❆ LIV: Respuestas ❆
~ RESPUESTAS ~
~ Horas antes ~
Alexa
Cuando salgo de la habitación hecha un manojo de emociones no miro a nadie, no presto atención a las miradas curiosas ni a los susurros de sorpresa. Sé de sobra que han de haber muchas personas que ahora no recuerdo en mi vida, pero también sé que no quiero volver a presentarme con ellos como si fuéramos desconocidos porque no pienso ser tan hipócrita como para mentir diciendo que quiero empezar de nuevo.
No quiero empezar de nuevo.
Quiero seguir justo dónde lo dejé, quiero recordar los años de vivencias y recuerdos que no sé quién rayos se atrevió a borrar.
No miro a nadie a los ojos y sigo mi camino hacia afuera.
No mentí cuando dije que necesitaba aire helado golpeando mi piel. La cercanía de ese hombre lobo me roba el jodido oxígeno, el aliento, la calma y me enciende en llamas.
Me provoca tanto que incluso cada una de sus palabras tienen algún efecto en mí.
Un efecto intenso y sorpresivo.
Pero cómodo.
Sé que estoy en casa, al menos lo que dejé en la habitación es mi hogar. Ellos son mi hogar, pero sé que la Alexa inmadura que recuerdo no es la que soy en el presente.
Quién sea que haya borrado mis recuerdos se olvidó de que las personalidades siguen intactas, los sentimientos y pensamientos del corazón, los ojos del alma... borrarme la memoria no logrará que alguien confunda mis gustos o sentimientos.
Es una pena que no lo hayan pensado bien.
Según Aleksandre el objetivo era hacerme olvidarlo.
Mi mente no lo recuerda pero los latidos que da mi corazón por él no pueden programarse, son jodidamente certeros.
Y es que la sabiduría del Creador...
Él nos ha dado un poco, solo un poco, pero ninguno de nosotros puede aprovecharse de ella.
Encuentro la salida y con rapidez me apresuro para dirigirme directamente al bosque.
El viento helado de Alemania me acaricia el rostro y de inmediato me invade la sensación de libertad que perdí en algún momento del que no soy consciente. Dentro de mí se activa la alarma que me pide liberar mi dragón pero cierro las manos en puños, conteniendo el impulso.
Se siente como negarme los labios de Aleksandre aún cuando besarlo y hacerlo mío es lo que más deseo. No sé cómo son las noches entre nosotros, no sé si mis susurros están grabados en su almohada, pero así como estoy segura de que soy la madre de los trillizos estoy segura de que él es su padre.
«Encima me lo hace saber cada vez que puede.»
Si ese hombre no es mío lo será.
Levanto mi mano izquierda y observo los anillos en mi dedo anular. La alianza y el anillo de compromiso.
«Sí, es mío, y lo seguirá siendo.»
Me adentro al jardín con la intención de rodear la mansión en un intento de pasar desapercibida, pero me encuentro con un pequeño grupo de personas que al notar mi presencia se paralizan como si fuesen estatuas. Procuro ignorar sus actitudes e intento alejarme de ellas con prisa.
—¿Tía? —Pero la voz de una pequeña me hace frenar en seco.
Procuro seguir mi camino e ignorar el sentimiento que me inunda pero no puedo.
—¿Tía Alexa?
Trago saliva y me giro, encontrándome con cuatro pares de ojos muy diferentes pero que expresan exactamente las mismas emociones.
Me acerco a ella y me pongo a la altura de las dos pequeñas que me miran con curiosidad.
—¿Me llamas a mí?
La pelinegra asiente con efusividad.
—Mi madre dice que no me recuerdas, pero soy Alía, ¿volverás a recordarme pronto? —Sus ojos se cristalizan.
Carraspeo.
—¿Volverás a recordarme?
—Pequeña...
—¿Y los bebés? —Inquiere con nerviosismo.
—Están bien.
—¿Podemos verlos? —Habla por primera vez la pelirroja al tiempo que mira con tristeza a Alía.
Ambas son portadoras de una belleza tan distinta e inusual. La pelirroja me llena de ternura al mirarme con sus grandes ojos azules y la pelinegra posee esa piel bronceada y exótica que también es característica de una miembro de Dunkelheit.
Me trago el impulso de preguntar por sus padres, no quiero herir más sus sentimientos.
—Si quieren —accedo—, están arriba con...
—El tío Alek no ha permitido que los veamos.
Suelto una risa leve.
—A mí sí —dice una de las chicas. Es castaña y posee unos ojos verdes más claros que los de Aleksandre pero muy hermosos—. Yo puedo llevarlas, si quieres.
—¿Nos conocemos? —Le pregunto a las dos más mayores.
La castaña sonríe con algo de nostalgia.
—Sí, ella es Ágata y yo soy...
—No hacen falta las presentaciones —la interrumpo—. Voy a recuperar mis recuerdos.
Las cuatro asienten sin despegar sus ojos de mí.
Tomo aire y busco el aparato en mis botas.
Las sensaciones no las he olvidado y no me pasan desapercibidas, pero si hay algo que no permitiría jamás es que algo le suceda a mis bebés. Sé que Aleksandre está con ellos, pero no retengo el impulso de llamarlo ni siquiera cuando solo llevo unos pocos minutos lejos de ellos, y las mujeres enfrente de mí me inspiran toda la confianza del mundo.
Su respiración calmada me advierte cuando abre la llamada y yo me alejo un poco de las chicas.
—¿Quién?
—Yo.
—¿Estás bien?
—¿Por qué no lo estaría? —Me aventuro a preguntar con la esperanza de que tal vez se le pueda escapar una de las respuestas a las tantas preguntas que tengo.
—Lo estás —concluye—. ¿Qué desea, meine Dame? —La pregunta hecha en un susurro causa revuelo en mi interior.
Me quedo callada durante unos segundos en un intento fallido de apaciguar los latidos de mi corazón.
—¿Siguen dormidos?
Aleksandre suelta una risa leve.
—Saliste hace dos minutos, ¿ya nos extrañas?
—Me encontré con dos... pequeñas, quieren ver a los trillizos, las enviaré para allá.
—No me estás pidiendo permiso.
—Exacto. Una de ellas es Alía y la otra...
—Naimara. Lo sé. Diles que suban, pero no tardarán mucho tiempo.
Me giro hacia las pequeñas.
—Niñas —capto su atención—, los trillizos están dormidos pero pueden verlos durante el tiempo que deseen.
—Alexa... —El susurro ronco que suelta demanda posesividad pero yo cuelgo la llamada sin darle lugar a réplicas, me despido de las chicas y continúo mi camino hacia el bosque.
El lugar en el que me encuentro es una manada, específicamente Wachsend, la manada de hombres lobos que ocupa el primer puesto en el nivel uno; cuyo Líder es el Rey y la suya está por encima de todas las demás.
Incluso su caminar es respetable y tan atractivo que me pone a babear mentalmente.
La idea de que otras hembras lo vean como lo veo yo no me agrada, sé que él ha notado el efecto que tiene en mí, sé que me conoce más de lo que yo me conozco a mí misma en éstos momentos y no me importa. Podría solo desconfiar, largarme con mis bebés y olvidarme de todo… pero el instinto no tiene memoria y sé exactamente dónde debo estar.
Y es aquí.
Corro por el bosque durante minutos o tal vez horas, y termino desvistiendome en el río para no destrozar mi ropa y tener que pasearme desnuda. Cuando me transformo tomo el enterizo con mis garras y lo saco del río para que no se lo lleve la corriente. El agua escurre de mí, de una dragona Dunkelense de escamas negras y relucientes.
Me siento libre sobrevolando Creciente, aprecio el atardecer desde los mis ojos pero en otra perspectiva. Me vuelvo una con las nubes mientras el aire helado ralentiza mis pensamientos.
Extiendo mis alas totalmente y así paso horas desafiando el viento.
Salgo de mi ensoñación cuando recuerdo que los trillizos comen de mí y pienso en que justo ahora deben tener a Aleksandre vuelto un manojo de nervios y desesperación.
Desciendo hasta caer de picada en el río y tras asegurarme de que no hay nadie cerca de mí vuelvo a ser humana, busco mi ropa y me visto. Rodeo el río hasta llegar a la parte trasera de la mansión y me quedo observando mi reflejo durante más tiempo del que puedo controlar, pero el reflejo que aparece al lado del mío segundos después es el que me pone alerta.
El hombre a mi lado me mira a los ojos, y, aunque quisiera afirmar lo contrario, el gran parecido que tiene conmigo me deja anonadada.
Conozco a la perfección los rasgos y facciones de mis padres y él tiene de ambos. Es hermoso, tan parecido a mí que pone rápidamente a trabajar los engranajes de mi cerebro en busca de alguna justificación.
—¿Quién eres? —Suelto sin pensar.
—Aiker Alexsander Schwarz Pierce —Responde con una amplia sonrisa.
—¿Alexander?
—No, en realidad no. El Señor Julian prácticamente obligó a nuestra madre a elegir Aiker aún cuando tú, mi melliza, te llamas Alexandra, no me quejo pero hubiese sido interesante tener dos nombres.
Guardo silencio con la boca ligeramente abierta.
—No tienes que decir nada ni sorprenderte tanto como la primera vez que me viste. Sé que hay mucho que no recuerdas y ya ha sido más que suficiente.
El órgano en mi pecho se acelera en cuanto todos los hilos se unen en mi cabeza.
¿Es mi hermano?
—¿Qué quieres decir con suficiente? —Inquiero.
Él coloca sus manos sobre mis hombros, mirándome fijamente.
—Que voy a ayudarte a volver a activar tu don, hermanita, hoy podrás entender todo y recuperar los recuerdos que ese infeliz quiso quitarte.
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