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❆ LIX: Reina & Corona ❆



~ REINA & CORONA ~

~ Dos días después ~

Aleksandre

Se siente raro no tener un cuerpo al cual hacerle agujeros, Fabián ya no está y no sé si alegrarme más por su ausencia o porque ella fue capaz de acabar con su vida.

Creo que esto último me satisface más, me da la tranquilidad que necesitaba con relación al tema.

Ahora me preocupa más ver a Alexa soleando a nuestros bebés uno por uno hasta dormirlos, aunque, no exactamente; lo que me preocupa es cómo los mira, ni siquiera se ha percatado de mi presencia o no me da la importancia que suele darme el 99% del tiempo desde que nos conocimos.

Está ausente, pensativa, distraída.

Ni siquiera porque la desperté a las 00 hrs para hacerle el amor hasta el cansancio ha recordado que hoy es su cumpleaños número veintidós.

Intento no preocuparme por ello, pero, teniendo en cuenta que hace poco le quitó la vida a lo que fue su primer amor, no sé si deba sacar el tema o simplemente obviar que está sumergida en su mente por alguna razón.

—Alexa.

Tras dejarlos en la cuna conjunta se queda mirándolos atentamente hasta que el sonido de mi voz la hace girarse y mirarme.

—¿Estabas ahí? —Pregunta en voz baja.

—Sí, hace unos diez minutos volví del despacho.

—Estaba distraída.

Termino de cerrar la puerta, viéndola acomodar la cortina que separa nuestra habitación. Camino hacia ella hasta que nuestros rostros quedan a poca distancia y acuno el suyo entre mis manos.

—¿Solo eso?

Asiente y envuelve sus brazos alrededor de mi cuello para luego rozar la zona de su marca con la punta de la nariz. El acto me hace cerrar los ojos con fuerza y buscar el soporte que encuentro al tomar su cintura.

La desnudo y ella me desnuda a mí. En segundos estamos metidos bajo el chorro de agua caliente que ha sido testigo de tanta pasión. Su espalda se pega a mi pecho mientras mi respiración golpea su nuca casi al mismo ritmo que palpita la vena en su cuello.

—¿Qué te preocupa? —Pregunto mientras echo champú en mis manos y empiezo a masajear su cabello.

—No es nada.

—¿Sabes que no te creo, verdad?

Suelta un suspiro y me encara.

Recibo una preciosa vista de su rostro, sus pestañas empapadas viéndose de un negro más espeso, su cabello entre mis dedos, sus labios rosados, esas facciones que al parecer solo una Schwarz posee y esos jodidos ojos grises que ven a través de mi alma.

Sin que pueda contener el impulso termino acariciando su labio inferior con mi pulgar.

—Lo sé.

—Entonces dime la verdad, fiera.

Asiente, y se toma unos segundos para responder.

—Tengo un mal presentimiento.

—¿Tan fuerte que ni siquiera recuerdas que hoy es tu cumpleaños?

Suelta una risa leve.

—Me haces el amor de una forma enloquecedora, pero esta madrugada fue diferente, había algo más y lo sé, Wolf. Lo que sucede es que no suelo celebrarl...

—No solías celebrarlo.

Rueda los ojos.

—No quiero estresarme saludando personas, espero que no hayas planeado ninguna fiesta porque no me gustará.

—No lo hice. Pero quiero pasar este día contigo, solos tú y yo —veo la duda en sus ojos por lo que me apresuro a deshacer el pensamiento—. Nuestros bebés se quedarán con mis padres, es un reto para los dos dejarlos durante un día completo, pero necesitamos un poco de aire fresco ¿no crees?

Entrecierra los ojos.

—Me sorprende eso viniendo de ti.

Me es inevitable soltar una carcajada.

—Me cuesta aceptar que el Manto protector nos protege de todo. También que la mayoría aquí es fiel a nosotros.

—A mí también, pero debemos soltar un poco la incertidumbre.

—Al menos por este día, fiera.

—Por este día.

Me besa, lento y pausado pero un pensamiento que no le permitiré leer hasta cumplir inunda mi mente haciéndome sonreír en medio del beso.

Sus ojos grises me evalúan en cuanto me separo de sus labios.

—Creo que necesitaré algo de ropa para volver.

  ❆° ~•❆•~ °❆

Ella intenta no demostrar su descontento y simplemente besa la frente de cada uno, aunque tarda más tiempo del necesario. Segundos después soy yo quien pierde la noción del tiempo al quedarme contemplando a nuestros hijos atentamente.

Anhelo esa paz y tranquilidad que irradian al dormir, apaciguan los latidos de mi corazón y me llenan de ganas de acabar con cada ser que pueda llegar a siquiera pensar en hacerles daño.

Laurie, Enzo, León y Alexa no tienen idea de lo que soy capaz de hacer por ellos.

Siento unas manos que conozco a la perfección deslizarse por mis hombros, Alexa coloca su barbilla sobre mi hombro para poder observar junto a mí los pequeños seres que han cautivado nuestros corazones.

—¿Lo sientes?

Niego al no entender a qué se refiere.

—¿Qué sientes tú?

—Una mezcla de… —acerca sus labios a mi oído—, de ese miedo que nos inundaba cuando los tenía en mi vientre y no sabíamos que existía el Manto protector, incertidumbre; siento una advertencia con cada latido que da mi corazón, Aleksandre.

—¿Prefieres que nos quedemos? —Laurence se renueve con el susurro que suelto tras un gruñido de insatisfacción.

—No —su nariz acaricia mi cuello haciéndome estremecer aún cuando pongo casi todo de mí para centrarme en la conversación—, hay cosas que son inevitables.

—Alexandra…

—Odio ese tono, Wolf.

—Intento comprender esto.

—Algo está pasando o pasará, y a ninguno de los dos va a gustarnos. No estoy segura de lo que sea pero ésta es tu única oportunidad para estar a solas conmigo, porque no pienso dejarlos al cuidado de nadie más sin que ninguno de los dos esté presente.

—¿Me estás amenazando? —Pregunto, intentando sonar serio.

—Te estoy avisando —murmura y seguido siento la pequeña mordida sobre su marca en mi cuello—. Vámonos.

Tras dejar a Adalia y a mis padres invadiendo nuestra habitación, nos sumergimos en el bosque de Wachsend hasta llegar a la frontera, allí coloco una venda en sus ojos para que no sepa hacia dónde nos dirigimos.

Lo que tengo preparado no se trata de nada ostentoso, sé que esas cosas no le gustan, por lo que simplemente me llegó una maravillosa idea relacionada con el otoño y la razón por la cual llegó a Wachsend. Me transformo y la insto a subirse en mi lomo, por fortuna ella capta el mensaje fácilmente. Siento sus piernas a cada lado y sus manos hundirse en el pelaje blanco mientras yo empiezo a caminar y espero pacientemente a que se adapte a montar un lobo enorme como si fuese un caballo.

Escucho el desesperado latir de su corazón y confirmo lo que nunca dudé. Me ha visto transformado contadas veces y yo a ella casi nunca, aún así nos admiramos tanto en ambas formas.

Si siendo un lobo la hubiera visto sobrevolando Wachsend me hubiera enamorado como un jodido estúpido, tal y como sucedió en la frontera hace casi un año pero siendo dos simples humanos.

Sé que le gusta verme en mi forma lobuna, observar el animal de ese blanco impoluto capaz de mancharse de sangre y como el humano con el que se ató de por vida.

Nos hemos acostumbrado a vivir la vida humana, a lidiar con sus problemas, a disfrutar sus placeres… pero detrás de todo eso hay más que sentidos agudizados, fuerza bruta, dones y poderes otorgados por Lo divino; y, a pesar de que nuestros cuerpos cambian, nuestra alma es la misma, los dones, los sentidos, nuestras asignaciones.

Si los humanos supieran lo que se oculta detrás de este montón de naturaleza, si tan solo se imaginaran el mundo sobrenatural que les rodea las cosas serían muy diferentes.

Aumento la velocidad, recorro las profundidades del bosque con mi Reina como jinete aunque sé mejor que ella hacia dónde nos dirigimos. Somos nosotros dos en busca de algo que ella siempre anhela:

Sentirse libre.

Desafío el viento con la velocidad, hasta que algunas horas después ambos estamos frente al lago cristalino con cientos de hojas caídas por el otoño flotando sobre él.

—¿Ya puedo quitarme esto? —Pregunta exasperada y se baja de mí.

Aprovecho para volver a mi forma humana y tomo sus manos cuando pretende quitarse la venda.

—Solo espera un poco más —respondo con la voz agitada y me meto  al agua intentando no revelar nada de su sorpresa—. Te daré algunas instrucciones, hazme caso, de lo contrario podrías provocar serias consecuencias.

Su ceño se frunce y durante unos segundos la dejo asegurarse de que todo está bien. Por fortuna no hay nadie merodeando cerca y espero que así sea por el resto de la tarde.

—Aprovecha los segundos que te quedan antes de que me lo arranque de la cara —resopla cruzándose de brazos.

Carraspeo para ocultar la risa y la emoción en mi voz.

—Quitate las botas, mi vida.

Tarda unos segundos en reaccionar pero accede y se las quita.

—Estamos en el medio del bosque y dentro de nada se pondrá el ocaso, no…

—El pantalón —la interrumpo—, y suelta la mochila justo donde estás.

—Mandón.

—Admito que me aprovecho, solo un poco.

Veo el atisbo de sonrisa aparecer en sus labios a pesar de la distancia, justo cuando desliza el pantalón por sus piernas.

—La blusa.

Trago saliva cuando sus dedos empiezan a quitar los botones de la camisa blanca y el sujetador negro salta a la vista.

—Listo —dice al dejarla caer.

Me sumerjo en el agua lentamente para no alertarla y mojarme completamente con el líquido helado, aunque lo más probable es que ella ya haya identificado todo lo que nos rodea gracias a su olfato.

—Ven aquí.

Extiende sus brazos intentando tocarme, cosa que llega a estar a punto de hacer junto cuando sus pies tocan el agua, pero se detiene.

—Aleksandre...

—Te espero.

Sus brazos me rodean segundos después y yo le quito la venda lentamente hasta que sus ojos grises conectan con los míos. Sin embargo, el contacto dura muy poco, ya que empieza a estudiar el lugar hasta que asimila dónde nos encontramos.

Vuelve su rostro hacia mí con una amplia sonrisa.

—Muy astuto, Wolf, muy astuto.

Aparto el cabello de sus hombros antes de volver a clavar mis ojos en los suyos.

—Sorpresa.

¿Qué mejor lugar que ese del cual se dejó seducir hasta el punto de ser descubierta, aún cuando sus sentidos pueden detectar movimiento a kilómetros de distancia?

Ninguno.

—No sabes lo que has hecho.

—Yo creo que sí —tomo su cintura y la acerco más a mí—, traerte al lugar del cual estás enamorada y quedarme aquí contigo hasta perder la noción del tiempo es un excelente plan, admítelo.

Suelta una carcajada.

—Lo único que evita que te obligue a quedarte aquí conmigo son nuestros bebés —susurra antes de tomar mis labios lentamente.

Nos sumergimos profundamente en el lago, pero no solo en el lago, sino también en nosostros. Nuestros cuerpos se unen en medio de un paraíso, el viento es testigo de nuestros jadeos y la necesidad de amarnos.

Con todos los sentidos alerta volvemos nuestro ese lugar, ese lago que es la división entre nuestra manada y su antiguo hogar, ese lago del cuál se enamoró a primera vista, ese lago que la invitó a ser libre y terminó causando que terminara en mi manada, y, como consecuencia, en mis brazos.

El atardecer no tarda en llegar y con su llegada salimos del agua. Nos tumbamos a la orilla como dueños y señores del lugar, sin una prenda que nos cubra y con nuestras almas expuestas ante el otro a través de nuestras miradas.

El mejor regalo para ella también es el mejor regalo para mí, nosotros siendo uno estamos completos, en cuerpo y alma. No se trata de un mero deseo carnal, se trata de que ella me desea a mí y yo la deseo a ella a cada jodido instante. Solo a ella.

Los árboles repletos de manzanas verdes a nuestro alrededor captan su atención, y tal y como tiene registrado en su memoria se acerca a uno de ellos para tomar algunos de los frutos; la diferencia es que en esta ocasión tiene un anillo de compromiso en el dedo anular y una alianza, y que yo estoy sentado a poca distancia sin poder quitarle la mirada del trasero.

—A este paso tendremos que beber agua del río —murmuro, pero ella me escucha perfectamente.

Suelta una carcajada y vuelve hacia mí que estoy justo a la orilla del lago, dónde se encuentran nuestras pertenencias.

Deja siete manzanas a nuestro costado, toma una y la muerde al tiempo que se sube a horcajadas sobre mí y yo no puedo quitar mi mirada ni un segundo de ella.

—¿Piensa deshidratarte por alguna razón, meine Liebe? —coloca las manos sobre mis hombros y me observa seductoramente.

—Por esa razón estoy dispuesto a quedarme seco —me aferro a su cintura, clavando mis dedos en ella sin llegar a lastimarla.

Es mi Reina, poderosa a sobremanera y para mí tan delicada como una rosa.

Sin despegar sus ojos de los míos hace que me deslice en su interior, con una manzana obstruyendome el camino a su boca y me sumerge en un éxtasis demasiado exquisito para mi cordura con el vaivén de sus caderas.

—Alexandra...

—Shhh.

El jugo de la manzana se le desliza por la barbilla cuando sisea y yo sigo el recorrido de las gotas con mi lengua hasta sus senos.

Me enloquece su mirada de depredadora mientras hacemos el amor, me enloquece la dilatación de sus pupilas, me enloquece jodidamente todo de ella y dudo que algún día alguien sea capaz de describir la magnitud de todo lo que esta mujer hace conmigo.

Quizás un gran gemido significaría un gran orgasmo para muchos, pero cuando sus labios se separan y de ellos no sale más que el forzado aliento, viajo a aquella casa en Alaska en donde fueron concebidos nuestros más grandes tesoros, en dónde estallamos de placer incontables veces y no hubo ningún testigo.

—Creo que acabamos de hacer tres bebés más.

Estallamos en risas en medio de nuestras respiraciones frenéticas y tenemos que volver al lago para aminorar el calor que emanan nuestros cuerpos.

La noche llega más rápido de lo que nos hubiese gustado.

Intento concentrarme en reunir todas nuestras pertenencias mientras un gran y hermoso dragón negro se pasea sobre el lago dejándome embobado y sin concentración.

Sus escamas oscuras son tan relucientes, sus alas, su ligereza, su destreza, su rapidez y gran belleza cautivarían a cualquier ser viviente.

Ese dragón negro digno de la realeza es una dragona de fuego y es mi esposa. Quien aún en su forma humana me pone a arder.

—¡Debemos volver! —grito pretendiendo que me escuche.

Algunos minutos después se deja caer en el lago y vuelve a la superficie con una sonrisa de oreja a oreja que termino imitando.

Me quita su ropa de las manos y se viste completamente, lo contrario a mí que apenas puedo ponerme unos pantalones cortos.

Al emprender el camino de vuelta a Wachsend la noche nos arropa, entre el silencio y la oscuridad jugamos a quien llegue más rápido, ella en su forma humana y yo en mi forma lobuna, parece injusto, pero no lo es si tenemos en cuenta que es medio vampira.

A penas visualizo los árboles gracias a la velocidad intentando seguirla, y de un momento a otro me veo obligado a frenar en seco cuando ella se queda estática en medio de la nada. Me detengo a su lado.

Una mirada suya me basta para ponerme más alerta.

—Me huele a muerto —susurra escaneando con su mirada en medio de la oscuridad—. A muchos muertos.

Vuelvo a mi forma humana y busco en la mochila que ella lleva puesta hasta encontrar la pluma estilográfica.

La dejo en sus manos y ella en un movimiento rápido la convierte en lo que verdaderamente es:

Una espada, una espada que es mi corona como Líder de Wachsend.

—¿Crees que valdrá la pena pelear cuerpo a cuerpo? —Pregunta jugando con el material reluciente.

Tomo su cabello casi seco por el viento y lo ato en una cola de caballo.

—Yo creo que te vendrá bien un poco de esta acción —dejo un casto beso en sus labios que ella recibe con gusto.

Y no logra contenerse, simplemente va detrás de ellos, hacia los experimentos que se dirigen a nuestra manada y empieza a cortar cabezas al tiempo que yo me pongo los pantalones cortos, para después empezar a romper cuellos como ya estoy acostumbrado.

Pero esta vez es diferente.

En esta batalla somos dos contra más de doscientos, sin embargo, no podría sentirme más agusto en una situación que peleando al lado de una Reina.

Mi Reina.

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