❆ XIX: Continencia ❆
~ CONTINENCIA ~
Miro hacia el reloj negro colgado en una pared de la habitación. Son las 15:00 hrs, Alek y yo no hemos salido del despacho ni siquiera para comer junto a los demás, porque, resulta que mañana es un día especial y he decidido ayudarlo a adelantar en el trabajo. También porque ambos queremos tener tiempo libre para los dos.
—El día se está yendo muy rápido —Murmura.
Presto especial atención a su perfil de empresario ocupado, concentrado y sobretodo atractivo. Hace un rato tiene varios botones de su camisa abiertos, se arregla y desarregla el pelo de manera constante mientras lee los contratos y tratados.
—¿No crees que sería bueno que tengas una secretaria o un secretario? No sé... —le pregunto.
Quita la mirada de los papeles que leía y me sonríe.
—No necesito una secretaria o un secretario —responde, haciendo énfasis en «secretario».
—En realidad creí que serían más cosas, pero sigue siendo mucho para ti.
—Tengo mucha ayuda, pero prefiero encargarme personalmente de muchas cosas.
—Yo podría ayudar.
—Ya lo estás haciendo. —Su sonrisa se ensancha—. Imagina la satisfacción en los días de descanso. Podríamos entrenar juntos, al terminar hacer el amor en la ducha, comer juntos, volver a...
—Aleksandre.
—Está bien, está bien —alza las manos en señal de rendición—. No te preocupes, fiera. Puedo solo con el trabajo que me toca y me tomo días libres. Entre Bastian y yo lo hacíamos así, aunque cuando él está a cargo siempre meto las narices.
Me acomodo en la silla giratoria.
—¿Usaremos los dos el mismo despacho?
Asiente sin dejar de sonreír con picardía.
—¿Te parece bien?
—Sí.
—Le diré que se encargue de acomodar el otro para él. Igual y no pasaremos todos los días de nuestras vidas estando horas aquí dentro, solo una o dos veces por semana. Depende la actividad en la manada —vuelve a centrarse en los papeles.
—Está bien.
Ambos permanecemos en silencio hasta que decido volver a romperlo y soltar aquello que empieza a invadir mi mente.
—Alek...
—¿Sí?
—No tengo estudios previos. Soy consciente de cada una de mis capacidades. Pero, como ya habrás notado, muchas veces me dejo llevar por las emociones y no pienso antes de actuar. El punto es que, no estoy tan preparada para tratar asuntos generales de la manada y...
—Ya entendí —me interrumpe, deja los papeles a un lado y la pluma sobre el escritorio—. ¿Cuántos idiomas hablas?
Suelto un suspiro y me dispongo a responder.
—Tres y medio.
—¿Cuáles?
—Español, Alemán e Inglés... también puedo entender el lenguaje de las arpías.
Sigo la contracción de sus facciones sintiéndome algo inquieta. Cuando sus ojos brillantes conectan con los míos soy capaz de sostenerle la mirada, pero los latidos de mi corazón se aceleran cada vez más.
—¿Cuántos libros has leído?
—Muchos, no sabría decir cuántos.
—Yo hablo Español, Alemán, Inglés, Ruso, Griego, Turco... ¿Sigo? —Me sorprende que no actúe como siempre, su aura desprende incomodidad y sus facciones se contraen ante la molestia.
—Si quieres, no me extrañaría que los hables todos.
Suelta una risa seca y extiende su brazo hasta colocar una mano en mi mejilla y acariciar la zona con suavidad.
—Te he preguntado esas cosas porque son importantes, pero en realidad no me interesan. Para mí es suficiente con que sepas lo que sientes, para Wachsend también. Aquí no hablamos veinte idiomas, y no vemos la preparación académica como inteligencia, es importante, pero no esencial.
Quita su mano de mi rostro y la deja en el lado izquierdo de mi pecho.
—Lo de aquí es esencial. Y claro, la impulsividad no es buena pero somos sobrenaturales. Con tener neuronas y ese carácter tan filoso que te cargas es más que suficiente. No necesitas nada más.
Sonrío levemente.
—Me ha quedado claro. Pero imagina que me secuestra una manada de Turcos…
—¿Quién tendría la gran valentía para secuestrarte? Si lo hicieran te devolverían a las horas y sin pedir nada para el rescate.
Una carcajada brota de mi garganta ante aquello, y al escucharlo reír no puedo contener el revoltijo de emociones que me invade.
—Eres magnífico, me encantas —admito entre risas.
Su sonrisa se ensancha.
—Soy tuyo.
Me limpio las pequeñas lagrimitas al borde de los ojos causadas por la risa y lo observo con atención.
—¿Quieres ser mi esposo?
—Lo seré, y puedo serlo cada vez que quieras.
—Estupendo, cásate conmigo entonces.
Me levanto de la silla giratoria y rodeo el escritorio hasta quedar frente a él. Me hinco e inclino la cabeza hacia arriba para poder contemplar sus orbes. Sus labios se estiran formando una sonrisa ladeada.
—¿Es en serio?
—Claro.
Dejo reposar las manos sobre sus rodillas buscando estabilidad. Él las toma y me levanta consigo.
—No te arrodilles ante nadie.
Coloca mis manos sobre sus hombros y me sujeta de la cintura con firmeza acercándome a su cuerpo. Dirijo mi vista hacia sus manos tocando mi cuerpo sobre la tela del vestido azul eléctrico. Suelto aire por la boca cuando aprieta la zona despacio. Aquel cosquilleo placentero me recorre todo el cuerpo y por causa de esto, acabo tragando saliva y sintiéndome más vulnerable de lo que me gustaría.
—¿Qué pasa? —Vuelvo a mirarlo con atención.
—Lo digo en serio.
—Yo bromeaba.
—Lo sé, pero yo hablo en serio —repite, alternando la vista de mis labios a mis ojos, concentrado en sus pensamientos—. No te arrodilles ante nadie, ni siquiera ante mí, te lo prohíbo.
—¿Sí?
—Sí. Y no es una orden —acerca su rostro al mío.
—¿Entonces qué es? —Pregunto en un susurro.
—Una sugerencia...
—Una prohibición como sugerencia, interesante.
—Lo es.
Ni siquiera noté que me guiaba y nos movía hacia el sillón hasta que se tumba y quedo acostada sobre su cuerpo. Me acomodo, dejando reposar las manos a cada lado de su cabeza con cuidado para no presionar zonas que luego podrían llevarnos a la perdición al tiempo que él sujeta mi cintura.
—¿Sabes que esto se me está haciendo eterno? —Su voz suena bajita y más áspera por la posición en la que nos encontramos.
Asiento.
—Lo sé. No es facil mantener la continencia.
Aparto mi cabello hacia un lado y sin mediar más palabras uno nuestros labios en un beso cargado de sensaciones.
—Alek, ¿tienes unos minutos para mí? necesito...
Suelto un gruñido, me separo de él y giro el rostro hacia la puerta, mirando con curiosidad la mujer que se queda allí parada con expresión incómoda y justo donde se detuvo al vernos: Sosteniendo la manija de la puerta, con unos papeles en sus manos y con el cuerpo inclinado hacia delante.
—Perdón, no sabía que estabas ocupado.
Noto como Alek le resta importancia a sus disculpas con un gesto y sosteniendo mi cintura se levanta, ayudándome a quedar sentada sobre su regazo.
—Está bien, ¿qué necesitas?
La mujer carraspea incómoda ante mi escrutinio. La entiendo, me miró por un momento a los ojos y no pudo más.
Aquellos pequeños segundos fueron más que suficientes para que entendiera la situación.
—Que vengas conmigo, hay algo que necesitas saber.
Enarco una ceja al escuchar «conmigo» y suspiro con disimulo, intentando contenerme.
Respira, respira, respira...
—Iré más tarde, estoy ocupado.
—Es importante.
Siento la mano de Alek apretando mi cintura y giro mi rostro hacia él.
—Vanora, la señorita es Alexa, la Líder de Wachsend y mi futura esposa. Fiera, ella es Vanora —dice, sin apartar su mirada de mí, tratando de leerme.
Me levanto, me acerco a ella y le ofrezco mi mano siendo consciente de la decepción que desprende hasta por los poros.
«No es para menos».
—No sabía que había encontrado a nuestra Reina. Mucho gusto señora, Vanora Jhonson. Perdone la interrupción.
—No importa, mucho gusto. Y dime Alexa, por favor. ¿Puedo ir yo también?
—No tiene por qué preguntarme eso, usted puede ir a dónde quiera.
—Claro, pero no quiero incomodar.
—No diga eso —se acomoda el pelo, intentando distraerse ante la incomodidad que siente.
—¿De qué se trata el asunto, Vanora? —Pregunta Alek levantándose del sillón.
—Hemos encontrado algo muy... curioso, cerca de la línea fronteriza.
—¿Cuándo?
—Anoche.
Vanora le cede los papeles, él los sostiene entre sus manos y los observa con atención. Segundos después de estudiarlos levanta la mirada de las fotos y se acerca a mí mostrándome el contenido. Los miro, y noto que se trata de imágenes de ondas sonoras. Lo más curioso es que el patrón es bastante específico: arriba, abajo... arriba... abajo.
Un sonido agudo que dure solo unos segundos.
—Podría tratarse de arpías —concluyo.
—Exacto. ¿Ya sabemos qué hacían esas criaturas cerca de Wachsend?
—No. Pero lo estamos averiguando —responde la mujer.
—Ahora te seguimos.
—Con permiso —sale del despacho y cierra la puerta detrás de ella.
—¿Ves? No necesitas estudios previos.
—Ya veo. —Me arreglo los tirantes del vestido y el pelo.
Ambos permanecemos en silencio. Él, incómodo, porque sabe que me tomé el atrevimiento de indagar en su mente e incluso ver los recuerdos que tiene de ambos.
—¿Le vas a arrancar la cabeza? —Pregunta serio.
Le lanzo una mirada de advertencia.
—No tengo por qué.
—No me mal entiendas, no quiero que lo hagas.
—No tengo por qué hacerlo —repito.
Desvío la mirada de él y observo las pantallas negras apagadas.
Él permanece en silencio durante unos segundos, pero vuelve a llamar mi atención cuando suelta una risa suave.
—Me acabo de dar cuenta de lo bien que te ves celosa.
Ruedo los ojos y suelto el aire que no sabía estaba conteniendo.
—No son celos.
—Ya, claro.
—No estoy celosa. No tengo por qué estarlo, ni siquiera me conocías —miro hacia abajo, específicamente a su entrepierna oculta tras los pantalones oscuros—. Y mi nombre es el único que vas a gemir, después de todas.
—Y estoy muy contento con eso.
—¿Seguro?
—No te imaginas cuanto.
Empiezo a alejarme para salir del despacho y él me sigue.
—Ya te veo echándome tu orina encima —murmuro con molestia.
—¿Qué estás diciendo? Alexa, espérame.
—Perro.
—¿Perro?
No puedo contener la risa al abrir la puerta. Pero me toma de la cintura atrayéndome a su cuerpo y vuelve a cerrarla. Alejo sus manos de mí y lo encaro pero apenas un segundo después noto que perdí esa pequeña batalla al pegar la espalda contra la puerta. Sin perder tiempo, Alek me obstruye con su cuerpo pero vamos... Sabemos que puedo empujarlo y hacer que traspase varias paredes pero no tengo razones suficientes para hacer aquello, tengo muchas más para desear sus labios contra los míos.
—¿Qué es eso de perro? —Inquiere con el rostro apenas separado del mío y mirándome directo a los ojos al tiempo que su aliento golpea mis labios.
—Literalmente, eres un perro.
—Justo ahora no me gusta que me llames así.
Se acerca más. El muy imbécil usa el efecto de su cercanía para disuadirme como si de verdad estuviese enojada.
—¿Estás enojada?
—No.
—Lo estás.
—Ahora sí, pero no por saber que te acostabas con ella. Me causó molestia, pero hasta ahí. Ahora estoy enojada porque me estás persuadiendo con tu cuerpo.
Finge indignación.
—Cuando discutamos, no te me acerques... me desconcentras —Coloco mis manos en su pecho sintiendo la dureza bajo mis palmas y lo empujo con la intención de alejarlo.
—Ese era el punto, fiera. —Hace ademán de alejarse pero esta vez soy yo la que lo acerca a mí tomándolo por el cuello.
—A menos que yo te lo pida.
—Tú pídemelo cuando quieras.
Suelto una risa leve, dejando de lado la molestia y rodeo su cuello con mis brazos. Siento el calor que emana de él y disfruto convertirme en parte de su olor al unir nuestros labios, porque:
1. No tengo razones suficientes para enojarme con él.
2. Aunque me incomode haber visto en la mente de Vanora cómo eran uno, sé que se trata de algo pasado.
3. Yo me encargaré de borrar todo rastro que no sea mío de su piel, así como él se encarga de borrar los vestigios de lo que una vez fue mi sufrimiento.
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