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❆ LXI: Promesas eternas ❆


~ PROMESAS ETERNAS ~

Alexa

«Protectora de la humanidad.»

Nací para proteger la humanidad de aquellos seres que procuran causar su extinción, como si su Creador no fuese todopoderoso y no habitase en la eternidad.

Es increíble como la ambición y el ego pueden llegar a cegarte. Es muy curioso cómo tus emociones o pensamientos pueden llegar a causar que cometas errores que, en mi caso, podrían encaminarme a la vida, o en el caso de los Jerarcas, el híbrido francés, Fabián Ackerman, Lukas Walter, todo aquel que se haya aliado al infierno; hacia una muerte inminente. A excepción de mi tía Amalia, quien debería estar a mi lado para liberar a Adara, y que, por alguna razón, Lo divino ha perdonado a pesar de los errores que cometió.

Toco la cicatriz en mi nuca. Delineo la L de Liberación que, además de mí, tienen mi madre y mi tía.

—¿Por qué tenías que dejarte engañar? —Pregunto a su recuerdo—. Ahora tu hija está sufriendo y estás lejos del hombre que amas. Por un anhelo genuino que permitiste que el infierno contaminara.

Separa sus brazos, invitándome a abrazarla y yo no dudo en hacerlo.

—De verdad espero que no te pase lo mismo que a mí.

—¿Qué cosa? —Pregunto.

Ella permanece en silencio durante unos segundos.

—Sebastian y yo llevamos años intentando concebir un hijo... no me mal entiendas, amamos a nuestra hija, Arian es todo para nosotros, pero es distinto...

—Te entiendo.

—Algún día te contaré esa historia...

—Si es que algún día volveremos a verte —susurro tras salir del trance que me causa aquel recuerdo—. Aunque nos hayas traicionado no podemos odiarte, en el fondo esperamos que en un futuro puedas entrar en razón.

Dejo de tocar la cicatriz y sonrío levemente.

Los Jerarcas son tan estúpidos, ingenuos e inmundos. Han subestimado a su propio Creador, quien ya tiene planeado hasta el lugar en donde soltarán el último suspiro.

Y lo que le han hecho a Adara... Antarktis White odiará el fuego, Benedetto Bertuzzi deseará jamás haber pensado en hacer daño a la humanidad y Edilius Vasileiou deseará nunca haber nacido.

Hace un año me preguntaba la fecha y el día en el cual iba a tener mi anhelada oportunidad de ayudar a destruir El consejo, me consideraba menos poderosa de lo que en realidad soy, ni siquiera sabía el motivo exacto de mi existencia; aceptaba la imposición de mis padres de quedarme en casa, la mayor parte del tiempo, aunque salía cada que tenía la oportunidad a buscar aquel lugar que aparecía incluso en mis sueños, cuando el deseo de palpar la libertad era más intenso que mis ganas de vivir.

Sé que todo lo que hacían era para protegerme, a mí y al hermano que alguna vez deseé pero que ni siquiera tenía idea de que existía.

Hoy me pregunto si lograré contener las ganas de ir a Italia, acabar con todos ellos y sus jodidos planes de una vez por todas. Hoy me pregunto si lograré esperar, contener las ganas de volar, de acabar con todo si eso significa que terminaré con sus cabezas en mis manos.

Me pregunto si volveré a perder el control de mí.

Estuve a punto de hacer una estupidez, lo sé. Es por eso que justo ahora observo al hombre que cruza la puerta con ganas de deshacerme en sus brazos además de sacar todas las emociones que invaden mi interior.

Los bebés reposan dormidos en nuestra cama, estoy junto a ellos sintiendo su olor y ese calor tan reconfortante que siempre emana de ellos, esa paz inexplicable que me brindan y a la vez la motivación de querer acabar con todo lo que les amenaza de alguna manera.

Enzo, Laurie, León y Alek son mi mayor motivación, para estar en paz, a gusto; o para querer causar un incendio letal en el Mundo oculto.

Si Aleksandre no me hubiera enfrentado no sé dónde estaría, tal vez mi padre hubiese tomado las riendas de la situación para controlarme pero no estoy segura de si lo hubiese escuchado. Él es mi Rey, mi padre y mi autoridad; pero no sé si hubiera entrado en razón.

Aún siento el impacto de las palabras de Archibald, lo que más anhelo en este momento es accionar ante la situación pero no sin antes formar una estrategia, no sin antes pensar en cada uno de los detalles.

—¿Estás bien? —El colchón se hunde a mi lado cuando se sienta, me quita algunos mechones del rostro y en el proceso acaricia mi mejilla.

Su toque me hace cerrar los ojos ante la satisfacción, me hace sentir como si el río desbordado en mi interior estuviese volviendo a su cauce aún cuando no es así.

Tal vez yo sea más poderosa que él, tal vez sea más fuerte, tal vez pueda acabar con él en un segundo, pero él... Él puede domar mi alma, mi mente y mi corazón; podría caminar a ciegas a su lado sin miedo a caer porque sé que él estaría dispuesto a guiarme, a sostenerme.

Cada día que pasa entiendo por qué él ha sido destinado para mí.

Por qué tenía que llegar a él.

Sé controlarme hasta cierto punto, pero hay cosas que me sobrepasan a mí, así como hay cosas que rompen con la aparente calma que usualmente él posee.

—Fiera...

—Estoy bien. Solo, perdóname por lo de antes, perdí la razón.

—No tenías que disculparte —susurra despacio, mirándome con atención aún cuando yo mantengo mis ojos sobre nuestros bebés—. Amor, mírame.

Con su dedo en mi barbilla gira mi rostro en su dirección, por un momento contengo la respiración en cuanto sus brillantes ojos conectan con los míos.

—Ven —la petición es clara, lo sé. Su mirada me lo dice, pero por alguna razón aunque lo desee a cada instante, hacer el amor no me entusiasma como normalmente lo hace cuando estamos a solas.

Al ver que me quedo estática suelta un leve suspiro, toma a los bebés uno a uno y los deja en la cuna conjunta, para luego correr la gruesa cortina que nos separa en la misma habitación.

Al volver hacia mí no me pide nada, solo me observa en silencio durante unos segundos. Luego se quita los zapatos, desata el cinturón de su pantalón para después dejarlo caer. Después quita los botones de su camisa con paciencia, y deja caer la prenda en el piso junto a las demás. Solo quedando en ropa interior, dejando de lado las vestiduras formales que usualmente lleva y que me cautivan tanto, aunque lo más probable es que no tanto como su admirable desnudez.

Mi mirada se pasea por distintas áreas de su cuerpo, despacio, como si mi corazón no estuviera latiendo desbocado, como si el clima de Alemania bajara la temperatura de mi cuerpo.

Se acerca a mí con lentitud, tal vez evaluando mi reacción a él, hasta que su rostro está apenas separado del mío.

—Dime que no y acato tu orden.

Trago saliva.

—Sí.

Suelta una risa leve.

—Solo quería confirmar.

Entonces me hace el amor.

Me distrae.

Me hace olvidar los malos presentimientos, cada una de las cosas que necesito hacer para tener mi completa y anhelada paz.

Nuestros gemidos suaves, bajos y precavidos inundan la habitación a sabiendas de que nuestros hijos están a metros de nosotros. El deseo nos consume de tal manera que no es hasta segundos después que notamos la presencia de alguien demasiado cerca de nosotros.

—Espera.

La llegada al clímax se evapora, se escapa de mis manos al notar la presencia haciéndome gruñir, demasiado molesta. Sin que me importe nada más que gritarle a quien sea que se encuentre espiando tras la puerta, me envuelto en las sábanas y abro apenas Alek se cubre.

—¡¿Qué rayos hac...?!

—Tienen que sacar a los trillizos de aquí —Arian traga saliva.

Observo su rostro enrojecido, la vergüenza que la inunda hasta el punto de mantener su mirada clavada en el piso una vez no soporta más cómo mis ojos la evalúan.

Tomo aire, conteniendo el enojo, tragándome lo que pretendía despotricar hace segundos.

—¿Está todo bien?

Niega.

—Acabo de tener una visión —levanta el rostro y mirándome a los ojos me pide que lea su mente—. No fue muy clara, últimamente a penas logro concentrarme; y espero no estar en un error pero creo que deberían sacarlos de Wachsend. Sucederá una gran traición, sí, otra más... y, por favor, tengan cuidado con la decisión que van a tomar, Alexa. No quiero que nada les pase.

Sin más, se va, dejando la poca estabilidad que conseguí por los suelos.

Inevitablemente al cerrar la puerta me deslizo en la madera hasta quedar sentada en el piso. No lloro como otras veces en las que la situación me sobrepasa. Ya yo lo sabía, sabía que las ganas que ambos tenemos de no despegarnos de ellos se debían a una razón, sabía que algo más pasaría.

—¿De qué otra manera los protegeremos si también al estar cerca de nosotros corren peligro? —Pregunta en un susurro sentándose a mi lado, también con la mirada clavada en la cuna conjunta.

—Conocemos la situación emocional de Arian —empiezo a decir—, los incontables enemigos que tenemos y también que han de haber muchos ocultos que aún no conocemos. ¿Crees que esa visión...?

—Sí, creo que es una advertencia.

—¿Crees que es momento de separarnos por un tiempo? ¿Como hicieron mis padres con Aiker y conmigo?

Giro mi rostro en su dirección, él también me mira.

Tomo aire.

—Creo que hay un lugar lejos de Wachsend en donde estarían más que seguros.

Escudriño sus ojos, y no me sorprende descubrir que se trata del mismo lugar que yo estaba pensando.

—Dunkel —suelto un suspiro, al tiempo que rompo el contacto visual—. Mi padre se irá mañana.

—¿Estarías de acuerdo en que los enviemos ya mismo?

No estoy de acuerdo con nada de lo que está pasando, estoy de acuerdo con estar en medio de un bosque en Suiza perdida en la naturaleza con mis hijos y mi esposo sin toda la mierda que nos rodea.

—No me encanta la idea pero es el lugar en el que estarían con más personas de nuestra confianza, mis padres, por ejemplo. A menos que Grecia sea una opción.

—Para mí no lo es, fiera.

—Para mí tampoco.

Dunkel es prácticamente nuestra única opción, o al menos la más confiable.

No me hago a la idea de que estén seguros lejos de nosotros pero debo aceptar que yo no tengo el control de los acontecimientos, al menos no de todos.

—Yo los escoltare a...

—Alexandra.

—Ese jodido tono solo lo usas cuando estoy haciendo algo mal —replico.

—Ninguno de los dos deberíamos ir —responde con calma.

—No tengo idea del tiempo que pasaré lejos de ellos, ¿y pretendes que los deje ir así por así?

—No he dicho eso.

—¿Entonces qué es lo que has querido decir?

—Que tal vez deben estar alejados de nosotros ante lo que inevitablemente se nos vendrá encima. Si alguien más nos está traicionando nos tiene vigilados y si salimos de aquí con ellos sería muy obvio y demasiado arriesgado para nuestra manada, para nosotros.

No es sana la cantidad de nombres que pasan por mi mente en fracción de segundos. El recelo que se crea en mí aumenta tanto como el estado de alerta y el jodido miedo.

Miro hacia el techo.

—A lo mejor ya es hora de que recibamos nuestro castigo.

—Fiera...

—Ante la idea de perder siquiera uno de mis hijos siento ganas desaparecer, le pedí a Lo divino que si me concedía el anhelo de ser madre no me los quitara ni antes ni después de nacer. Pero si...

Acuna mi rostro entre sus manos.

—No nos vamos a rendir, no vamos a renunciar a ellos hasta que la voluntad de nuestro Creador sea así de evidente. No creo que ese sea nuestro castigo. Deja de pensar en eso.

—¿Dejarás que me asegure de que lleguen bien?

—No. No irás.

—Eso si logras detenerme, Aleksandre.

—No voy a presumir del poder que tengo sobre tus emociones.

—No te atreverías...

—Me conoces perfectamente bien, y sabes que sí.

Lo sé.

Sé que lo haría, pero no sé si yo lograré contener...

Le dedico una última mirada para luego levantarme con dirección al cuarto de baño por una ducha en la que pretendo apaciguar el caos que hay en mi interior. Dejo caer la sábana en el piso y abro la regadera pero no con el agua tibia a la que estoy acostumbrada.

Dejo que el frío cautivador me consuma durante demasiado tiempo, tal vez porque sé que, al menos por un tiempo, esta será mi última noche cerca de mis hijos. Al salir ni siquiera me visto, solo tomo a Laurence de los brazos de su padre para que deje de darle el biberón y ser yo quien la alimente.

Sus preciosos ojos grises me evalúan, curiosos, cautivadores, en un segundo me retuerce el alma hasta el punto de crear un nudo demasiado grueso al que solo le permito desatarse cuando salgo al balcón con ella en mis brazos, para luego sentarme en uno de los sillones y perderme en su mirada mientras ella come de mí.

—No sé durante cuánto tiempo estarás lejos de mí, cariño, pero —le quito la lágrima que cae en su delicado rostro—, desearía que eso no tuviera que suceder, princesa.

Delineo su pequeña nariz, acaricio sus mejillas y el abundante cabello negro que resulta ser demasiado para su edad. Lo hago hasta que se duerme en mis brazos. Al dejarla en la cuna tomo a Enzo, esa pequeña mezcla de Aleksandre y mía que sonríe apenas lo alzo en mis brazos causando que ría entre lágrimas.

A él también lo alimento hasta que no tiene más remedio que cerrar sus bellos ojos de ese verde apenas perceptible.

Beso sus mejillas, pego mi frente a la suya y sin que pueda evitarlo cierro los ojos, dejando que su olor me de un poco de calma.

—Te amo —susurro.

El colchón a mi lado se hunde, al levantar el rostro veo como Alek sostiene a León en sus brazos a punto de llorar, hacemos un intercambio y me dedico a admirar sus ojos mientras le doy de comer.

—Come despacio, mi vida.

Es curioso que haya heredado la mirada de su padre, pero que a la vez se parezca más a mí. El verde y el ámbar en sus irises brilla bajo la tenue luz que ilumina la habitación hasta que sus ojitos se cierran cuando termina dormido.

Me recuesto en la cama con él en mi pecho mientras observo como mi esposo me observa a mí con su hermano dormido entre sus brazos, mientras nuestra pequeña curiosa también duerme a poca distancia.

—Te prometí que nacerían —empieza a decir—, ahora solo te recuerdo que sobre mi cadáver esos malditos van a hacerle daño a nuestros bebés.


—Ustedes son mi vida —susurro—, y tendrán que mandarme al infierno para que aún después de la muerte no resucite para hacer pagar a cualquier malnacido que si quiera lo intente.

Sonríe. Pero esa sonrisa no es de gracia, es el sello de las promesas que ambos nos hacemos y que... si alguno de los dos llega a morir; cumpliremos aún después de la muerte.

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