❆ LXV: Inminente destino ❆
~ INMINENTE DESTINO ~
Alexa
«Entregaron a Laurie a nuestros enemigos.»
Mi hija.
A los malditos Jerarcas.
El aparato en mi mano se deja de escuchar cuando lo hago pedazos al ejercer demasiada fuerza. No me importa, de todos modos no necesito escuchar nada más para sentir la fuerte punzada en mi pecho, y el nudo que provoca el estallido de rabia en mi garganta.
Sé lo que sucedió, al recibir mi carta actuaron como los cobardes que son, tal vez persuadieron a alguien o no sé cómo rayos se dieron cuenta de que los bebés se encontraban en Dunkelheit. Pero una vez les he revelado mi nombre y mis apellidos también les he dado a conocer mi origen, incluso mi mezcla. Ese no fue el error. Hagan lo que hagan, su futuro está escrito, pero si algo le pasa a mi hija, no solo van a morir, me encargaré personalmente de que eso suceda de las peores maneras habidas y por haber.
Mi visión del hombre enfrente de mí se empaña por causa de las lágrimas.
—Si... —trago saliva con dificultad—, si algo le sucede a mi hija, juro que voy a hacer que estalle toda Italia sin importar quién mierda esté dentro.
No dice nada, solo me observa con seriedad, evaluando mi reacción, tal vez intentando averiguar mis próximos movimientos. Es por eso que cuando afirmo mi agarre en la daga y doy dos pasos hacia atrás con la intención de salir del despacho, una sola mirada suya hace que me congele durante unos segundos.
—No intentes impedir que haga algo —le advierto—, porque no lo vas a lograr.
—No voy a impedirte nada, fiera. Solo quiero decirte una cosa.
Mis labios se separan cuando mi cuerpo exige algo de oxígeno.
Él se levanta, y camina hasta quedar justo enfrente de mí.
—Tienen a nuestra pequeña, pero no le harán daño. Solo quieren atraernos. Aunque cueste hacerlo, es mejor guardar el estallido de emociones para permitir que se desaten en el momento exacto. —La rabia chispeante en su mirada no acompaña el tono calmado de sus palabras—. Mantener la calma en medio de la tormenta te puede hacer saber hacia dónde va, pero también darte el mando para dirigirla.
Alterno mi mirada entre sus ojos, encontrando allí la representación de todo lo que siento. Por más calma que quiera aparentar sus ojos no mienten, son la perfecta descripción de caos. Aún así, sus palabras se mueven en medio nuestro.
—¿Qué harás? —Pregunta luego de unos segundos en los que ambos respiramos con dificultad.
—Lo que ambos queremos hacer.
—Supongo que no quieres que yo vaya contigo.
Niego.
—Pero no te lo tomes personal.
Toma mis manos y observa mis muñecas, pero solo en una nota la tinta negra de la brújula grabada en mi piel. Luego vuelve a clavar sus ojos en los míos, la petición en mi mirada hace que me suelte con dificultad.
—Dame cinco minutos —digo, y sin más salgo del despacho.
Lo primero que hago es tomar un frasco completo del antídoto que oculta el olor, sin rechistar, por mucho que odie el sabor sé que el efecto que provoca es algo que necesito. Luego me dirijo a la habitación, estando en ella me desnudo, para volver a vestirme. Me pongo unas botas, unos pantalones de cuero, un corset y un gabán. Todo ceñido a mi cuerpo, de un cuero negro tan reluciente y ajustado que provoca en mí la sensación de estar en mi forma humana pero al mismo tiempo en la piel de mi dragón.
Ato mi cabello e introduzco mi daga en el interior del corset, entre mis pechos. El mango con detalles en oro reluciente sobresale y eso poco me importa, justo ahora es como un atractivo accesorio para mí.
La vestimenta no es el traje de una superheroína, me brinda comodidad, me hace sentir como una verdadera miembro de Dunkelheit, flexible para facilitarme la tarea de hacer cualquier movimiento sin dificultad alguna.
Lista para matar.
Termino de vestirme, y soltando un suspiro salgo de la habitación.
Al bajar las escaleras y dirigirme hacia la entrada principal de la mansión, mi esposo me recibe con su mirada verde ambarina brillando con demasiadas cosas entre las cuales distingo la satisfacción a penas me repara de pies a cabeza. Sostiene mi aljaba con el fino arco en su interior, con más flechas de las que recuerdo haber traído a Wachsend y varias armas que, apenas me acerco a él, coloca en mi muslo, una funda de cada lado. Siento el peso de las armas cargadas y levanto una pierna, comprobando que eso no me limita en ningún sentido, mientras él me pone el cinturón de municiones en la cintura.
—Supongo que no aceptarás un no por respuesta —murmuro, refiriéndome al cargamento que me ha puesto. Tomo la aljaba cuando me la tiende.
—Supones bien. Izquierda nitrato de plata, derecha ultravioleta. —Se acerca a mí, con sus ojos clavados en los míos incluso cuando toma mi mano derecha para depositar un beso en el dorso de la misma, luego de acariciar la piel de mi mano con sus labios, la deja en el lado izquierdo de su pecho para luego besarme mientras siento los latidos de su corazón contra mi palma—. Cuídanos.
Mis cejas se elevan ante ese susurro suyo contra mi boca.
—Lo haré.
Una sonrisa apenas perceptible estira sus labios.
Mi mirada se vuelve a posar en ellos pero regresa a sus ojos.
—Lo sé, pero con eso te pido que te cuides tú. Recuerda que tú eres mi vida, y que si yo te pierdo a ti nuestros hijos nos pierden a los dos.
Soy yo quien busca de él cuando me acerco para inundarme más de su aroma al rozar mi nariz contra cuello.
Respiro profundo cerrando los ojos, al abrirlos me alejo de él sintiendo las yemas de sus dedos rozarme la piel de los brazos cuando finalmente me deja ir.
—Solo búscame si en tres semanas no estoy contigo —le digo sin mirar atrás cuando le doy la espalda para avanzar.
Lo digo como si no pretendiera volver a sus brazos nunca más, aún cuando lo que pretendo es no volver hasta conseguir la anhelada paz junto a mi familia, dejar de lado la incertidumbre ante el futuro y quitar de mi mente el peso de mi propósito de una vez por todas. Así me lleve meses, años lejos de él, prefiero morirme de abstinencia a que seamos interrumpidos mientras hacemos el amor por la advertencia de una nueva traición. Prefiero saber que está bien, privarme de su presencia, de su olor y de su mirada por un tiempo que no disfrutar de ello plenamente.
Prefiero posponer mi felicidad para finalmente cumplir mis objetivos.
—Eso es demasiado tiempo.
Trago saliva cuando lo miro sobre mi hombro tras escuchar sus palabras.
Yo tampoco creo soportarlo.
Como tampoco soporto imaginar a mi hija lejos del calor de su familia.
—Entonces dame tres días... solo tres.
«Para acabar con todo esto.»
Vuelvo mi vista hacia el frente.
—Tienes tres días, fiera, si no vienes a mí yo iré por ti.
Lo sé.
Despliego mis alas, sin transformarme, y vuelo hacia el suroeste. Y una vez avanzo, no paro hasta llegar a mi destino.
❆. ~•❆•~ .❆
Nunca creí que mi primera visita al reino al cual pertenezco sería en estas circunstancias. Tampoco que al intentar entrar al territorio me iban a encadenar con cadenas de acero como si fuese una cualquiera. No digo nada al respecto, solo espero a que, tal y como dijo el comandante, vaya en busca de su Rey.
Le quiero ver la cara cuando sepa que soy su hija.
Rompo las cadenas de un solo tirón, los hombres que el Líder dejó para que me "vigilaran" en segundos están apuntándome a la cara con sus espaldas. Me levanto del suelo sin importar que sus filos me rocen y sacudo mis palmas.
—Al suelo, intrusa —Advierte un moreno alto y musculoso, acercando su espada peligrosamente a mi rostro, incluso más que las otras que me apuntan.
En un movimiento le tumbo la espada al suelo y con dos tengo mis garras a punto de clavarse en su cuello cuando me engancho a su espalda. Con una sola mirada le hago saber a sus compañeros que al mínimo movimiento que hagan le rompo el cuello, aunque solo se trate de una advertencia ellos se mantienen quietos. Minutos después reconozco los pasos que se acercan y a través de la reja visualizo a mi padre junto a Adalia.
—¿Por qué tanto alboroto? —Les reprende, con calma, pero con ese tono autoritario que incluso a mí me haría inclinar la cabeza—. La señorita es Alexandra Schwarz Pierce, mi hija, creo que todos le deben una disculpa.
Suelto al hombre de un empujón y me bajo de su espalda.
—Lo lamento mucho, no sabía...
Levanto una mano y él se calla.
—Para la próxima retiren todas las armas de su prisionero —abro el gabán, mostrándole más que la aljaba—, pude haberlos matado a todos en un segundo.
Todos inclinan sus rostros, avergonzados y yo me acerco a mi padre, restándole importancia a la situación, tomando aire para no soltar todas las preguntas que tengo como si fuese una desquiciada, lo saludo a él y a mi nana, quien camina conmigo hacia el castillo junto a mi padre para permitirme atravesar el Manto protector.
Los cuerpos en la entrada no me pasaron desapercibidos, mucho menos las pilas de cadáveres que humean y escurren sangre contaminando el aire al igual que el pasto. Los portones de la entrada son de plata y altos, hay cantidades de torres de piedra ubicadas en lugares muy estratégicos, en ellas hay vigilantes, dos en cada una, específicamente. Se encuentran en su forma humana pero para nadie es un secreto que necesitan convertirse para subir. Hay otras torres más bajitas, también de seguridad, administradas por una sola persona.
Una de las más pequeñas fue la primera en notar mi presencia frente a los portones.
En mi camino hacia el reino no me transformé en ningún momento y, a pesar de poder hacerlo para entrar, preferí no armar más escándalos de los que ya estaba provocando mi presencia entre el mar de cuerpos aniquilados, incluyendo unos veinte dragones de hielo caídos por tierra, sin cabeza y con quemaduras de cadenas de plata rodeando sus fallecidos cuerpos.
—La lucha no fue fácil, pero vencimos —comenta mi padre al tiempo que avanzamos para cruzar el único puente que nos permite llegar caminando al castillo, por causa del ancho lago que rodea todo el territorio del mismo.
El castillo es de piedra y también tiene varias torres que lo hacen ser más alto que las demás casas, pero aún así las torres de seguridad más altas le superan en altura (lo que supongo es estrategia para que el clan opuesto u otros enemigos no tengan fácil acceso a él ni puedan esconderse entre las nubes), eso me hace pensar que, claramente, no cualquiera puede subir a esas torres.
Las demás casas, a diferencia del castillo real, rodean el lago. En ellas viven los numerosos habitantes del Reino, formando así el pueblo de Dunkelheit.
El agua cristalina del lago lo hace parecer un diamante azul por el reflejo del cielo. La misma está decorada con hojas caídas de distintas tonalidades.
Al ser consciente del ambiente que me rodea, los colores y las sensaciones que me inundan, entiendo que los ojos de mi esposo son una clara representación del reino del que provengo.
Jamás volveré a verlos de la misma manera, no sin que me recuerden Dunkelheit al apreciar el verde mezclado con ámbar.
—El único problema —continúa—, es que mientras luchábamos alguien dentro del castillo logró salir en algún momento, probablemente mientras Adalia permitía que uno de nosotros saliera para apoyar en la batalla —suelta un suspiro al clavar sus ojos en los míos—. Y cuando lo encuentres puedes hacer con él lo que quieras.
—Sabes quién es —afirmo.
Mi padre asiente, sus ojos brillan con rabia, tanto como las esmeraldas en su corona, que, a pesar de no ser una joya extravagante ni ostentosa, rodea su cabeza como un cinturón de oro reluciente, teniendo un gran significado y diciendo cosas que todos saben con solo verla sobre su cabeza.
—No fue muy inteligente, a pesar de que pudo ocultar perfectamente su salida con mi nieta, no pudo hacer lo mismo con su rastro. Es cuestión de tiempo que conozcamos su ubicación; nadie moverá un solo dedo con respecto a él, es todo tuyo, hija.
Tomo aire, conteniendo todo lo que quiere estallar dentro de mí.
—¿Hace cuánto sucedió todo?
—Unas tres o cuatro horas.
—No me voy a perdonar si algo le sucede a mi hija.
Él se detiene, se posiciona enfrente de mí posando sus manos en mis hombros.
—Te fallamos...
Niego.
—El error fue mío y de Aleksandre. Iba a sucederles algo, algo iba a pasar, una traición... pero no sabíamos dónde. El error fue nuestro al traerlos aquí, ni toda la protección, ni toda la seguridad pudieron evitarlo, nada pudo evitar que se llevaran a mi hija —trago saliva con dificultad, provocando que él me acaricie las mejillas con cariño, como lo hacía al pasar conmigo las noches de dolor buscando calmarme, aún cuando hago un esfuerzo descomunal para no enloquecer, para pensar con claridad y poder encontrar algo que me lleve a mi bebé.
—El destino es inminente, cariño.
Niego repetidas veces.
—Mi destino no puede ser perder a siquiera uno de mis hijos, si algo les sucede me muero.
—Siempre habrán miedos a los cuales debemos enfrentarnos, Alexa.
Vuelvo a negar. Enfrentar mi mayor miedo, la sola idea de que pueda hacerse realidad mientras mi pequeña esté en manos de esos malditos me va a matar.
Al ingresar al castillo no miro a nadie, solo me dejo guiar por la presencia de aquellos seres que necesito tener entre mis brazos tanto como su hermana. Apenas son bebés de meses pero la falta de algo en sus miradas me rompe aún más. Desde que nacieron han estado juntos y que justo ahora mi pequeña esté quién sabe dónde los tiene inquietos. El deseo de amamantarlos se ve opacado por la rabia que me aturde al recibir información de mis padres sobre la persona que apenas encuentre acudirá a su cita en el infierno, lo evito a toda costa, pospongo los momentos de calma aún cuando son lo que más ansío porque, todo lo que me invade al recibir el nombre de quién nos traicionó se lo podría transmitir aún más a mis pequeños, que a pesar de sentir que algo va mal, a pesar de extrañar a su hermana son dos pequeñas criaturas absortas de la realidad, inocentes.
Lo que siento justo ahora es demasiado incluso para mí.
La ira contenida, el enojo y todas las emociones a punto de estallar dentro de mí escuchan la voz de Aleksandre entre mis recuerdos pidiéndome calma, a pesar de que es lo que menos siento en estos momentos. Aún así no me descontrolo como las personas a mi alrededor esperan, tomo bocanadas del aire tenso buscando un poco de estabilidad para no ahogarme en medio de la tormenta.
Rompo la puerta de su habitación de una patada y me adentro en ella, impregnándome de su sucio olor, pero no me detengo ahí, tomo las sábanas de su cama y las llevo a mi nariz no queriendo perder un detalle de lo único que me puede llevar a él aún cuando todo lo que siento es asco.
Vuelvo el lugar un desastre en pocos segundos, buscando pistas, con su retrato incrustado en mi cabeza y una sentencia de muerte que anhelo cumplir hasta el desespero. Con la respiración agitada pretendo salir de la habitación, rendida, hasta que uno de los cuadros que golpee con otros objetos termina siendo el último por caer al suelo, revelándome la existencia de un pequeño cofre negro y rectangular incrustado en la pared. Lo tomo y lo fuerzo hasta que la llave para abrirlo resulta ser innecesaria.
Dentro de él encuentro varios sobres que esparzo por el suelo. Me agacho para leer las cartas recibiendo los golpes de mi memoria al reconocer la letra y sus remitentes. Pero la que me deja al borde de la histeria se trata de una que a pesar de estar escrita y sellada al parecer nunca llegó a manos de su destinatario.
No pongas en duda el que logre entregarte a esos bastardos de mi querida sobrina, Clear, pero es más difícil de lo que parece. Están rodeados de protección, mi reino está plagado de híbridos asignados solo para mantenerlos a salvo. Necesito una excelente distracción para cumplir mi parte del plan.
—S
La realidad de sus palabras me golpea. Al parecer ni siquiera esperaron a que les pidiera la maldita distracción. Ese maldito no solo puso la vida de mis hijos en peligro, sino también la de mis padres, la de los híbridos y todo Dunkelheit.
Las lágrimas corren por mis mejillas como una fuente de agua, pero no hay llanto, la rabia que siento me supera y aunque intento mantenerme a raya no logro frenar mis acciones.
Ignoro la mirada de todos, incluso la mirada preocupada de mi madre.
Ni siquiera me importa si ya conocen su paradero.
Dejo un beso en la frente de mis hijos y la carta en manos de mi padre.
Adalia me permite salir a través del manto cuando con una mirada se lo pido, junto a una súplica implícita que ni siquiera tengo que verbalizar.
—No nos apartaremos de ellos —afirma mi madre en medio de un susurro.
Salgo del reino sabiendo que mi blanco es el antiguo Rey, otro traidor al cual le corre mi sangre por las venas y al que no estoy dispuesta a perdonar. No dió una orden ni hizo tratos como Amalia con el demonio francés, él mismo tomó a mi hija con sus malditas manos firmando así su jodida sentencia de muerte.
Jens Schwarz se encargó personalmente de tomar a mi hija para entregarla a esos malditos.
Y yo me encargaré personalmente de arrastrarlo al infierno como un perro para cumplir su inminente destino.
❆. ~•❆•~ .❆
Las traiciones duelen. Sé que a mí no me duele nada comparado con lo que deben estar sintiendo mi abuelo y mi padre, ni siquiera había visto al hombre en mi vida pero era consciente de nuestro lazo familiar. Mi padre me ha hablado de él incontables veces, con hermandad, cariño y respeto. Creí que el sentimiento entre ambos era mutuo e incluso llegué a pensar que había sido muy maduro y respetuoso al entregarle la corona de Dunkel a su legítimo heredero luego de que él mismo la rechazara. Pero es todo lo contrario.
Hacer planes con el enemigo sin que te importen las consecuencias para tu familia no tiene justificación, ni siquiera el que te hayan arrebatado una corona que no te pertenecía. Pero la ambición ciega, la envidia y el deseo de venganza son armas letales que podrían llevarte a un destino vil y miserable.
Observo al hombre de larga cabellera negra envuelto en una bata negra de seda, sosteniendo una copa de vino con suma elegancia entre sus dedos. Su cabello es reluciente y por un momento repugno el tener sus mismos rasgos. La casa que ha rentado en Palermo es lujosa, digna del Rey que no es. Ha sido astuto al elegir el territorio de sus aliados para esconderse pero demasiado estúpido al no ocultar su olor ni cuidarse las espaldas.
Con mi espalda pegada a la pared de la casa construida a la antigua, lo observo durante varios minutos, tras cruzar la puerta principal luego de forzarla hasta que me cediera el paso sin ponerlo alerta.
A pesar de tener todo para mantener una postura relajada, se ha quedado estático en su lugar al sentir mi presencia.
—Refugiarte en el mundo de los humanos pero en el territorio de tus amiguitos del Consejo fue un buen plan. —Susurro abriendo y cerrando mis manos, pero con la mirada clavada en su nuca. Los dedos me arden al querer acabarlo de una vez por todas—. Pero lamentablemente, no hay ningún lugar en este planeta en el que te puedas esconder de mí, tío.
Me acerco a él a paso lento, captando toda su atención en cuanto sus ojos verdes se posan en los míos.
—Tan parecido a mi padre y a la vez tan diferente —la copa de vino se desliza entre sus dedos hasta caer al piso, derramando el líquido al quedar destrozada en diminutos pedazos—, demasiado ambicioso para tu propio bien.
Cierra la boca pero ni de su rostro ni de su cuerpo desaparece la impresión.
—¿Alexandra?
Asiento con una sonrisa carente de gracia dibujada en mis labios.
—La madre de la pequeña inocente que entregaste a Antarktis White y que metiste en tu sucio juego.
Los latidos de su corazón no podrían ser más desesperados.
No dejo de avanzar hasta que casi rozan nuestras narices.
—¿Sabes que por eso me tienes enfrente de ti? —Alterno la mirada entre sus ojos—. Lo sabes.
—Si eres igual que tu padre, solo salen de sus guaridas cuando les conviene —la seguridad de sus palabras no acompaña el ligero temblor de su cuerpo.
—En eso tienes razón, no nos gusta ser el centro de atención, bajo perfil y lejos de las constantes batallas que buscan nuestra participación es donde deseamos estar —susurro, casi con dulzura—. Sabes que mi padre nunca quiso ser el Rey de Dunkel, tomó el trono porque yo se lo pedí.
Aprieta los puños, al tiempo que la rabia aparece para mezclarse con odio en sus ojos.
—Pero ahora, estoy segura de que haberlo hecho le enorgullece bastante al saber que tú nunca fuiste digno de gobernar un reino como el nuestro. —Permanezco en silencio durante unos segundos, saboreando todo lo que desprende a través de sus ojos—. Dunkelheit es demasiado para ti, queda más que demostrado al ver cómo le has entregado una pequeña que lleva tu sangre a alguien que desea desaparecer a todos los Dunkel del mapa.
Sus ojos se desvían un segundo a la espada que reposa en la mesa a unos pasos de nosotros, luego gira su rostro completo hacia ella con la intención de tomarla, pero no se lo permito. Tomo su barbilla con fuerza y lo empujo hasta que se estrella contra la pared más cercana. Con mis uñas convertidas en garras perforo la piel de su cuello al rodearlo con fuerza, incrustando veneno, uno del que mordiéndose a sí mismo se podría salvar. Él intenta darme una cachetada.
—No vas a ponerme tus sucias manos encima, antes te las rompo.
Y eso hago, provocando que se le escape un fuerte alarido de sorpresa y dolor. Después lo tomo por los hombros, clavándole mis garras un poco más profundo que en su cuello.
—¿Dónde está mi hija? —Pregunto, dejando de lado la fingida paciencia que no tengo.
No responde.
Entierro mis garras aún más en su carne.
—¡¿Dónde está mi hija?!
—¡No lo sé! —escupe con rabia—. Se la di al Clear, no sé en qué lugar la tiene ni lo que le está haciendo.
Mi mano desocupada le cruza el rostro de una cachetada cuando suelta una referencia de algo que no soy capaz ni de imaginar.
—Eres una maldita escoria —lo dejo en el piso de una patada, y tomo la daga de entre mis pechos. —No seguiré perdiendo mi tiempo contigo.
«Tampoco me arriesgaré a que se escape o haga algo peor.»
A pesar de todo el deseo que tengo de hacerlo sufrir.
Logra levantarse y cerrarme la puerta del baño en la cara cuando lo sigo, pero no logra impedir que la rompa poco después. Intenta morderse la muñeca para sacarse el veneno pero al tenerlas rotas no le resulta fácil, más bien imposible.
Sin mediar palabras le rebano el cuello no importando sus intentos de forcejeos. La vida desaparece lentamente de sus ojos cargados de dolor, más por el veneno que por las heridas mortales que lo desangran minutos después. Tomo un candelabro de la pared y observo su cuerpo arder hasta que solo quedan cenizas, también impidiendo que las llamas lleguen a algo mayor.
No importa que no me haya dado la ubicación de mi hija, yo misma la descubriré y voy a destrozar todo obstáculo con o sin vida que quiera impedir que la tenga de nuevo en mis brazos.
Ya hice lo que tenía que hacer antes de centrarme en su búsqueda, no puedo perder más tiempo, cada segundo de incertidumbre es una advertencia para mi cordura. Necesito ver a Laurie con mis propios ojos, tocar sus mejillas sonrojadas, su abundante cabello negro, sus manitas...
En mi mente escucho su llanto de miedo, su llanto por el dolor que provoca el hambre en su pancita vacía hace horas, su llanto al no sentir el calor de sus mellizos, el calor de su padre, el calor de su madre. Me está destrozando la sola idea de que esté llorando aterrada.
Me tambaleo tomando bocanadas de aire por la falta de oxígeno que provocan en mí los malos pensamientos. Ruego a Lo divino para que la mantenga intacta, para que cuando la encuentre logre llevarla conmigo de vuelta a casa, para que pronto termine este calvario que significa estar muerta de miedo y lejos de mi familia.
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