❆ LXIII: Castigo & Venganza ❆
~ CASTIGO & VENGANZA ~
~ Varios días después ~
Alexa
Lo primero que hago, cada día, es llamar a Dunkelheit. Y este al iniciar no es una excepción.
Últimamente mi rutina ha cambiado, al despertar luego de tener la base para iniciar el día con el pie derecho, lo siguiente que hago es disfrutar del semental exquisito que cada mañana me rodea con sus fuertes brazos y no me deja salir de la cama hasta dejarme extasiada, a veces aquel danzante momento de placer intenso se traslada a la ducha cuando despertamos acalorados a más no poder. Yo gustosa correspondo a cada uno de sus deseos pues, el anhelo que sentimos uno por el otro no hace más que aumentar.
Lo siguiente que hacemos es desayunar en el comedor junto a los demás integrantes de nuestra casa, con los cuales de algún modo hemos desarrollado una estrecha relación. Aunque, como todos saben y se han enterado, Aleksandre y yo siempre estamos listos para desconfiar.
Luego del desayuno nos aseguramos de que todo esté bien revisando las grabaciones de seguridad y el territorio de la manada. Después de eso se nos va el día entre comidas, entrenamientos, otros asuntos de la manada y armando estrategias para acabar con El consejo.
Que los pequeños de la mansión estén en un lugar seguro, debidamente protegidos, luego de una llamada, nos deja listos para continuar el plan que nos llevará a cumplir nuestro anhelado objetivo y sin distracciones.
Justo ahora la principal de mis motivaciones es saber que al culminar con todo tendré a mis bebés de vuelta, junto a mí y junto a su padre; donde deben estar.
Nuestro plan solo necesita los últimos retoques, ya que cada integrante de la misión se ha centrado en su papel. Archibald ha logrado un mapa de todo el territorio que compone las ruinas, el cual Bianca ha confirmado diciendo que no ha cambiado nada a pesar del tiempo. Tenemos la ubicación exacta de Adara y, aunque el griego no lo sabe, hay otras dos ubicaciones también en las ruinas en donde tienen a sus hermanos.
Me sorprende que, meses antes Lo divino me haya advertido a mí a través de un sueño que la pobre Adara perdería su pequeño recién nacido con muchísimo tiempo de antelación, el cual según Archibald nació antes de tiempo y estaba vivo de milagro cuando abandonó Sicilia para regresar con la información. Fue una revelación que confundí con las consecuencias de mis actos, pero que a día de hoy recuerdo a la perfección y puedo relacionar con la situación de manera correcta como cuando descubrí que Adara estaba viva. En el momento solo tenía una sospecha que se hizo realidad de una manera más bestial cuando el Clear dijo que esos escuálidos abusan de ella cada vez que les da la gana, y que últimamente la utilizan como un jodido objeto de poder y una fábrica de bebés.
Anker está centrado en recuperar a su madre, confiado en mi palabra que se encuentra en manos de los Jerarcas gracias a unas incompletas y sutiles informaciones que recibió de Archibald.
Incluso Raven, Vanora y Sebastian se han sumado al escuadrón. Estos dos primeros manteniendo una lejanía innecesaria entre ellos, Vanora por miedo y Raven por respeto a la decisión de la pelirroja de mantener distancia. Distancia que anhelo saber el tiempo que podrá mantener, todos notamos las miradas fugaces que le dedica al castaño y que procura disimular a toda costa.
Por otro lado está la construcción de la ciudad de Wachsend, en la que mis suegros han estado poniendo ese toque de antigüedad mezclada con las ideas innovadoras de mi esposo que tanto me encanta en toda la manada. Todo está quedando exactamente como él quería y yo estoy ansiosa por ver el resultado.
Como cada mañana, a penas soy consciente de que está iniciando el día tomo el teléfono de la mesita a un lado de la cama y marco el número de mis padres hasta que alguno de los dos se digne en contestar, en esta ocasión no espero tanto como la última vez.
—Cariño.
—Buenos días, madre.
—Buenos días, eres tan puntual.
—Sabes exactamente lo que necesito para afrontar el día con un poco más de paz. ¿Puedes dármelo?
—Yo encantada, solo déjame ir hasta su habitación.
Hago una mueca, consciente de que ella no puede verme, para expresar mi disgusto con respecto a ese tema.
—¿Siguen dejándolos dormir solos?
—No, anoche Adalia durmió con ellos, dijo que conociéndote te encantaría la idea.
—Dile que lo siga haciendo, pero por favor no vuelvas a dejar que amanezcan los tres solos o me va a dar algo.
—Esa paranoia, Alexandra.
—Se llama ser precavida y me lo enseñaste tú más que nadie.
—Lo acepto, pero también acepto que aquí en Dunkel están seguros. En el castillo lo están, hija mía.
—No voy a fiarme de nada.
A mi lado, con la cabeza enterrada en el hueco de mi cuello, un Aleksandre bastante satisfecho, asiente, para luego dejar un cálido beso en la cicatriz de su marca que me deja aturdida al menos por cinco segundos hasta que una pequeña risa capta toda mi atención.
—Pequeño Enzo, ríe para mamá.
La línea se queda en silencio hasta que vuelvo a escuchar esa melodía preciosa que remueve una tibia sensación en mi pecho.
Suelto una risa leve.
—¿Por qué está tan contento mi pequeño?
Mi madre ríe.
—Arian le está haciendo cosquillas. Laurence está durmiendo en su cuna y León recién despierta —se hace un pequeño silencio—. Para que veas que todo está en orden.
La sonrisa permanece en mi rostro.
—Gracias, por darme calma. Y aunque muero de ganas de volver a tenerlos en mis brazos, saber que están en unas excelentes manos calma un poco mi ansiedad.
—Lo sé, cariño. ¿Te paso a Arian?
—Por favor, dale un beso a cada uno de nuestra parte.
—Claro.
—Hola —suelta un suspiro, uno de esos que expulsamos cuando algo nos ha entretenido hasta dejarnos alegres, pero agotados—. ¿Cómo va todo?
—Todo marcha muy bien, pequeña. ¿Cómo estás tú?
Permanece en silencio durante unos breves segundos.
—Lo estoy llevando bien.
—¿Segura?
—Sí, no deben preocuparse por mí.
—No digas eso. ¿Has hablado con tu padre?
—Sí. Está recobrando vida y eso me alegra muchísimo.
Ignoro la sensación amarga que se posa en mi estómago, al saber porqué la situación de ambos es tan distinta a pesar de ser exactamente igual.
—Quiero verte así, buscaremos la forma de que todo mejore para ti también.
—Estoy bien, con algunas piezas rotas en mi corazón, sensible, amargada y vulnerable, pero bien.
Sonrío, negando con la cabeza.
—Haz amigos, o tal vez fíjate en alguien y lo obligamos a casarse contigo.
Suelta una carcajada.
—No me agradan mucho los dragones de fuego.
—Que mi hermano no te escuche decir eso.
Vuelve a reír.
—Mantendré los ojos abiertos —susurra, causando que Alek mire el teléfono con los ojos entrecerrados.
Sonrío para mis adentros, acuno su rostro con mi mano libre y dejo un pequeño beso en sus labios.
Hablo con mi madre de un par de cosas más, y me entero de que tanto el pequeño Arnau, como Alía y Mara se han vuelto buenos amigos. Y de que todo está bien.
Y esa es nuestra dosis diaria para encontrar un poco más de calma en medio de la tormenta.
Al colgar dejo el teléfono en la mesita, centrándome en el hombre altamente apetecible que baja la sábana hasta mi cintura y se cierne sobre mí hasta tener su cara en el valle de mis senos, firmes y llenos de la leche que, en sus palabras «se desperdicia por mi terquedad».
—Cielos… —jadeo cuando muerde ligeramente mi pezón. Mis ojos se cierran por inercia y mi respiración se acelera en cuestión de segundos—. Aleksandre, no te atre…
Se ríe. El idiota se ríe.
—Aún trato de entender por qué no me dejas besar estas preciosidades.
—Besar no es lo único que quieres —enredo mis dedos en su cabello suave, más largo de lo usual y oscuro como una increíble noche lluviosa a las tres de la madrugada.
—Tienes razón, el deseo de succionarlos me va a matar.
Observo sus ojos, brillantes como dos estrellas y gimo por el deseo que hay en ellos.
—No puedes.
—¿Por qué?
—Son de los bebés.
—Son nuestros bebés. Y estos preciosos caramelos eran míos antes que ellos, no es justo.
—Santos cielos, pareces un niño berrinchudo.
—Siguen siendo míos —me deja muda cuando masajea uno tan delicadamente causando que me estremezca y también que chorre un poco.
—Alek…
—Si nuestros bebés no están para comer de ti dejarán de amanecer así de llenos ¿Quieres eso?
Me retuerzo cuando lame el líquido derramado de mi seno.
—Estás rompiendo mi única regla.
—¿Me vas a encerrar en la Zona de exilio? —Pregunta con la voz ronca.
—Puede.
—Vamos, fiera. Concédeme este deseo y también ayúdame a evitar que te duela.
Me mira con sus ojitos brillosos, con esa mirada cautivadora que me mata, con sus labios rosados, carnosos y ese aire de cazador exquisito que me enloquece… Y no puedo resistirme, no puedo más.
Tomo su mandíbula, atrayéndolo a mis labios y lo beso, como lo que es: mío. Solamente mío.
—Bésame —susurro sin alejarme, enredando mis dedos en su cabello y anhelando sus labios recorriendo mi piel—. Bésame el alma.
❆.•~ .❆.~• .❆
Luego de desayunar decido dar una vuelta cerca del río, lugar en el que encuentro a Bianca absorta en sus pensamientos. Me detengo a su lado, imitando su postura de brazos cruzados con la mirada clavada en el agua cristalina.
—¿En qué piensas? —Pregunto, sabiendo que nota mi cercanía.
—En que necesito despertar así de radiante —me dedica una sutil mirada pícara.
Suelto una risa leve.
—Tus gemidos se escuchaban en toda la casa.
—No es cierto.
—No —concuerda—, pero cuando bajan las escaleras tomados de la mano mirándose con los ojos como si fueran dos antorchas de tanto brillar y con sus olores fusionados, todos nos damos cuenta de que…
—Es normal.
—Y bello, y no todos tenemos eso. Habemos unos cuantos desdichados a los que simplemente nos toca admirar.
Observo su semblante, su seriedad, ese deje de tristeza que grita soledad, por cada poro de su piel se percibe el anhelo de algo, tal vez de un sueño roto o que aún no ha podido cumplir.
Permanecemos en silencio durante unos segundos.
Ella es hermosa, la inmortalidad le sienta bien. Parece una muñeca de porcelana, bella, elegante. Podría cautivar a cualquier macho con poco esfuerzo.
—¿Qué es lo que más deseas, Bianca?
—Justicia. Es lo que he buscado en los últimos años de mi vida, a tiempo completo. Luego de eso necesitaré una razón para existir, para no perderme en este abismo, en este vacío.
—¿Por qué dices eso?
—Cuando nos conocimos no mentí, Alexa, te admiro —me mira fijamente—. Tienes un hombre lobo ardiente y determinado que daría lo que fuera por ti, tienes dones, como híbrida más de una misión, puedes concebir. Tienes esos bebés hermosos, tienes muchas razones para vivir. Yo no, yo no tengo nada.
Sus ojos no están cristalizados, pero en su mirada hay un enorme vacío, no hay brillo, sus ojos carmesí denotan todo y a la vez nada.
—Estoy seca, necesitando la sangre de otros seres vivos para no acabar en miseria. Esto no es vida.
—¿Cómo puedo ayudarte?
—No creo que puedas. —Dice, y yo contengo el impulso de decirle que tarde o temprano los deseos de un híbrido se cumplen—. No soy buena en este mundo, no merezco nada. Ya están haciendo demasiado al poner a Benedetto en mis manos y darme protección, aquí puedo entrenar, rodeada de testosterona —suelta una risa leve—, puedo ocupar mi tiempo, estaré bien. O tal vez deje que alguien me mate en un combate para al fin partir de este mundo, aunque creo que me espera el infierno.
—Puedes cambiar eso.
—No creo que lo logre.
—¿Y si te vinculas con alguien? —Suelto lo que en más de una ocasión he pensado.
—¿Alguien cómo?
—Que te ame.
Suelta una risa leve.
—No creo que alguien pueda domar esto —señala el lado izquierdo de su pecho—. En mis años de vida, no ha habido nadie, nadie, que haya podido ganarse mi corazón.
—Tal vez te toque a ti domar uno —Susurro.
—Para los hombres soy inalcanzable, les doy miedo. —Me analiza, atentamente—. ¿Por qué haces esto?
—Tal vez no hayas encontrado tu razón de existir, pero eso no significa que no exista. Tienes mucho para dar, Bianca.
Me observa, dudosa. Pero algo en sus ojos me dice que la he dejado pensando con mis palabras, y al saberlo me alejo de ella para sumergirme en el extenso bosque de Wachsend. No es algo que tenía planeado previamente, pero me tienta la idea de perderme un rato, me encantaría volver una vez más al lago, pero también soy consciente de que está un poco lejos de mi territorio, por lo que prefiero sumergirme un rato en el bosque, inhalando el exquisito olor de la naturaleza, admirando los rastros del otoño que me llevan justo al momento en que salí de la pequeña cabaña que fue mi hogar durante un tiempo. Y al instante la primera imágen de los ojos de Aleksandre me llega como un soplo de aire fresco.
Los rastros de lluvia son evidentes, pero el cielo nublado es un claro indicio de que volverá a llover.
Sin darme cuenta paso mucho tiempo en el bosque.
Pensativa y sola, como solía ser antes.
Las ramas se mecen con la danza que crea el viento helado, presto atención a cada detalle, y sé que el mismo viento que me eriza la piel trae consigo una presencia que carga demasiado el ambiente. No se trata de Bianca, tampoco de Alek, soy consciente de que la primera no me siguió y también de que la de mi esposo la conozco a la perfección. Ésta también la reconozco, pero no la identifico.
A pesar de sentir la mala energía, la advertencia que recibo de mi instinto y de tener mi teléfono entre los bolsillos del pantalón que llevo puesto, no llamo a nadie, tampoco huyo. Eso sería muy impropio de mí.
Simplemente espero, espero, espero y espero, hasta sentir la presencia tan fuerte como si su portador se encontrase a metros de mí, y cuando me giro, efectivamente así es. Con un gabán negro, vestimentas oscuras, una macabra sonrisa torcida en sus labios y sus ojos rojos fijos en los míos detiene su andar, demasiado altivo y confiado.
—Creo que la Reina se ha alejado un poquito de su fortaleza.
Mis músculos se tensan aún más, demostrándome que mi estado de alerta puede ser mucho más elevado. Procuro no demostrarlo, intentando imitar a mi esposo, esa calma que puede reunir en momentos similares a estos y que incluso ha llegado a sorprenderme.
—Y sola, estuve esperando esto, durante mucho tiempo.
Me percato de que está solo, esto es un gusto para él, y a estas alturas de juego no dudo que durante todo este tiempo se haya mantenido vigilandonos.
Los de ego herido son tan predecibles.
—Otra vez entré a su territorio sin permiso, lo lamento. —Dice al dar un paso más en mi dirección.
No me engaña, sé que salí de Wachsend, me aleje de mi territorio y llevo mucho tiempo en ello, por lo que, probablemente, al no saber dónde estoy, Aleksandre se encuentre buscándome.
—¿Qué quieres?
—No intente adelantar los acontecimientos —murmura, empezando a dar pasos lentos a mi alrededor—. Puede que cuando sucedan, no le guste.
Suelto una risa leve, carente de gracia.
—Otra vez amenazándome.
—Y lo lamento, señora, porque me temo que no volveré a arrodillarme ante usted. —Sonríe ampliamente y muestra sus colmillos con la intención de intimidarme.
Pero no hace más que estimular el instinto cazador de escorias que al activarse solo indica peligro.
—Me enteré de que es usted una híbrida, Dame. —Saborea la última palabra. La susurra con rebeldía, sabiendo que cuando me llamó su Señora meses atrás, Aleksandre contuvo las ganas de arrancarle la lengua, solo para no desatar la guerra antes de tiempo—. ¿Cuál es su mezcla?
—No te interesa —respondo, con calma.
—La número seis —detiene su andar justo enfrente de mí.
Clavo mis ojos en los suyos.
—¿Sabe? Privarme de leer su mente no hará que todos sus secretos sigan protegidos. En su reino, señora de Wachsend, hay cientos de personas y no todas son leales —sonríe aún más—. Oculta su olor —contengo el impulso de contraatacar preguntando como él ha conseguido ocultar el suyo, en lugar de eso, me mantengo quieta, en silencio—, protege sus pensamientos, su memoria; es usted muy poderosa, señora Wolf. E inteligente, mantiene la calma ante las amenazas.
—No eres una amenaza para mí, Darius Vasileiou.
Suelta una risa seca.
—¿Ah no?
—Ya quisieras.
—Muy confiada. Señora Wolf, ya debo irme, me queda poco tiempo, no quiero tener un montón de pulgosos intentando atraparme, pero, dígame, ¿qué tanto anhela tener ese bebé?
Sonrío para mis adentros, al tiempo que se enciende otra alarma en mi interior.
«Ya los tuve.»
—¿Por qué preguntas eso?
—Me enteré de su embarazo.
«Algo tarde.»
—La híbrida número seis embarazada. —Sonríe con malicia—. Ese bebé, de nacer, no tendrá muchos años de vida. Los Jerarcas lo esperan con ansias, para destruirlo... —Vuelve a intentar leer mi mente y lo bloqueo, pero no prevengo su movimiento y siento el filo traspasar mi vientre, cuando en un movimiento rápido lo tengo respirando mi aire, con sus ojos clavados en los míos a profundidad y la textura de un arma que identifico como una daga al no ser tan larga, clavada en mi vientre.
Suelto un suspiro ante la impresión, aún haciendo los cálculos en mi cabeza, contando los híbridos, identificándolos con nombre y número, incluyendo los hijos de Adara.
«Si creen que soy la número seis… Querían crear el número siet…»
Maldito infierno.
La plata me quema, deja de hacerlo por unos segundos cuando saca la hoja, pero solo para volver a enterrarla más abajo.
—Me complace hacerles el favor —murmura, removiendo el arma en mi interior.
Trago saliva, ignoro la quemazón, el dolor, la sorpresa, la impresión… solo saco mis garras y encierro mis dos manos en su cuello, degollandolo. Toso varias veces pero busco mi voz.
—Creo que estás un poco confundido, querido. Soy la número siete —tomo aire—; mis hijos, la número doce, el número trece y el número catorce, ya nacieron.
Me deleito con su sorpresa y con su dolor, pero más con su miedo.
—Es una lástima que no te hayas enterado antes.
Logra retorcer un poco más la daga en mi interior, y yo lo mato a causa de mi veneno, lenta y dolorosamente. El asqueroso líquido que expulsa su herida me repugna, pero me satisface el hecho de saber, cuando separo la cabeza de su cuerpo, que no se ha ido con esa sonrisa cínica.
Se la borré yo.
Su cabeza cae y tras empujarlo, su cuerpo.
Saco la daga de mi vientre sintiendo el maldito ardor que me tumba en el suelo. Suelto un grito que desgarra mi garganta. La plata ya no está, pero un maldito agujero se está formando en mi vientre y sé que es por causa de algún jodido veneno. Me retuerzo por el ardor, hasta que el veneno hace su efecto y me deja de doler. Y luego espero, no mucho tiempo, tal vez una hora, y en ese momento es cuando obtengo el valor de observar la cicatriz que se ha sumado a mi piel, cuando me levanto, hago la oración en griego, incendio su cuerpo y me salto el paso de hacer lo mismo con su cabeza. Esta la tomo, sujetándola por el cabello y me encamino de vuelta a Wachsend, a casa.
Al llegar al pueblo ignoro las miradas, los murmullos, en este estado me dejaría provocar a ira demasiado fácil a pesar de haber mantenido la calma en el reciente enfrentamiento, y no estoy dispuesta a perder el control, no otra vez.
Tengo un claro objetivo.
Al cruzar la puerta principal de la mansión mis ojos chocan de golpe con unos verdes que irradian enojo, tanto como miedo y desesperación.
—¡Alexandra, no vuelves a salir a ningún maldito lado sin mí por muy jodidamente egoísta que suene! Prefiero que nos maten a los dos en lugar de estar con esta maldita incertidumbre de no saber dónde buscarte.
Permanezco en silencio, dejo que se deshaga del enojo, porque lo entiendo, sé lo que se siente no saber dónde buscar a alguien que necesitas encontrar.
Mientras él deja pasar el susto los demás observan fijamente lo que traigo en mis manos. Están todos allí, reunidos, alborotados y al no haber estado yo aquí por un largo rato, creo conocer la causa de su estado de alerta.
Dejo caer la cabeza de Darius en el piso, creando un sonido corto, pero que logra llamar la atención del hombre agitado enfrente de mí.
Es en ese momento cuando nota la sangre manchando exageradamente mi vientre por la herida prácticamente cicatrizada, y también la cabeza de Darius Vasileiou.
—Mi Rey —carraspeo ante el susurro apenas audible que quise hacer sonar más firme—, ¿me concede el sello imperial de Wachsend? —Le pregunto con mis ojos empañados, clavados en los suyos—. Necesito entregarle este regalo a los Jerarcas, junto a una invitación a la guerra.
Él permanece en silencio, observándome. Yo aparto la mirada para que no pueda leer mi mente, y él se acerca al comprenderlo.
—¿Qué sucedió? —Toma mi barbilla, obligándome a mirarlo fijamente, otra vez.
Sin que pueda evitarlo mis ojos se cristalizan aún más, mientras observo los suyos.
—Vino por venganza, y para cumplir nuestro castigo.
Traga saliva.
Percibo el movimiento pero no es hasta que noto su mano bajo mi blusa tocando la herida casi cicatrizada por completo, que dejo escapar la primera lágrima.
Observa su mano, manchada con la sangre de mi vientre ahora destrozado, y luego simplemente posa sus labios en mi frente.
Cierro los ojos con fuerza.
—Sí quería que me hicieras tres más —murmuro.
Tantos sentimientos mezclados me abruman.
—Tranquila, mi amor.
Asiento, con el corazón roto asiento, al saber que nunca más tendré vida en mi vientre… pero también que este es mi detonante, el detonante.
—¿Quieres hacerlo ahora? —Pregunta en un susurro, y yo asiento en respuesta, abriendo los ojos, solo para volver a sumergirme en los suyos.
Con sus pulgares limpia mis lágrimas, y aparta el cabello esparcido por mi rostro.
Él es mi refugio.
Las ganas de abrazarlo por horas para aminorar el creciente dolor en mi pecho son demasiadas, pero me contengo, porque sé que al sentir su calor de lleno creeré que estamos a solas en nuestra habitación y me derrumbare en sus brazos.
Y aunque tenga ganas, este no es el momento para llorar.
—Tú eres el fuego, fiera, haz que arda toda la mierda del Mundo oculto.
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