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❆ X: Enojo & Frustración ❆


 

~ ENOJO & FRUSTRACIÓN ~

     Alexa

      Me siento tan expuesta al intentar recrear la escena en mi mente, al imaginar a esas personas observando cómo me rompo, vulnerable. Cuando una jodida guerrera, una guerrera que desgraciadamente sufre pero que no se acobarda ante el miedo que causan sus condenas.

     Miro hacia el ventanal, pero vuelvo mi vista hacia el lado izquierdo de la cama en cuanto mis sentidos despiertan por completo y detecto la presencia de alguien.

     —Buenos días —dice al ver que la noto.

     Suelto un suspiro cargado de cierto alivio. Esta mujer me inspira confianza, y por más extraño que me parezca, he de admitirlo. Miro fijamente los ojos de Amalia, estos me sonríen al igual que sus labios.

     —Buenos días. —También quisiera regalarle una sonrisa, pero todo lo que siento son ganas de llorar hasta secarme por la maldita frustración.

     —¿Cómo te sientes?

     —Normal, como siempre —respondo cortante, al tiempo que me siento en la cama.

     —¿Cómo te sientes siempre? «¿Por qué sonríe como si lo supiera todo?»—. No hace falta que respondas, solo hago preguntas que puedes hacerte a ti misma, en realidad no me urge saber la respuesta.

     Asiento mordiendo mi labio inferior e intentando ordenar palabras en mi mente para poder darle una respuesta sincera, porque así quiero hacerlo.

     —Estoy enojada y frustrada. De algún modo decepcionada y ya me quiero largar de aquí.

     Suelta una risa leve.

     Comprendo. Para que te vayas debemos esperar que Aleksandre lo ordene, porque nos pidió a todos vigilarte.

     Suspiro.

     —¿Ya decidió entregarme al consejo?

     Su sonrisa se ensancha.

     —El rey Alek es extraño para este mundo, Alexa, es todo lo que no debe ser. Puedes darte cuenta por ti misma si es que aún no lo has hecho y decides quedarte. Porque lo que él menos piensa hacer con alguien como tú es ponerle en manos de los Jerarcas.

     Niego.

     —Es difícil de creer. No pienso quedarme aquí, y justo ahora esas son cosas que no me interesan —miento, porque la verdad es que anhelo descubrir cada cosa relacionada con ese hombre, me provoca una sensación de curiosidad demasiado intimidante. Siento que quiero ver más de eso que ví en él y también puse en duda, pero a la vez, sentir eso me asusta.

     —Sé descifrar cuando alguien me miente —susurra con una leve sonrisa y sin romper el contacto visual—, pero supongo que tienes tus razones para hablar así.

     Por más bien que me haya sentido entre sus brazos, a pesar del dolor del infierno, no acepto su forma de presionarme. Porque es obvio, buscaba algo más que hacerme saber sus nulas intenciones de dejarme ir.

     —Tranquila. Nada de esto es por hacerte mal y, entenderás todo más rápido de lo que crees. —Se levanta del mueble a un lado de la cama, acomoda la falda de su conjunto negro y entrelaza sus manos.

     —En el vestidor hay prendas de tu talla, puedes usarlas, están limpias y nuevas. Te esperamos abajo, allí te contaremos todo lo que necesitas saber —me sonríe con calidez antes de salir de la habitación cerrando la puerta detrás de ella.

     ¿Qué son esas cosas que necesito saber? Estas personas ni siquiera forman parte de mi vida.

     Observo mi alrededor con esa sensación extraña en el pecho siendo aún más intensa.

     Por fuera la mansión te deja ver la cantidad de años que podría llevar construida y su gran tamaño, pero por dentro solo las paredes rústicas de algunas partes te dicen aquello, también te dicen que el tamaño de afuera es solo un espejismo comparado con el de dentro. La decoración es hermosa, elegante y una mezcla interesante entre lo antiguo y moderno. El ambiente contemporáneo más los alrededores te hacen pensar que estás en un cuento de hadas en donde el castillo está demás. Todo está limpio y ordenado a la perfección, tanto que provoca la sensación de que si mueves algo dañas todo el orden.

     Las luces de la habitación son tenues, anaranjadas y blancas. Hay un ventanal gigante que dirige al balcón con vista hacia el río, una pared rústica con piedras incrustadas, otra cubierta por un estante repleto de libros en caoba que la cubre en su totalidad.

     «Vaya remodelación».

     Me levanto de la cama y busco algo qué ponerme en el vestidor. Me sorprenden todas las prendas que encuentro allí y a la vez me pregunto si sabían que iba a venir aquí porque, la ropa es mi tipo. Sin embargo, desecho ese pensamiento.

     ¿Cómo iba a cometer tantos errores inconscientemente para llegar hasta aquí...? ¿a dónde estoy justo ahora y cómo estoy?

     Niego lento durante unos segundos, diciendo que no a esos pensamientos.

     Salgo del vestidor, pongo seguro a la puerta de la habitación y observo el ventanal con doble función que dirige hacia el balcón procurando que las cortinas estén cerradas. Las mismas son casi transparentes, pero por fortuna, el cristal no permite que observen desde el exterior.

     Dejo las prendas sobre la cama y procedo a desnudarme. De la nada recuerdo cuando anoche hacía lo mismo, en este mismo lugar y todo pasó a ser un caos. No pretendía que nadie viera cómo me rompo en pedacitos todos los días de mi vida, llorando sin lágrimas y pidiendo auxilio entre alaridos de dolor.

     Odio que me vean débil, porque no lo soy.

     Cada vez que mis padres me visitan paso la hora maldita en compañía de ellos y mi nana. Lloran y me preguntan si vale la pena vivir de esta forma, siempre digo que sí, porque a pesar de que creo más en que nadie desearía vivir un cielo a mi lado conociendo el infierno al que estoy condenada; de algún modo aún mantengo viva esa pequeña llama de esperanza en mi interior.

     Creo en los milagros y en mi vida no todo es sufrimiento.

     Lo divino puede escucharme. Esto puede terminar de muchas formas sin que yo necesite desear morir a causa de ese maldito dolor, aunque el tiempo que llevo así es para que no mantenga ni el uno porciento de esperanza.

     Cuando termino de desnudarme, tomo mi mochila, que se encuentra a un lado sobre la cama, revisándola. Tiene todas mis cosas dentro, los inciensos, el antídoto, el reloj, el libro de Adalia; dos manzanas y una camiseta. Pero la aljaba no está. Genial. Seguro vieron todo lo que llevaba dentro, porque la última vez que la toqué la dejé abierta.

     Suspiro exasperada.

     Gracias al cielo el libro abre con la llave que llevo como colgante.

     «Me pregunto si también vieron mi cicatriz».

     Suelto un suspiro pesado y me dejo caer en la cama.

     Cuanta incertidumbre. Necesito respuestas y salir de esta manada.

     Gruño molesta y me adentro al cuarto de baño con la ropa en las manos. Al estar dentro de la ducha abro la lluvia artificial y procedo a lavarme el pelo y a enjabonar mi piel. Cuando termino, seco mi piel y también mi cabello, lo más que puedo, con una toalla. Observo con atención mi reflejo en el espejo.

     «Debo aprender de mis errores».

     Debo decirle a mis padres todo lo que ha pasado, y asumir la responsabilidad. Y, por lo que veo, tendremos que cambiar de casa, de bosque, de país o de continente, tal vez. Y todo por mi estupidez, terquedad e insumisión.

     Escucho toques en la puerta. Salgo del cuarto de baño y me dirijo hacia la entrada de la habitación para abrir, luego de ponerme la ropa que elegí.

     —Buenos días.

     —Buenos días, Arian.

     Ella no vuelve a hablar durante unos segundos que me parecen eternos, y yo tampoco.

     Me sonríe levemente.

      —Te ves muy bien.

     Suelto un poco del aire que estuve conteniendo de forma inconsciente y le permito a la relajación apoderarse un poco de mi ser. También me permito dejar de culparla. Porque aquí la única culpable de todo lo que ha pasado soy yo.

     Le devuelvo la sonrisa.

     —Gracias. Tú también.

     —Gracias —sonríe y luego carraspea—. Nos están esperando para el desayuno.

     Asiento al mismo tiempo que hago un sonido de afirmación.

     Me muevo por la habitación y entro la mochila en una de las gavetas de la mesita de noche, después de doblarla como si fuera una prenda de ropa. Luego salgo de la habitación, cierro la puerta y me dirijo al comedor junto a Arian.

     Después de dar los buenos días, me siento al lado de la cabeza de la mesa, porque él me lo pide amablemente. Aquel acto me parece extraño pero no le doy muchas vueltas, aunque todo lo que siento al estar ahí sentada es una ola de sensaciones inefables que me ponen alerta en más de un sentido.

     Empiezan a servir el desayuno.

     Comienzo a comer tras asegurarme de que en mi plato no hay ninguna sustancia venenosa, y los demás también, permaneciendo en silencio, observándose unos a otros y regalándome miradas a mí, que, para ser honesta, no logro descifrar.

     El silencio es perturbador, ni siquiera tengo ganas de comer la rica ensalada, solo quiero que hablen de una buena vez.

     —Y bien, ¿Cuáles son esas cosas que necesito saber? —Me permito preguntar, observandolos detenidamente.

     Observo a Alek fijamente. Él también me mira, desprende intranquilidad, pero sus ojos gritan nervios. Está tenso, serio, y también hay cierto miedo reflejado en su mirada.

     ¿Qué tan grave es lo que debo saber? ¿Será que me entregarán al consejo y antes me pedirán un favor o algo por el estilo? ¿O van a guardar mi secreto a cambio de que ofrezca protección a Wachsend?

     Sigo atenta a cada uno de sus movimientos, él termina de beber agua y carraspea.

     —Después de que te contemos todo podrás irte, si así lo prefieres.

     Asiento.

     —Eso pretendo.

     —Lo primero —Amalia llama mi atención—, es que Clea y Julian han omitido muchos detalles en tu vida.

     Si antes estaba un poco tensa, luego de que aquellas palabras salen de sus labios, la tensión empieza a carcomer cada parte de mí. Además del miedo y la jodida incertidumbre que parece no querer abandonarme nunca. Mi corazón late tan rápido que amenaza con salirse y la velocidad de las palpitaciones resulta demasiado intimidante.

     Ellos se quedan en silencio y yo no muevo un músculo, solo dirijo mi vista hacia Arian como en modo automático.

     —¿Qué has hecho? —Cuestiono tragando saliva. Ella aparta la mirada—. ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Acaso te quieres morir?! —Se sobresaltan cuando me levanto y golpeo la mesa con los puños cerrados.

     Sé que Alek sabía que soy una híbrida, pero la mención de mis padres hace que el mundo se me caiga encima. Siento cómo se apoderan de mí todas esas emociones negativas que en la hora maldita suelen consumirme.

      —Alexa, cálmate.

     —¡Tú no me das órdenes! —respondo fuera de mí.

     Él se levanta y se acerca a mí como un león a punto de roer su presa.

     —Arian no ha dicho nada, intenta calmarte.

     —¿Que intente calmarme? —Pregunto mirándole directo a los ojos y sintiendo los míos cristalizarse.

     La garganta se me empieza a cerrar y desgraciadamente no puedo hacer nada para detener las lágrimas que sé voy a derramar ante personas que aún no dejan claras sus intenciones conmigo.

     Los recuerdos de la noche pasada me golpean de repente y sus susurros en mi oído se escuchan nítidos, causando escalofríos, dejando en más descontrol mis emociones. La piel se me eriza, mis orejas se calientan y siento que voy a desmayarme en cualquier momento.

     —Estás actuando mal.

     Me río sin sentir el más mínimo atisbo de gracia, con los labios temblorosos y la voz quebrada.

     —Sé donde estoy metida. ¿O qué? ¿Vas a decirme que no pretendes destruir mi familia? ¿Que no vas a exponernos ante el consejo?

     Él permanece en silencio, mirándome a los ojos. Su cuerpo cada vez está más tenso y cerca del mío.

     —Alek no haría eso —es Amalia quien capta mi atención otra vez—, puedes estar segura. Yo soy la número seis, supongo que piensas que eres tú, pero la realidad es otra. Tú eres la número siete, la única híbrida de tres especies, además del griego.

     Permanezco en silencio, con las lágrimas deslizándose por mi rostro.

     —Arian no es nuestra hija de sangre —confiesa—. Por eso no pertenece al legado de esta manada. Es mujer loba, con el don de percibir y ver cosas que otros no. Y yo, además de ser la número seis, soy una vampiresa, también con un don: el de leer la mente sin que nada pueda privarme de ello. Ví en los ojos de mi hija todo lo que pasó contigo, desde el primer instante, hasta aquí. Ella no ha roto el juramento eterno que hizo contigo.

     Tanto tiempo ocultando mis secretos, ¿para que se dieran cuenta así...? Tanto tiempo...

     —Lo que impidió que borraras su memoria fue una antídoto, porque yo también debo seguir oculta y aquí tomamos las precauciones necesarias.

     Justo ahora quiero destrozar cada cosa a mi alrededor, pero al recordar que la causante de todo este desequilibrio he sido yo, me permito seguir aquí, llorando, a punto de explotar por todas las emociones que me arropan.

     —¿Qué pretendes contándome todo eso? —Mi voz suena grave, ronca y es apenas audible.

     —Soy miembro de esta manada desde que encontré a Bastian, hace exactamente diecinueve años. Yo tengo cuarenta y dos, al igual que Clea, tu madre.

     Mi piel se vuelve a erizar y retrocedo cuando escucho el nombre de mi madre salir de sus labios.

     —¿Por qué metes a mi madre en esta conversación? ¿Qué tiene que ver ella? ¿Cómo sabes...?

     —Ella es mi gemela.

     El escalofrío que recorre mi cuerpo me marea.

     —¿Qué? —Logro preguntar, con la garganta seca y los ojos cada vez más húmedos, llorosos... y con el corazón apunto de salirse por mi boca.

     Observo cómo se pone de pie y da la vuelta mostrándome su espalda. Levanta su blusa y con uno de sus dedos rodea una marca en su espalda baja, la cual es idéntica a la mía. La descubrí cuando tenía trece años, y la heredé de mi progenitora.

     La marca es como un legado, la tenía mi abuela, la tiene mi madre, la tengo yo... y la tiene ella. Podría ser efecto de un buen maquillaje pero tiene la misma forma, el mismo tamaño, y, aunque no está en el mismo lugar, está en la misma posición.

     Sigo estática en mi lugar, en la misma posición, observándola fijamente.

    —Si la marca de nuestra familia no te es evidencia suficiente, puedo hablarle a tus padres ahora mismo.

    —Entonces hazlo —me limpio las lágrimas del rostro, sin querer llorar más—. Porque no te creo nada.

     —Deberías hacerlo. Soy tu tía, Alexandra.

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