber que no desean la presencia de nadie más a su alrededor.

Al cumplir los dieciocho años no pedí ningún deseo, pero anhelaba con toda mi alma encontrar a mi compañera en mi propia manada, el mismo día. Sentir su olor apenas dieran las doce y llenarla de besos que expresaran toda mi felicidad.

Durante años observé parejas felizmente casadas, esperando bebés, sus muestras de afecto y entre esas estaban Sebastian junto a Amalia y mis padres. Durante un tiempo busqué refugio en el sexo, intentando hacer menos larga la espera. Cada lugar que visitaba era evaluado por mí debido a las incontenibles ganas de encontrarla.

Un día salí en búsqueda de alguien, pero encontré mucho más de lo que esperaba.

La encontré a ella.

A la dunkelense más hermosa que podría existir.

Al conocer su situación decidí pedir el primer deseo, uno que anhelé y anhelo aún cuando ya eligió ser mía: poder proteger su corazón, su alma y amarla hasta el último de mis jodidos días.

Tal vez Alexa no fue la persona destinada para mí desde su primer nacimiento, pero resurgió de las cenizas al aceptarme y así me permitió ser parte de su destino.

Poder elegirla fue un jodido privilegio y jamás me cansaré de decirlo.

Salgo del hospital y vuelvo a casa. Ya no es lo mismo sin su olor cuando se trata de encontrarla, por lo que primero subo a nuestra habitación, al no verla allí me dirijo a la cocina y, efectivamente, allí la encuentro con un plato de pasta a medio terminar. Me quedo en el marco viendo como absorbe los fideos y toda la salsa termina embarrando sus labios. Antes de que se pase la lengua me acerco y la beso, tomándola por sorpresa.

—Está buena —tomo el tenedor y me doy un bocado bajo su atenta mirada—. Pero no tanto como la que te hago yo.

Sisea y continúa comiendo.

Meto mi mano en su plato y saco un fideo solo para molestarla.

—Por favor...

—¿Estás enojada otra vez?

—¿Por qué habría de estarlo?

—¿Porque me dejé golpear?

—Yo también quiero golpearte.

Suelto una risa leve.

—Estoy bien, fiera.

—Ya sé. Me preocupé por cómo tú golpeabas a tu padre —me mira a los ojos al tiempo que toma un bocado—. Escuché las cosas que te dijo.

Claro.

—Las dijo para provocarme.

—Eso también lo sé.

—¿Entonces?

—No estoy enojada contigo, fue el momento. Tengo hambre. Déjame comer y no me robes la comida —me manotea.

Levanto las manos en señal de rendición y la dejo terminar de comer en paz, tres veces. Porque al terminar el plato que tenía cuando me senté a su lado se sirve otros dos.

Suelto una risa leve y tomo su mano cuando se levanta.

—Es hermoso verte comer con tanta pasión.

—Tus hijos son exigentes, Aleksandre. Como por ellos y por mí.

Le limpio la comisura de los labios y la guío fuera de casa.

—¿Dónde vamos?

—Ya verás.

Decido llevarla a los límites de Wachsend, justo al lugar en el que nuestras miradas conectaron por primera vez a finales de otoño. Cuando dejamos de caminar observa el lugar y luego me mira a los ojos, sonriendo.

—Cuando te ví no podía despegar la mirada de tus ojos —confiesa.

—Yo disimuladamente intenté no asustarte y fingí no hacerte un escrutinio.

Suelta una risa y se acerca a mí para besarme.

—Te amo.

Dich liebe meine Dame.

Adentro mis manos por el abrigo, tomo su cintura para acercarla a mí lo máximo posible y uno nuestros labios en un beso más suave que el anterior.

Varios minutos después continuamos caminando por los límites de Wachsend en esa zona.

El cielo nublado y la humedad nos advierten sobre el aguanieve que próximamente podría estar cayendo sobre nosotros, pero yo le doy tanta importancia como la fiera cálida que le encanta el frío y tengo a mi lado:

Ninguna.

Caminamos en silencio, escuchamos el viento porque todo lo que podemos decirnos en un lugar tan expuesto ya lo dijimos. Tal vez no habría ningún problema pero decidimos no correr riesgos.

Alexa se detiene de repente al ver una hoja caer enfrente de nosotros, pero no cualquier hoja, sino una jodida hoja de papel con un mensaje escrito con pluma negra y en cursiva.

Hago ademán de agacharme para tomarlo pero ella me detiene, tomando mi hombro.

—Ni se te ocurra —con una de sus botas le quita algunos copos de encima.

Ahí puedo leer claramente lo que dice en griego.

Μην εμπιστεύεσαι”.

-S

—Es griego —murmuro.

—¿Qué dice?

«No confíes».

Se inclina más, tapándome la vista hacia el papel.

—¿Eso es una «S»?

—Sí, fiera. Una «S», no sé de quién pueda ser de tantas opciones que tenemos.

Escanea nuestro alrededor minuciosamente, pero segundos después de su escrutinio vuelve a mirar el papel.

—¿Qué rayos...?

—Sea de quien sea —digo al tomar su mano para alejarnos de la frontera—, cree que nos estamos confiando, que así siga siendo.

❆°•.❆.°•❆

—Perdón que les interrumpa.

Se acerca con un teléfono entre sus manos cuando entramos a casa.

—Me avisaron que mi señor tardará unos días más.

Alexa frunce el ceño y me mira durante unos segundos para luego volver a centrar su atención en Adalia.

—¿Le pasó algo?

—No le ha pasado nada, ese viejo tiene siete vidas. Se retrasará porque los de su descendencia tenemos que reunirnos con él, olvidé nuestra reunión anual. Los guardianes de Aiker, Ágata y yo debemos viajar a Atenas.

—Yo también lo olvidé. Pero... ¿no creen que sería buena idea si me presento ante ellos? La última vez que los ví fue cuando me llevaste a los cinco años, sería bueno que vuelvan a verme. Después de todo soy la que más deben proteger y el triple —señala su vientre—. Con la ayuda de los Sierich estamos cien pasos por delante de nuestros enemigos.

—Alexa tiene razón —intervengo—. ¿Crees que nosotros podamos asistir a esa reunión?

Ella frunce el ceño cuando me incluyo pero no dice nada.

—No creo que haya problema, ¿pero quién se encargará de Wachsend? Sebastian no está en condiciones y el antiguo Líder fue herido por su hijo mientras jugaban al más fuerte.

Contengo la risa.

—Wolf está bien, Sierich. Solo se levantó de buen humor.

—Yo puedo hacerlo —la voz grave de mi cuñado me hace girar el rostro. Carga a su hija en brazos mientras se acerca a nosotros—. Debían buscar un lugar más privado para hablar, tuve que borrar cosas en un par de cerebros.

—Gracias.

—De nada, cuñado. Ve con mamá, prinkipíssa.

La preciosa niña de tres años que gobernará el Mundo oculto junto a mis hijos sale corriendo por el pasillo tras bajar de los brazos de su padre.

—¿Estás seguro de que puedes hacerlo? —Inquiere Alexa con una ceja enarcada.

—No estoy seguro, lo sé, αδελφή.

—No me vuelvas a hablar en griego o Alía se quedará sin padre.

Aiker suelta una risa que claramente le dice a la pelinegra que no dejará de molestarla para que se motive a aprender griego.

—Te quedarás a cargo de Wachsend —llamo la atención de mi cunado—. Mis suegros pueden cuidar a tu prinkipíssa.

—¿Ves, αδελφή? —Me señala—. Mi cuñado sí confía en mí.

Alexa rueda los ojos y se aleja, murmurando un “hijo de tu padre” en alemán causando que Aiker frunza el ceño al no entender.

Me carcajeo antes de seguir a mi esposa hasta donde suponía: un baño.

Se encuentra inclinada hacia el inodoro expulsando todo lo que ha comido.

Le recojo el cabello con mis manos, ella se levanta al terminar, se enjuaga la boca y se lava las manos.

—¿Me cayó en el pelo?

—Sí.

Resopla, limpiando el gabán con papel.

—Detesto vomitar, ahora huelo a… —contiene la respiración y cierra los ojos—. Necesito una ducha.

—¿La tomamos juntos? Honestamente me siento como un inútil y es nuestro embarazo, no hago más que sostenerte el pelo, buscarte comida a media noche y acariciarte la pancita.

Suelta una risa leve, permitiéndome apreciar el momento exacto en el que el brillo de sus ojos se intensifica.

—También pusiste tu semillita, dos veces. Y me la vuelves a poner deliciosamente cada vez que quiero.

Elevo las cejas con gracia.

—Te pongo mi semillita por voluntad propia.

—Pero gruñes cada vez que te despierto para que vuelvas a hacerme tuya.

—Gruño de satisfacción.

Entrecierra los ojos.

—Ya lo creo. Necesito una ducha, pulgoso gruñidor de satisfacción.

Me carcajeo.

—Yo te lavo el pelo.

Subimos a nuestra habitación, cerramos la puerta con seguro, nos desnudamos y nos metemos en la ducha. Me pego a su espalda, noto el momento exacto en el que su piel se eriza y mi sonrisa no puede ser más amplia. El agua tibia cae sobre nosotros, empapando nuestros cuerpos a la vez que nos ofrece ese efecto de relajación que necesitamos.

—Ya que no hay pendientes  —empiezo a decir—, ¿Por qué no vamos a ver a Marcus?

—Estamos bien —afirma.

No lo dudo, pero es bueno que se haga chequeos rutinarios. Después de todo quedó embarazada en su forma humana y lo mejor es evitar posibles complicaciones; más teniendo en cuenta que son mellizos y que ella es primeriza.

—Lo sé. Pero recuerdo lo que dijo sobre los chequeos rutinarios para ver si siguen creciendo al mismo ritmo y esas cosas.

Masajeo su cuero cabelludo después de poner el champú. Ella inclina la cabeza hacia atrás, haciéndome sonreír.

Le gusta.

—Lo que tú quieras, mi amor.

Se gira y me besa, segundos después nuestros cuerpos rompen el silencio al unirse junto al agua que cae sobre nosotros.

Al terminar nos duchamos de verdad, nos vestimos y vamos al encuentro con Marcus. El susodicho pregunta algunas cosas sobre los malestares y alimentación, nos da recomendaciones y procede a ordenarme que me limpie las manos para que le coloque el gel conductor a mi esposa en el abdomen, para luego él empezar a mover el aparato sobre ella, mientras nuestras miradas están fijas en la pantalla.

—A ver cómo están —murmura para sí mismo. Largos segundos después frunce el ceño, poniéndome alerta.

—¿Qué pasa? —Alexa se me adelanta preguntando.

—Hay un pequeñito problema, líderes —susurra.

—¿Están bien? —Inquiere la pelinegra con tono preocupado.

—Sí, es otro problema —carraspea.

—Marcus Wolf, como me digas que te equivocaste de diagnóstico y que no son dos sino uno, te corto las dos cabezas que apostaste.

—Tal vez sí me equivoqué de diagnóstico... y si quieres cortármelas, pues me las cortas.

—¿Están bien? —Pregunta Alexa al tragar saliva—. Marcus, ¿qué sucede? Solo dime que están bi...

—No son dos... son tres.

Ella suelta un jadeo y a mí las palabras se me atascan en la garganta.

—¿Qué dijiste? —Pregunto demasiado bajo y lento para mi gusto.

—Son trillizos.

—Obstetra de mierda —murmuro perdido en la imagen que empiezo a entender correctamente al visualizar el bultito un poco más pequeño que los otros dos.

—¡¿Tres?! —Su grito me saca de mi análisis poco profesional a las imágenes de la ecografía—. Aleksandre, ¡no vuelvas a tocarme durante el embarazo!

—¡¿Por qué me gritas?! —Intento mantener su mano entrelazada con la mía.

—¡¿Por qué tres al mismo tiempo?!

—¡¿Porque tengo muy buena puntería?!

—¡Santos cielos!

Fulmino a Marcus, sintiendo ganas de arrancarle sus ojos burlones.

Inhalo lentamente, giro el rostro hacia mi esposa y las lágrimas asomarse al borde de sus ojos.

—¿Tres?

—Fier...

—Cállate. Tengo miedo.

—No hace mucha diferencia, la verdad. Un bebé más, una bendición más.

—Marcus, cierra la boca. Eres un jodido médico, hiciste la jodida especialidad y no sabes dar un diagnóstico acertado.

—Soy huma... hombre lobo y trabajo en mi forma humana. Es la primera vez que me equivoco, soy el mejor obstetra que tiene Wachsend —replica.

—Tal vez porque eres el único —mascullo.

Suelto un suspiro.

Otra personita más, una vida más, otra responsabilidad, una razón más por la cual debemos cuidarnos... un parto aún más doloroso y largo.

Si pensar en que seré padre de dos me ponía de los nervios, saber que son tres me va a matar antes de que nazcan.

—Aleksandre...

—Fiera.

—Quiero matarte y besarte, ¿puedo? —Sus labios temblorosos, su mirada gris, hermosa, intensa y cristalizada me encogen el corazón, aún más al saber que está pidiéndome un abrazo a gritos.

—Acepto lo segundo.

Me acerco a ella. Acuno su rostro entre mis manos y ella me besa; me da a probar sus lágrimas, esas que ocultan su miedo y nerviosismo porque no desprende más que felicidad, la misma felicidad que yo estoy sintiendo.

—Hicimos tres —susurra, recordándome la primera vez que estuvimos en una situación similar hace varias semanas.

Suelto una risa leve sin alejarme de sus labios.

—Tenemos otro intruso.

Que Marcus se esté equivocado otra vez y en vez de tres sean cuatro ¿Eh?  :): Esos dos no saben si reír o llorar.

Acá tenemos a un Stefan, a los Sierich, Soiledis, a los Schwarz y una tal Bianca Salvatore. No sabemos quién madres dejó esa nota y mucho menos de qué índole es su intención. 😓

Nos leemos pronto en una próxima entrega de ‹Entre la paz, el amor, el poder, la fidelidad, la traición y el desmadre›.

Besos para mantener la calma.

Mer. V

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