❆ XL: La número siete ❆
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LA NÚMERO SIETE
Alexa
Semanas después...
Muchas personas dicen que las palabras se las lleva el viento, pero una noche me atreví a leer la mente de mi esposo y descubrí lo que mi suegra verdaderamente piensa de mí, desde entonces lo recuerdo cada día al despertar. Sus palabras no se las llevó el viento, el viento las trae a mí y hace que las convierta en una de mis motivaciones para no perder de vista mi objetivo. Ese que cada día tengo más claro y anhelo llevar a cabo.
La señora Géiser tiene razones suficientes para desconfiar de mí y temer por la conservación de Wachsend. He tomado el lugar que era suyo estando en una situación mucho más determinante y complicada. Entiendo su desconfianza. Para ella soy esa jóven rebelde que está poniendo toda su gente en riesgo.
Acepto cada error que cometí y hoy menos que nunca me arrepiento de mi pasado. No cuando fue el pasado quien me formó para ser quien soy en mi presente.
No me importa el sufrimiento porque ya no existe. A mi lado tengo un ser que es mucho más de lo que pedí, a las personas que amo sanas y salvas. Hay dos vidas formándose dentro de mí y he jurado protegerlas hasta el último de mis días.
Algunas personas a mi alrededor me subestiman por ser varios años más jóven que mi esposo, porque aún ni siquiera termino de conocerme a mí misma. He empezado a vivir independientemente a los veintiún años y con casi veintidós estoy muy orgullosa de la persona en la que me he convertido, aún cuando sigo descubriendo el mundo y descubriéndome a mí.
El brazo de aquel macho sostiene mi cintura con firmeza, al tiempo que nuestras respiraciones se mezclan debido a la cercanía de nuestros rostros.
Respiramos el mismo aire, su aliento acaricia mis labios, envía corrientes de placer por todo mi cuerpo que terminan siendo parte del deseo acumulado durante horas. Aquel deseo que intento saciar al tener la fuente a mi lado día a día y aún así nunca logro colmar. Cada vez lo anhelo más, al besarlo mis pulmones exigen oxígeno, pero aún así yo solo deseo sus dulces labios. Cuando somos uno, cuando unimos nuestros cuerpos y nuestras almas terminamos haciéndolo hasta el cansancio.
Pero el cansancio dura poco.
Buscamos saciarnos y no tenemos saciedad el uno del otro.
«Yo jamás tendré suficiente de él.»
Es el confort en medio de mi propia tormenta, el rey insumiso que sometió su corazón ante mí para que el mío decidiera someterse al suyo; es la persona que necesito a mi lado y que confía en mí a pesar de todos los errores que he cometido.
Su respiración es lenta, calmada y sus brazos me sostienen de forma protectora, mientras yo me encuentro pensando en cada detalle de nuestras vidas y admirando su paz al dormir.
Es hermoso.
Los vellos en su piel bronceada, las pecas, la dureza, la tonificación e incluso las cicatrices esparcidas por distintas partes de su cuerpo... esos ojos que ahora se encuentran cerrados y que son mi perdición. Admiro sus heridas de guerra y, de hecho, me llena el pecho de calidez la forma en que lleva las marcas que le dejé en la espalda como si fueran el mejor tatuaje del mundo.
Sonrío en tanto deslizo una mano por su espalda, sintiendo las marcas, incluyendo esas pequeñas que le hago inconscientemente mientras hacemos el amor.
—Te amo tanto —sale de mis labios como un murmullo.
Me acerco más a él, buscando su calor aún cuando la temperatura más alta entre los dos la tengo yo. Entierro mi cara en su cuello y aspiro su olor junto al aroma de ese perfume que se pone para deleitarme.
Wachsend está cubierta de nieve e igual es el frío que nos arropa. Apenas son las tres de la mañana y ya me encuentro completamente despierta, con miles de preguntas que pienso hacerle a nuestro guardián más antiguo, aún cuando faltan dos días para que esté en nuestro territorio.
He vuelto a ocultar mi olor, en la mansión aumenta el temor a un ataque sorpresivo a medida que mi vientre se hace notar. Alek se empeña en mantenerse a mi lado o dejar a Fabián mirándome desde lejos. No porque haya perdido la confianza en mí ni porque confíe demasiado en él, más bien se trata de una alternativa que usa en contra de su propia voluntad para confiar en que nadie va a dañarme si me encuentro desprevenida cuando él no puede estar a mi lado.
Aunque él y el vampiro hayan dejado de lado el rencor por causa del pasado, sé que no confía del todo en él.
Y yo tampoco.
Amalia me puso alerta, me hizo abrir un poco más los ojos y recordar que cualquier persona puede volverse en nuestra contra por muy injustificables y estúpidos que sean sus motivos. El infierno puede consumir a cualquiera, porque cualquiera es capaz de dejarse consumir por él.
Las últimas semanas han sido cruciales. Nuestro hogar cada vez se llena de más gente, de posibles traidores, personas que confían plenamente en mí, en lo que he descubierto y es por ello que las palabras de la señora Géiser resuenan en mi cabeza cada que les da la gana. Alek y yo somos responsables de miles de vidas que han sido puestas en nuestras manos por diferentes razones, y para nadie es un secreto que Wachsend caerá o será mucho más de lo que ya es una vez mengue el incendio que apenas comienza a arder.
La señora Géiser tiene razón, en cualquier momento alguien más puede intentar atacarme para hacer daño a mi bebés. Su error será creer que la mujer que los lleva en su vientre es una jovencita de veintiún años y no la fiera que puede convertirse en su peor pesadilla.
Cometí errores. Pero reconozco mis responsabilidades y me juré a mi misma pensar cuidadosamente cada uno de los pasos que daré a pesar de que anhelo salir del caos y ver a mis hijos crecer en un mundo que no los condene a muerte.
Hemos vuelto a comer en familia luego de dejarlo durante varios días después de lo de Amalia. Con la llegada de mi hermano y su familia me vi obligada a dejar la desconfianza a un lado y dar el beneficio de la duda a las personas que viven bajo mi techo. Aleksandre ha reducido el personal, la cocinera se encarga de probar la comida en nuestras narices para evitar posibles envenenamientos, hay nuevos barrotes de plata rodeando las puertas y ventanas. Las mismas solo se abren en su totalidad por varias horas durante el día y hay nuevos esquemas de seguridad.
Sebastian se pasa los días entrenando a los jóvenes de Wachsend junto a Hang, visita a su esposa en las celdas y no ha pedido que perdonen su deslealtad. Sabe que si le permitimos seguir respirando es por él y Arianna. Ni siquiera mi madre, su hermana, estaba dispuesta a dejarla vivir luego de que se aliara a Dean Courtois para atacar la manada que le fue leal durante años e intentar asesinar a sus herederos.
Mis hijos.
—Me voy a enojar, fiera.
Sonrío ante el susurro inesperado, pero no es hasta varios segundos después que lo miro a la cara. Mantiene los ojos cerrados y probablemente lleva despierto el mismo tiempo que yo y solo estaba fingiendo estar dormido.
—No puedes enojarte conmigo.
Suelta una risa somnolienta y se remueve para poder acercarme más a su cuerpo.
—Tienes razón, pero deja de pensar tanto o me veré obligado a tomar medidas drásticas.
—No puedo evitarlo —dejo un beso en su pecho.
—Debes descansar.
—No quiero descansar. Lo único que quiero es tener a nuestros hijos en mis brazos y terminar con todo esto.
—Conozco la sensación. Pero también sé que extrañarás tenerlos en tu vientre.
Empieza a esparcir besos cariñosos en mi frente.
—Faltan varios meses para que esta pancita sea enorme, pero viviré esta etapa aunque las arcadas y demás malestares procuran hacerme odiarla.
Se queda en silencio durante varios segundos, levanto mi rostro para encontrarme con su amplia sonrisa, la misma termina convirtiéndose en varias carcajadas.
—¿Qué?
—Estaba pensando en algo.
—Dímelo.
Carraspea y vuelve a besar mi frente, sonriendo contra mi piel.
—¿Las incesantes ganas de tenerme dentro de ti también son malestares o antojos?
Le muerdo el cuello, pero él ni se inmuta.
—Imbécil.
—No es que me esté quejando.
Coloco mi mano en su mentón, siento el roce de su barba incipiente, escudriño su rostro logrando apreciar el momento exacto en el que expone sus ojos ante el único rayo de luz que ilumina nuestra habitación. Mi mano desciende a su cuello, lo acerco a mi boca y disfruto cada beso que me corresponde con ganas.
—Antojos —afirmo.
Él sonríe pegado a mis labios.
—Ya lo sabía. Llevaba una hora sintiendo tus caricias y esas ganas de despertarme que tenías.
—No quería despertarte.
—Pero sabes que necesito estar despierto en más de un sentido para lo que quieres hacerme.
Suelto una risa leve.
—Y tú eres una feliz víctima de mi calentura insaciable —me subo a horcajadas sobre él sin romper el beso.
—Una víctima demasiado feliz.
Termino de desnudarlo al igual que él hace conmigo.
Dejo que me pruebe con sus labios, nos unimos en cuerpo y alma una vez más de tantas al tiempo que conversamos a través de nuestras miradas. El tiempo se detiene cuando nuestras respiraciones erráticas buscan volver a la normalidad.
Me tumba sobre él, de manera que mis pechos sienten su piel caliente al igual que mi feminidad. Vuelve a formar su agarre protector en mi cintura, sus manos ascienden por mi espalda causando que se erice la piel a su paso.
—Y, por cierto. Ich liebe dich auch, meine Liebe (yo también te amo, mi amor)
Levanto el rostro, él me mira fijamente, con ese brillo reluciente en sus ojos que desbordan amor y admiración.
Por mí.
—Toda tú, me encantas. Me encanta que a veces eres tan sumisa que con facilidad lograrías convencer a cualquiera de que eres manejable, cuando en realidad eres una fiera de garras afiladas.
Recibo su casto beso, sin dejar de admirar sus ojos.
—A mí me encanta gustarte.
Su sonrisa se ensancha.
—Me gustan muchas cosas, pero ninguna como mi mujer, ella me fascina.
—Tú le fascinas a ella. Si empieza a decir lo que piensa de ti vas a creerte el rey del mundo.
Hace una mueca de satisfacción.
—¿Soy el rey del suyo, meine Dame?
Una sensación cálida invade mi pecho, la incomodidad producida por mis pensamientos ha desaparecido sin que lo notara y la mezcla de sensaciones que él me provoca saltan a la superficie, haciéndome sentir plena.
—Tal vez.
Delinea mis labios con su pulgar mientras sonríe, de tal forma que sus ojos se entrecierran en mi dirección.
—Es ahí donde quiero reinar hasta la muerte, fiera.
Quisiera decirle que ya lo hace, que es el rey de mi mundo, que estoy orgullosa de eso y que lo amo con cada célula que compone mi ser; pero las palabras se atascan en mi garganta, solo puedo responderle con un beso, un beso en el que intento hacerle saber cada una de las cosas que no le he dicho por no encontrar las palabras correctas para expresar lo que siento.
«Te amo.»
Dos palabras hacen que me conforme pero no me sacian, no resumen todo lo que siento por él, pero no hay otra manera, no tengo otra más que demostrar con mis besos, con hechos y mientras hacemos el amor, quién es él para mí.
Mi rey.
Mi amor.
Mi amante.
Mi elixir.
Mi deleite.
Mío.
Nos levantamos minutos después, tomamos una ducha juntos y volvemos a dejarnos consumir por el placer en medio de ella.
—¿Crees que Sebastian nos sea leal? —Pregunto al terminar de secarme el cabello mientras él se viste.
Al verlo ponerse esa vestimenta negra que se ha convertido en una especie de uniforme, sé que me espera otro día completo sintiendo su ausencia.
—Sabe que la muerte indiscutible que se merece esa mujer ha sido pospuesta por él y Arian. No creo que sea tan desgraciado como para volverse en nuestra contra.
—Eso espero, quiero mucho a Arian.
—Queremos.
Me abraza desde atrás, aparta mi melena ondulada hacia un lado para luego empezar a dejar besos en mi espalda y hombros.
—No quiero que sus padres causen que ella termine odiandonos.
—Dejemos que Sebastian escriba el resto de su historia, fiera. Sin ayuda, Amalia no puede salir de los barrotes que la mantienen bajo nuestra supervisión. Los hombres que la rodean hasta ahora han demostrado ser de confianza. No me fío de nadie, pero tengo mis ojos sobre ella. Necesito que deje de ser una preocupación para ti.
Me saca un jadeo al besar su marca entre mi hombro y cuello.
—Ella no me preocupa —admito—. Me preocupa que tengamos que matarla, porque si hace algo más en nuestra contra seré yo quien le dé el pase al infierno.
Pego mi cabeza a su hombro para darle más acceso a mi cuello. Él muerde ligeramente mi mentón para luego pasar al lóbulo de mi oreja.
—Tal vez no sea tan malo llevarte a las celdas.
Suelto una risa leve, sumida en nuestra nube de placer.
—No he matado ni mataré por gusto, pero no me temblarán las manos al tener que hacerlo.
Sus besos me humedecen, y a juzgar por la pequeña risa que suelta sé que él lo sabe muy bien.
Terminamos de vestirnos en silencio pero la necesidad de preguntar me hace quedar parada enfrente de él una vez más.
—¿Algo que me quieras decir? —Su sonrisa desaparece al notar mi seriedad. Avanza en mi dirección y me mira pidiendo una respuesta tras besar mi frente—. ¿Qué pasa?
—¿Irás al claro?
El territorio de Wachsend ahora es más amplio, él ha establecido nuevas medidas de seguridad para detectar un posible ataque con varios minutos más de antelación para poder prepararnos, elegir el campo de batalla y guiar a los que deben ser refugiados a un lugar seguro.
El claro es el campo de batalla perfecto. Bastante alejado del pueblo de la manada, extenso y un lugar que los miembros de Wachsend conocen a la perfección.
—Sí. Pero prometo volver antes del anochecer —toma mi cuello y me acerca a sus labios.
Asiento y nos disponemos a bajar juntos aunque al final avanzamos en direcciones opuestas, separándonos por el resto del día.
—Señora —me saluda Marina apenas entro en la cocina—. ¿Qué le preparo?
—Hoy te dejo elegir a ti.
Minutos después tengo el plato vacío tras devorar lo que me sirve animadamente. La mujer cocina como nadie y desde que volví a probar su comida en el embarazo no deja de consentirme con aperitivos.
—¿Y Alek? —Pregunta.
—Revisando que todo esté en orden. ¿Las niñas?
—Salieron a jugar en la nieve, Arian y la esposa del señor Aiker están con ellas.
—Ágata.
Me dedica una mirada de disculpa. No ha logrado aprenderse el nombre de mi cuñada, pero la verdad es que no le cae bien. La griega casi no habla con nosotros a pesar de que domina el inglés, pero sí te escanea hasta el alma al igual que cada mínimo detalle a su alrededor. Es una guardiana, lo desconfiada lo lleva en la sangre.
Aiker no solo encontró a su compañera bajo su mismo techo, sino que también encontró a una guardiana en todo el sentido de la palabra. Ambos son los padres adecuados para mi sobrina; la protegen como si fuese su vida y no es para menos, es el ser más poderoso del Mundo oculto con tres años. Aún no puede protegerse a sí misma y sus padres se encargan muy bien de ello. Los tres ocultan su olor y casi tuve que obligarlos a vivir en la mansión porque querían quedarse en una casa propia junto a los padres de Ágata.
Le agradezco la comida a Marina y salgo al jardín. Ágata se encuentra sentada en un banco junto a Arian, luciendo algo frustrada porque la castaña no deja de intentar sacarle conversación cuando solo le interesa comprobar a Alía, quien corre por la nieve junto a una Naimara muy feliz al tener «una niña como ella para jugar». Se conocieron al segundo día de que mi sobrina llegara a Wachsend y desde entonces no se despegan hasta la hora dormir.
La sonrisa que adorna mi rostro cuando avanzo hacia ellas es porque sé que en varios años la mansión estará llena de niños correteando por todos lados dándole más vida a nuestros días. Naimara y Alía ya lo hacen, con sus risas, con sus voces tan hermosas y esa inocencia que me motiva a seguir luchando por eliminar todo lo que pueda hacerles daño.
—¡Tía!
Mi sonrisa se ensancha y la sostengo en mis brazos cuando viene corriendo hacia mí.
—Encontramos una flor congelada.
Suelto una risa al notar como se sostiene de mi cuello con firmeza y eleva sus piecitos para no tocarme el vientre.
—Eso es increíble, cariño.
—Naimara quiere que la dividamos a la mitad.
Abro mucho los ojos y la vuelvo a dejar sobre sus pies pero me quedo a su altura.
—Es porque no me deja tocarla —replica la pelirroja acercándose y fijando sus ojos azules en nosotras.
—A ver —le tiendo mi mano a Mara y ella la toma tras dudar unos segundos—. Si la dividen a la mitad el tesoro se va a marchitar.
—¿Es un tesoro, tía?
—Sí. Las flores no se dan en invierno.
—¡Tenemos un tesoro, Alía! —Salta la pelirroja con una enorme sonrisa.
—Es por eso que deben dejarla aquí en el jardín.
—La reina tiene razón. Nuestro tesoro se puede morir.
Por más que le pida que me llame Alexa seguirá llamándome «Reina». A su madre aún le cuesta aceptar la confianza que le he dado a su hija porque piensa que en cualquier momento puedo arrebatarsela, solo porque fue amante de mi esposo en un momento de sus vidas en el que yo ni siquiera existía.
Naimara es una preciosidad de ojos azules con el pelo similar al fuego al igual que el de su madre. Vanora la está educando de forma admirable y, no miento cuando digo que ella y mi sobrina están siendo una buena motivación para mí.
—¿Puede cuidar nuestro tesoro, señora Alexa?
Asiento.
—Todos la cuidaremos. Al igual que a ustedes.
—¿Hay personas malas que quieren hacerle daño a nuestra rosa?
—Hay personas malas que quieren hacerle daño a nuestra manada, pero los adultos protegeremos todos nuestros tesoros, y ustedes son parte de ellos.
—¡Yo no tengo miedo! —exclama mi sobrina con un brillo hermoso en sus ojos marrones—. Mi papá me dijo que soy una guerrera y protegeré a todos mis nuevos amigos.
Suelto una risa leve.
—¿Quieres que yo te cuide, Mara? —Le pregunta.
La pelirroja asiente efusivamente.
—Yo también quiero ser una guerrera —le dice entusiasmada—. ¿Puedo? —Me pregunta.
—Claro que puedes, preciosa.
Un olor extraño llega hasta mí desviando mi atención de ellas a la presencia de alguien más. Escaneo nuestro alrededor notando minutos después a la persona que viene hacia la mansión. Echo un vistazo hacia donde se encuentran Arian y Ágata, haciéndole un gesto para que se lleven a las niñas dentro.
—¿Quién crees que sea? —Me pregunta Fabián cuando se acerca a mí.
Niego, entrecerrando los ojos.
—No lo sé. Pero lo dejaron entrar, ha de ser alguien importante.
Me acomodo el gabán de modo que mi vientre queda oculto. Algunos de seguridad se acercan al ver al hombre que emana aquel olor imponente estar cada vez más cerca de mí.
—Buenas tardes —se planta enfrente de mí con una amplia sonrisa.
Pide mi mano, pero yo solo me dedico a analizarlo. Es alto, delgado, pálido, sus ojos son de un rojo intenso que demuestra lo mucho que le gusta absorber sangre. Su sonrisa grita peligro y la arrogancia te dice mucho de él por donde sea que lo mires.
—¿Quién le permitió entrar sin avisar?
Deja caer su mano al ver que no tengo intenciones de dejar que me bese y, en su lugar, hace un gesto de disgusto.
—Yo no necesito permiso para entrar a ningún lugar, bella. Mucho menos avisar ¿Dónde está su Líder? —Pasea sus ojos por los alrededores.
—Todos necesitan permiso para entrar en mi manada —digo, captando toda su atención—, y lo que tenga que decirle a mi esposo puede decírmelo a mí.
Sus ojos se abren con sorpresa, haciéndome saber que no esperaba mi revelación.
—Señora...
—Wolf.
—Señora Wolf, perdone mi atrevimiento. Pero tengo órdenes de hablar directamente con el señor Wolf.
—Tardará en llegar.
—Me temo que si no se encuentra tendré que esperarlo —hace ademán de pasarme por el lado para adentrarse a la mansión pero doy un paso en su dirección, impidiendo que avance.
—¿Quién es usted? —Inquiero sin dejar de mirarlo.
—Mensajero del consejo —eleva el mentón, altivo.
Me tenso pero no le permito percibir mis emociones y mucho menos leerme la mente.
—¿Cuál es el mensaje del consejo a Wachsend? —Insisto.
—Señora...
—Darius —la voz a mis espaldas lo interrumpe cuando intenta replicar.
—Anton.
Mi suegro le ofrece su mano pero cuando el tal Darius pretende retirar la suya Anton la retiene.
—¿Qué mensaje envía el consejo a Wachsend?
—Necesito la presencia de su hijo, señor.
—Aquí está nuestra Líder.
Carraspea, arrebatándole su mano a mi suegro para centrar su atención en mí.
—¿Cuál es su nombre? —Me pregunta.
—Eso no es importante, diga lo que tenga que decir y retírese.
—¿La Líder de Wachsend sabe cómo debe tratar a un mensajero del consejo, Anton?
No me pasa desapercibido el tono burlón en sus palabras.
—Yo elijo cómo tratar a las personas, señor Darius.
—Hay jerarquías, señora.
Sonrío de lado.
—Precisamente por eso lo digo.
—Hay muchas maneras de imponerlas.
—¿Me está amenazando?
—Yo me siento amenazado.
—Sobre mí solo está Lo divino —Doy otro paso en su dirección—. Diga lo que tenga que decir y retírese de mi territorio antes de que pierda la paciencia. Y si eso sucede, no le va a gustar.
Vacila pero carraspea y empieza a hablar luego de varios segundos observándome en silencio.
—Nos enteramos de que hace varias semanas Wachsend fue atacada por un grupo de arpías liderado por Dean Courtois, el híbrido francés. Daremos una cena en honor a la manada para agradecer que haya eliminado esa bestia de nuestro mundo, señora. El consejo solicita su presencia y la de su señor. Es un placer confirmar todo lo que se habla de usted en el Mundo oculto.
—¿Qué se habla de mí en el Mundo oculto? —Mantengo la calma a pesar del sismo que arrasa en mi interior.
—Que usted es tan poderosa como para eliminar a un híbrido —me dedica una sonrisa lobuna—. Los Jerarcas ansían conocerla.
«¿A qué están jugando?»
Vuelve a pedir mi mano y esta vez sí espera hasta que se la ofrezca para besarla sin apartar sus ojos de los míos.
—Un honor conocerla, Dame.
—Das ist meine Dame, Darius (Ella es mi señora, Darius) —la voz de Aleksandre hace que el nombrado suelte mi mano inmediatamente y se enderece—. ¿Por qué no avisaste que vendrías?
Mi esposo se para a mi lado. Le dedico una mirada rápida, notando que su camisa negra ha desaparecido.
—No lo vi necesario, creo ser bienvenido en su manada, señor Aleksandre.
El susodicho fija sus ojos en los míos durante unos segundos.
—No lo eres.
El vampiro suelta una risa seca al no comprender.
—No después de amenazar a mi Reina.
El mensajero traga saliva y Fabián se ríe a mis espaldas.
—Dime, Darius —lo interrumpe en tanto empieza a dar pasos a su alrededor—. ¿Qué se debe hacer si alguien amenaza a un Líder en su propio territorio?
—Le ofrezco mis más sinceras disculpas.
—La ofendiste a ella, no a mí —lo reta con solo una mirada—. Tiene la autoridad para cortarte la cabeza ahora mismo y de querer hacerlo, nada ni nadie podría impedirselo.
Se hacen varios segundos de silencio en los que sonrío internamente ante la cara del hombre. Es un arrogante, un hipócrita más que se cree intocable por ser parte del consejo.
El vampiro se hinca ante mí.
—Le pido perdón, señora Wolf —su voz sale forzada, entre dientes, dejándonos saber que su acto de arrepentimiento no es más que una farsa.
—¿Tenías algo más que decirnos? —Inquiero.
Él levanta su mano y me ofrece un sobre con un sello imperial que conozco a la perfección.
“Para el señor y la señora Wolf”
Tomo el sobre y retrocedo varios pasos.
—Te prohíbo entrar a Wachsend, si antes lo eras, ya no eres bienvenido aquí —tomo su mentón y lo obligo a mirarme a los ojos—. Y agradece a Lo divino que no te envíe al infierno.
—¿Aceptan nuestra invitación?
—Wachsend tiene sus propios mensajeros —le dice Aleksandre con calma—. Avisaremos.
—Fue un gusto conocerla.
Suelto una risa irónica.
—No seas hipócrita.
El hombre se levanta, se acomoda la ropa, se despide de los demás con un asentimiento, despliega sus alas de murciélago y desaparece en cuestión de segundos.
Pero no sin antes decirme con una sola mirada que debí arrancarle la cabeza al tener oportunidad.
—¿Debí matarlo, verdad?
—No —responde Anton tras soltar una risa leve—. Si lo hacías era una declaración de guerra a los Jerarcas. Darius puede intentar vengarse de algún modo por la humillación, pero no tendrá el apoyo del consejo, porque si lo apoyan, esa sería una declaración de guerra para nosotros.
—Aún no estamos listos —sentencio.
—Debemos estarlo, fiera.
—Es cuestión de tiempo que descubran quién eres, Alexa —Anton vuelve a llamar mi atención—. Al parecer hay más de dos traidores en Wachsend si El consejo sabe que fuiste tú quien mató al francés.
—¿Hay manera de que sepan que soy la número siete? —Observo la carta entre mis manos.
—No si no saben de la existencia de Amalia ni de Aiker.
—Entonces Aiker no existe y Amalia Pierce no ha nacido. Y que todo el Mundo oculto sepa que la Reina de Wachsend es una híbrida. Ya no tiene caso seguir siendo inexistente.
—¿Estás segura? —Alek se planta enfrente de mí.
—¿Tú estás de acuerdo?
—Ahora sí todos querrán destruirnos —murmura con gracia pero su cuerpo se mantiene tenso.
—¿Y dejaremos que eso pase?
—No, meine Dame. Nuestros enemigos lo pensarán dos veces antes de atacarnos una vez le arranquemos la cabeza a un par de Líderes.
Los minutos siguientes me dedico a eliminar en la memoria de las personas a nuestro alrededor que soy la séptima, y todo lo que puede suponer un riesgo para nosotros, exceptuando a Alek. Él sí puede impedir que lean su memoria con un bloqueo, los demás no. Ya no importa que sepan de mi existencia, lo que nadie puede descubrir es que Acel Pierce, mi madre, tiene una gemela: la híbrida número seis, y mucho menos que es madre de mellizos.
Aiker y yo seríamos los nuevos objetivos de los Jerarcas y por más de una razón.
Ya no solo seríamos condenados por ser híbridos. Todos saben quién es la número cinco, y si llegan a descubrir quien es nuestra madre procurarán saber cuál de los dos es el pecado destinado a destruir El consejo.
Todos pueden saber que soy una híbrida, llegará el momento en el que sabrán que soy hija de “Clea Pierce” y el heredero de Dunkel, que mi poder se asemeja al del número tres, el griego, pero mi hermano debe seguir entre las sombras o nos van a cazar hasta tenernos en su poder y descubrir cuál de los dos es su amenaza.
Aún no es tiempo.
No deben conocer mi nombre, mucho menos que ya nació el pecado que tanto desean conocer y capturar. Saber que existe otra híbrida los pondrá alerta, pero también hará que cometan el error de subestimarla.
Creerán que soy la número seis, siendo yo la portadora de todas las armas que tienen como objetivo su anhelada destrucción.
La número siete.
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