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❆ VIII: Tiempo perdido ❆

~ TIEMPO PERDIDO ~

23:50

—No voy a quedarme en este lugar
—siento algo atorado en mi garganta, pero la rabia no ocupa espacio físicamente y justo ahora es lo único que amenaza con asfixiarme.

Cada vez me siento más acorralada y cuando me siento así me pongo muy a la defensiva, desgracia para la persona que me acompañe en esos momentos. Me parece que el rey Líder puede conocer lo peor de mí si no me deja con la poquita paz que puedo tener. Porque justo ahora, lo que más quiero es estar sola y me está costando horrores controlar mi mal genio.

—No pienso cambiar de opinión —responde, como si fuera la cosa más simple del mundo pasar por encima de lo que acordamos.

Mi frente se arruga al tiempo que aprieto los labios en una fina línea para no gritarle.

—No puedes hacer esto.

—Sí puedo. ¿Conoces las reglas territoriales? Si no las conoces te digo la que aplica para nuestra ocasión.

«No es cierto».

Objeto o ser que llegue a entrar a un territorio que no es el suyo, corre el riesgo de convertirse en propiedad del dueño o Líder del mismo. Ya que ese pueden establecer reglas relacionadas con el objeto, y de ser una persona, relacionadas con la persona.

—No soy ni seré de tu propiedad —digo despacio, reuniendo todas mis fuerzas para mantener la calma que no siento—. Acepté pasar la noche y no me quedaré aquí ni un segundo más.

Mi garganta está seca, estoy a nada de ahogarme.

Me muevo por la habitación, hasta que veo la jarra encima de una mesita auxiliar. Lleno el vaso para luego beberlo de dos tragos.

—Te estás equivocando conmigo, Alexa.

Se me escapa una risa irónica.

—¿En qué? —Vuelvo a dejar el vaso en su lugar.

—No soy lo que crees.

—¿Quién eres, Aleksandre? —Lo encaro.

—Tú deberías responder a esa pregunta. ¿Quién eres? —Su cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante, por un momento parece que va a venir hacia mí, pero no lo hace.

Arqueo una ceja y suelto un bufido.

—¿No lo sabes?

—¿Debería saberlo? —Se aleja de la puerta para empezar a caminar en mi dirección—. Yo soy el Líder de Wachsend, Alexandra.

Se detiene a un suspiro de mí. Si antes estaba invadiendo mi espacio, ahora puedo sentir el calor emanar de su cuerpo.

—Y sí, sé quien eres. No me creí el cuento de que eres humana, de hecho, no te lo crees ni tú —murmura despacio.

Trago saliva.

—Los dos somos superiores —su mirada está fija en mí mientras habla—. Que dicho sea de paso, tú lo eres más que yo.

Me cuesta incluso respirar. Su olor me arropa, su voz es tan persuasiva, dominante.

Tantas mentiras no han servido de nada. Él sabe quien soy.

Mi miedo se ha fusionado con la rabia para crear una explosión.

—Sí, te mentí —respondo a la defensiva—. Soy una híbrida. ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Entregarme?

—No —niega repetidas veces—. Eso sería un desperdicio.

Mi corazón late aún más fuerte, cuando en su mirada se enciende un brillo difícil de descifrar.

—Puedes hacer lo que quieras —reduzco aún más la distancia entre nosotros, al dar un paso—. O intentarlo.

Él, lejos de intimidarse, sonríe. Una amplia sonrisa se forma en sus labios, causando que me tiemblen las piernas y no de miedo, precisamente.

—Ya lo estoy haciendo.

—¿Ah sí? No sabes de lo que soy capaz si intentas hacerme daño —alterno la mirada entre sus ojos. Sus pupilas dilatadas hacen que éstos se vuelvan oscuros.

—No soy tonto. Conozco a la perfección las habilidades que posee un híbrido —dice con un atisbo de gracia—. Pero, puedes estar tranquila. No pienso hacerte daño.

Me siento tan contrariada.

—Vienes al espacio que me prestaste, invades mi privacidad, me dices que has reforzado tu seguridad, que me quedaré aquí hasta que te plazca y encima dices que no me quieres hacer daño. Si sabes quién soy ¿por qué no me has entregado a los Jerarcas?

—No es como que me guste saber que personas inocentes pueden morir y quedarme de brazos cruzados —pasea su mirada por mi rostro, causando que tiemble por razones que ni siquiera conozco—. ¿O eres culpable de algo? No sé, ¿cometiste alguna falla en contra del Mundo oculto por la cual debas ser juzgada?

—Yo soy una falla.

Él niega despacio.

—No lo creo, Alexa.

Trago en seco. Él no tiene derecho a mirarme así, a provocar estas cosas en mí, no tiene derecho a estar enfrente de mí haciéndome dudar hasta de mi existencia.

—No sé qué es eso en lo que puedo ayudarte, pero Arian no miente y la voy a escuchar.

—¡No necesito nada de ti ni de nadie! —grito, siendo consumida por la rabia, por la desesperación, por todo—. A diferencia de ti, yo sí cumplo mi palabra. Mañana me largaré de aquí, ahora necesito que me dejes sola.

No se inmuta, se queda parado en frente de mí, demasiado cerca, mirándome como si fuese una chiquilla inmadura. Ante sus ojos debo ser un bicho muy raro e impertinente.

—Ya lo he dicho. Puedes intentar hacer lo que quieras. Si deseas me voy yo, o duermo en el bosque, como te plazca. Pero en este momento necesito privacidad.

—Por más poderosa que seas —comienza a decir. Un movimiento llama mi atención: él levanta una de sus manos y con los nudillos toca, quema, la piel de mis mejillas, demasiado calmado para mi gusto—. El hecho de que estés libre después de estar merodeando por el bosque sin la protección que mereces, es solo un milagro.

Me desespera sentirme acorralada, me desespera sentir tanto justo ahora. Saber que estoy en su poder, a nada de tocar el fondo de ese precipicio en forma de castigo, y lo único que sé es que toda esta discusión ha sido tiempo perdido. Dice no querer hacerme daño, pero sea verdad o mentira, sé que él no va a dejarme ir.

Miro el reloj.

23:55

Si intento irme por las malas, quedaré muy mal parada. Él tiene una hora y cinco minutos para hacer de mí lo que le venga en gana gracias a la maldición.

—No dejaré que te vayas, Alexa —finalmente deja de tocarme, pero no para de traspasarme el alma con su mirada.

Determinación, actitud fresca, tranquila y relajada. Unos ojos que me encantan en los que veo lo de antes: Insumisión. Un hermoso y varonil rostro, cuerpo bien trabajado, piel bronceada con esas pecas que apenas se dejan ver en su rostro y en lo que puedo apreciar de sus brazos. Facciones bien definidas, no demasiado adultas, esa expresión que grita destreza, experiencia e inteligencia a sobremanera, y esa sonrisa que intenta ocultarse ante mis ojos.

¿Por qué actúa de esta forma? ¿Qué quiere hacerme saber afirmando una y otra vez que no me hará daño y que no va a dejarme ir?

Lo que yo creo es totalmente distinto a lo que me está demostrando, y debo aceptarlo, por más ganas que tenga de arrancarle la cabeza.

—¿Por qué finges? —Pregunto con voz cansina.

—No estoy fingiendo.

—¿No vas a entregarme?

Niega.

—Solo quiero ayudarte.

—Más te vale que así sea —saco mis garras y tomo su cuello con mi mano, en una clara advertencia—. Porque, pase lo que pase, tú y tu ejército no serán capaces de retenerme cuando decida largarme de aquí.

Sus ojos se desvían a mis labios por un segundo, un segundo que es suficiente para que lo note.

«¿Lo amenazo y él solo desea besarme?»

—Esa boca...

23:57

—¿Qué problema tienes con mi boca?

—¿Problema? —Su frente se arruga—Ninguno. Pero creo que tienes una lengua muy peligrosa.

—Exacto, ahora déjame sola —no se mueve—, que me dejes sola... la última palabra sale acompañada de un quejido involuntario.

Mi agarre en su cuello se deshace, cuando a toda costa procuro aliviar el dolor en mi pecho.

—Por favor —suplico.

De insistir con firmeza paso a suplicar, de gritar paso a susurrar, de soltar amenazas paso a sentir fuego en mi interior, y no ese fuego que produzco o el fuego placentero de la pasión; de ser más poderosa que él me reduzco a nada ante sus ojos. Quedando completamente a su merced.

—Por favor...

Hace tres años vagaba por el bosque en una de mis salidas y vi a un hombre, más bien, lo olí. Su aroma era embriagante. Una mezcla divina entre petricor y el olor salado del mar. Ese era su perfume. Según el destino, él era mío y yo era suya. No vi ningún defecto en él, solo me fijé en su expresión de dolor al decir las palabras que significarían mi condena a muerte. Hoy lo recuerdo en cada maldita cosa que tuve a su lado, la noche lluviosa con estrellas visibles, él, yo, el deseo, la adrenalina y las ganas de quedarme al lado de alguien eternamente.

No sé porqué lo hizo, hoy día recuerdo ese rostro cansado que me parecía el más atractivo, y lo único que pienso es en que sus expresiones de dolor, además del miedo, pudieron ser fingidas. Desde ese día no he vuelto a ser la misma, porque sufro de la forma más dolorosa, porque su rechazo me dolió, porque me duele... porque debe doler. Pero porque deba doler no significa que sea bueno, bonito o agradable.

No.

Es desgarrador y tortuoso, me hace querer morir mientras me consume de forma lenta entre las llamas del desamor.

El dolor de ese rechazo incrementa con el tiempo, cada vez duele más, y más, y más... Los compañeros son destinados, pero se supone que a pesar de eso ambos deben elegirse, depender uno del otro. El amor, la admiración, el anhelo, los sentimientos, las emociones y el deseo deben ser recíprocos. A pesar de todo eso, algunos rechazan.

Algunos como él.

Tengo ese dolor adherido a mí, años después no sé vivir con él y me mata. Soy inmortal, tengo que existir con eso por el resto de mis días, intentando no sentir; intentando no desear morir cuando me consume.

Están las segundas oportunidades, pero no creo que haya una para mí. Me resigné. Más que nada, porque sé que estar a mi lado sería como un cielo en medio del infierno al que me condenaron. Estar a mi lado sería un pecado y sé que nadie se arriesgaría por mí.

Me toca sentir innumerables cuchillos incrustarse en mi alma, de esos que me hacen retroceder en busca de refugio, mientras trato de arrancarme la ropa para aligerar la sensación que quema mi corazón, me toca sentir como dejo de respirar por una hora completa, me toca impedirme desear que termine mi dolor y con él mi vida.

Todo esto me hacía sentir sucia e insignificante. Como una impura más o una mujer a la que rechazaron por no ser suficiente. Pero hace poco entendí que el problema no soy yo; no soy sucia, impura, insignificante y mucho menos insuficiente. Soy lo que cualquiera desearía tener. Soy una fuente de sentimientos reprimidos, de dolor, poder, riesgos, condenas... también una falla y una fuente de oro y plata para quien me entregue al Consejo.

Triste, lo sé.

23:58

Esta discusión con el Líder de Wachsend no ha hecho más que quitarme los pocos minutos que tenía para no quedar expuesta. Debí pensar con la cabeza fría, debí pensar antes de hablar, debí pensar antes de hacer, no es una pluma lo que llevo en mis hombros. No debí transformarme, no debí traer a Arian, no debí aceptar entrar a este territorio, no debí actuar de manera tan inconsciente.

—Vete —incluso yo puedo escuchar lo destrozada que suena mi voz.

00:00

Scheisse susurro buscando cómo aliviar la dolorosa sensación de quemazón. Un grito desgarrador sale de mi garganta haciendo que duelan mis cuerdas vocales.

Quiero arrancarme el corazón.

Solo sé que no debo desear morir, que no puedo consumirme en mis propias llamas, que contar los segundos hará que acabe más rápido y que debo procurar apaciguar el dolor, aunque, en realidad, una vez empieza, nada puede detenerlo.

Otro alarido inteligible me abandona como un grito de auxilio, sin que esté pidiendo auxilio a nadie, porque nadie me escucha. Nadie hará nada. Yo no necesito a nadie.

Caigo de rodillas en el piso, sujetando mi pecho, obligándome a cerrar las manos en puños para no arrancarme la piel, haciendo presión ahí, justo donde un agujero negro se vuelve cada vez más profundo. Hago fuerza en el lado izquierdo, procurando que duela menos, como un consuelo para mí misma, uno que no consuela; un consuelo jodidamente inútil.

Lo peor es seguir siendo consciente y tener que obligarme a pensar en unicornios voladores. Maldición.

Me acerco a la cama.

Entonces recuerdo que sí, que ahí hay alguien conmigo, cuando veo sus zapatos plantados en el piso a través de mis ojos inundados de dolor. Miro hacia arriba con la mirada empañada, me sorprende ver sus ojos cargados de furia y su mandíbula apretada tan fuerte que creo también debe doler. Pero me sorprende más el notar la compasión en su mirada.

No me gusta, no me gusta que nadie me mire mientras sufro, no me gusta que me miren con esa cosa en los ojos. No me gusta que vean en mis ojos los trozos de algo que no se rompe, no me gusta que me miren así y vean mi alma.

—Alexa.

Intento levantarme con la intención de encerrarme en algún lugar, para después irme aunque sea necesario transformarme para lograrlo. Él me ayuda a levantarme, pero no a esconderme de su mirada.

—Ve-vete...

No puedo terminar la oración, siento que me ahogo. No puedo respirar, ya no puedo gritar y mi garganta escuece, mi alma escuece, la piel me quema. El corazón me quema, la vida me quema...

Me desplomo en el piso. Escucho voces, siento unos brazos sostenerme, porque aún sigo consciente.

¿Por qué no me pierdo en la oscuridad de una jodida vez?

No dolía tanto.

«¿Por qué...? ¿Por qué a mí? ¿Por qué no me mue...?»

—Alexa —Acuna mi rostro entre sus manos—. Alexa. Escúchame: esto pasará, aunque te duela tanto.

No huelo nada, mis pulmones se queman por la falta de oxígeno y la temperatura de mi cuerpo. Mis ojos arden. Mi alma grita en un abrumador silencio, mi cabeza va a estallar y no puedo canalizar todo lo que estoy sintiendo.

Voy a joderme.

El dolor es cada día peor y llegará un momento en el cual no soportaré más y me rendiré como una cobarde. No lo soy, pero no soporto como mi alma se estruja en busca de alivio con esta maldita maldición degradándome a alguien débil ante la bestia que me tiene presa.

He sido obligada a llorar sin lágrimas, maldito sea el dolor, necesito que esto se acabe ya.

—Alexa mírame —ordena, sosteniendo mi rostro.

Está hincado en el piso, a mi lado. Intento sostenerle la mirada, pero en sus ojos hay pena, hay lágrimas como el agua de un río crecido a punto de desbordarse. Mis párpados se cierran, dejo de buscar refugio en esos irises que tanto me dicen y a la vez no expresan nada.

No puedo fijar mi vista en la suya, no puedo hacerlo, no puedo...

«Mis ojos».

No puedo dejar que siga viendo mis ojos. No, no, no, no.

—Alexa mírame. Mírame... ¡Que me mires! Verdammte Hölle!

No le obedezco.

Solo me dedico a acariciar mi pecho, justo ahí, donde arde.

No puedo exponer más a quienes amo. No puedo dejar que...

Sus brazos me pegan a su pecho, me abraza contra sí como si su vida dependiera de ello. Escucho sollozos, no uno, ni dos, ni tres. Son demasiados. No puedo rechazarlo, no puedo hacer nada más que envolver mis brazos por su cuerpo y presionarlo contra mí, aferrándome a él. Voy a arrepentirme, lo sé perfectamente, pero luchar contra la muerte, el dolor, el fuego que llevo dentro y cuidar mi mente es algo jodidamente difícil.

Entierro mis uñas en su espalda, sin ser consciente de que lo lastimo. Suelto quejidos mudos, quejidos que expresan todo lo que estoy sintiendo, quejidos que expresan lo que siente mi alma sin voz.

es wird Dir gut gehen...

Sus susurros en mi oído me causan escalofríos, y también causan que lo apriete más a mí, como una niña asustadiza en medio de un huracán.

Me duele la existencia.

No pienses en eso, hija.

«Adalia, te necesito aquí conmigo. Madre...»

—¿Quién fue capaz de hacerle esto?

Soy Alexa, la híbrida más poderosa que nació por voluntad de Lo divino, no quiero sentir esto una maldita vez más. Me consume, no soportaré...

—Alguien sin alma.

—Bas-ta... ¡por favor!

1:00

Trago saliva buscando aliviar la quemazón e intento respirar con normalidad. Me quedo abrazada a él, sin querer que se aleje, sin querer abrir los ojos, sin querer ver lo que le hice.

Entre sus brazos me siento protegida, todo lo contrario a lo que debería sentir. Mientras el dolor mengua sollozo, mojando la tela que cubre sus hombros con esas lágrimas que anhelaban ser derramadas. Nos mantenemos en el piso, en silencio. Hasta que pasa sus brazos por debajo de mis piernas, me carga y luego me deja en una superficie fría.

—Yo lo hago —reconozco la voz de Amalia.

No digo nada cuando quitan mis botas, tampoco cuando quitan mi correa, desabotonan mis pantalones, bajan la cremallera y luego me los quitan. Siento la lluvia artificial recorrer mi cuerpo con lentitud haciéndose sentir en cada parte de mí. Las dos prendas de tela que tengo puestas son lo único que cubren esas partes de mi cuerpo. En otro momento quizás arrancaría los ojos de cualquiera que se atreviera a mirarme, pero no puedo mover un músculo, a pesar de lo mucho que quiero protegerme, proteger mi cicatriz ante los ojos de estas personas.

No me queda voluntad propia, mis fuerzas tardarán en volver. Y, la verdad, quisiera no sentir nada.

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